Archivo de la categoría: Publicaciones

Recensiones, críticas y análisis de publicaciones filosóficas o de interés filosófico.

Adorno

Adorno: nuevos tiempos para el imperativo categórico

La ilustración, por cortesía de Ángela Lorenzo.
                                           La ilustración, por cortesía de Ángela Lorenzo.

 

Se cumplen hoy cincuenta años del fallecimiento de Theodor Adorno. Un pensador excepcional por sí mismo, por la época que le tocó vivir y por la importancia de su legado. Se atrevió a dialogar con el propio Kant y, en vista del atroz pasado, formuló un nuevo imperativo categórico para los tiempos que habrían de venir. Lo repasamos de la mano de la filósofa Marta Tafalla.

Por Pilar G. Rodríguez

 

Theodor W. Adorno. Una filosofía de la memoria, de Marta Tafalla (Herder).

Theodor W. Adorno. Una filosofía de la memoria, de Marta Tafalla (Herder).

El acontecimiento que lo cambió todo lo cambió pero todo, todo,porque lo que cambió fue nuestra forma de mirar el pasado, penar el presente y desconfiar del futuro. Ya nada era lo que había sido antes de que Hitler   –en la década de los 30 del siglo pasado– se hiciera con el poder, antes de la construcción de los campos de extermino y de poner en práctica la solución final. Y tampoco la ética, que estaba de capa caída en aquellas décadas en las que el siglo XX se acercaba a su mitad. Kant estaba obnubilado mirando al cielo en la noche estrellada donde había creído descubrir la ley moral y su imperativo categórico en riesgo de momificación. Pero estaba Adorno, un filósofo extraño. Alguien a quien le reprocharon los peores clichés que atacan a la filosofía: que si no se le entendía, que si era para iniciados, que no sé qué del elitismo…

Pero Adorno tenía algo importante que decir y, además, era urgente. Una especie de «esto no» y «así no» que se completó finalmente con un «y nunca más». Esto se entiende muy fácilmente; la dificultad estriba en llevar a la práctica ese deber de memoria dictado por Theodor Adorno. Un deber en el que está condensada su ética de mínimos. Una ética que algunos dicen que no es posible encontrar en la obra del filósofo alemán y que la profesora en la Universidad Autónoma de Barcelona Marta Tafalla convirtió en el eje de su tesis doctoral. Una versión más corta reelaborada de la misma se convirtió en el libro Theodor W. Adorno. Una filosofía de la memoria, editado por Herder, de donde parte este artículo.

Adorno en pocas palabras

La relación de Adorno con la música es anterior a la filosofía, anterior a él mismo gracias a su madre, Maria Calvelli-Adorno, que era soprano e inculcó a su hijo el amor por la música. Pero los intereses de Theodor Ludwig Wiesengrund Adorno (Frankfurt,1903) iban más allá: estudió Sociología, Psicología, Filosofía y Música, trazando entre estas dos últimas interesantes relaciones. A ellas les iba a dedicar buena parte de su trayectoria intelectual.

Su carrera está vinculada al Instituto de Investigación Social, donde tuvo su sede la Escuela de Frankfurt y donde Adorno ocupó un lugar destacado junto con Max Horkheimer, que lo dirigió a partir de 1930. El ascenso de los nazis le obligó a huir a Inglaterra y posteriormente a los Estados Unidos, donde siguió trabajando como miembro del Instituto en estrecha colaboración con Horkheimer. Juntos alumbraron Dialéctica de la Ilustración, uno de los textos clave para el pensamiento del siglo XX. Allí también recibió las noticias de la muerte de otra de las personas que le marcaron vital e intelectualmente: Walter Benjamin.

Regresó a Alemania en 1949 para seguir desarrollando su labor crítica decisiva en el debate filosófico de la Alemania de posguerra. Siempre inquieto y siempre en la vanguardia de la creación, estaba en contacto con las voces renovadoras en los distintos ámbitos artísticos: Samuel Beckett, John Cage, Antonioni… Murió en 1969 en Suiza al sufrir un infarto.

El imperativo del «no»

En Dialéctica negativa –escrita entre 1959 y 1966– es donde Adorno toma el imperativo categórico de Kant y mueve la cabeza, en señal de desaprobación. Lo hace con cariño; Adorno es un gran admirador de Kant y en particular de su ética: la conoce tan bien, que por eso cree que necesita una nueva formulación en vista de los nuevos horrores: «Hitler ha impuesto a los seres humanos un nuevo imperativo categórico para su actual estado de ausencia de libertad: el de orientar su pensamiento y acción de modo que Auschwitz no se repita», escribe Adorno en el mencionado libro.

El imperativo categórico de Kant

Un recordatorio del imperativo categórico de Kant –el clásico, en versión muy básica– antes de continuar con la reformulación de Adorno. En Crítica de la razón práctica se lee: «Obra de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre, al mismo tiempos, como principio de una legislación universal». Pero esta ley fundamental se dice de otras formas o se completa en otras otras expresiones:
«Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca solamente como un medio».
«Obra como si por medio de tus máximas fueras siempre un miembro legislador en un reino universal de los fines».

El «no» sienta las bases de un renovado imperativo categórico que Marta Tafalla explica en tres planos o niveles. Los entrecomillados que siguen son suyos:

  • No conoce el bien, a diferencia del kantiano que defendía que la ley moral habitaba en el corazón de los seres humanos y que estos sabían reconocerla y distinguir el bien y el mal. A la luz de los acontecimientos, «Adorno ha asumido que nada sabemos de cómo es el bien (…). Pero sí conocemos el mal, sí hemos tenido una experiencia rica y plural de lo que el mal significa y sus muchas formas». Se trata, por tanto, de resistir a ese mal conocido, de rechazarlo, pero esto ya es adelantar acontecimientos.
  • No lo dicta la razón. Esta era, en la concepción kantiana, el origen del imperativo categórico. El origen del nuevo imperativo categórico, Adorno lo sitúa «ante las fosas comunes donde se amontonan cuerpos torturados. Su ética no comienza con un ideal de humanidad, sino con el descubrimiento de un genocidio».
  • Dice «no». Retomando el punto primero de esta secuencia negativa, el deber que llena de contenido el nuevo imperativo categórico es saber decir no, «impedir que el mundo se deshaga» (en palabras de Albert Camus) nuevamente.

Dolor y memoria

Aparte de ser un imperativo en negativo, Tafalla desarrolla otras dos diferencias capitales en el nuevo imperativo categórico que formula Adorno respecto al de Kant:

  • Es materialista en su sentido más puro y más crudo: le interesan los cuerpos y su sufrimiento, su muerte. Y le interesa también la reacción que esta consideración debe provocar. No se trata de empatía, sino de una reacción física, de que la naturaleza se reúna a la naturaleza. En palabras de Tafalla: «Ese sentirse afectado por el dolor de los otros, esa reacción impulsiva y corporal, es lo que Adorno denomina mimesis. Para él, las normas éticas serán verdaderas cuando surjan de este impulso mimético (…)».
  • Pertenece a un tiempo y está hecho de memoria. Kant, en su ambición de universalidad, ideó un sistema moral apto para cualquier lugar de la historia del tiempo y, por tanto, independiente de la misma. El nazismo rompió esa temporalidad difusa con una muesca de horror. Se acabó lo que antes había sido válido, más en términos de moralidad abstracta: el imperativo categórico de Adorno «tiene como contenido concreto un hecho histórico, por ello está lleno de memoria, de la memoria de tantos individuos que sufrieron y perecieron». Este fue uno de los mayores hitos filosóficos del legado de Adorno: la memoria, el significado y la revisión de la misma y sus deberes han sido profusamente tratados desde entonces. Y ahí seguimos y lo que queda. La memoria no se acaba nunca porque el futuro depende de ella.

Fuente:

https://www.filco.es/adorno-nuevos-tiempos-para-el-imperativo-categorico/

Alain Deneault

Cuando los mediocres toman el poder

La división y la industrialización del trabajo manual e intelectual han contribuido al advenimiento de una ‘mediocracia’, sostiene el filósofo Alain Deneault en su último libro

triunfo de los mediocres
                                                 

Deje a un lado esos complicados volúmenes: le serán más útiles los manuales de contabilidad. No esté orgulloso, no sea ingenioso ni dé muestras de soltura: puede parecer arrogante. No se apasione tanto: a la gente le da miedo. Y, lo más importante, evite las “buenas ideas”: muchas de ellas acaban en la trituradora. Esa mirada penetrante suya da miedo: abra más los ojos y relaje los labios. Sus reflexiones no solo han de ser endebles, además deben parecerlo. Cuando hable de sí mismo, asegúrese de que entendamos que no es usted gran cosa. Eso nos facilitará meterlo en el cajón apropiado. Los tiempos han cambiado. Nadie ha tomado la Bastilla, ni ha prendido fuego al Reichstag, el Aurora no ha disparado una sola descarga. Y, sin embargo, se ha lanzado el ataque y ha tenido éxito: los mediocres han tomado el poder.

¿Qué es lo que mejor se le da a una persona mediocre? Reconocer a otra persona mediocre. Juntas se organizarán para rascarse la espalda, se asegurarán de devolverse los favores e irán cimentando el poder de un clan que seguirá creciendo, ya que enseguida darán con la manera de atraer a sus semejantes. Lo que de verdad importa no es evitar la estupidez, sino adornarla con la apariencia del poder. “Si la estupidez […] no se asemejase perfectamente al progreso, el ingenio, la esperanza y la mejoría, nadie querría ser estúpido”, señaló Robert Musil.

Siéntase cómodo al ocultar sus defectos tras una actitud de normalidad; afirme siempre ser pragmático y esté siempre dispuesto a mejorar, pues la mediocridad no acusa ni la incapacidad ni la incompetencia. Deberá usted saber cómo utilizar los programas, cómo rellenar el formulario sin protestar, cómo proferir espontáneamente y como un loro expresiones del tipo “altos estándares de gobernanza corporativa y valores de excelencia” y cómo saludar a quien sea necesario en el momento oportuno. Sin embargo –y esto es lo fundamental–, no debe ir más allá.

