Aprendiendo a ser humano

La filosofía es, cuando menos, patrimonio potencial de toda la humanidad

VÍCTOR GÓMEZ PIN

El lunes 13 de agosto, en el mismo Palacio del Pueblo de Pekín que el pasado octubre reunía a 2.300 delegados del XIX congreso del partido comunista, se inauguró el XXIV Congreso Mundial de Filosofía, que se celebra con periodicidad quinquenal desde hace más de un siglo, y en esta ocasión con participación de casi 9.000 ponentes de todo el mundo. La penúltima edición (2008) tuvo lugar en Seúl, y la última (2013) en Atenas, inmersa entonces en una tremenda crisis económica social y humanitaria. Regreso pues a Asia desde la ciudad que encarna paradigmáticamente la filosofía con arranque en Tales de Mileto, aceptando así que el peso del gran pensamiento griego en la aventura de la humanidad se mide por su capacidad de ser incorporado por culturas marcadas por otras formas de simbolización y de conocimiento.

El título general del congreso es Aprendiendo a ser humano, un guiño a la concepción del objetivo final de la filosofía, que no consistiría en aprender a morir (como suele decirse evocando a Sócrates), sino en aprender a vivir en conformidad a la enorme riqueza potencial que encierran las facultades de razón y de lenguaje, de las cuales la filosofía sería (junto al arte y la ciencia) expresión mayor. En este congreso de Pekín hay numerosas secciones dedicadas al pensamiento con raíz en India, el Islam o la propia China. Y obviamente se plantean también todos los problemas que, desde las hipótesis sobre el fundamento del orden natural avanzadas por la física embrionaria de los jónicos, hasta las subversivas conjeturas de la ciencia actual, pasando por los grandes interrogantes sobre los principios de la moralidad y la política, han atravesado la reflexión de Occidente.

Dada tal diversidad, el lector tiene todo el derecho a preguntarse: ¿qué unifica a todos esos miles de participantes de tan diferentes orígenes, lenguas y culturas? ¿Hablan realmente de lo mismo? Y en tal caso, ¿qué es eso de lo que hablan? La respuesta es desde luego ardua y posiblemente no hay acuerdo en el seno mismo de los que proyectaron el congreso.

Para unos, la filosofía es una disposición universal del espíritu, cuyo fondo invariante toma forma diferente en cada gran civilización, de tal manera que cabría hablar de una filosofía china o hindú frente a una filosofía propia a las culturas de raíz griega.

Para otros la filosofía propiamente dicha tiene arranque en las costas de Jonia y en la lengua griega, y aparece como resultado de interrogantes surgidos de la reflexión sobre la naturaleza, pero que no tienen respuesta posible ateniéndose a la ciencia natural, pues partiendo del ser de las cosas acaba surgiendo la cuestión del ser del hombre. Así, aunque todas las civilizaciones se interroguen sobre el ser humano, su origen y su destino, la singularidad griega residiría en este hecho de que tal interrogación surja como resultado de una reflexión sobre el orden natural, de manera que la filosofía se sitúa de inmediato como reflexión posterior: viene tras la física. Pero esta disciplina con origen geográfico, temporal y lingüístico, ha demostrado (desde el aristotelismo árabe a este mismo congreso de Pekín) que efectivamente arraiga allí dónde simplemente hay otra civilización y otra lengua que la acogen. Por ello, aunque sólo una parte de los presentes en Pekín identifica la filosofía a lo que surge de los pensadores griegos, cabe decir que para todos ellos la filosofía es, cuando menos, patrimonio potencial de la entera humanidad.

Que esta riqueza potencial pase a ser riqueza en acto, dependerá en gran parte de circunstancias sociales, económicas y políticas. Pero, testimonio de la resistencia del espíritu, la filosofía surge a veces allí dónde ni siquiera se cumple la exigencia que Aristóteles ponía para la práctica de las actividades cabalmente humanas, a saber: la libertad, como expresión de que está ya resuelto todo lo relativo, no ya a la subsistencia, sino a la pulcritud y hasta belleza del entorno.

Y así de Pekín a Santo Domingo y de Atenas a Malabo o Puerto Príncipe (dónde Yves Dorestal y equipo mantienen su admirable empeño filosófico en la Escuela Normal Superior), la reivindicación de la filosofía forma parte de la reivindicación esencial de una comunidad humana. Pues las dificultades en el combate por la dignidad política y económica no deben servir de coartada para renunciar a una de las prácticas en las que el hombre se reconoce como ese animal singular que no se halla exclusivamente determinado por el instinto de supervivencia. A veces la filosofía se asemeja a la flora parietaria, hiedra (escribía Marcel Proust) “a la que basta un rayo de luz para nacer”.

Fuente:

https://elpais.com/elpais/2018/08/23/opinion/1535040601_233467.html

 

Miguel de Unamuno: la vida de un rebelde

Conflictos y polémicas moldearon la imagen del Miguel de Unamuno contradictorio, irreductible. Pero, al tiempo, también era un ser tierno y familiar. Este es un perfil biográfico del personaje desde todos sus ángulos.

Pilar G. Rodríguez

Menos mal que los Rabeté comparten aficiones e investigaciones literarias, porque de no ser así su relación sería del todo inviable. En medio de esta pareja de prestigiosos hispanistas: Unamuno. Lo han adoptado familiarmente en calidad de no se sabe bien qué, pero ahí esta este personaje al que Colette y Jean Claude Rabaté seguro que han incorporado a sus desayunos y meriendas. Le han dedicado media vida, si no más. Su publicación más reciente sobre el filósofo es de este año, y además es noticia puesto que acaba de ganar el primer premio en la categoría de Mejor Monografía en Ciencias Jurídicas y Sociales de los Premios Nacionales de Edición Universitaria 2018. Se trata de Epistolario I (1880-1899)publicado por Ediciones Universidad de Salamanca, y recoge las cartas que un joven e hiperactivo Unamuno escribió en el decisivo periodo finisecular.

Colette y Jean Claude Rabaté firmaban también la impresionante biografía Miguel de Unamuno editada por Taurus en 2011. Es el volumen que guía este artículo. Entre sus fuentes ya se contaban numerosas cartas, además de cuadernillos autobiográficos, colaboraciones periodísticas, discursos…. Un material excepcional a la hora de recuperar al hombre que habitaba tras el nombre de Miguel de Unamuno.

 

De afectos profundos pero secos

1864 “Yo me he criado en una familia de puritanos, sequedad y fórmula, así es que mis afectos son afectos profundos pero secos (…). He mamado con la leche el escepticismo”.
Miguel de Unamuno nace en la calle Ronda del casco viejo de Bilbao. Era el tercer hijo y primer varón, tras María Felisa y María Jesusa, del matrimonio del panadero y comerciante de harinas Félix de Unamuno Larraza y su sobrina, Salomé Jugo Unamuno. El oficio permitía que la familia viviera con cierta holgura, de modo que seguirán naciendo hijos: Félix, Susana y María Mercedes… Pero pronto la desgracia llega a casa de los Unamuno. El padre muere prematuramente, a los 47 años, y también una hermana. El clima de severidad y austeridad se instala en el hogar y los escasos momentos de celebración apenas son capaces de esquivarlo.

