No hay progreso sin filosofía

A partir de una dicotomía más ficticia que real, se presenta la filosofía (y otras disciplinas propias de las humanidades y las ciencias sociales) en contraposición a disciplinas técnicas cuyo rendimiento (económico, social, tecnológico, etc.) se pretende inmediato. Con base en esa valoración, tiende a considerarse la filosofía como una disciplina prescindible. La decisión del Ministerio de Educación de considerarla asignatura optativa en la enseñanza secundaria y reducir el número de horas docentes obedece a este punto de partida. Lamentablemente, en este particular el caso español no difiere tanto del europeo, donde en la enseñanza secundaria se observa que la formación por competencias técnico-profesionales viene imponiéndose, firme, a la formación como seres humanos. Este artículo pretende negar la mayor defendiendo que los estudios en Filosofía otorgan unas competencias tan básicas como las matemáticas, la física o la biología, entre otras.

Para ilustrar en qué consiste la profesión de filósofo, podríamos empezar por una anécdota de la irreverente serie norteamericana South Park. En uno de sus brillantes capítulos, la serie muestra a James Cameron (director de Titanic y Avatar, entre otras, y famoso por su espíritu aventurero), descender en un batiscafo a las profundidades abisales con el objetivo de “elevar la barra de lo aceptable” en EEUU. A raíz de unos episodios televisivos de dudoso gusto que bien podríamos equiparar a los Gran Hermano, Mujeres y Hombres…, etc. de estos lares, los protagonistas del cartoon deciden que la barra ha descendido en exceso y se fijan el objetivo de volver a elevarla. Volviendo a la filosofía, podría afirmarse que el objetivo de esta disciplina se asemejaría a la de la pintoresca cuadrilla animada de Cartman y compañía: la filosofía se encarga de detectar, revisar críticamente y proponer trasfondos alternativos que posibiliten una comprensión del mundo que permita el progreso. Es decir, elevar la barra. En ese sentido, podría afirmarse que el objeto de la filosofía es transversal: pocas disciplinas del saber – teóricas y prácticas – son independientes de valores, conceptos e ideologías que condicionen su desarrollo.

En la época de la especialización esto resulta problemático, pero la historia nos sirve para observar que (1) no siempre fue así y (2) el trasfondo filosófico ha condicionado la mayoría de transformaciones que hoy pretenden considerarse autónomas. Respecto a lo primero, es innegable que las matemáticas (desde Tales y Pitágoras hasta Descartes o Hume), la física-química (desde Demócrito y Galileo hasta Newton y Hawking), la biología (desde Heráclito y Aristóteles hasta Darwin y Dawkins), la arquitectura (desde Vitrubio y Miguel Ángel hasta Le Corbusier o Koolhaas), la economía (desde Aristóteles y John Stuart Mill hasta Marx o Amartya Sen) o la política-derecho (desde Platón y Maquiavelo hasta Dworkin y Sunstein), por citar unos pocos ejemplos, han visto su desarrollo marcado por reflexiones filosóficas. Desde que los humanos comenzaran a hacer uso de razón, la reflexión filosófica ha permitido cuestionarse la realidad con rigor analítico para que los especialistas abrieran nuevas vías de progreso en sus disciplinas. El descubrimiento del teorema de Euclides, la composición atómica de la materia o la propia idea de universo tal y como lo concebimos, el libre mercado y la igualdad entre hombres y mujeres o la obligación de preservar el medioambiente para las futuras generaciones son progresos que no hubieran sido posibles sin una reflexión previa en torno a conceptos, valores e ideales. Es innegable que cuanto más se ha avanzado en el conocimiento técnico, más separación personal ha habido entre quienes reflexionan sobre el fondo de esas materias y quienes desarrollan propuestas específicas en base a esos fundamentos. Con todo, tal y como muestran algunos de los contemporáneos citados, continúa habiendo expertos que reflexionan sobre las cuestiones de fondo, es decir, que ejercen en cierto sentido de filósofos.