El término mediocridad designa lo que está en la media, igual que superioridad e inferioridad designan lo que está por encima y por debajo. No existe la medidad. Pero lamediocridad no hace referencia a la media como abstracción, sino que es el estado medio real, y la mediocracia, por lo tanto, es el estado medio cuando se ha garantizado la autoridad. La mediocracia establece un orden en el que la media deja de ser una síntesis abstracta que nos permite entender el estado de las cosas y pasa a ser el estándar impuesto que estamos obligados a acatar. Y si reivindicamos nuestra libertad no servirá más que para demostrar lo eficiente que es el sistema.

La división y la industrialización del trabajo –tanto manual como intelectual– han contribuido en gran medida al advenimiento del poder mediocre. El perfeccionamiento de cada tarea para que resulte útil a un conjunto inasible ha convertido en “expertos” a charlatanes que enuncian frases oportunas con mínimas porciones de verdad, mientras que a los trabajadores se les rebaja al nivel de herramientas para quienes “la actividad vital […] no es sino un medio de asegurar su propia existencia”.

[…] Laurence J. Peter y Raymond Hull fueron de los primeros en atestiguar la proliferación de la mediocridad a lo largo y ancho de todo un sistema. Su tesis, El principio de Peter, que desarrollaron en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, resulta implacable en su claridad: los procesos sistémicos favorecen que aquellos con niveles medios de competencia asciendan a posiciones de poder, apartando en su camino tanto a los supercompetentes como a los totalmente incompetentes. Se dan ejemplos impresionantes de este fenómeno en los colegios, donde se despedirá a un profesor que no sea capaz de seguir un horario ni sepa nada sobre su asignatura, pero también se rechazará a un rebelde que aplique cambios importantes a los protocolos de enseñanza para lograr que una clase de alumnos con dificultades obtenga mejores calificaciones –tanto en comprensión lectora como en aritmética– que los alumnos de las clases normales. Asimismo, se desharán de un profesor poco convencional cuyos alumnos completen el trabajo de dos o tres años en solamente uno. Según los autores de El principio de Peter, en este último caso al profesor se le castigó por haber alterado el sistema oficial de calificaciones, pero sobre todo por haber causado “un estado de ansiedad extrema al profesor que habría de encargarse al año siguiente del grupo que ya había realizado todo ese trabajo”. Así es el proceso que va dando lugar a los “analfabetos secundarios”, por emplear la expresión acuñada por Hans Magnus Enzensberger. Este nuevo sujeto, producido en masa por instituciones educativas y centros de investigación, se precia de poseer todo un acervo de conocimiento útil que, sin embargo, no lo lleva a cuestionarse sus fundamentos intelectuales […]

El “analfabeto secundario” se precia de poseer todo un acervo de conocimiento útil que, sin embargo, no lo lleva a cuestionarse sus fundamentos intelectuales 

La norma de la mediocridad lleva a desarrollar una imitación del trabajo que propicia la simulación de un resultado. El hecho de fingir se convierte en un valor en sí mismo. La mediocracia lleva a todo el mundo a subordinar cualquier tipo de deliberación a modelos arbitrarios promovidos por instancias de autoridad. Hoy figuran entre sus ejemplos el político que explica a los votantes que se tienen que someter a los designios de los accionistas de Wall Street; o el profesor universitario que considera que el trabajo de un alumno es “demasiado teórico y demasiado científico” cuando sobrepasa las premisas que se habían expuesto previamente en un PowerPoint; o el productor cinematográfico que insiste en adjudicarle a un famoso un papel protagonista en un documental sobre un tema con el que este no tiene ninguna relación; o el experto que demuestra su “racionalidad” argumentando largamente a favor de un crecimiento económico (irracional). Zinoviev ya era consciente de las posibilidades del trabajo simulado como fuerza psicológica para alterar las mentes:

«La imitación del trabajo al parecer solo precisa de un resultado, o más bien de la mera posibilidad de justificar el tiempo que se ha invertido: la comprobación y la evaluación de los resultados las llevan a cabo personas que han participado de la simulación, que guardan relación con ella y tienen interés en perpetuarla».

Cabría pensar que un rasgo común entre quienes comparten este poder sería el de una sonrisa cómplice. Al creerse más listos que todos los demás, se complacen con frases cargadas de sabiduría tales como: “Hay que seguir el juego”. El juego –una expresión cuya absoluta vaguedad encaja perfectamente con el pensamiento del mediocre– requiere que, según el momento, uno acate obsequiosamente las reglas establecidas con el solo propósito de ocupar una posición relevante en el tablero social, o bien que eluda con ufanía tales reglas –sin dejar nunca de guardar las apariencias–, gracias a múltiples actos de colusión que pervierten la integridad del proceso.

Alain Deneault es filósofo y escritor, profesor de Sociología en la Universidad de Québec y autor de Paraísos fiscales. Una estafa legalizada (2017). Este texto es un extracto de su libro Mediocracia. Cuando los mediocres toman el poder, que publica Turner el 4 de septiembre.

Fuente:

https://elpais.com/elpais/2019/08/30/ideas/1567166223_815812.html

Carlos Bardem

7 preguntas filosóficas a Carlos Bardem

El actor y escritor español Carlos Bardem nació en 1963 en Madrid.
El actor y escritor español Carlos Bardem nació en 1963 en Madrid. Diseño hecho a partir de una foto cedida por la editorial Plaza y Janés.

Dice el actor Carlos Bardem, licenciado en Historia y diplomado en Relaciones Internacionales, que llegó a la Filosofía por la necesidad de entender la realidad. Y le ha ayudado en la vida y también en su faceta profesional como guionista y como escritor. En su última novela,Mongo Blanco, plagada de acción y aventura y alabada por crítica y lectores, hay recursos filosóficos. 

1 ¿Por qué se acercó usted a la filosofía?
Por la misma razón que me acerqué a la escritura, por la necesidad de entender, de comprender mejor la realidad y las construcciones mentales heredadas. Mi propio paso del mythos al logos. Buscar respuestas a lo que de un modo intuitivo era ya una fuerte discordancia entre realidad material y relato. Por supuesto, este acercamiento se produce desde un mismo lugar: la lectura.

Mongo Blanco, de Carlos Bardem (Plaza y Janés).
Mongo Blanco, de Carlos Bardem (Plaza y Janés).

2 ¿Cree que ese interés repercute de alguna manera en su profesión o en su forma de ser?
En mi faceta de novelista y guionista desde luego. Todas mis novelas parten de una inquietud, de una obsesión por explicar, a mí mismo en primer lugar, alguna realidad. La violencia, el origen y práctica de la violencia, por ejemplo. Es un tema recurrente en mi obra. Influye incluso en mi proceso de escritura. Mongo Blanco está planteado como un diálogo entre dos visiones absolutamente opuestas del mundo, antagónicas, y en la que uno de los personajes somete a otro a una especie de interrogatorio que tiene mucho que ver con una vía de conocimiento, en una inversión de roles entre maestro y alumno, la mayéutica socrática. Un recurso filosófico que se convierte en una útil herramienta narrativa, que permite a un personaje hacerle al gran negrero las preguntas que todos le haríamos a un esclavista del XIX si lo tuviéramos delante y no peligrara nuestra integridad.

En un marco más amplio, por supuesto que lo que escribo está enmarcado en el materialismo dialéctico, filosofía a la que me siento más cercano. Y en otra ampliación, la persona que soy está adscrita a una ideología y visión del mundo determinada por una opción filosófica.

Manifiesto comunista, de Marx y Engels (Alianza).
Manifiesto comunista, de Marx y Engels (Alianza).

3 ¿Qué libro filosófico le ha marcado y por qué?
El Manifiesto comunista. No es solo un programa político. Es mucho más que eso. Es un análisis profundo de la realidad, es filosofía. Y de una vigencia pasmosa en sus conclusiones.

4 ¿Qué idea o pensamiento suyo debería materializarse, no tardando mucho, por el bien de la humanidad?
Uno no mío, de Jeremy Bentham: «La mayor felicidad para el mayor número». Urge.

5 ¿Qué idea comúnmente establecida en la sociedad debería desaparecer, no tardando mucho, por el bien de la humanidad?
Cualquiera que nos devuelva al aspecto irracional y reaccionario del peor Idealismo. Pienso concretamente en las religiones, las iglesias, la inoculación de ideas inmovilistas en beneficio de unos pocos, cosas como «siempre ha habido ricos y pobres» (que es falso y niega cualquier posibilidad de evolución) o «Dios lo quiere».

El manifiesto comunista, de Marx y Engels (La Otra H).
El manifiesto comunista, Marx y Engels (La Otra H).

6 ¿Qué pensador actual le interesa particularmente y por qué?
Me divierte el caos feroz y feraz de Slavoj Zizek. Siempre encuentro entre sus contradicciones imágenes y pensamientos brillantes, estimulantes. Estoy descubriendo a Julián Baggini; me interesa lo bien que conecta el análisis de los fenómenos más actuales con el bagaje de la filosofía clásica. En España me encanta releer a José Antonio Marina.

7 ¿Una frase que le represente?
«(…) el mundo acabará con la carcajada general de amenos guasones creyendo que se trata de un chiste». Diapsálmata, Sören Kierkegaard. 

Fuente:

https://www.filco.es/7-preguntas-filosoficas-a-carlos-bardem/

ANTONIO MUÑOZ MOLINA

La hermandad del sentido común

Escritores como Raffaele La Capria animan a mirar con ojos propios, no con los anteojos prestados de las ideas de otros

El escritor italiano Raffaele La Capria, en 1980.
El escritor italiano Raffaele La Capria, en 1980. MARCELLO MENCARINI (LEEMAGE)

 

Casi hasta ayer mismo no sabía nada de Raffaele La Capria y hoy lo leo como si escuchara una voz familiar y reconociera en ella la cordialidad de un amigo. La Capria, que cumplirá pronto 100 años, ha escrito novelas, autobiografías, ensayos, incluso guiones de algunas películas italianas memorables de Francesco Rosi, pero yo solo conozco de él un libro breve y luminoso, La mosca en la botella. Elogio del sentido común, traducido y anotado cuidadosamente por Salvador Cobo. Empecé a leerlo hace solo unos días, y como tiene poco más de 100 páginas y está escrito como a rachas, en fragmentos, en anotaciones sucesivas de diario, me gusta unas veces abrirlo al azar y otras volver al principio y seguir leyendo en un orden que nunca es rígido ni lineal, ni mucho menos argumentativo. En algún momento La Capria cita el último libro de Rousseau, Divagaciones del paseante solitario. Hay mucho de esa libertad reflexiva en cada una de estas páginas, una elección de estilo que se corresponde con una actitud moral, la de dejar que las cosas, las ideas, vayan sucediendo a su aire en lugar de imponerles una dirección autoritaria, y también la de observar la realidad con una especie de cortesía, de cautela, procurando apreciarla con la mayor claridad posible, sin imponerle los moldes del prejuicio ni someterla a la niebla de las abstracciones intelectuales, de las temibles generalizaciones de la filosofía o de la ideología, o de esos saberes o pseudosaberes académicos que consisten sobre todo en el manejo de una jerga impenetrable.