1875 “Para unos marca el uso del pantalón largo, para otros el del reló, para todos el principio de la edad del pavo y de las concupiscencias del saber”.
Tras ser testigo del asedio de Bilbao, durante la III Guerra Carlista, el joven Unamuno de 11 años se prepara para entrar al instituto. Dibujando caricaturas de sus profesores gana cierta popularidad. En paralelo a sus clases, acude a sesiones de dibujo y pintura con Antonio Lecuona. Durante toda su vida cultivará el dibujo y durante toda su vida lamentará no dominar el uso del color, lo que le hizo desistir de la carrera artística.

La infancia de Unamuno transcurre en una familia recia marcada por la prematura muerte del padre. El pequeño Unamuno se distrae dibujando, para lo que demuestra cierta habilidad

1880 “Soy vascongado y llego con recelo y cautela a terreno poco y mal espigado hasta hoy”.
El baile de lecturas y los descubrimientos que para él representan Kant, Descartes o Hegel le hacen adoptar la decisión de estudiar Filosofía, para lo que debe marchar a Madrid. La ciudad no le causa buena impresión en un principio. Se siente aislado y le pesa la soledad, por lo que se concentra en el estudio, mientras echa dolorosamente de menos a la novia que se ha dejado en Bilbao y que se convertirá en su esposa. Con su tesis, Crítica del problema sobre el origen y prehistoria de la raza vasca, bajo el brazo regresa a Bilbao lleno de nuevos proyectos.

La pelea por la cátedra

1884 “Querrán decir los señores de la comisión para qué se decía en el anuncio de la provisión de la plaza que se presentaran con la solicitud los documentos que se tuvieran por conveniente? ¿Para arrollarlo en papel higiénico?”.
La carrera por hacerse con una plaza de catedrático de Instituto o Universidad le proporcionará no pocos sinsabores y una amarga sensación de fracaso. Para hacer frente a la mala situación económica da clases en un colegio y particulares. Poco a poco se va haciendo un hueco como cronista en la prensa local. Desde allí entrará en polémicas con personajes como Sabino Arana, que lo considerará españolista ya que Unamuno había afirmado que el vascuence estaba próximo a desaparecer y que el bilingüismo no era posible.

1889 “¡Oh! Cuando yo tenga hijos de carne y hueso, con vida con amor y dulzura. Es uno de mis sueños y como el niño que guarda sus ochavos en la hucha hasta recoger un duro con que comprar algún juguete, así yo guardo mis ternuras para cuando tenga un hijo”.
La etapa de Bilbao no satisfizo sus expectativas, pero el joven y vigoroso Unamuno persevera y vuelve a Madrid para seguir estudiando oposiciones. El dolor por no tener cerca a su amada se mitiga en enero de 1891, cuando por fin se casa con ella dispuesto a formar la familia que añora. Pero sus estudios lo reclaman y pocos meses después regresa a Madrid, porque llegan las ansiadas oposiciones a la cátedra de la Universidad de Salamanca. En junio de ese año sus esfuerzos son recompensados.

1891 es un año decisivo y feliz para Unamuno: consigue la cátedra de Griego de la Universidad de Salamanca poco después de casarse con su novia de siempre, Concha Lizárraga

Un socialista más

1894 “Ha acabado por penetrarme la convicción de que el socialismo limpio y puro, sin disfraz ni vacuna (…) es el único ideal hoy vivo de veras, es la religión de la humanidad”.
En Salamanca, mientras van naciendo hijos a buen ritmo, Unamuno se centra en su actividad académica y de traducción. Pero la agitación política que siempre se encargó de promover lo lleva a Bilbao, en cuya prensa aparecen sus artículos con mucha frecuencia. En octubre de 1894 envía a La lucha de clases la carta Un socialista más, con la que queda reflejado su compromiso. La colaboración durará tres años, hasta la crisis personal de 1897, donde se juntan cansancio, angustia, dolor ante la enfermedad de un hijo y pensamientos suicidas. Finalmente cae en una gran depresión.

1898 “Mientras subsistan máximas tan estúpidas, inhumanas y criminales como aquellas de España para los españoles, América para los americanos, Bilbao para los bilbaínos, ni habrá nunca paz verdadera, ni verdadero progreso”.
Representante destacado de la Generación del 98, Unamuno fue uno de los pocos intelectuales que querían la independencia de Cuba. El Desastre acabaría por darle la razón, pero a costa de un sufrimiento al que Unamuno siempre se mostró muy sensible. Su actividad literaria, periodística, ensayística y filosófica, especialmente en esta época, es una reflexión continua sobre la historia, el presente del país y su necesidad de renovación y regeneración.

Predicador laico

1901 “Soy de un país de grandes jugadores de pelota y yo juego a la pelota con las ideas, por las que no siento respeto alguno. Cuando a fuerza de pelotazos reviento una, cojo otra”.
No iba a tener la universidad de Salamanca rector más atípico –ni más conocido– que Miguel de Unamuno. En esa época, cuando está a punto de nacer su séptimo hijo, Unamuno cultiva con esmero su labor de conferenciante en los llamados sermones laicos. Ningún tema –economía, política, religión– se le resiste y, como él mismo dice, juega a la pelota con las ideas en un toma y daca que le ocasionará sonadas polémicas, por ejemplo, con el obispo de Salamanca y otros jerarcas de la Iglesia católica a raíz de un escrito filtrado donde Unamuno declaraba haberse vuelto hacia un cierto “protestantismo liberal” y donde las autoridades religiosas ven que se ha apartado de la “madre Iglesia”. Unamuno polemiza con todos –ataca a los latifundistas, a los políticos, se posiciona como antitaurino–, y vuelve su pluma hacia Latinoamérica, donde se siente mejor valorado y más cómodo.

1914 “Pido, pues, que se me forme expediente por mi gestión y que se aclaren los hechos por una visita de inspección hecha por persona imparcial y competente y con la ilustración necesaria, y no por cualquier pobre diablo que venga con prejuicios”.
El ministro de Instrucción Pública destituye a Unamuno del rectorado por razones políticas, convirtiéndolo así en mártir de la oposición liberal. Por supuesto, no conseguirán callarlo. Solo los acontecimientos internacionales, el inicio de la Gran Guerra, lo desviarán de su cruzada personal. Unamuno se manifiesta como aliadófilo y contra la neutralidad de España en la guerra mundial.

Un exilio que se parece al Edén

1920 “Está perdido y nos pierde (habla de Alfonso XIII). Se mete en negocios turbios, juega, bebe –y no agua– y putea”.
Inmerso en diversos juicios por “delitos de impresa”, es condenado a prisión por injurias al Rey, aunque la sentencia no llega a cumplirse. En 1921 es nombrado vicerrector, pero de nuevo sus constantes ataques al rey y al dictador Primo de Rivera, del que dirá “que no tiene más seso que una rana”, son esgrimidos como causas de una nueva destitución y posterior destierro a Fuerteventura, en febrero de 1924. Las vacaciones en el exilio de Fuerteventura, donde lee, pase y escribe innumerables cartas, no duran mucho. Pronto será indultado, aunque él decide continuar de forma voluntaria su exilio en Francia. La acogida en París le causará una grata impresión, pero tampoco esta ciudad le durará mucho a Unamuno, que enseguida parte para Hendaya.

