Castilla habla: la filosofía de Miguel Delibes

Jaime Fdez-Blanco Inclán

“Me percaté entonces de que la alegría es un estado del alma y no una cualidad de las cosas. Que las cosas en sí mismas no son alegres ni tristes, sino que se limitan a reflejar el tono con que nosotros las envolvemos”. ¿Puede, pues, la mirada del sujeto modificar el objeto?, le preguntaríamos hoy a Miguel Delibes al recordar estas palabras de La sombra del ciprés es alargada. Este 12 de marzo de 2018 se cumplen 8 años de su muerte.

Miguel Delibes (Valladolid, 1920-2010) es probablemente uno de los autores españoles que mayores cotas de simpatía, respeto, cariño y admiración despierta, tanto durante sus más de 50 años como literato como tras el fin de su carrera y su muerte. Miembro de la Real Academia Española de la Lengua (sillón E, desde 1973), ganador de innumerables premios (el Nadal, el Cervantes, el Príncipe de Asturias de las Letras, el Nacional de Narrativa, etc.), homenajeado por universidades, ciudades y países, venerado tanto por lectores contumaces como por simples curiosos, Delibes se presentaba como un personaje singular capaz de ganarse, casi sin quererlo, el afecto y la devoción de cuantos tuvieron la oportunidad de leerlo y conocerlo.

¿Qué pensamiento hizo de Delibes ese ejemplo que tantos tratamos de seguir? La obra de Delibes, pese a mantenerse en unos contextos relativamente concretos, hace gala sin embargo de una variedad y profundidad difícilmente igualable, siempre marcada por un compromiso ético, unos valores y unos principios, inalterables: autenticidad, humildad, justicia y lealtad se dan la mano en la prosa de Delibes, con una coherencia entre autor y texto que pocos han logrado.

“He sido fiel a un periódico, a una novia, a unos amigos…, a todo en lo que me he metido. A la pasión periodística, a la caza. Desde chico he sido fiel a todas esas cosas, y lo mismo que hacía de chico, lo he hecho de mayor”, dijo. Nosotros podríamos añadir: a una editorial (Destino), a una ciudad (Valladolid) y a un paisaje, el castellano. Porque hablar de Delibes es hablar, ante todo, de Castilla y los castellanos. Conocedor de la flora y fauna de su región, enamorado de sus gentes, sus costumbres y su entorno, Delibes es probablemente el escritor que mejor supo retratar la Castilla del siglo XX, su habla y su espíritu.

Si su región es un punto dominante en su obra, no lo es menos el mundo rural, el pueblo y el campo, que se funde con el anterior y que el autor reivindicaba, junto a la naturaleza, como reductos de la autenticidad y la integridad del ser humano. Delibes criticó con esta defensa de lo rural el progreso desordenado, pero no por el desarrollo en sí mismo, sino esa civilización que entonces se formaba, centrada en el consumo innecesario, el placer y la alineación. El camino, Las ratas, El disputado voto del señor Cayo, Viejas historias de Castilla la Vieja, etc., nos muestran esa ruptura del hombre con el pueblo y el campo, esa despersonalización del ser humano que lo convierte en una masa amorfa, sumisa, cómplice del sueño irracional de la hedonista sociedad actual.

“Si el cielo de Castilla es alto es porque lo habrán levantado los campesinos de tanto mirarlo”

No serán en cualquier caso los únicos temas en los que se enfoque la obra de Delibes, que tocó también la crítica dolorosa al vasallaje de reminiscencia medieval (Los santos inocentes); la renovación del pensamiento, la tradición y la moral católica (Cinco horas con Mario, El hereje); la pasión por la caza como ejemplo de la vuelta del ser humano a su origen prehistórico (Diario de un cazador, Con la escopeta al hombro); el realismo costumbrista de La hoja roja o ese bellísimo canto al amor que es Señora de rojo sobre fondo gris, donde podemos atisbar, en la relación de sus personajes, la devoción de Delibes por su esposa, Ángeles de Castro, cuya muerte en 1974 afectó profundamente al escritor, quien la definiría como “la mejor mitad de mí mismo” y a la que el filósofo Julián Marías, amigo de la familia, describió como “esa mujer, maternal y niña a la vez que con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir”, y la tremenda influencia que la energía y la fe de su mujer tuvo en su éxito.