Leo a La Capria con la alegría y la gratitud del descubrimiento. Cada nueva admiración ensancha el espíritu. Lo leo y, aunque él no los citara, reconozco muy pronto la huella de otros escritores que pertenecen a la hermandad antigua y dispersa del sentido común: Montaigne, Stendhal, Chéjov, Orwell. Lo que distingue a cada uno de ellos es la obstinada decisión de no dejarse arrastrar por ningún delirio; de enfrentarse, en palabras de Orwell, a la tarea tan difícil de mirar aquello que está delante de los ojos: “No las grandes verdades cuyos secretos solo se revelan a unos pocos”, dice La Capria, “sino las múltiples, pequeñas y obvias verdades que tienen lugar ante nuestra mirada, a la vista de todos, y que en cambio se pretenden negar”. El sentido común sería un ángel de la guarda que debe acompañarnos siempre y advertirnos de los espejismos cada vez más perfeccionados que nos impiden ver las cosas como son, las coacciones exteriores y muchas veces íntimas que nos empujan a aceptar lo inaceptable y a no saber distinguir entre la palabrería y la sabiduría. La Capria escribe en la Italia de los años noventa, cuando todavía eran recientes las tremendas borrascas ideológicas y las secuelas del 68, con toda la fantasía palabrera y sanguinaria de las Brigadas Rojas, con toda la impostura intelectual que venía de París, y que envolvía cualquier experiencia, pública o privada, cualquier sensación, cualquier proyecto político, cualquier libro o película o pieza de arte en un guiso verbal de marxismo, estructuralismo, psicoanálisis, nihilismo, etcétera. Escribe La Capria: “La conceptualización convencional de todo lo cognoscible y hasta de la vida misma en fórmulas, preceptos y simplificaciones (a veces atroces) camina de la mano del autoritarismo. Es siempre una élite dominante culturalmente la que promulga fórmulas, preceptos y simplificaciones donde se compendia todo aquello que se debe pensar y hacer para ser normales, o para ser transgresivos dentro de la normalidad”.

El sentido común no es la aceptación aburrida de lo que se da por supuesto, sino la interrogación atenta y con frecuencia irónica de muchas cosas que parecen evidentes y resultan no ser más que embustes aceptados

El ángel de la guarda del sentido común lo anima a uno a mirar a las personas y las cosas con sus propios ojos, no con los anteojos prestados de las ideas o los conceptos de otros, de los que mandan, de los que gritan más, de los que dictan la moda; y también a esforzarse a decir lo que tiene que decir con sus propias palabras, no con los términos infecciosos que de pronto repite todo el mundo. El ejercicio del sentido común es una tarea solitaria y una rebeldía privada, pero en vez de aislarlo a uno en la extravagancia del malditismo o de la soberbia resulta que lo acerca a la comunidad extensa de los otros, los que no sienten la necesidad de fingir sus gustos ni impostar sus opiniones: “Referirse al sentido común significa esforzarse por restablecer el equilibrio entre las cosas y los sentidos que las perciben, con el fin de no sentirse separado de ella, separado de esa sensibilidad que básicamente nos pertenece a todos, y que, si bien está distribuida en dosis distintas, todos compartimos”.

El pseudoexperto que vigila con celo el campo mínimo de su especialidad nos asegura que solo él dispone de los elementos de juicio necesarios para apreciar una obra de arte, un libro, una situación política. El ideólogo quiere imponer no solo los mandamientos de su dogma macizo, sino también las palabras con las que han de nombrarse las cosas. El dirigente o el charlista político busca marearnos y abrumarnos con su palabrería, y está dispuesto a afirmar bajo juramento que lo blanco es negro, que la corrupción es honradez, que la opresión es libertad. La Capria habla de Italia en los noventa, pero lo que dice suena como si estuviera escrito para nosotros y ahora mismo: “La impecable, irreductible, diabólica presunción conceptual de tantísimos intelectuales italianos custodia la mentira política e ideológica con más solvencia que la caja fuerte de un banco”.

El sentido común nos hace escépticos, pero no cínicos, porque si nos enseña los límites inevitables de la inteligencia y de las capacidades humanas también nos hace conscientes de la diferencia entre la verdad y la mentira y de la valiosa singularidad de cada persona y de cada experiencia concreta. El sentido común no es la aceptación aburrida de lo que se da por supuesto, sino la interrogación atenta y con frecuencia irónica de muchas cosas que parecen evidentes y resultan no ser más que embustes aceptados. Como nos enseña a no saberlo todo de antemano, el sentido común nos sume con frecuencia en la incertidumbre, y también en el asombro. Nos hace templados y nos radicaliza. Nos puede volver pragmáticos y a la vez subversivos. Nos hace sensibles y respetuosos hacia las diferencias y sin embargo nos anima a ponernos de acuerdo en cosas esenciales, en mejoras concretas para la mayoría. Leyendo a Raffaele La Capria uno comprende con alarma que la falta de sentido común que se ha adueñado en estos últimos meses de la vida pública española es tan desoladora y ya tan amenazante como la que él denunciaba en la Italia de 1996.

La mosca en la botella. Elogio del sentido común. Raffaele La Capria. Traducción de Salvador Cobo. Ediciones del Salmón, 2019. 147 páginas. 13 euros.

Teresa de Ávila

Teresa de Ávila: vivir, pensar, sufrir, amar

Vivió por y para Dios. Tenía una espiritualidad fuera de lo común, no siempre fácil de entender. Los libros y las cerca de 500 cartas que han llegado hasta hoy, de las 15.000 que se calcula que escribió, reflejan su vida, su fe y sus periodos de dudas, que los tuvo. “Quien a Dios tiene, nada le falta. Solo Dios basta”. Y con esta idea y este amor grabados a fuego en el pensamiento y el corazón, Teresa de Ávila dio todos los pasos que marcaron su vida desde muy joven hasta su muerte, a los 67 años, un día como hoy, 4 de octubre, de 1582.

     Por Amalia Mosquera

"Teresa de Ávila. Las tres vidas de una mujer", de Erika Lorenz, publicado por la editorial Herder.
“Teresa de Ávila. Las tres vidas de una mujer”, de Erika Lorenz, publicado por Herder.

“Sus escritos han pasado a formar parte de la historia de la literatura universal: la expresión escrita de sus vivencias interiores la presenta como un talento literario de estatura milenaria”, escribe sobre ella Erika Lorenz en el libro Teresa de Ávila. Las tres vidas de una mujer, publicado por Herder. Tres vidas que caben en una de mucho más de 67 años, los que ella vivió más los siglos que ha sumado con la influencia de su obra y su estela. La primera, la de sus encuentros iniciales con Dios, los reunió en su autobiografía, Libro de la vida, “la primera obra de valor literario en ese género aparecida en Occidente desde San Agustín”, dice Lorenz, que “se ha entendido una y otra vez como si en ella apareciera retratada la imagen válida y definitiva de su vida de santa. Sin embargo, los datos de la obra señalan que surgió como una justificación de Teresa frente a sus confesores a causa de las primeras experiencias místicas que tuvo entre los años 1555 y 1560”.

La obra estaba incompleta. Teresa no conseguía encontrar las palabras adecuadas, perfectas, para explicar con exactitud sus vivencias. Tardó dos años, pero por fin las encontró, en 1562, durante unas semanas de tranquilidad en casa de una amiga. Allí, “la expresión literaria cobró impulso”, cuenta Lorenz. Así que añadió el relato de su primera fundación y las experiencias interiores que vivió en el nuevo convento.

Y a partir de aquí, más vidas. El final de su autobiografía no marcaba el final de todo lo que Teresa de Jesús tenía que vivir, pensar, contar. Le quedaba su vida como “incansable fundadora itinerante de nuevos conventos” y “nuevas y revolucionarias indicaciones para la vida de oración contemplativa personal”, describe Erika Lorenz.

“Su autobiografía, Libro de la vida, fue la primera obra de valor literario en ese género aparecida en Occidente desde San Agustín”, escribe Erika Lorenz

"Camino de perfección", de Teresa de Jesús, en edición de Paidós.
“Camino de perfección”, de Teresa de Jesús, en edición de Paidós.

Tres buenas muestras de lo que escribió Teresa sobre su viaje interior, y tres buenas vías para conocer su pensamiento y sus sentimientos: ese Libro de la vida, que recoge su forma de ser y sus experiencias humanas y también las sobrenaturales; luego, de manera más extensa, Camino de perfección; y Castillo interior o Las moradas. La Teresa joven, la Teresa adulta y la Teresa ya mayor, y en todas, aunque transformada, la profunda esencia que marcó su vida: esa inusual espiritualidad que le hizo alcanzar el éxtasis y sufrir; sentir, temer, amar, entregarse y dolerse; pensar, creer, dudar, desesperar, torturarse, preguntar y preguntarse. “La única razón que encuentro para vivir es sufrir y eso es lo único que pido para mí”, escribió una Teresa devota hasta el extremo.

Una familia noble muy numerosa

El nombre que escogió para entrar en el convento, el de su amado Jesús, da idea de su devoción y entrega. Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada vivió en el siglo XVI. Nació en Gotarrendura, Ávila, el 28 de marzo de 1515. Miércoles, cinco de la mañana, anotó su padre, Alonso Sánchez de Cepeda, en los datos de la llegada al mundo de su hija. Alonso se había casado en segundas nupcias con una noble de Castilla, Beatriz de Ahumada. Él tenía dos hijos de su matrimonio anterior, y a ellos se unió la familia numerosa que tuvo con Beatriz: 10 hijos más, entre ellos Teresa, la tercera, que, dicen, era la favorita de su padre.