Contra pronóstico, el destierro en Fuerteventura se transforma en una experiencia de los más placentera

1930 “Comienza una nueva era y termina una dinastía que nos ha empobrecido, envilecido y entontecido”.
Con la caída del régimen de Primo de Rivera, Unamuno ultima su vuelta a España. Salamanca le prepara una calurosa acogida. Como está cubierta su cátedra de Griego, se le concede la de Historia de la Lengua Española. Unamuno vuelve a la vida docente y a la escena política con renovados bríos: se presenta como candidato a concejal por la unión republicano-socialista para las elecciones del 12 de abril de 1931 y resulta elegido. Desde el balcón del ayuntamiento, el filósofo proclama dos días después la República. De nuevo es nombrado Rector de la Universidad de Salamanca. También progresa la carrera política de Unamuno. Se presenta a las elecciones a Cortes y es elegido diputado como independiente por la candidatura de la conjunción republicano-socialista en Salamanca.

Dolor de España

1932 “He dicho que me dolía España y hoy me sigue doliendo. Y me duele, además, su república”.
Prematuramente el escritor e intelectual empieza a desencantarse con el gobierno en el que tantas expectativas había puesto y en 1933 decide no presentarse a la reelección. Estamos en los últimos años de la vida de Unamuno y le llegan algunos honores. Cuando se jubila de su actividad docente, es nombrado rector vitalicio de la Universidad de Salamanca, que crea una cátedra con su nombre. En 1935, en pleno desencanto político que muestra como es habitual en él con toda claridad, es nombrado ciudadano de honor de la República.

1936 … y entre brumas, en el puerto espera muriendo el muerto que fui yo. 
Aquí mis nietos se quedan alentando mientras puedan respirar,
la vista fija en el suelo. ¿Qué pensarán de un abuelo singular?
El Unamuno incorregible, incombustible, contestatario, ajeno siempre al qué dirán de todos, se pregunta en sus últimos tiempos por lo que sus nietos pensarán de él. Aparece el hombre tan humano que también fue. Políticamente, la decepción de la República es tan profunda que le hace inclinarse, al iniciarse la guerra civil, hacia el bando rebelde, donde quiso ver posibilidades de regeneración y cambio. Tampoco duró mucho el apoyo, especialmente tras la represión en Salamanca, que tocó de lleno a muchos de los amigos personales de Unamuno. En su escritorio se amontonan cartas de mujeres de conocidos y desconocidos, que le piden que interceda por sus maridos o hermanos encarcelados, torturados y fusilados. El desastre humano le conmueve y le impide permanecer callado e impasible. Tendrá oportunidad de exponer su desacuerdo en la fiesta de la raza, el 12 de octubre de 1936, cuando pronuncia su “conquistar no es convertir. Vencer no es convencer” en el famoso incidente con Millán Astray. Tras él, es confinado en su propia casa de Salamanca. Tanto sus amigos republicanos como los fascistas lo ven como un traidor y desconfían de sus vaivenes. Aislado, experimenta un doloroso exilio interior mientras es testigo de cómo el exterior va enloqueciendo con los avatares de la guerra incivil. No lo resistirá ya muchos meses. Muere el último día de 1936.

Fuente:

https://blogs.herdereditorial.com/filco/miguel-de-unamuno-vida-de-un-rebelde/

Marina Garcés: “El turismo es la industria legal más depredadora”

La filósofa antaño okupa que más ha conectado con la corriente que movió el 15-M se reivindica como agitadora de la turismo fobia

 

 

Una placita en el Barrio Gótico de Barcelona. A Marina Garcés, la filósofa antaño okupa que más ha conectado con la corriente que movió el 15-M de Madrid a Barcelona, no se le mueve un rizo cuando los grupos de guiris la rodean. Y eso que se reivindica como agitadora de la turismo fobia. Pero también de la amistad. “Aquí me desoriento”, dice.

Pregunta. ¿El verano es el momento propicio para los amigos?

Respuesta. Es el tiempo de las relaciones no instrumentales.

P. Ah, pero, ¿existen?

 

La filósofa Marina Garcés, en el barrio Gótico de Barcelona.

 

R. Sin ser puristas, creo que sí. Aquellas en las que el dar se convierte en el argumento principal. Dar tiempo, por ejemplo, es hoy una rebeldía posible.

P. ¿No esperamos siempre algo a cambio? No solo material, emocionalmente…

R. No todo se puede instrumentalizar. Podemos apreciar las relaciones en sí mismas. Simplemente porque sí.

P. Porque sí ya es por algo.

R. Bueno.

P. Usted que fundó el movimiento Dinero gratis… ¿Qué es el la pasta?

R. Una abstracción atravesada por relaciones de dominación. Por eso daña la vida.

P. Y usted y sus compañeros de entonces, okupas incluidos, ¿tenían precio?

R. Intentábamos afirmar que no todo se puede comprar, una nueva forma de sociabilidad. Se puede romper esa tiranía del valor. Tasar la vida es lo que implantan determinados poderes, si le quitamos validez a tal concepto, nos liberamos. Es un combate.

P. En su libro Ciudad princesa, ¿le ha podido la nostalgia?

R. Espero que no, aunque mirar hacia atrás, lo desprende. El presente es lo que importa, aunque escribas sobre la memoria. Si cierta nostalgia sirve para encontrar lo que queda por vivir, vale.

P. ¿Han perdido muchas batallas o todas las batallas?

R. Muchas. No siempre se pierden todas, por definición. Reconocerlo es un acto de honestidad. No nos podemos instalar en creer que lo logramos, pero tampoco en el desencanto y menos en el cinismo.

P. ¿Cuáles han ganado?

R. Existe un cambio de conciencia muy grande respecto a la victoria del capitalismo, que había ganado por ser el menos malo de los sistemas. Hoy, para mucha gente, está en cuestión, incluso para los menos politizados.

P. Si es así, ¿cómo es posible que haya vencido Trump y Europa se entregue en manos del populismo neofascista o del nacionalismo?

R. Es la expresión del miedo, que domina la lógica política actual. Eso abre abismos, produce terror. El repliegue nacionalista y el autoritarismo viene de ahí, como las tecno utopías y esas promesas de salvación en forma de robótica y algoritmos.

P. ¿Nos movemos entre los robots y el tarot?

R. Estamos en la paranoia que alimenta el dogma apocalíptico.

P. ¿Entra ahí el turismo?

B. Es la industria legal más depredadora que existe, pero no lo digo yo. Lo dicen estudios. En su desarrollo masivo, extractivo y monopolista. No me vale que sostiene al pequeño comercio. Beneficia a las grandes industrias de transporte, urbanística o de alimentos. Es ahí donde se cruzan todas las devastaciones: de la ambiental al extractivismo presente.

P. Tradúzcanos.

R. Yo analizo el turismo como industria extractiva, como antes la minería o lo agroalimentario. Para mí, Barcelona es un campo de soja, explotable como un recurso natural cualquiera.

P. Con ese discurso, ¿cómo hace para que al viajar no la consideren turista?

R. Intento hacerlo lo menos posible. Viajo para hacer cosas. No sólo trabajo. Ver gente, amigos.

P. En alguna ocasión ha dicho que ante algún fenómeno se ha quedado sin palabras. ¿Es esa la mayor derrota para un pensador?

