Higinio Marín: En defensa de la Filosofía

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C.S. Lewis

En plena Guerra Mundial, el autor de Las crónicas de Narnia y profesor en Cambridge, C.S. Lewis, se preguntaba qué sentido tenía seguir cultivando y enseñando humanidades en semejantes circunstancias. A él le pareció que la modesta e inútil labor de seguir enseñando latín, griego, literatura, historia o filosofía era como honrar y justificar el terrible esfuerzo que hacían los combatientes y el país: preservar y mantener un mundo en el que la desgracia de morir, si se hacía inevitable, tendría al menos la nobleza de contribuir a salvar la memoria y la posibilidad de lo humano frente a la barbarie.

Que millones de compatriotas estén muriendo a manos de otros hombres a los que a su vez están intentando matar, y que después de toda esa devastación de cuerpos y de almas, queden en pie unos saberes donde poder mirarnos para aprender de nuevo a ser humanos, no fue en efecto servicio pequeño.

El argumento de Lewis vale también para tiempos de paz. Incluso para tiempos de gobiernos con una estrechez intelectual en materias educativas como el actual; tal vez el más obtusamente arrogante de nuestra reciente historia política, nada afortunada a ese respecto. Es triste pero revelador tener que recordar que las humanidades en general y la filosofía en particular mantienen abierto el camino por el que los hombres conocen y aprenden a apreciar lo humano de sí mismos y de los otros. Es triste pero urgente porque la majadería está perpetrada.

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José Ignacio Wert

Es necesario carecer por completo de la experiencia vital del enriquecimiento propio y ajeno que supone la apertura comprensiva y crítica de la realidad que reporta el pensamiento filosófico, para dispensarle un trato tan displicente y reducirlo todavía más en los recorridos educativos de nuestros jóvenes. Seguramente es la milenaria acusación de inutilidad de la filosofía la que anima a nuestros ufanos adelantados del futuro para suprimirla. Se olvida -seguramente se ignora- que la declaración de inutilidad de la filosofía procede de los filósofos mismos y que significaba en realidad una declaración de libertad: el pensar filosófico no sirve a ningún interés distinto del deseo humano de saber buscado por sí mismo y no por cuanto pudiera derivarse de él en términos de utilidad. Es, ciertamente, un puro lujo que solo puede darse el animal al que los afanes por la supervivencia no lo hocican sin remedio en la urgencia de las necesidades. En esa capacidad para ´perder el tiempo´ y sobrepujar lo necesario, en esa sobreabundancia dispendiosa de la vida que se expresa en mirar el mundo sin otro particular que aprenderlo y entenderlo, reside la genuina libertad y dignidad de lo humano.

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Gilles Deleuze: La filosofía no sirve ni al Estado ni a la Iglesia, que tienen otras preocupaciones. No sirve a ningún poder establecido.

Pero solo la estupidez puede suponer que lo anterior implique que la filosofía no sirve para nada, porque precisamente desde esa supuesta inutilidad, la filosofía presta un servicio cívico de naturaleza esencial: mantener la expectación de la verdad, es decir, ejercitar el afán humano por mirar a la cara a la realidad sea cual sea la suerte que hacerlo nos depare. Y de ahí que el tesón de la inteligencia que se resuelve a no servir -al menos exclusivamente- de instrumento para ningún interés; es, no obstante, un elemento estructural de las sociedades democráticas porque abre una instancia de discusión y autoconciencia crítica sin la que resulta improbable una ciudadanía razonablemente libre.

Ciertamente los filósofos somos los principales responsables de la actual irrelevancia pública de la filosofía que -enjaulada en la carrera académica y los requisitos del reconocimiento gremial- hemos ausentado no ya de los avatares históricos, sino de las encrucijadas de la existencia humana universal ¿Qué pensar de alguien que se haga llamar filósofo y no tenga nada relevante que decir sobre la muerte, la libertad, la amistad, el amor, la existencia de Dios, el deseo o el dolor y el sufrimiento humano, pero acumule publicaciones, sexenios, estancias internacionales, acreditaciones y subvenciones públicas a proyectos de investigación?