"Libro de la vida", de Teresa de Jesús, publicado por San Pablo.
“Libro de la vida”, de Teresa de Jesús, publicado por San Pablo.

“Éramos tres hermanas y nueve hermanos. Todos parecieron a sus padres, por la bondad de Dios, en ser virtuosos, si no fui yo, aunque era la más querida de mi padre. Y antes que comenzase a ofender a Dios, parece tenía alguna razón; porque yo he lástima cuando me acuerdo las buenas inclinaciones que el Señor me había dado y cuán mal me supe aprovechar de ellas”, escribe Teresa en Libro de la vida.

A los 7 años, Teresa intentó fugarse de casa junto a su hermano Rodrigo para marcharse “a tierra de moros, en busca del martirio”. El intento salió mal, pero demuestra la religiosidad que ya tenía en su infancia y su carácter decidido. Años más tarde habría una nueva escapada, y esta ya no fracasaría. Su padre no le daba permiso para ingresar en el convento de las carmelitas de la Encarnación, que era su deseo, así que en 1535, con 20 años, se fuga para tomar los hábitos. Lo tenía decidido, aunque sentimentalmente no fue fácil. “Aquel día, al abandonar mi hogar, sentía tan terrible angustia que llegué a pensar que la agonía y la muerte no podían ser peores de lo que experimentaba yo en aquel momento. El amor de Dios no era suficientemente grande en mí para ahogar el amor que profesaba a mi padre y a mis hermanos”, dijo.

De los libros de santos a los libros de caballerías

Pero sí, el amor a Dios ya estaba dentro de ella. “Para mí la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada al cielo, un grito de agradecimiento y de amor en las penas como en las alegrías”. Su padre ya la había llevado en una ocasión a un convento. Beatriz, su madre, había muerto cuando Teresa tenía 13 años. Con ella compartió su devoción y su gusto por la lectura. Empezó leyendo vidas de santos y después pasó a los libros de caballerías, que despertaron en ella muchas cosas, entre otras el afán por presumir y mostrarse especialmente agradable con sus primos. “Comencé a pintarme y a ser coqueta”, explicó ella. Esta actitud inquietó a su padre, que decidió internarla en el convento de las Agustinas de Gracia de Ávila, donde se educaban chicas de la nobleza, como ella. Pero Teresa sufrió una grave enfermedad que la obligó a salir del convento. En su convalecencia, su tío le dio a leer las Epístolas de San Jerónimo, y estas encendieron una mecha que ella ya llevaba dentro: se decidió a entrar en las carmelitas, aunque su padre no la dejara.

“Llegó un día a casa de su tío Pedro de Cepeda, que, al igual que Alonso, era un hombre muy culto, de mentalidad judía, que se esforzaba seriamente por adquirir un espíritu cristiano (…). Teresa no mencionó el hecho puesto que debía ocultar su origen tanto en el convento de la Encarnación como frente a la Inquisición. Durante la visita a su tío Pedro, este dio a la sobrina, lectora apasionada desde la infancia hasta la muerte, numerosos libros de buena lectura, todos de contenido ascético. Según refiere Teresa, estos trataban acerca ‘de Dios y de la vanidad del mundo’, y, aunque, como admite, no eran de su gusto, le causaron tan fuerte impresión que no pudo sustraerse a su influjo”, cuenta Erika Lorenz en su libro.

“Para mí la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada al cielo, un grito de agradecimiento y de amor en las penas como en las alegrías”

Teresa de Jesús ingresó en el convento de la Encarnación de clausura de monjas carmelitas, en Ávila, en el año 1535, de donde llegó a ser madre priora, antes de comenzar las fundaciones de conventos de su nueva orden religiosa: las carmelitas descalzas.

Firma de Teresa de Jesús. De dominio público, distribuida por Wikimedia Commons bajo licencia CC0 1.0 Universal (CC0 1.0).
Firma de Teresa de Jesús. De dominio público, distribuida por Wikimedia Commons bajo licencia CC0 1.0 Universal (CC0 1.0).

“Lo sorprendente en la figura de esta doctora de la Iglesia en el campo de la mística es el largo período de tiempo que necesitó para hacer propia la oración mental. Escribe Teresa: ‘No sabía cómo proceder en oración ni cómo recogerme’. Esto no dependía tanto de las imperfecciones del convento que Teresa había elegido en 1535, el Convento de Santa María de la Encarnación, de Ávila, como de las propias exigencias interiores de Teresa. Tampoco sus hermanas religiosas sabían orar mejor, pero no lo consideraban un problema. Era un convento grande, relativamente lujoso, sin clausura estricta, con buena voluntad y mucho movimiento y falta de quietud. Teresa vivió aparentemente contenta en ese convento durante dieciocho años. En realidad, tal como ella misma lo indica, el motivo de su entrada al convento no había sido un gran amor a Dios, sino el miedo ante el infierno, relacionado con el temor de verse obligada a casarse sin amor y a una vida carente de espíritu, ajena a su naturaleza”, escribe Erika Lorenz en Teresa de Ávila. Las tres vidas de una mujer.

A un paso de la muerte con 23 años

En 1538, con 23 años, se pone de nuevo enferma; esta vez parece la definitiva: Teresa llega a estar a un paso de morir. En el convento de la Encarnación le preparan su sepultura y hasta celebran un funeral por ella. Pero cuatro días después recupera la vida. Erika Lorenz lo explica así: “Tan profundo es el coma que la santa, a quien se presume ya muerta, no se da cuenta de que le echan cera derretida sobre los párpados, o de que su hermano, que vela junto a la presunta difunta, se queda dormido y la cama se prende fuego. La ausencia de reacción de Teresa es un claro indicio de que no se trataba de un estado histérico. Se le administró la extremaunción y, como ella misma relató en tono algo jocoso tiempo después, se recitó una y otra vez el credo frente a sus oídos sordos. No obstante, su padre no perdió la esperanza, a pesar de que, en el convento de la Encarnación, ya habían cavado su tumba. Él creía sentir todavía un débil pulso que otros no percibían. Y, realmente, Teresa volvió en sí al cuarto día e intentó, asustada, quitarse la cera de los párpados”.

"Teresa de Jesús. Con los pies descalzos", de Montserrat Izquierdo, editado por San Pablo.

A partir de ese momento empieza la época más dura en la vida de Teresa. Durante estos años, según ella explicó, aprendió a confiar ilimitadamente en Dios y empezó a practicar el método de oración del recogimiento. En 1543 tiene que salir del convento para cuidar a su padre. En la Navidad de ese año, Alonso muere. A su regreso al convento, Teresa pasó diez años oscuros entre periodos de desesperanza y otros entregada a la oración. El momento definitivo en su vida y su fe ocurrió en 1554, al contemplar una talla policromada de un Ecce homo de Cristo llagado. Tenía 40 años. “Ese día nace Teresa de Jesús y comienza la segunda etapa de su vida. La de su fecundidad espiritual, mística y literaria”, dice Montserrat Izquierdo, autora del libro Teresa de Jesús. Con los pies descalzos.

“El incipiente Renacimiento se esforzaba por el individuo y su propia experiencia. El hombre, buscador de la verdad, ya no procede infiriendo deductivamente de lo general a lo particular (…), sino de lo particular a lo general. Este método exigía concreción y consideración de las necesidades vitales del individuo. Tanto es Teresa una representante de ese tiempo que la palabra ‘fe’ sólo aparece en sus escritos raras veces y sin mayor relieve, mientras que la palabra ‘experiencia’ se presenta en incontables pasajes”, explica Erika Lorenz.

Teresa pasó diez años oscuros entre periodos de desesperanza y otros entregada a la oración. El momento definitivo en su vida y su fe ocurrió en 1554, al contemplar una talla policromada de un Ecce homo de Cristo llagado. Tenía 40 años. Nace Teresa de Jesús y comienza la segunda etapa de su vida

Visiones y éxtasis

De entonces son sus primeras visiones y sus temores de estar siendo engañada por el demonio, según ella misma dice. Tenía 43 años cuando vivió por primera vez un éxtasis. Entre 1559 y 1561 tuvo numerosas visiones, tantas que sus superiores le prohibieron que se dejara llevar por esa fuerte devoción mística. “Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero”.

Vivo sin vivir en mí

Vivo sin vivir en mí
y tan alta vida espero
que muero porque no muero.

Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor,
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí;
cuando el corazón le di puso en mí este letrero:
“Que muero porque no muero”.

Esta divina unión,
y el amor con que yo vivo,
hace a mi Dios mi cautivo
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a mi Dios prisionero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel y estos hierros
en que está el alma metida!
Sólo esperar la salida
me causa un dolor tan fiero,
que muero porque no muero.

Acaba ya de dejarme,
vida, no me seas molesta;
porque muriendo, ¿qué resta,
sino vivir y gozarme?
No dejes de consolarme,
muerte, que ansí te requiero:
que muero porque no muero.

¿Qué movía el querer de Teresa?, se pregunta Erika Lorenz. Y la respuesta la resume en tres conceptos clave: oración interior, dignidad humana de las minorías –entre las que se contaban también las mujeres, tratadas con menosprecio– y unidad de la fe cristiana. “Quería rescatar el tesoro de la ‘oración interior’ cristiana como contemplación silenciosa y liberarlo así de la amenaza de las corrientes inquisitoriales de su tiempo, que se le oponían sospechando en todas partes donde se oraba de forma ‘mística’ la presencia de las sectas de los ‘alumbrados’”.

La oración fue el camino para conocer a Dios y, de paso, conocerse a sí misma, dispuesta a llegar hasta su último rincón interior y cuestionarse y exigirse hasta el límite.

"Las moradas", de santa Teresa de Jesús, editado por Biblioteca nueva.