R. Yo defiendo las crisis de palabras. Me asustan quienes nunca se quedan sin ellas porque quiere decir que siempre saben lo que piensan. No dudan. Mis libros están atravesados de esas crisis. Saberlas aguantar es bueno. Si no te quedas en el dogmatismo o la retórica.

P. ¿Cómo hemos podido caer tan bajo para que nos llamen marca, incluso a usted?

R. Volvemos al precio, al valor que sube y baja. Parece que todos jugamos a eso, en lo laboral y hasta en lo simbólico. El capitalismo…

P. Perdón, el anticapitalismo, ¿no impone sus marcas?

R. Más en el uso del símbolo, pero no todo símbolo es una marca, a no ser que se mercantilice.

P. Confiese un vicio que descomponga su figura de musa revolucionaria monacal.

R. No sé, la testarudez.

P. Eso no es un vicio, es un defecto, O una virtud, quién sabe. ¿Algo por lo que pierda la cabeza?

R. La pierdo constantemente. Por eso me dedico a la filosofía, que no es nada santa. Al revés. Es pecaminosa por definición.

ENTRE LA AGITACIÓN Y LA REFELEXIÓN

Marina Garcés (Barcelona, 1973) se ha convertido en una de las voces de referencia de la nueva izquierda a fuerza de polémicas y ensayos calientes, entre el activismo y la reflexión. Perteneció a grupos okupa y germinó revulsivos como Dinero Gratis o Espai en blanc. Profesora de Filosofía comparada en la Universidad de Zaragoza, ha publicado Filosofía inacabada, Fuera de clase, Ciudad princesa (Galaxia Gutenberg) o En las prisiones de lo posible (Bellaterra).

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https://elpais.com/cultura/2018/08/09/actualidad/1533807893_218197.html

Para olvidarse de la felicidad

El pensamiento de Arthur Schopenhauer, padre del pesimismo metafísico, revive con nuevas traducciones y ensayos sobre sus obras

Arthur Schopenhauer, el padre del pesimismo metafísico, es uno de los filósofos más populares en España e Hispanoamérica; nuevos libros recientes vienen a vivificar su presencia en las librerías.

Es curioso el breve ensayo —aunque sustancial— del singular escritor francés Michel Houellebecq (1958). Este, al igual que les sucediera a Nietzsche, Thomas Mann o al austriaco Thomas Bernhard, quedó fascinado por el encuentro con las obras de Schopenhauer, allá por los años ochenta del siglo XX. El autor de novelas tan nihilistas como El mapa y el territorio o Sumisión vio en el pensador alemán un alma afín, desa­sosegada por la búsqueda de la verdad y desengañada del ser humano: “Ningún novelista, ningún moralista ni ningún poeta me habrá influido tanto como Schopenhauer”, afirmó. Por eso intentó traducir al francés algunos textos suyos, y de ahí nació este ensayo. Al final, sólo seleccionó un puñado de pasajes favoritos y los comentó.

Houellebecq da en el clavo con sus claras interpretaciones, que sirven tanto para los conocedores como para los neófitos; es posible que después de leer estas páginas haya quien corra a buscar El mundo como voluntad y representación, la obra capital de Schopenhauer (que cumple 200 años en noviembre de 2018); o Parerga y paralipómena, que contiene los célebres Aforismos sobre el arte de saber vivir, muy admirados por Houellebecq, por lo general editados como libro independiente.

Para olvidarse de la felicidad

Schopenhauer afirmó que la existencia es sufrimiento, y también que la contemplación estética de las cosas y los hechos del mundo nos proporciona un estado de beatitud que aleja los males inherentes al tremendo hecho de vivir. El arte es liberador, gracias a la paz que nos proporciona la belleza artística olvidamos los pesares; o los transforma de tal manera que nos recompensa con placer y deseos de acciones buenas y sensatas. Para Houellebecq esta prometedora visión estética es “tan simple como profundamente original”. Comenta también el concepto de “voluntad”, que debe entenderse “alejado del psicologismo”. La voluntad, según Schopenhauer, es el sustrato íntimo intangible que da cohesión a la totalidad de las cosas y los seres del mundo. Desde la ley de la gravedad hasta el eterno devorarse sin sentido de unas especies a otras en el que consiste la vida animal, “todo es voluntad”. Y tanto las grandes tragedias colectivas como las adversidades individuales tienen que ver con este oscuro concepto, definido como deseo infinito anhelante de satisfacción; Freud se inspiró en esa fuente para sus concepciones del “ello” y el inconsciente.

Para olvidarse de la felicidad

Finalmente, el misántropo irredento que es Houellebecq destaca como lo mejor de Schopenhauer el orgullo con el que proclamaba que la mayor riqueza del hombre de genio radica en su propio interior; este goce —escribió el pesimista— se asemeja “al cálido refugio invernal en medio de la gélida noche del mundo”. Y añadía que, a tenor de “la necedad que reina por doquier en la sociedad”, desde siempre las personas excelsas, toda vez que sus necesidades básicas estén cubiertas, se consagraron a ocupaciones sin utilidad aparente, pero que impulsan el saber y el avance de las ciencias y las artes; pues el trabajo intelectual es el cénit de la vida feliz.

Esta última idea pertenece a los mencionados Aforismos sobre el arte de saber vivir, cuya base inicial se halla esbozada en el libro que publica Nórdica en nueva traducción: El arte de ser feliz. Schopenhauer nunca lo publicó, pues sólo era el borrador temprano de su filosofía práctica posterior. El erudito italiano Franco Volpi lo recuperó de entre los inéditos del filósofo, le puso título y lo editó como si fuera un “tratado” completo. En castellano apareció en 1998, en edición bilingüe (Herder). En esta nueva versión hubiera sido deseable un prólogo en el que se aclarase esto.

Para olvidarse de la felicidad

Las “reglas” que contiene este supuesto tratado no van dirigidas en puridad a encontrar “la felicidad”, en la que Schopenhauer jamás creyó como absoluto, sino “a ser menos desdichados en este mundo”. Aristóteles, Séneca, los moralistas franceses y Gracián inspiraron la esencia de tales ideas. El “justo medio”, la fe en uno mismo, el olvido de las quimeras que nos intimidan y nos impiden gozar del presente, la desconfianza prudente en los demás o el cultivo de un sano egoísmo son algunos de los reguladores para vivir bien que propuso Schopenhauer.

Más pensamientos suculentos de este tipo, sobre cómo desenvolverse mejor en la vida, y reflexiones filosóficas sobre la muerte y el sufrimiento y otros temas afines, todos de profundo humanismo y honda metafísica, quedan reflejados en la nueva antología de fragmentos breves y aforismos extraídos de las obras de Schopenhauer que publica Alianza (no hay que confundirla con la que en 1995 apareció en Edhasa, de título casi similar, cuyo autor fue Andrés Sánchez Pascual). También Alianza recupera muy remozada una obra de invitación a la lectura de Schopenhauer de 2001, útil para adentrarse en su pensamiento.