Con todo, y aunque sea a pesar de los filósofos, la filosofía es un lujo imprescindible porque el hombre para serlo necesita saber que lo es, aunque sea solo lo estrictamente necesario para poder preguntárselo. Filosofar es solo la forma insistente, metódica, crítica y dialógica de esa pregunta; y la historia del pensamiento filosófico es el cúmulo de los esfuerzos más penetrantes y esclarecedores por indagar qué somos, para poder serlo, y qué es el mundo, para poder habitarlo humanamente, es decir, comprensivamente. Tal vez no sea posible conseguir al respecto de tales preguntas una visión unánime, pero sabemos al menos que somos el ser que se pregunta qué es, y sabemos que dicha pregunta abre en el mundo el camino del hombre.

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Immanuel Kant: ¿Qué es el hombre?

Un camino incierto pero en el que la resistencia de la inteligencia a ser reducida a un recurso sofisticado para la producción, reivindica al hombre como un ser singular, irreductible a la condición de instrumento. Y es que la rebelión de la filosofía contra la ley de la utilidad y la producción desencadena la revelación de lo humano del hombre. Tal vez sea esa rebelión-revelación la que les trastorne.

Pero todo lo anterior está en constante peligro porque los caminos por los que los hombres buscan lo humano pueden desaparecer y borrarse bien por desuso y olvido, bien por sobreuso estereotipador. El ministerio es culpable de lo primero, pero los filósofos lo somos de lo segundo, porque la enseñanza de la filosofía requiere el ejercicio de un pensar viviente o carece por completo de justificación. Solo el arraigo del pensamiento en la realidad puede revitalizar lo que el exceso o la falta de costumbre desvanecen.

Al respecto la filosofía ejerce la modesta misión de los antiguos peones camineros: evita que el olvido o el abuso borren los rastros del saber sobre sí y sobre el mundo que nuestra tradición ha acumulado. Así es como los caminos del hombre para indagarse a sí mismo y al mundo siguen abiertos. Menospreciarlo y postergarlo es simple ignorancia investida de enfática suficiencia tecnocrática. ´Idiotez´, decían los griegos.

Esta entrada fue originalmente publicada en el diario La Opinión de Murcia el 10 de octubre de 2015

3 comentarios en “Higinio Marín: En defensa de la Filosofía

  1. Pingback: Blog de la Red Epañola de Filosofía. DEFENDER LA FILOSOFÍA | nomecreocasinada

  2. Federico

    Me parece un lúcido y brillante análisis. Únicamente matizaría acerca del uso del término «filósofos». Creo que quien se dedica a coleccionar congresos, o publicaciones o escritos técnicos sobre cualquier tema debería ser considerado como una especie de «profesional de la filosofía», pero no un filósofo. El matiz se precisa en el artículo cuando se habla de quien se «dice llamar filósofo»; ahí está la clave. Cuando se deja de intentar decir algo de lo verdaderamente importante de la existencia se puede decretar una cierta muerte de la filosofía. Hay una crucial labor por delante para los que nos queremos dedicar a esta apasionante aventura de la filosofía. Gracias por el artículo.

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  3. Miguel L. G. M.

    Estoy de acuerdo en que solo los políticos son responsables de la decadencia de la Filosofía, sino que los mismos profesores de filosofía la empequeñecen y no digo filósofos, porque eso significa amantes de la Sabiduría o conocimiento, tanto de uno mismo como de los demás y del Universo que nos rodea.
    Creo que, según está nuestra sociedad, hemos vaciado de contenido a la palabra Filosofía y lo que representa. Al los que detentan el poder no les interesa que el hombre se libere de las cadenas que le impiden buscar la Realidad (Verdad), prefieren tenernos atados y hacernos creer que pensamos, que elegimos, pero que libertad es esa que nos tiene encadenados. Los filósofos siempre han sido un problema para el poder, salvo cuando el poder ha buscado que el pueblo crezca, mejore y ocupe su lugar en el conjunto, como parte activa, en la conformación de una civilización.
    Asumamos nuestro papel y tengamos el valor de salir de nuestra zona de confort. Hagamos lo que los filósofos de siempre y demos a conocer el verdadero espíritu de la Filosofía. Salgamos a la calle y eduquemos al pueblo, pero con la idea de que mejore y no con la idea de que nos reconozcan.
    Necesitamos una re-evolución del conocimiento. Hagamos entender que son las Ideas las que mueven el mundo y no el dinero. Hagamos el camino inverso y recuperemos el verdadero sentido de la Filosofía. El conocimiento nos hace humanos y no bestias como lo está haciendo ahora.

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