“No es pequeña lástima y confusión que, por nuestra culpa, no entendamos a nosotros mismos ni sepamos quién somos. ¿No sería gran ignorancia, hijas mías, que preguntasen a uno quién es, y no se conociese ni supiese quién fue su padre ni su madre ni de qué tierra? Pues si esto sería gran bestialidad, sin comparación es mayor la que hay en nosotras cuando no procuramos saber qué cosa somos, sino que nos detenemos en estos cuerpos, y así a bulto, porque lo hemos oído y porque nos lo dice la fe, sabemos que tenemos almas. Mas qué bienes puede haber en esta alma o quién está dentro en esta alma o el gran valor de ella, pocas veces lo consideramos; y así se tiene en tan poco procurar con todo cuidado conservar su hermosura: todo se nos va en la grosería del engaste o cerca de este castillo, que son estos cuerpos”, escribe Teresa de Jesús en Castillo interior o Las moradas.

En septiembre de 1582, Teresa llega al monasterio de Alba de Tormes (Salamanca) muy enferma. “En fin, muero hija de la Iglesia” fueron sus últimas palabras antes de morir el 4 de octubre. La enterraron en este monasterio. Antes de que pasara un año, exhumaron su cuerpo y lo encontraron incorrupto. Este, todavía incorrupto, se encuentra en la Iglesia de la Anunciación de Nuestra Señora de Alba de Tormes, custodiado por nueve llaves, aunque le faltan muchas partes, que se amputaron para ser adoradas como reliquias, diseminadas por todo el mundo. Un sacerdote le amputó una mano que llevó al convento de las carmelitas de Ávila, sin el meñique, que se quedó. En Alba de Tormes se conservan dos relicarios con el brazo izquierdo y el corazón de la santa. Un pie y parte de la mandíbula están en Roma. La mano izquierda, en Lisboa. Un dedo, en París. Pero la reliquia que ha tenido una existencia más agitada ha sido la primera mano que se le cortó, que hoy está en la Iglesia de la Merced de Ronda, Málaga. En el convento de San José del Carmen, en Sevilla, se encuentran la capa con la que murió, el manuscrito original de Las moradas y el único retrato real de la Teresa de Jesús.

Otros escritores opinan sobre Teresa de Ávila

En su libro Teresa de Ávila. Las tres vidas de un mujer, Erika Lorenz recoge las opiniones de autores españoles posteriores sobre ella.

Azorín dijo sobre la obra autobiográfica de Teresa de Ávila: “La Vida de Teresa, escrita por ella misma, es el libro más hondo, más denso, más penetrante que existe en ninguna literatura europea; a su lado, los más agudos analistas del yo –un Stendhal, un Benjamín Constant– son niños inexpertos. Y eso que ella no ha puesto en ese libro sino un poquito de su espíritu; es decir, de todos los trances múltiples, accidentales, viceversas y complicaciones de su espíritu. Pero todo en esas páginas, sin formas del mundo exterior, sin color, sin exterioridades, todo puro, denso, escueto, es de un dramatismo, de un interés, de una ansiedad trágicos”.

Camilo José Cela dijo sobre ella: “Santa Teresa es la cumbre de la prosa mística española, como San Juan de la Cruz lo es de la poesía. Su amor a Dios lo expresa en la lengua viva de su tiempo, espontánea y tierna, emocionada y popular, y de forma tan eficaz que su mano parece guiada por un ángel”.

Gerardo Diego afirmó sobre Teresa de Jesús: “El mayor milagro de Santa Teresa es ella misma. Y para nosotros, los que nacimos siglos después, su obra en la que la estamos viendo. No creo que se haya dado otro caso de autenticidad y testimonio de escritor como el de Santa Teresa, por lo mismo que no es profesional, sino que obedece a más altos designios y por su voz humana habla constantemente el Espíritu realizándose así la más perfecta unidad (…). Santa Teresa es inconmensurable. No hay unidad de medida aplicable a ella y a un Fray Luis de León, un San Juan de la Cruz, un Cervantes (…). Es ella escribiendo y nada más. Santa Teresa escribe; no tanto como habla, sino como es. Es escribiendo, lo es en su totalidad y unidad”.

Fuente:

https://blogs.herdereditorial.com/filco/teresa-de-avila-vivir-pensar-sufrir-amar/

 

 

 

 

Blaise Pascal

Gabriel Albiac es el autor de una nueva y exhaustiva edición crítica de los «Pensamientos» de Pascal, que incluye el acceso digital a los originales de la obra

Tras una existencia de intenso sufrimiento físico, Blaise Pascalmurió el 19 de agosto de 1662. Había cumplido treinta y nueve años. Tiempo suficiente para haber inventado la primera máquina de calcular de la historia, para haber desarrollado conceptos como la presión y el vacío y para sentar las bases de la teoría de las probabilidades. Pascal tuvo tiempo para eso y mucho más, pero no pudo acabar la obra más ambiciosa de su vida: una apología del cristianismo que sus amigos esperaban con ansiedad.

Al registrar sus pertenencias personales tras su fallecimiento, no se encontró ni rastro de esta obra pero sí se halló un gran número de papeles, cortados de grandes pliegos y de diversos tamaños, en su mayoría cosidos en legajos. Pronto quedó claro que las anotaciones carecían de una sistemática concreta y que tampoco suponían el borrador de un nuevo trabajo. Esos documentos eran reflexiones y citas recogidas de otros autores, fragmentos en suma de muy difícil clasificación.

Revisiones de la obra

Ocho años después de su muerte, sus amigos jansenistas decidieron ordenar y editar esos papeles, que aparecieron bajo el título Pensamientos sobre la religión y otras cuestiones. El intento era loable, pero adolecía de fallos e incorrecciones porque no se guiaron por el texto original sino por una copia que se había realizado por orden de la familia Perier, con la que mantenía vínculos de estrecha amistad.

Desde la publicación de esta primera versión de los Pensamientos, un título convencional que se improvisó en esa edición de 1670, ha habido otras muchas revisiones de esta obra póstuma de Pascal. Entre ellas, la de Leon Brunschvicg, acabada en 1904.

Merece, por ello, la pena subrayar el enorme desafío intelectual acometido por Gabriel Albiac, catedrático de Filosofía y columnista de ABC, que ha dedicado años a la investigación de los legajos de Pascal y sus diversas reconstrucciones para ofrecernos una completa edición crítica de los Pensamientos, que incluye un estudio preliminar, con traducción y notas del profesor de la Complutense.

Los «Pensamientos» suponen el legado de un alma doliente que intenta dejar huella en un mundo convulso

Una de las innovaciones de esta cuidadosa edición, que supone un despliegue de erudición sobre la obra de Pascal, es la indexación de las anotaciones a una base de datos digital, que permite acceder a los manuscritos originales, llenos de tachaduras y rectificaciones. Ello supone una valiosa herramienta para quien quiera profundizar en el legado de Pascal, cuyo atractivo sigue creciendo con el paso del tiempo.

Contemporáneo de Descartes, Pascal fue un pensador que intentó reconciliar el cristianismo con la ciencia, la virtud con el saber y los sentimientos con la razón. Pero en última instancia creía que la fe era un acto de renuncia absoluta y de entrega a Dios.

Los Pensamientos son, en cierta forma, el testimonio de esa conversión sufrida por Pascal en 1654, cuando una noche sintió la presencia del Ser Supremo con una extraordinaria intensidad mientras rezaba. El acontecimiento marcó sus últimos años de existencia, en los que prácticamente se retiró de la vida mundana.

Ortodoxia de la fe

«Pascal escribe al borde de la tumba. No hay por ello lugar a la comedia», subraya Albiac, que evoca al filósofo tachando, recortando, cosiendo sus legajos mientras la muerte estrecha su cerco. En ese sentido, los Pensamientos son el legado contra reloj de un alma doliente que intenta dejar su huella en un mundo convulso, en el que los jansenistas y los jesuitas pugnaban por fijar la ortodoxia de la fe. También en esta polémica Pascal tomará partido con sus demoledoras Cartas provinciales por Port Royal, la abadía inspirada por la visión del obispo holandés Jansenio, próxima al calvinismo.

Plena vigencia

Dicho todo esto, ¿tiene sentido leer hoy a un místico como Pascal? La respuesta no ofrece ninguna duda: sí. Y ello porque los dilemas y las reflexiones de sus Pensamientos son de una hondura y una sinceridad que resultan muy difíciles de encontrar entre sus contemporáneos. En muchos momentos, evocan los Ensayos de Montaigne.

Pascal subrayaba que merece la pena apostar cuando hay mucho que ganar. Esta edición es una apuesta que hay que agradecer a Gabriel Albiac y a la editorial Tecnos. Han tenido el valor de emprender una aventura tan ambiciosa y arriesgada como justificada porque los Pensamientos son y serán un texto indispensable para los amantes de la filosofía y para quienes disfruten de estos clásicos en los que siempre podemos buscar y encontrar.

Fuente: https://www.abc.es/cultura/cultural/abci-valor-apostar-blaise-pascal-201811250225_noticia.html

Byung-Chul Han

Una metateoría del entretenimiento

El Surcoreano Byung-Chul Han, uno de los filósofos contemporáneos con mayor repercusión, pública «Buen entretenimiento» (Herder). Babelia adelante un capítulo.

 

¿Qué es entonces entretenimiento? ¿Cómo se pue­de explicar que en nuestros días parezca impreg­narlo todo: «Infotainmentedutainmentservotainmentconfrotainment, drama documental»? ¿Qué es lo que engendra estos «formatos híbridos» del entreteni­miento, que cada vez son más numerosos? ¿El en­tretenimiento del que hoy tanto se habla no es más que un fenómeno conocido desde hace tiempo que en nuestros días, por el motivo que sea, cobra más relevancia pero sin anunciar nada nuevo?

Uno puede darle todas las vueltas que quiera: a los hombres les gusta entretenerse, ya sean solos, con otros, a costa de otros y de cualquier cosa, y se chi­flan por historias llenas de aventuras, por imágenes coloridas, por una música marchosa y por juegos de todo tipo, o dicho brevemente, por una communication light, por participar sin ceremonias y sin grandes pre­tensiones ni reglas. Supuestamente eso ya fue siempre así, y seguirá siendo así mientas sigamos programados para la sensación de placer y la sociabilidad.

¿La ubicuidad del entretenimiento de hoy no re­mite entonces a ningún proceso inusual, a ningún acontecimiento singular que no hubiera habido an­tes? ¿O después de todo se anuncia algo extraor­dinario que caracteriza o constituye el hoy? «Está claro que todo es entretenimiento». Pero no está tan claro. No está nada claro que hoy todo deba ser entretenimiento. ¿Qué sucede aquí? ¿Nos hallamos ante una especie de cambio de paradigma?