Para olvidarse de la felicidad

El libro del filósofo y sociólogo alemán Georg Simmel presenta cuatro textos críticos con el pesimismo. Schopenhauer decía que bastaba comparar el dolor que siente un animal mientras es devorado por otro con cualquiera de los placeres del mundo para darse cuenta de que la intensidad del dolor es siempre mayor que la del placer. Afirmaba que el sufrimiento domina todo, es lo positivo; y que el placer es sólo la negación del sufrimiento, lo negativo. Simmel desmonta esta tesis a la vez que descifra los rasgos señeros del carácter pesimista. Dice con razón que es más fácil negar y destruir que construir, y que suele tener más adeptos quien niega que quien ve las cosas por su lado mejor. Apostilla que Schopenhauer fue “el tipo más arrogante de cuantos escritores han existido sobre la faz de la tierra”. Simmel se tomó muy en serio al filósofo y quiso rebatirlo con gran seriedad.

Hoy, las ideas del viejo pesimista, clásicas en su rigor, causan más goce que pesar, y hasta sirven para animar a los tristes, porque entre otras cosas enseñó que para ser felices debemos olvidarnos de la felicidad.

En presencia de Schopenhauer. Michel Houellebecq. Traducción de Joan Riambau Möller. Nuevos Cuadernos Anagrama, 2018. 96 páginas. 7,90 euros.

El arte de ser feliz. Arthur Schopenhauer. Traducción de Isabel Hernández. Ilustraciones de Elena Ferrándiz. Nórdica, 2018. 120 páginas. 19,50 euros.

Parábolas y aforismos. Arthur Schopenhauer. Selección y traducción de Carlos Javier González Serrano. Alianza Editorial, 2018, 176 páginas, 9,50 euros.

Schopenhauer: la lucidez del pesimismo. Roberto R. Aramayo. Alianza, 2018. 272 páginas. 9,50 euros.

Sobre el pesimismo. Georg Simmel. Traducción de Fernando García Mendívil. Prólogo de Fernando Savater. Sequitur, 2017. 80 páginas. 8 euros.

Fuente:

https://elpais.com/cultura/2018/08/01/babelia/1533124916_027685.html

 

Redundantes

Cada uno de nosotros se tiene por un animal racional, pero no hay certeza de que los demás lo sean

Oigo cada día con mayor frecuencia las frases “no es no”, “fútbol es fútbol” y otras parecidas. ¡Ojo!: sepan los más jóvenes que “oigo” es la manera correcta de decir “escucho”, verbo este que se usa ya para todo. Por ejemplo: “Se escuchó una explosión”. Bueno, uno puede escuchar lo que le dé la gana y es posible que alguien pusiera mucha atención y una mano tras la oreja para escuchar atentamente una explosión, pero, en general, ese tipo de sucesos se oyen, pero no se escuchan, porque para cuando han sonado ya no hay quien oiga nada. También he pillado a gente decir: “Se escuchaba llover”, algo desafortunado, porque lo normal es no escucharlo ni oírlo, razón por la cual se dice “fue como si oyera llover”, que equivale a “no me hizo ni puñetero caso”. Quienes escuchan llover no están para nada, absortos en el tamborileo de las gotas.

La prohibición de usar el verbo “oír” tiene relación con el “no es no”. Muestra un fuerte recelo sobre la capacidad de comprensión del prójimo. Cada uno de nosotros se tiene por un animal racional, pero no hay certeza de que los demás lo sean. Por esta razón hay que insistir en que uno “escucha ruidos” y no solo los oye, como acentuando nuestra voluntad de ser lo que somos. Pero al mismo tiempo sabemos que el prójimo, siendo distinto, aunque idéntico, es dudoso que sea inteligente, así que hay que machacarle las cosas muy sencillitas para que le entren en la mollera. “Yo es yo”…, pero a ti ni te escucho ni te oigo porque no te enteras de que “tonto es tonto”.

En 1913, la escritora Getrude Stein compuso un célebre verso: A rose is a rose is a rose,y ya entonces fue tenida por idiota. No lo era, sabía lo que se hacía. Unas décadas antes, Hegel había afirmado que “A es igual a no-A”. Dos modos opuestos de ver el mundo. ¿Cuál es más interesante?

Fuente:

https://elpais.com/elpais/2018/07/30/opinion/1532944803_136646.html

Foto: Friedrich Hegel. © GETTYIMAGES

 

Modelos de revoluciones

El modelo clásico de revolución ya no puede dar un servicio eficaz al ser humano

Antonio Guerrero


 

El modelo clásico de revolución ya no da servicio al hombre posmoderno: al ser un modelo de masas no es capaz de generar un cambio interior, tan solo produce revueltas sociales. Por otro lado es un instrumento fácilmente manipulable. Se encuentra en un campo de batalla muy poco fiable: el de la sociedad de la información, donde se dan la posverdad (las opiniones no contrastables con apariencia de verdad) y los fake news (las falsas verdades generadas a posta para manipular a la información). Cualquier revuelta que se produzca en este escenario está condenada al sesgo informativo. Por eso el modelo clásico de revolución no puede dar un servicio adecuado al hombre actual, no ofrece garantías de éxito. Además es un modelo violento: puede acarrear víctimas y de conseguir el poder solo aspira a un relevo gubernativo, sin cambiar el sistema político o económico: manteniendo la dictadura no reconocida de la desregulación de los mercados y las redes clientelares. Haciendo una reflexión: en nuestro presente no se ha producido la gran revolución en occidente tras la crisis económica. Existieron amagos como el 15M que no fueron en balde: crearon nuevos partidos alternativos. No obstante, no crearon una gran revolución social. Pero si se hubiera producido, haciendo una suposición, los grupos de poder, con sus hilos conectados al mundo de la información, habrían controlado la evolución de dicha revolución, tejiendo su fracaso para así generar con ello un cortafuegos a las masas. Eso habría ocurrido puesto que es lo que ocurre, actualmente, cuando surge cualquier nuevo acontecimiento. En otro orden de cosas, existen otros modelos más afines al hombre actual: la disidencia y la subversión. La disidencia consiste en decir públicamente una disconformidad. Aranguren fue el gran disidente español. Supone plantar cara al poder de forma no violenta. Por otro lado la subversión significa un cambio de valores. Tradicionalmente se hacía a través de grupos secretos pero ya no es necesario: cualquier grupo humano puede invertir los valores del sistema y vivir de esa forma alternativa. La importancia de la disidencia y la subversión, además de su carácter no violento, es la introspección: ambos suponen un cambio interior del individuo. Desde ese presupuesto, se pueden conseguir más objetivos que con la revolución clásica ya que son las personas las que cambian.

Diario de Almería. La mirada Zurda. «Modelos de revoluciones». Antonio Guerrero. 25/07/2018.

https://www.diariodealmeria.es/opinion/articulos/Modelos-revoluciones_0_1266773647.html

 

 

Celsius 232 2018 – ¿Pastilla roja o pastilla azul?

Wittgenstein, Lovecraft y la mitología universal protagonizaron la sección ‘Letras y bits’ del festival avilesino dedicado al fantástico

 

 

«De lo que no se puede hablar, es mejor callarse». Y, sin embargo, dio tanto de que hablar esa bella, sarcástica y demoledora frase. Así terminó, con finísima y devastadora ironía, su Tractatus el filósofo Ludwig Wittgenstein. Y así la recordó Tom Jubert, diseñador de videojuegos de profesión y filósofo de formación, durante la jornada de ayer en el festival Celsius 232 de Avilés. Jubert fue la estrella de la primera jornada de la sección Letras y Bits, con la que colabora 1UP en la moderación de las mesas junto con Keith Stuart de The Guardian, y que funde videojuegos y literatura desde una perspectiva cultural.