El pensamiento de Delibes

Se intuye en Delibes, en su persona y su obra, una especie de marcado estoicismo basado en la moral personal, en los valores y los principios como piedra angular. O, si se quiere, una mirada cínica ante la vida y el mundo que toca vivir, llena de denuncia y respeto por la honradez y la autoexigencia, cansada de ese utilitarismo que, a fuerza de citarlo, deviene en oportunismo barato de “fin que justifica los medios”.

Delibes parece sentir que su visión de la existencia no casa con los tiempos que le tocan vivir, refugiándose por ello en los pequeños placeres de la vida: la familia, el campo, la lectura, la escritura. Sus personajes hablan de un tiempo que es y no es  –a la vez– el propio, con unos vicios y virtudes de los que él quiso dejar constancia. Y eso, en aquella España de la posguerra, no era precisamente fácil. Numerosos fueron sus desencuentros con la censura franquista, y famosa su renuncia al periodismo tras la imposibilidad de decir aquello que consideraba que debía ser dicho. Delibes encontró en la literatura ese altavoz privilegiado, porque a menudo la ficción permite decir, oculta bajo su paraguas de irrealidad, aquello que en la no ficción se torna imposible. Y habló. Sobre el abandono de los pequeños pueblos de Castilla, sobre el despertar de la conciencia ecológica o la unión necesaria del hombre y la naturaleza, los valores y las creencias.

Es también patente su búsqueda del individualismo, el ser quien se es, alejado de la masa y el colectivo que impide a las personas alcanzar su propia plenitud. Ese Daniel “el mochuelo” que siente que al abandonar su pueblo para estudiar en la ciudad está perdiendo la esencia de sí mismo (El camino). O Mario, cuya furibunda intransigencia, fruto de su radical conciencia, termina por sentenciarlo, como bien le echa en cara su esposa: “No es eso, Mario, calamidad. Que para vivir en el mundo hay que ser mucho más flexible…” (Cinco horas con Mario). O Azarías, un hombre con las facultades mentales disminuidas que por su misma condición representa el único ejemplo de libertad e independencia en el cortijo del señorito Iván (Los santos inocentes).

“Los hombres necesitan siempre de un hazmerreír para eclipsarse a sí mismos de la propia ruindad de sus barros”

Aprecia el lector en Delibes ese carácter particular del castellano viejo, austero en la bonanza y melancólico en el éxito. Un hombre que se resguarda de puertas para adentro y que usa a sus personajes para expresarse, consciente de unas debilidades y flaquezas propias en las que nadie alrededor parece reparar. Y la impresión que queda cuando uno se asoma a esa vida y obra es la de un hombre eminentemente bueno, preocupado por todo menos por él mismo y que hace gala de una fuerte modestia sobre aquello que en la vida ha alcanzado.

El final de su vida 

Delibes moría el 12 de marzo de 2010, en Valladolid, víctima de un cáncer con el que luchaba desde hacía tiempo. Su muerte despertó una ola de reconocimiento en toda España, algo que, por otra parte, no le había faltado en vida. Miles de personas se acercaron a la capilla ardiente en su ciudad natal, que depositó sus cenizas en su panteón de los hombres ilustres y que quiso tener el detalle de otorgarle el derecho a trasladar al mismo los restos de su esposa, Ángeles, para que pudieran descansar juntos.

“Al palpar la cercanía de la muerte, vuelves los ojos a tu interior y no encuentras más que banalidad, porque los vivos, comparados con los muertos, resultamos insoportablemente banales”

Gozó de reconocimiento también en Madrid, en sus pueblecitos de Sedano (Burgos) y Molledo (Cantabria), en periódicos y televisiones, entre lectores y amigos, todos con el recuerdo del hombre al que así retrataba la editora y escritora Esther Tusquets unos años antes: Lo encontré formidable. Lúcido, rápido de mente. Interesándose por todo (interesándose, como siempre, por los demás), acordándose sin problemas de cuanto surgía en la conversación. Más cáustico, eso sí, manifestando sin empacho cuanto se le ocurría, acaso más tajante en sus afirmaciones. Ha alcanzado ese punto –pensé con envidia– en que uno está más allá del bien y del mal. Pero me alegró sobre todo ver que era tan querido: hijos, nietos, parientes, amigos, todos prodigándole a chorro cariño, respeto y cuidados. No creo que casi nadie pase los últimos años de su vida rodeado de tanto amor, tanto genuino amor. De tan, por otra parte, merecido amor.

Fuente:   Filosofía&Co

https://blogs.herdereditorial.com/filco/castilla-filosofia-pensamiento-delibes/

 

Un comentario en “Castilla habla: la filosofía de Miguel Delibes

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