Recientemente ha habido muchos intentos de elaborar un concepto del entretenimiento. Pero pa­rece que en el fenómeno del entretenimiento hay algo que se resiste tenazmente a ser fijado concep­tualmente. De este modo impera una cierta per­plejidad en relación con la definición conceptual. Esta dificultad no se puede eludir sin más con una historización del fenómeno:

A menudo conviene empezar con el desarrollo his­tórico, porque eso es casi siempre más revelador que comenzar con una definición. Como tantos otros fenómenos el entretenimiento comenzó en el siglo XVIII, porque solo en el siglo XVIII surgió la diferen­cia entre trabajo y ocio en sentido moderno.

La nobleza no necesitaba entretenimiento porque no hacía un trabajo regulado. Los eventos que or­ganizaban los nobles, tales como conciertos o re­presentaciones teatrales, eran «más bien actividades comunitarias que entretenimientos». Si no hay tra­bajo regulado tampoco hay ocio. Y si no hay ocio tampoco hay entretenimiento. Según esta tesis, el entretenimiento es una actividad con la que se lle­na el tiempo libre. Después de todo, así es como se define el ocio. Justamente esta definición implíci­ta del fenómeno construye su presunta facticidad histórica. Es paradójico que a la historización, que debería servir para hacer superflua la definición, le anteceda una definición. Más convincente, o por lo menos libre de contradicción, sería la tesis de que desde siempre hubo entretenimientos; los griegos no solo representaban teatros, sino que, como hacían los pretendientes de Penélope, tocaban con lira música li­gera; y Nausícaa se lo estaba pasando bien con sus ami­gas jugando a la pelota cuando la ola lanzó a Odiseo a la playa. Las monarquías medievales no solo construían monasterios, sino que también mantenían a bufones.

No tiene mucho sentido afirmar que los griegos o los romanos desconocían los entretenimientos por­que en aquella época no se hacía la distinción entre trabajo y ocio.

La ubicuidad del entretenimiento no se puede explicar simplemente en función de que cada vez hay más ocio, de que el entretenimiento cada vez cobra más relevancia a causa de un aumento del tiempo libre. Lo peculiar del actual fenómeno del entreteni­miento consiste más bien en que rebasa con mucho el fenómeno del ocio. Por ejemplo, el edutainment no se refiere en primer lugar al ámbito del ocio. La ubicuidad del entretenimiento se expresa como su totalización, que suprime justamente la distinción entre trabajo y ocio. Neologismos como labotain­ment o theotainment tampoco serían un oxímoron. La moral sería un allotainment. Surge así una cultura de las inclinaciones. Aquella historización que sitúa el entretenimiento en el siglo XVIII no acierta de nin­gún modo a captar la peculiaridad histórica del actual fenómeno del entretenimiento.

En la actualidad se señala a menudo la ubicuidad del entretenimiento:

El concepto de «entretenimiento», extrañamente cambiante y ambiguo, es de entrada un concepto neutral y abierto. También la información puede ser entretenida, e incluso el saber y el trabajo, y hasta el propio mundo.

¿Hasta qué punto el mundo mismo puede ser en­tretenido? ¿Se anuncia aquí una nueva comprensión del mundo o de la realidad? ¿El cambiante y am­biguo concepto de entretenimiento posiblemente remita a un acontecimiento especial que conduce a una totalización del entretenimiento? Si incluso el trabajo mismo tiene que ser entretenido, entonces el entretenimiento se desprende por completo de su referencia a aquel ocio como fenómeno históri­co, es decir, como fenómeno que surgió en el siglo XVIII. El entretenimiento es entonces mucho más que la actividad con la que se mata el tiempo libre. Incluso sería concebible un cognitainment. Este des­posorio híbrido de saber y entretenimiento no está forzosamente vinculado al ocio. Más bien formula una relación totalmente distinta con el saber. El cog­nitainment se opone al saber como Pasión, es decir, al saber que se sublimó como un fin en sí mismo, y que incluso se teologizó o se teleologizó.

También para Luhmann el entretenimiento no es más que un «componente moderno de la cultura del tiempo libre, que tiene como función eliminar el tiempo que sobra».7 Para definir el entreteni­miento Luhmann toma como modelo el juego. Los entretenimientos son como juegos, son «episodios» en la medida en que la realidad que en ellos se con­cibe como juego y que se extrae de la realidad nor­mal tiene una limitación temporal:

Durante el juego, no es que se pase a otro modo de conducción de la vida, sino únicamente se está entre­tenido sin estar cargado de otras cosas y sin dar oportu­nidad a otras cosas. En cada jugada algo queda marcado como juego, y puede de súbito romperse, cuando se toma en serio. El gato salta sobre el tablero de aje­drez.8

Evidentemente Luhmann tampoco se ha enterado de la novedad del fenómeno actual del entreteni­miento. El entretenimiento rompe aquella limi­tación temporal y funcional. Ya no es meramente «episódico», sino que, por así decirlo, se vuelve cróni­co, es decir, ya no parece concernir solo a la libertad, sino al propio tiempo. Así pues, no hay ninguna dife­rencia entre el gato y el tablero de ajedrez. Es más, el propio gato se consagra al juego. Tras la ubicuidad del entretenimiento posiblemente se esconda una totalización que se va imponiendo poco a poco. Mirándolo así, el entretenimiento está engendran­do, más allá de episodios aislados, un nuevo «estilo de vida», una nueva experiencia del mundo y del tiempoen general.

Según Luhmann, un sistema construye su pro­pia realidad con ayuda de un código binario. Por ejemplo, del sistema de la ciencia es constitutiva la distinción entre verdadero/falso. El código binario decide qué es real. El sistema de los medios de ma­sas, entre los que además de los ámbitos de las noti­cias y la publicidad se encuentra también el entrete­nimiento, opera con el código binario información/no-información:

Cada uno de estos ámbitos utiliza el código informa­ción/no-información, aunque en distintas versiones. Pero se diferencian entre sí, en razón de los criterios con los que seleccionan la información.9

El entretenimiento selecciona la información en función de criterios distintos a los que emplean las noticias o la publicidad. Pero el código binario in­formación/no-información es demasiado general, demasiado impreciso, como para marcar lo pecu­liar del entretenimiento o también de los medios de masas, pues la información, según Luhmann, es constitutiva de la comunicación en general. Esta no es por tanto nada específico de los medios de masas. Todacomunicación presupone que una informa­ción se selecciona, se comunica y se comprende. Además, como mero ámbito parcial de los medios de masas el entretenimiento lleva una existencia marginal. Por tanto, Luhmann no puede percibir ni explicar la ubicuidad del entretenimiento, que hace que este rebase con mucho el ámbito de los medios de masas.

Por ejemplo, el edutainment no se limita al sis­tema de los medios de masas, en el que Luhmann incluye el entretenimiento. En realidad pertenece al sistema de la educación. En la actualidad, el entre­tenimiento parece acoplarse a todo sistema social y modificarlo correspondientemente, de modo que los sistemas generan sus propias formas de entre­tenimiento. Precisamente el infotainment difumina la frontera entre noticias y entretenimiento como ámbitos parciales de los medios de masas. La teoría de sistemas de Luhmann no es capaz de registrar aquellos formatos híbridos. El entretenimiento se sale de aquella «clausura ficticia» que lo distingue de las noticias. Además, no siempre viene dado de forma inequívoca el «marco externo»,10 que hace ver que se trata de un entretenimiento, de un juego. Al fin y al cabo es posible que el mundo mismo se convierta en un tablero de ajedrez. El salto del gato no sería entonces más que una jugada. El marco de la «pantalla» marca las películas de ficción como en­tretenimiento, pero igualmente incluye las noticias. Ya la igualdad del marco externo hace que el en­tretenimiento y las noticias se mezclen. También se va borrando cada vez más la frontera entre «realidad real» y «realidad ficticia», que marca el entreteni­miento. Hace ya tiempo que el entretenimiento se ha hecho también con la «realidad real». Modifica todos los sistemas sociales sin marcar expresamente su propia presencia. Parece establecerse así un hiper­sistema que es coextenso con el mundo. El código binario entretenido/no-entretenido, en el que tal hiper­sistema se basa, tiene que decidir qué es idóneo para entrar a formar parte del mundo y qué no, es más, qué es en general.

El entretenimiento se eleva a un nuevo paradig­ma, a una nueva fórmula del mundo y del ser. Para ser, para formar parte del mundo, es necesario resultar entretenido. Solo lo que resulta entretenido es real o efectivo. Ya no es relevante la diferencia entre reali­dad ficticia y real, a la que aún se aferra el concepto de entretenimiento de Luhmann. La realidad misma parece ser un efecto del entretenimiento.

Al espíritu de la Pasión podrá parecerle que la totalización del entretenimiento es una decadencia. Pero en el fondo la Pasión y el entretenimiento es­tán hermanados. El presente estudio remite muchas veces a su convergencia oculta. No es casualidad que el artista del hambre de Kafka como personaje de la Pasión y su animal hedonista, a pesar de su di­ferente comprensión del ser y de la libertad, habiten la misma jaula. Vienen a ser dos figuras que siempre seirán alternando en el mismo circo.

‘Buen entretenimiento. Una deconstrucción de la historia occidental de la Pasión’. Byung-Chul Han. Traducción de Alberto Ciria. Herder.

Fuente:

https://elpais.com/cultura/2018/11/02/babelia/1541177461_951255.html

Para olvidarse de la felicidad

El pensamiento de Arthur Schopenhauer, padre del pesimismo metafísico, revive con nuevas traducciones y ensayos sobre sus obras

Arthur Schopenhauer, el padre del pesimismo metafísico, es uno de los filósofos más populares en España e Hispanoamérica; nuevos libros recientes vienen a vivificar su presencia en las librerías.