Jubert enfrentó a su auditorio con una ardua y fascinante reflexión sobre la filosofía tras los videojuegos. El joven diseñador, de 33 años aunque se define ya como «hombre de mediana edad», habló de su trabajo tras títulos independientes de gran éxito como The swapper, Faster than light, The Thalos principle o Subnautica. Juegos tras los que subyacía un amor personal por la filosofía y un deseo por difundir tal amor. «La razón por la que hago videojuegos y no otra cosa tiene dos respuestas. La verdadera y emocional: ¡porque me encantan los videojuegos! Pero puedo dar una más racional. Que la filosofía a mí me cambió la vida y que quiero compartir por qué a través de mi obra. Creo que los videojuegos son el medio perfecto para poner en juego la filosofía y los dilemas éticos. Además, hasta hace muy poco, nadie se preocupaba en mirar mucho lo que escribías. Mis jefes, desde luego, no lo hacían».

El diseñador de videojuegos Tom Jubert durante la charla de 'Letras y bits' moderada por 1UP.
El diseñador de videojuegos Tom Jubert durante la charla de ‘Letras y bits’ moderada por 1UP.

Hubert reflexionó sobre su condición de rara avis de la industria. Quitó importancia a su éxito, afirmando que tampoco cree que sea «tan buen escritor» y que el hallazgo de sus juegos tal vez provenga de su «inusual perspectiva» sobre el mundo. Manifestó su viraje de la filosofía occidental a la oriental y dio un emotivo discurso ante una pregunta de este periódico. «¿Qué dice de los occidentales el hecho de que nuestra filosofía lleve habitualmente a angustiosas preguntas y la oriental serene?».

Jubert sonrió y, con cierto temblor en la voz, habló de Wittggenstein y los colores con un recuerdo a esa decisión nihilista que tan gráficamente planteó Matrix. «En la vida puedes tomar la pastilla roja o la pastilla azul. La pastilla roja es la filosofía occidental, que parte la realidad en parcelas cada vez más pequeñas y luego intentar reconstruirla. Es una aproximación muy buena para controlar el mundo y a las personas, para hacer que vuelen aviones, por ejemplo. Pero es muy mala como cimientos para vivir. La azul, sin embargo, acepta que no podemos comprender lo real. Y por eso nos serena».

Portada del libro sobre Lovecraft y los videojuegos 'El soñador de Providence' (Heroes de papel, 2018).ampliar foto
Portada del libro sobre Lovecraft y los videojuegos ‘El soñador de Providence’ (Heroes de papel, 2018).

Hubo más reflexiones de calado durante la jornada. Por ejemplo, en la presentación del libro El soñador de Providence (Héroes de papel, 2018)con su autor Carlos Gurpegui. El autor informó del «propósito divulgador» de su obra, que pretende «actualizar el conocimiento académico» del escritor del fantástico probablemente más influyente del siglo XX. Ese conocimiento, en España, sigue anquilosado en unas ideas respecto a la figura de Lovecraft y más gravemente de su obra que las últimas investigaciones académicas, especialmente las de la escena anglosajona, han dejado atrás. La visión de Lovecraft como un extraño misántropo asexuado, por ejemplo. Pero también la confusión respecto a la esencia de sus textos, que no es una lucha del bien contra el mal sino muy al contrario la insignificancia de lo humano ante la enormidad del cosmos.

Dicha confusión viene dada por el papel que jugó August Derleth en la difusión de la obra de Lovecraft, figura a la que Gurpegui dio una de cal y una de arena. «Al César lo que es del César. Es verdad que sin él probablemente no se hubiera conservado la obra de Lovecraft. Pero es verdad también que continuó su obra aduciendo que tenía cartas, que nunca reveló, que demostraban cómo Lovecraft quería inculcar a su obra de una visión maniquea que realmente nada tenía que ver con él, un ateo convencido». Los motivos de Derleth para retorcer la visión del autor original obedecían a su ferviente cristianismo y también a su gran ego, ego que lo distanció y hasta enemistó con los integrantes del Círculo de Lovecraft —entre los que se encontraban autores como Robert Bloch (Psicosis), Robert E. Howard (Conan) o Clark Ashton Smith (Zothique)—, un grupo de amigos escritores que entendieron la gestación de una mitología cruzada y común con el autor de Providence como el abuelo de todos ellos.

Esta primera jornada de videojuegos y literatura, a la que seguirán otras dos, también tuvo un vistazo a uno de los grandes fenómenos del videojuego: la saga Final fantasy, que ha vendido más de 135 millones de juegos y ha recaudado más de 8.000 millones de euros. Los autores Carlota Fernández y Miguel Martínez, que junto a Marta García firman Explorando final fantasy(Diábolo Ediciones, 2018), ahondaron en un carácter extraordinario de esta saga, cómo consigue mezclar mitos, estéticas y sociedades en un tótum revolútum capaz de tamizar un sabor concreto.

«Hay de todo, mitos nórdicos como Odín, hindúes como Shiva o estéticas modernas y nada te produce extrañeza. Todo tiene un sentido conjunto», declaró Fernández. Martínez reflexionó sobre lo que más le sorprende a él: «Que si nos hablan de un Ifrit, un Odín o un Shiva pensamos automáticamente en Final fantasy y no en los mitos de los que provienen. Así de poderosos son estos juegos». Y la reflexión, divulgación y difusión sobre ellos, como recordó uno de los directores del festival Jorge Iván Argiz, está alcanzando al fin el vuelo de estas obras del décimo arte.

https://elpais.com/cultura/2018/07/13/1up/1531476010_244286.html

 

Tribus filosóficas

Ninguna idea es separable de la vida. Ninguna visión puede ser abstraída sin ser parte de un proceso vivencial

Al pensamiento francés siempre le ha gustado la proustización del lenguaje, el tráfico oculto de la metáfora, la alusión velada y resonante. Los franceses son y han sido esencialmente literatos. Hay en ellos una querencia (no siempre confesada) por la seducción, por lo utópico y lo trágico. Merleau-Ponty ensayó esa transformación del habla con el propósito de “aprehender el movimiento de lo vivo y lo concreto”, como si el vuelo de la metáfora pudiera acompañar el vuelo de las cosas. Una fe inquebrantable en lo concreto que le hace desconfiar, como al buen poeta, tanto del subjetivismo sentimental como del objetivismo científico. No en vano se ha dicho que Heidegger, otro de los filósofos-literatos, suena mejor en francés que en alemán (y al parecer se entiende mejor, de ahí su gran acogida en Francia). Mientras tanto, el mundo anglosajón, dominado por la fiebre del análisis, sonreía ante esas aspiraciones y contemplaba con escepticismo la destreza lúdica de estos jokers de las palabras.

