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Coronavirus en Europa: cómo prepararse para la posguerra

Nada será igual luego de la pandemia. La gente necesitará empleos y sentirse segura, afirma el ensayista y Ministro de Universidades de España.

Vista general del hospital improvisado en Ifema, un centro de convenciones que alberga habitualmente ARCO, la feria de arte de Madrid. Foto: Reuters/Sergio Pérez.

Todas las guerras acaban. Incluso cuando son contra un enemigo invisible que amenaza a los humanos como especie. La cuestión escómo, cuándo, con qué sufrimiento y cuáles serán sus consecuencias.

Es difícil pensar en el día después cuando estamos sumidos en la angustia, confinados, enmascarados, sintiendo enfermedad y muerte alrededor. Y sin embargo, sabemos que en algún momento habrá un brote de alegría, de volver a sentir el placer del paseo, del juego, del abrazo, de la vida en las calles, en los parques, en las playas, en los bosques y en restaurantes a rebosar de fiesta.

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La vida, ahora en suspenso, retornará. Con el añadido de una nueva filosofía espontánea del placer infinito de las pequeñas cosas.

Sentir la belleza de la vida sin más, apreciar el simple hecho de ser y de estar, de amar y ser amados, con un sentimiento nuevo de solidaridad como si siempre estuviéramos aplaudiendo a las ocho.

Volverá la luz. Con sus tonos rosados de amanecer y rojizos de atardecer, con un aire fresco renovado porque dejamos de contaminar por un tiempo.

Nada volverá a ser como antes. Todos saldremos transformados de esta experiencia. Pero ¿habremos aprendido algo sobre nuestro modo de vivir, de producir, de consumir, de gestionar?

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 ¿Sabremos interpretar esta brutal advertencia para prevenir otras pandemias, posibles por nuestra interconexión global? ¿Y la catástrofe ecológica predicha por los científicos y cuyos signos se multiplican mientras los congresos se divierten? ¿Podemos rectificar colectivamente e institucionalmente la dinámica de autodestrucción en la que nos hemos metido?

Nunca hemos tenido tanto conocimiento y nunca hemos sido tan irresponsables con su uso. Tal vez la posguerra sea el punto de inflexión que estábamos esperando.

Pero la posguerra será dura, todas lo son. Pasado el momento de euforia, habrá que enfrentar la realidad de una crisis económica y financiera que podría ser tan grave como la del 2008, con un aparato productivo dañado, un sistema sanitario exhausto, una cooperación europea en entredicho, una economía global desglobalizada de forma caótica, un resurgimiento del nacionalismo primitivo del cierre de fronteras contra el mal que viene de fuera, una proliferación de bulos dañinos, difundidos por poderes fácticos o mentes calenturientas, un orden geopolítico trastocado por la superioridad china en la respuesta a la crisis, mientras que la errática política de otros países habrá mostrado los destrozos de la ideología neoliberal en la vida de la gente.

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Esa posguerra hay que prepararla desde ahora, porque la forma en que gestionemos la crisis, con prioridad absoluta a la salud de la población, hará más o menos difícil la reconstrucción.

A una economía de guerra tendrá que sucederle una economía de posguerra, en la que el gasto público sea el motor de la recuperación, como lo ha sido en todas las posguerras. Pero solo se consolidará si se genera empleo y si la gente se siente segura y recupera su vida cotidiana.

La financiación de esa política expansiva, más allá del obligado endeudamiento, requerirá imaginación para crear una nueva arquitectura financiera y capacidad de gestión para operar una economía distinta, que no caiga en la trampa secular de una austeridad de servicios esenciales. Porque el Estado de bienestar es la fuente de productividad que es la fuente de riqueza.

Pero también sería el momento de ensayar modelos no consumistas que conduzcan a la transición ecológica y cultural que tanto se proclama. ¿Puede reactivarse la economía disminuyendo el consumo superfluo? Sólo si hay un cambio en los patrones de gasto, que faciliten la inversión, mantengan empleo e incrementen productividad.

En Italia, clubes de barrio y una panadería de Oregina ofrecen pan gratis a los vecinos en situación de necesidad, agravada por la pandemia. Foto:  EFE/EPA/Luca Zennaro.

En Italia, clubes de barrio y una panadería de Oregina ofrecen pan gratis a los vecinos en situación de necesidad, agravada por la pandemia. Foto: EFE/EPA/Luca Zennaro.

Los servicios básicos (lo que se recortó en las políticas de austeridad destructivas) deberían ser no solo el motor de la inversión sino también de la demanda. Y no habrá otra forma de financiarlo a largo plazo que mediante un aumento de la carga fiscal a grandes bolsas de acumulación de capital que hoy día tributan poco o nada.

Reinventar la fiscalidad quiere decir superar el enfoque de gravar sobre todo a las personas o a las empresas para centrarse en una regulación impositiva del mercado global de capitales que hoy día ha perdido gran parte de su función productiva para incrementar sus ganancias mediante creación de valor virtual y crecientemente inestable.

Una fiscalidad inteligente podría a la vez generar recursos para gasto público de manera no inflacionista y regular los flujos globales de capital. Entre la desglobalización aventurada y la globalización descontrolada de capital hay margen para iniciativas coordinadas de los estados que asuman un control estratégico de la economía en un marco al menos europeo.

Esa economía debería, además de ser sostenible, incluir un Estado de bienestar desburocratizado y preparado para los choques venideros.

Choques que serán tanto menos dañinos cuanto que vayamos encontrando un equilibrio entre producir, vivir y convivir. Convivir entre nosotros y con este maravilloso planeta azul que seguimos maltratando.

Después de la guerra podemos desembocar en una espantosa crisis económico-social o en una nueva cultura del ser, sin la cual no sobreviviremos mucho tiempo.

Fuente:

https://www.clarin.com/revista-enie/ideas/coronavirus-europa-prepararse-posguerra_0_FPDAJ02t8.html

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