Ahora bien, dando paso a la segunda pregunta, ¿quién ha de estudiar filosofía? O, mejor dicho, ¿por qué ha de ser una materia obligatoria en la enseñanza secundaria? Si asumimos que la filosofía es la disciplina que se dedica a cuestionar con rigor analítico y visión crítica los fundamentos de nuestros saberes y prácticas, entendemos que todos los ciudadanos deben tener una mínima formación en ese sentido. Desde una óptica neoliberal se considera que el progreso tecno-científico propiciado por el capitalismo ha llevado al fin de las ideologías y a una progresión lineal de los saberes. Es decir, ya no hay nada que cuestionar porque no hay alternativas más allá de la funcionalidad científica y la competencia técnica. Este planteamiento fue perfectamente ilustrado por Francis Fukuyama en El Fin de la Historia y el Último Hombre, donde situaba en la caída del Muro de Berlín y de la Unión Soviética ese abandono del conflicto, del pluralismo. La historia, tan testaruda, se ha encargado de mostrar que aquello no era más que una quimera: las guerras, crisis económicas, desigualdades globales, cambio climático, diversas formas de intolerancia e integrismo, etc. persisten y ha quedado claro que no son resultado de dinámicas autónomas, neutras e ineludibles. Todas esas circunstancias, así como las positivas, no suceden cual fenómenos naturales. Que la juventud adquiera las herramientas mínimas para poder abordar los motivos de fondo de esa realidad cambiante con sentido crítico y rigor analítico resulta indispensable para garantizar su autonomía y evitar el progreso decadente. Asimismo, del mismo modo que los estudios en matemáticas, física o química son considerados necesarios para que parte de la juventud decida dedicarse a esas disciplinas, la formación básica en filosofía resulta un requisito indispensable para que haya estudiantes que la escojan como profesión futura. Nadie opta por una carrera académica y profesional que desconoce. En primaria nos enseñan a leer, escribir y tener mínimas nociones de cultura. En secundaria adquirimos competencias que nos formen como personas-profesionales. En el caso de la filosofía cuenta además con el valor añadido de fomentar y abastecer de unas habilidades que tienen perfecta aplicación en otras disciplinas. Nadie aceptaría que un físico no supiera nada de matemáticas, un economista de estadística o un químico de biología. Entendemos que una formación completa debería partir de que tampoco podrán ejercerse debidamente sin tener ninguna noción de filosofía. O, al menos, sin haberla conocido para poder descartarla.

Finalmente, respecto al objetivo, es evidente que la propia filosofía, en ese tránsito a la especialización, ha abandonado demasiado a menudo su función. La oscuridad y la endogamia han reinado durante décadas el desarrollo de la disciplina, y todavía hay sectores en los que sigue habiendo una cerrazón impropia de la profesión. Podría afirmarse que en algunos casos ha perdido el sentido de responsabilidad que debería estar en su mismo fundamento. Sin embargo, más allá de derivas inadecuadas – que, por otra parte, se han dado en todas las disciplinas de saber: economía, por citar una al azar – ha llegado el momento de reivindicar su valor en la actualidad. No obstante, un economista que no reflexiona sobre la justicia y la equidad, un biólogo que no cuestiona la existencia de la materia y el ser de las cosas, un médico que no tiene en consideración los límites de la autonomía del paciente o la ética en la investigación, un arquitecto que no contempla el impacto socio-político de su obra, un matemático que ignora los fundamentos de la lógica, un jurista que no cuestiona la universalidad de los derechos humanos o un político que asume como un a priori su concepción particular de la identidad nacional podrán conseguir un desarrollo técnico continuista en su disciplina o campo de trabajo. Sin embargo difícilmente conseguirán generar transformaciones y cambios de paradigma que permitan progresar en el bienestar de los ciudadanos. En un mundo sujeto a cambios tan vertiginosos resulta más necesaria que nunca la reflexión sosegada que permita interpretar esas transformaciones. Al mismo tiempo, una ciudadanía acrítica e irreflexiva, que no sea consciente de que todos esos saberes que tanto marcan nuestras vidas están sujetos a condicionantes que no son absolutos, jamás podrá exigir que esos saberes eleven el listón que posibilita el progreso. Ello exige que todos seamos un poco filósofos, así como que haya profesionales que, en contacto directo con cada una de esas disciplinas – salvo que se filosofe sobre la propia filosofía -, se dediquen exclusivamente al análisis crítico, la reflexión independiente y la deliberación. En unas sociedades ancladas en la inmediatez material, puede parecer irrelevante e incluso un lujo prescindible. Pero si observamos nuestro pasado para saber de dónde venimos y el entorno que tomemos como referente para saber a dónde queremos ir, veremos que no hay progreso sin filosofía. Es nuestra obligación como sociedad exigir su práctica actual y garantizar el derecho a ejercerlo a los ciudadanos que están por venir. Por mucho que les pese a algunos, se lo debemos a las futuras generaciones.

Artículo escogido de: www.noticiasdegipuzkoa.com

Por Ander Errasti López

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