Reducir la filosofía a lenguaje, o a hermenéutica, que es la reflexión del lenguaje sobre sí mismo, como se pretendió al otro lado del canal, es privarla de su función más genuina e inspiradora, esa que afecta al caudal de las vivencias, a la dimensión activa de la imaginación y la percepción. Supone renunciar a todo aquello que se puede vivir pero no formular o erigir en concepto. La filosofía no puede ser un léxico, un sustituto verbal del mundo, pero tampoco confundirse con un discurso que acumula frases subordinadas y yuxtapone las alusiones (veladas, sensuales o cultas) con una prosa resonante y poética.

No quiere esto decir que el lenguaje no tenga su importancia. La filosofía nunca es indiferente al habla. Pero necesita de una dimensión práctica que no sea únicamente moral. La genuina filosofía es hábito de la mente, instrucciones para una “cultura mental” que permita congeniar con el mundo, recrearse en la complicidad de las cosas, en lo visto y lo escuchado, en el cuerpo presente y el recordado. Entre esos modos de la reconciliación están la música y la pintura, la literatura y las sustancias psicotrópicas, la contemplación del color y el movimiento, el sueño lúcido y la percepción activa (esa que vivifica lo que contempla, como si del ojo saliera un rayo que animara las cosas). En todas ellas hay un ejercicio de desposesión, donde la mente acompaña al empuje del Ser (no lo impulsa, lo acompaña), pues el lugar natural del noûs se encuentra al otro lado del tiempo.

Reducir la filosofía a lenguaje, o a hermenéutica, que es la reflexión del lenguaje sobre sí mismo, es privarla de su función más genuina e inspiradora, esa que afecta al caudal de las vivencias

Merleau-Ponty desarrolló su filosofía de la percepción mientras combatía en la Resistencia de la Francia ocupada. Buscaba una nueva relación entre conciencia y mundo, más allá del empirismo clásico y del materialismo, que trascendiera también el racionalismo (el látigo del silogismo) y el idealismo (el desprecio del cuerpo). Partía de una idea sencilla. La percepción no es una ciencia, ni siquiera una toma de posición deliberada, sino el trasfondo mismo sobre el que se erigen todas las ciencias y las opiniones. La resistencia a los nazis ocultaba otra, la de considerar la conciencia como “interioridad”. Merleau-Ponty prefería verla comprometida con el mundo, en un sentido casi nupcial. Una verdad que ya no habita en el “hombre interior”; de hecho, no hay tal “hombre interior”. El sujeto sensible está comprometido, atado e implicado con aquello que ve y siente, por mucho que juegue a la distancia e invente mediadores. Rescata así una de las estrategias clásicas de la filosofía, hoy casi desaparecida, el esfuerzo por la simpatía y la identificación afectiva, la capacidad de congeniar con aquello que se observa, algo que difícilmente puede llevarse a cabo si se reduce la filosofía al “pensamiento crítico”, como es moda en Facultades e institutos, o si se multiplican los mediadores, como hacen los laboratorios con algoritmos, probetas o cámaras de burbujas. Ninguna idea, por muy abstracta que sea, es separable de la vida. Ninguna visión puede ser abstraída, separada del resto de las cosas, sin ser al mismo tiempo parte de un proceso vivencial. Las abstracciones más abstractas, ya sean el cero o el infinito, se viven siempre desde una determinada posición y circunstancia. Al margen de dicha vivencia, todo se oscurece y reduce a mera especulación.

La relación entre espectador y espectáculo no es frontal, sino una suerte de complicidad, una relación casi clandestina. Para Merleau-Ponty es posible “co-incidir” con las cosas, pero esa correspondencia no se da sin una diferencia previa. Ahí está el misterio (incrustados, pero no del todo) de esta propuesta filosófica. Ese es el “buen error” del pensamiento. La persona se encuentra sumergida en el mundo, atravesada por él, es ya mundo, y cuando cree conocer, ella misma pasa a formar parte de lo conocido. Una idea que fascinaría a los creadores de la física cuántica. Reproduce sin saberlo una vieja enseñanza del Talmud: no vemos las cosas como son, vemos las cosas como somos. “Las cosas atraen mi mirada y mi mirada acaricia las cosas”, dice Merleau-Ponty. Entre la mirada y las cosas se atisba una complicidad. Ahondar en ella es el saludable motivo de esta filosofía.

Fuente:

https://elpais.com/cultura/2018/07/10/babelia/1531216554_621574.html

 

Breve defensa de un agnóstico

Para Hans Magnus Enzensberger, el ateísmo es una idea fija. Prefiere moverse con libertad, sin someterse ni siquiera a ese precepto

No me haría mucha gracia que alguien me instase a responder esa pregunta comprometida que siempre resulta un poco embarazosa. Lo más seguro es que me escabullese declarando que soy un agnóstico católico. Si el interpelante es un individuo poco refinado, este argumento suele desconcertarlo, ya que en parte tiene que ver con el origen de la persona. Así ocurre también en mi caso.

Mi familia procede del sur de Alemania; más concretamente, de Algovia. Excepto por un par de romanos, celtas y francos intercalados aquí y allá, mis antepasados eran campesinos sedentarios. Nada de emigrantes diversos, como hugonotes, mineros polacos, buhoneros judíos u otros refugiados o desplazados. El ambiente era alemán y católico, pero no ortodoxo. Los viernes se comía pescado, y en Cuaresma, unos suflés maravillosos, si bien a mis padres nunca se les ocurrió asistir puntualmente a misa los domingos. Eso sí, en casa había una Biblia, aunque rara vez se leía.

Con todo, tanto en el colegio como en la universidad me interesé por las cuestiones teológicas. Es algo que tengo que agradecer a la hospitalidad de los benedictinos de Neresheim, a su mesa, a su vino y a su magnífica biblioteca. Esta pequeña ciudad del distrito de Ostalb debe su renombre a su abadía, cuya iglesia es un magnífico edificio barroco proyectado por Balthasar Neumann. Las siete horas canónicas, desde los maitines hasta las completas, se cantaban en latín con el acompañamiento del órgano del coro. El encargado de la biblioteca era un hombre atento y de ingenio agudo que me daba a leer toda clase de herejías, entre ellas el gran poema didáctico de Lucrecio De rerum natura en la traducción de Hermann Diels; los pensamientos y opiniones de MontaigneEl sobrino de Rameau, de Diderot, y cosas por el estilo.

Estos autores se encargaron de ilustrarme, mientras que, durante el recreo diario que seguía a la comida, los monjes me hacían ver que los teólogos medievales se habían atrevido con las preguntas filosóficas más espinosas y las habían debatido en una disputa sin fin. La vida de esos hombres perspicaces y cultos era arriesgada. Cabalgaban durante semanas y meses para llegar a París, Basilea, Oxford o Róterdam por caminos plagados de bandidos y soldadesca. También eran capaces de citar de memoria innumerables textos de la Antigüedad, y dominaban todos los recursos de la retórica clásica. Desde Frege hasta Russell o Wittgenstein, los matemáticos han admirado a los escolásticos como Guillermo de ­Ockham o Duns Scoto y los han considerado los fundadores de la lógica moderna. Por aquel entonces, las conversaciones en el claustro de Neresheim me impresionaban profundamente, aunque poco pudiese sacar en claro del opaco latín eclesiástico de los patres. Además, tras la Segunda Guerra Mundial tenía puesta toda mi atención en el presente de Alemania. En la década de 1950, nadie quería saber demasiado del Holocausto nazi, sobre el cual reinaba un silencio obstinado. Las antiguas autoridades no estaban dispuestas a abandonar sus puestos de jueces, jefes de policía y profesores, de manera que empezar a recoger la basura en el desierto político, económico y moral de un país dividido en cuatro resultaba largo, laborioso y agotador.