Es curioso el breve ensayo —aunque sustancial— del singular escritor francés Michel Houellebecq (1958). Este, al igual que les sucediera a Nietzsche, Thomas Mann o al austriaco Thomas Bernhard, quedó fascinado por el encuentro con las obras de Schopenhauer, allá por los años ochenta del siglo XX. El autor de novelas tan nihilistas como El mapa y el territorio o Sumisión vio en el pensador alemán un alma afín, desa­sosegada por la búsqueda de la verdad y desengañada del ser humano: “Ningún novelista, ningún moralista ni ningún poeta me habrá influido tanto como Schopenhauer”, afirmó. Por eso intentó traducir al francés algunos textos suyos, y de ahí nació este ensayo. Al final, sólo seleccionó un puñado de pasajes favoritos y los comentó.

Houellebecq da en el clavo con sus claras interpretaciones, que sirven tanto para los conocedores como para los neófitos; es posible que después de leer estas páginas haya quien corra a buscar El mundo como voluntad y representación, la obra capital de Schopenhauer (que cumple 200 años en noviembre de 2018); o Parerga y paralipómena, que contiene los célebres Aforismos sobre el arte de saber vivir, muy admirados por Houellebecq, por lo general editados como libro independiente.

Para olvidarse de la felicidad

Schopenhauer afirmó que la existencia es sufrimiento, y también que la contemplación estética de las cosas y los hechos del mundo nos proporciona un estado de beatitud que aleja los males inherentes al tremendo hecho de vivir. El arte es liberador, gracias a la paz que nos proporciona la belleza artística olvidamos los pesares; o los transforma de tal manera que nos recompensa con placer y deseos de acciones buenas y sensatas. Para Houellebecq esta prometedora visión estética es “tan simple como profundamente original”. Comenta también el concepto de “voluntad”, que debe entenderse “alejado del psicologismo”. La voluntad, según Schopenhauer, es el sustrato íntimo intangible que da cohesión a la totalidad de las cosas y los seres del mundo. Desde la ley de la gravedad hasta el eterno devorarse sin sentido de unas especies a otras en el que consiste la vida animal, “todo es voluntad”. Y tanto las grandes tragedias colectivas como las adversidades individuales tienen que ver con este oscuro concepto, definido como deseo infinito anhelante de satisfacción; Freud se inspiró en esa fuente para sus concepciones del “ello” y el inconsciente.

Para olvidarse de la felicidad

Finalmente, el misántropo irredento que es Houellebecq destaca como lo mejor de Schopenhauer el orgullo con el que proclamaba que la mayor riqueza del hombre de genio radica en su propio interior; este goce —escribió el pesimista— se asemeja “al cálido refugio invernal en medio de la gélida noche del mundo”. Y añadía que, a tenor de “la necedad que reina por doquier en la sociedad”, desde siempre las personas excelsas, toda vez que sus necesidades básicas estén cubiertas, se consagraron a ocupaciones sin utilidad aparente, pero que impulsan el saber y el avance de las ciencias y las artes; pues el trabajo intelectual es el cénit de la vida feliz.

Esta última idea pertenece a los mencionados Aforismos sobre el arte de saber vivir, cuya base inicial se halla esbozada en el libro que publica Nórdica en nueva traducción: El arte de ser feliz. Schopenhauer nunca lo publicó, pues sólo era el borrador temprano de su filosofía práctica posterior. El erudito italiano Franco Volpi lo recuperó de entre los inéditos del filósofo, le puso título y lo editó como si fuera un “tratado” completo. En castellano apareció en 1998, en edición bilingüe (Herder). En esta nueva versión hubiera sido deseable un prólogo en el que se aclarase esto.

Para olvidarse de la felicidad

Las “reglas” que contiene este supuesto tratado no van dirigidas en puridad a encontrar “la felicidad”, en la que Schopenhauer jamás creyó como absoluto, sino “a ser menos desdichados en este mundo”. Aristóteles, Séneca, los moralistas franceses y Gracián inspiraron la esencia de tales ideas. El “justo medio”, la fe en uno mismo, el olvido de las quimeras que nos intimidan y nos impiden gozar del presente, la desconfianza prudente en los demás o el cultivo de un sano egoísmo son algunos de los reguladores para vivir bien que propuso Schopenhauer.

Más pensamientos suculentos de este tipo, sobre cómo desenvolverse mejor en la vida, y reflexiones filosóficas sobre la muerte y el sufrimiento y otros temas afines, todos de profundo humanismo y honda metafísica, quedan reflejados en la nueva antología de fragmentos breves y aforismos extraídos de las obras de Schopenhauer que publica Alianza (no hay que confundirla con la que en 1995 apareció en Edhasa, de título casi similar, cuyo autor fue Andrés Sánchez Pascual). También Alianza recupera muy remozada una obra de invitación a la lectura de Schopenhauer de 2001, útil para adentrarse en su pensamiento.

Para olvidarse de la felicidad

El libro del filósofo y sociólogo alemán Georg Simmel presenta cuatro textos críticos con el pesimismo. Schopenhauer decía que bastaba comparar el dolor que siente un animal mientras es devorado por otro con cualquiera de los placeres del mundo para darse cuenta de que la intensidad del dolor es siempre mayor que la del placer. Afirmaba que el sufrimiento domina todo, es lo positivo; y que el placer es sólo la negación del sufrimiento, lo negativo. Simmel desmonta esta tesis a la vez que descifra los rasgos señeros del carácter pesimista. Dice con razón que es más fácil negar y destruir que construir, y que suele tener más adeptos quien niega que quien ve las cosas por su lado mejor. Apostilla que Schopenhauer fue “el tipo más arrogante de cuantos escritores han existido sobre la faz de la tierra”. Simmel se tomó muy en serio al filósofo y quiso rebatirlo con gran seriedad.

Hoy, las ideas del viejo pesimista, clásicas en su rigor, causan más goce que pesar, y hasta sirven para animar a los tristes, porque entre otras cosas enseñó que para ser felices debemos olvidarnos de la felicidad.

En presencia de Schopenhauer. Michel Houellebecq. Traducción de Joan Riambau Möller. Nuevos Cuadernos Anagrama, 2018. 96 páginas. 7,90 euros.

El arte de ser feliz. Arthur Schopenhauer. Traducción de Isabel Hernández. Ilustraciones de Elena Ferrándiz. Nórdica, 2018. 120 páginas. 19,50 euros.

Parábolas y aforismos. Arthur Schopenhauer. Selección y traducción de Carlos Javier González Serrano. Alianza Editorial, 2018, 176 páginas, 9,50 euros.

Schopenhauer: la lucidez del pesimismo. Roberto R. Aramayo. Alianza, 2018. 272 páginas. 9,50 euros.

Sobre el pesimismo. Georg Simmel. Traducción de Fernando García Mendívil. Prólogo de Fernando Savater. Sequitur, 2017. 80 páginas. 8 euros.

Fuente:

https://elpais.com/cultura/2018/08/01/babelia/1533124916_027685.html

 

Celsius 232 2018 – ¿Pastilla roja o pastilla azul?

Wittgenstein, Lovecraft y la mitología universal protagonizaron la sección ‘Letras y bits’ del festival avilesino dedicado al fantástico

 

 

«De lo que no se puede hablar, es mejor callarse». Y, sin embargo, dio tanto de que hablar esa bella, sarcástica y demoledora frase. Así terminó, con finísima y devastadora ironía, su Tractatus el filósofo Ludwig Wittgenstein. Y así la recordó Tom Jubert, diseñador de videojuegos de profesión y filósofo de formación, durante la jornada de ayer en el festival Celsius 232 de Avilés. Jubert fue la estrella de la primera jornada de la sección Letras y Bits, con la que colabora 1UP en la moderación de las mesas junto con Keith Stuart de The Guardian, y que funde videojuegos y literatura desde una perspectiva cultural.

Jubert enfrentó a su auditorio con una ardua y fascinante reflexión sobre la filosofía tras los videojuegos. El joven diseñador, de 33 años aunque se define ya como «hombre de mediana edad», habló de su trabajo tras títulos independientes de gran éxito como The swapper, Faster than light, The Thalos principle o Subnautica. Juegos tras los que subyacía un amor personal por la filosofía y un deseo por difundir tal amor. «La razón por la que hago videojuegos y no otra cosa tiene dos respuestas. La verdadera y emocional: ¡porque me encantan los videojuegos! Pero puedo dar una más racional. Que la filosofía a mí me cambió la vida y que quiero compartir por qué a través de mi obra. Creo que los videojuegos son el medio perfecto para poner en juego la filosofía y los dilemas éticos. Además, hasta hace muy poco, nadie se preocupaba en mirar mucho lo que escribías. Mis jefes, desde luego, no lo hacían».

El diseñador de videojuegos Tom Jubert durante la charla de 'Letras y bits' moderada por 1UP.
El diseñador de videojuegos Tom Jubert durante la charla de ‘Letras y bits’ moderada por 1UP.

Hubert reflexionó sobre su condición de rara avis de la industria. Quitó importancia a su éxito, afirmando que tampoco cree que sea «tan buen escritor» y que el hallazgo de sus juegos tal vez provenga de su «inusual perspectiva» sobre el mundo. Manifestó su viraje de la filosofía occidental a la oriental y dio un emotivo discurso ante una pregunta de este periódico. «¿Qué dice de los occidentales el hecho de que nuestra filosofía lleve habitualmente a angustiosas preguntas y la oriental serene?».

Jubert sonrió y, con cierto temblor en la voz, habló de Wittggenstein y los colores con un recuerdo a esa decisión nihilista que tan gráficamente planteó Matrix. «En la vida puedes tomar la pastilla roja o la pastilla azul. La pastilla roja es la filosofía occidental, que parte la realidad en parcelas cada vez más pequeñas y luego intentar reconstruirla. Es una aproximación muy buena para controlar el mundo y a las personas, para hacer que vuelen aviones, por ejemplo. Pero es muy mala como cimientos para vivir. La azul, sin embargo, acepta que no podemos comprender lo real. Y por eso nos serena».

Portada del libro sobre Lovecraft y los videojuegos 'El soñador de Providence' (Heroes de papel, 2018).ampliar foto
Portada del libro sobre Lovecraft y los videojuegos ‘El soñador de Providence’ (Heroes de papel, 2018).

Hubo más reflexiones de calado durante la jornada. Por ejemplo, en la presentación del libro El soñador de Providence (Héroes de papel, 2018)con su autor Carlos Gurpegui. El autor informó del «propósito divulgador» de su obra, que pretende «actualizar el conocimiento académico» del escritor del fantástico probablemente más influyente del siglo XX. Ese conocimiento, en España, sigue anquilosado en unas ideas respecto a la figura de Lovecraft y más gravemente de su obra que las últimas investigaciones académicas, especialmente las de la escena anglosajona, han dejado atrás. La visión de Lovecraft como un extraño misántropo asexuado, por ejemplo. Pero también la confusión respecto a la esencia de sus textos, que no es una lucha del bien contra el mal sino muy al contrario la insignificancia de lo humano ante la enormidad del cosmos.

Dicha confusión viene dada por el papel que jugó August Derleth en la difusión de la obra de Lovecraft, figura a la que Gurpegui dio una de cal y una de arena. «Al César lo que es del César. Es verdad que sin él probablemente no se hubiera conservado la obra de Lovecraft. Pero es verdad también que continuó su obra aduciendo que tenía cartas, que nunca reveló, que demostraban cómo Lovecraft quería inculcar a su obra de una visión maniquea que realmente nada tenía que ver con él, un ateo convencido». Los motivos de Derleth para retorcer la visión del autor original obedecían a su ferviente cristianismo y también a su gran ego, ego que lo distanció y hasta enemistó con los integrantes del Círculo de Lovecraft —entre los que se encontraban autores como Robert Bloch (Psicosis), Robert E. Howard (Conan) o Clark Ashton Smith (Zothique)—, un grupo de amigos escritores que entendieron la gestación de una mitología cruzada y común con el autor de Providence como el abuelo de todos ellos.

Esta primera jornada de videojuegos y literatura, a la que seguirán otras dos, también tuvo un vistazo a uno de los grandes fenómenos del videojuego: la saga Final fantasy, que ha vendido más de 135 millones de juegos y ha recaudado más de 8.000 millones de euros. Los autores Carlota Fernández y Miguel Martínez, que junto a Marta García firman Explorando final fantasy(Diábolo Ediciones, 2018), ahondaron en un carácter extraordinario de esta saga, cómo consigue mezclar mitos, estéticas y sociedades en un tótum revolútum capaz de tamizar un sabor concreto.

«Hay de todo, mitos nórdicos como Odín, hindúes como Shiva o estéticas modernas y nada te produce extrañeza. Todo tiene un sentido conjunto», declaró Fernández. Martínez reflexionó sobre lo que más le sorprende a él: «Que si nos hablan de un Ifrit, un Odín o un Shiva pensamos automáticamente en Final fantasy y no en los mitos de los que provienen. Así de poderosos son estos juegos». Y la reflexión, divulgación y difusión sobre ellos, como recordó uno de los directores del festival Jorge Iván Argiz, está alcanzando al fin el vuelo de estas obras del décimo arte.

https://elpais.com/cultura/2018/07/13/1up/1531476010_244286.html

 

Instrucciones para sobrevivir a la perplejidad política

 

Vivimos en una era de incertidumbre y decepciones en la que pensar en el largo plazo cada vez es más difícil

El siglo XXI se estrenó con la convulsión de la crisis económica, que produjo oleadas de indignación pero no ocasionó una especial perplejidad; contribuyó incluso a reafirmar nuestras principales orientaciones: quiénes eran los malvados y quiénes éramos los buenos, por ejemplo. El mundo se volvió a categorizar con nitidez entre perdedores y ganadores, entre la gente y la casta, entre quién manda y quién padece a los que mandan, al tiempo que las responsabilidades eran asignadas con relativa seguridad. Pero el actual paisaje político se ha llenado de una decepción generalizada que ya no se refiere a algo concreto sino a una situación en general. Y ya sabemos que cuando el malestar se vuelve difuso provoca perplejidad. Nos irrita un estado de cosas que no puede contar con nuestra aprobación, pero todavía más no saber cómo identificar ese malestar, a quién hacerle culpable de ello y a quién confiar el cambio de dicha situación.

1. El final de las certezas

Que nos han abandonado algunas certezas es algo que puede comprobarse comparando nuestras previsiones y lo que realmente ha sucedido; si consideramos la seguridad de la que han disfrutado muchas generaciones y civilizaciones menos informadas que la nuestra, con una tradición más rígida que compensaba la escasez de libertad con una orientación aplastante. También hay desconcierto en relación con qué hacer con ese poco de lo que estamos seguros; hay incertidumbre teórica y también incertidumbre de la voluntad: apenas conocemos la realidad y tampoco sabemos muy bien si es algo a lo que hay que adaptarse o que debe combatirse. Hechos, teorías, relatos y expectativas tienden a mezclarse y generar confusión. ¿Qué tienen en común la llamada posverdad, el desprecio hacia los hechos y la facilidad con que nos rendimos a las teorías conspirativas, cuyo principal defecto es que explican demasiado?

2. La desregulación emocional

Hemos pasado mucho tiempo examinando cómo debería racionalizarse el diálogo y la convivencia, mientras lo ignorábamos casi todo acerca de cómo se estaban configurando los nuevos espacios emocionales de las sociedades democráticas. Esos estados de ánimo, menos encuadrados que nunca en entramados institucionales estables o tradiciones poderosas, son ahora, al mismo tiempo, fuentes de conflicto y vectores de construcción social. En el gobierno de las emociones colectivas se contiene una fuerza que es clave para la transformación de las sociedades democráticas; nos jugamos ahí muchas más cosas que en la vida política formalizada. El combate contra la perplejidad política ha de empezar con un examen de nuestro paisaje afectivo. El desconcierto político tiene más que ver con la incapacidad de reconocer y gestionar nuestras pasiones que con el orden de los conocimientos.

3. La política, en una zona de señalización escasa

El mundo está lleno de informaciones acerca de cómo conducirse en él: mapas, indicaciones, referencias, brújulas y otros sistemas cada vez más sofisticados nos indican dónde estamos, hacia dónde nos dirigimos y cuál es la naturaleza de los elementos con los que nos iremos encontrando en nuestro desplazamiento. Las cosas se complican cuando no se trata de espacios físicos sino políticos, en los que hay una dimensión de sentido e interpretación que es menos evidente e implica juicios de valoración: entonces lo que nos interesa son asuntos como saber en qué consiste la legitimidad, si algo es democrático, quién tiene la autoridad de decidir qué o a quién imputar determinadas responsabilidades. Hemos entrado en un tiempo histórico en el que todos estos asuntos se han vuelto especialmente controvertidos. La política ha entrado desde hace algún tiempo en una zona de señalización insuficiente como cuando un conductor se adentra en una ruta desconocida, en transformación o en lugares no transitados antes por nadie. A partir de ese momento las señales binarias confunden más de lo que orientan, donde antes había una evidencia ahora tenemos una paradoja, aumentan las zonas sin cartografiar, proliferan las cosas que no son lo que parecen y todo se llena de efectos secundarios.

4. La democracia en la era de Trump

En el inventario de cuanto nos ha producido especial perplejidad política ocupa un lugar destacado la elección en noviembre de 2016 de Donald Trump como presidente de Estados Unidos. Pero que algo nos haya sorprendido no quiere decir que no pueda explicarse, que no responda a cambios sociales y políticos insuficientemente advertidos por quien se sorprende ante uno de sus efectos. ¿Cuáles son esas cosas en las que se han producido transformaciones sociales profundas, que indignan a buena parte de la sociedad y que no acaban de ser adecuadamente interpretadas? Yo las sintetizaría en tres procesos que son particu­larmente visibles en la sociedad estadounidense, pero que tienen manifestaciones muy similares en otras sociedades: una política degradada, que no es concebida como el ejercicio de las virtudes públicas, y que da la impresión de ser el oficio de un círculo cerrado de privilegiados que se dedican al ejercicio de la intriga; un modelo de capitalismo virtual acelerado que ofrece muchas oportunidades a algunos, pero que destruye ámbitos completos de empleo y que resulta literalmente insufrible para muchos trabajadores; y en tercer lugar, un dualismo también en referencia al fenómeno multicultural, celebrado idílicamente por quienes no experimentan más que sus beneficios, y temido en exceso por quienes lo viven en sus dimensiones más conflictivas.

5. Configurar sistemas inteligentes

Portada del libro.

La principal tarea del gobierno de la sociedad del conocimiento consiste en crear las condiciones de posibilidad de la inteligencia colectiva. Sistematizar la inteligencia, gobernar a través de sistemas inteligentes debería ser la prioridad de todos los niveles de Gobierno, instituciones y organizaciones. Gobernar entornos complejos, hacer frente a los riesgos, anticipar el futuro, gestionar la incertidumbre, garantizar la sostenibilidad o estructurar la responsabilidad nos obliga a pensar holísticamente y a configurar sistemas inteligentes (tecnologías, procedimientos, reglas, protocolos…). Sólo mediante tales dispositivos de inteligencia colectiva es posible acometer un futuro que ya no es la pacífica continuación del presente, sino una realidad intransparente, llena de oportunidades por la misma razón por la que contiene también riesgos potenciales de difícil identificación. Ese mismo principio de gobierno inteligente debería presidir la manera de relacionarnos con nuestros dispositivos tecnológicos para hacer frente a las nuevas ignorancias que, en una sociedad compleja, nos vemos obligados a gestionar.

6. Lo que nos espera

Cuando uno es un filósofo y no un vidente, las recomendaciones acerca de cómo divisar el futuro no serán apuestas proféticas ni aseveraciones demasiado rotundas; me conformo con dar alguna indicación que mejore nuestras disposiciones a enfrentarnos con un tiempo que, por su propia naturaleza y pese a los tahúres del porvenir, nos es fundamentalmente desconocido. Reflexionemos sobre el modo como se producen los cambios, pensemos en la curiosa paradoja de que escudriñar el futuro es una tarea ineludible y de resultados escasos, consideremos qué estado de ánimo es más razonable a la hora de enfrentarse al porvenir. El futuro es algo que por principio no podemos conocer, pero podemos comportarnos razonablemente con él.

Daniel Innerarity es catedrático de Filosofía Política e investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco. Extracto de su libro Política para perplejos (Galaxia Gutenberg), que saldrá el 28 de febrero.

 Fuente:

https://elpais.com/elpais/2018/02/26/opinion/1519663307_617233.html