El concepto fue acuñado en 1869 por T. H. ­Huxley, firme defensor de Darwin y bisabuelo del autor de ‘Un mundo feliz’

Con el tiempo, la tarea se volvió tediosa. Para una minoría de jóvenes amenazaba con convertirse en una ocupación obsesiva. La soberbia acechaba a la vuelta de la esquina. Posiblemente, al final me salvó la idea de que ser alemán no era un oficio muy halagüeño. Prefería escribir.

Que se sepa, nadie, ni siquiera un suizo o un sueco, puede librarse del bagaje histórico que lleva consigo. Una parte de ese legado y de esa carga la arrastramos allí donde vamos a través de la religión. Un hada bondadosa me ha privado del talento para la fe en el monoteísmo. Los dioses son tantos que duele elegir. Los griegos y los romanos nos acompañan en el cielo y en los días de la semana, y las tradiciones egipcias y asiáticas, desde Tutankamón hasta Buda, tampoco se han extinguido por completo. A mi modo de ver, poco daño pueden causar una pizca de Epicuro y la dosis conveniente de estoicismo.

Por eso, para mí el ateísmo no es una opción, sino una idea fija. No quiero pertenecer a ese club. En general, me cuesta decidirme por una filiación. Me faltan dotes para ser un colega de fiar. Naturalmente, habrá quien lo considere una carencia.

Así pues, solo me queda una posibilidad, a saber: ser y seguir siendo agnóstico. El creador del concepto fue el biólogo inglés Thomas Henry Huxley, autodidacta brillante elegido miembro de la Royal Society ya a los 25 años y uno de los más firmes defensores de Darwin y sus teorías.

Huxley acuñó el término agnostic, que desde entonces se ha familiarizado en muchos otros idiomas, en el año 1869. Por cierto, el escritor Aldoux Huxley era su bisnieto. Su famosa novela de ciencia-ficción Un mundo feliz sigue moviendo a la reflexión, ya que predice que, en el futuro, los seres humanos se engendrarán en laboratorios y se los preparará para una vida de consumidores sin la intervención de los padres.

Como es lógico, Thomas Henry Huxley no podía ni tan siquiera imaginar la genética moderna, la clonación, ni la manipulación de la línea germinal. Sin embargo, se daba cuenta de que los detractores de Darwin estaban de acuerdo en un punto. Creían sinceramente que habían resuelto en mayor o menor medida todos los interrogantes de la existencia humana. “Están convencidos de que participan de una gnosis que antaño había sido privilegio de la Iglesia. Yo, por el contrario, no soy uno de esos iniciados”.

Un hada bondadosa me ha privado del talento para la fe en el monoteísmo. Los dioses son tantos que duele elegir

Aunque el concepto sea más reciente, el agnosticismo tiene un pasado venerable. La palabra griega significa “conocimiento”. Los escépticos crearon una escuela propia, iniciada por Protágoras, quien afirmaba: “Respecto a los dioses, no tengo medios de saber si existen o no, ni cuál es su forma. Me lo impiden muchas cosas: la oscuridad de la cuestión y la brevedad de la vida humana”.

Pirrón de Elis, un sofista de la época helenística, optó por la escepsis, es decir, por la reflexión y la duda como categorías centrales de su filosofía. El hombre, postulaba, puede permitirse las opiniones, pero la certeza es inalcanzable. Sexto Empírico, el último y más radical representante de la escuela, ponía asimismo en tela de juicio la capacidad humana de conocer qué mantiene unido al mundo en lo más íntimo.

Así pues, los agnósticos están bien acompañados. A este pequeño club pertenecieron muchos pensadores del siglo XVIII. Entre ellos cabe destacar a David Hume y Denis Diderot. Se cuenta que, en el salón del barón de Holbach, el filósofo escocés relató la siguiente anécdota sobre los misioneros franceses que se habían internado en los bosques con el propósito de convertir a los nativos de Canadá; uno de los indios hurones fue llevado a Londres, donde se le administró la comunión. “Hijo mío”, le preguntó el sacerdote, “¿no obra en ti la gracia del sacramento?”. “Sí”, respondió el iroqués, “el vino me ha sentado muy bien, pero creo que si me hubiesen dado aguardiente, todavía me habría sentado mejor”.

A la mesa de Holbach estas bromas eran corrientes. Al parecer, el barón pidió a los 18 presentes que se pronunciasen sobre el ateísmo. Quince se declararon ateos; el voto de los otros tres, entre ellos el de Diderot, no nos ha llegado. Presumiblemente eran los agnósticos. No disponemos de ninguna prueba documental sobre la veracidad de este cotilleo que circulaba entre los ilustrados. Puede que sea una invención, aunque, en todo caso, acertada.

El agnosticismo tiene numerosos pros y contras. Te permite moverte con mayor libertad y no tienes que someterte a toda clase de preceptos concebidos por cualquier institución. Desprenderse de la disciplina del partido o la Iglesia en cuestión puede ser un alivio, más si se trata de las trabas de una ideología política. El inconveniente reside en que el agnóstico no acaba de pertenecer a nada.

Me gustaría concluir esta reflexión con una anécdota que cuenta un católico convencido amigo del papa Juan XXIII. Al parecer, un día, en Castel Gandolfo, un científico se confesó pagano. El Papa le respondió que había cosas peores, ya que, por lo menos, él era semicatólico.

Traducción de News Clips.

 

 

Fuente:

https://elpais.com/cultura/2018/06/29/babelia/1530281566_935435.html

Simon Critchley, el filósofo que salta a todos los terrenos de juego

Tras sus ensayos sobre la fe y David Bowie, el británico, forofo del Liverpool, publica un libro de fútbol: “Ser hincha te obliga a creer en las hadas, a comportarte como un estúpido”

Como ayer se presentaba al público el ensayo En qué pensamos cuando pensamos en fútbol (Sexto Piso), era natural que el autor, Simon Critchley (Hertfordshire, Inglaterra, 1960) se refiriese a la inesperada renuncia de Zinedine Zidane como entrenador del Real Madrid. Zidane también se retiró inesperadamente como jugador. “Es un carácter extraño para un futbolista”, dice Critchley. “Creo que fue Virginia Woolf la que habló de una oscuridad que es el yo. El yo es como un tiburón, o un escualo, o una criatura bajo el agua… En Zidane se ve. Y se ve también la melancolía de lo que se ha hecho, porque cuando algo se ha hecho, se ha acabado. ¿Y ahora qué? ¿Qué será lo próximo? Él muere, como ya murió cuando dejó de ser jugador, en 2006, y ahora, como entrenador, ha vuelto a morir. Y creo que es muy consciente de eso”.

El libro de Critchley tiene un capítulo consagrado a “la paradoja de Zidane”, a la verdad oscura y profunda que se advierte claramente, dice Critchley, debajo de la firmeza, el hermetismo y la severidad del rostro, y detrás del continuo movimiento del fútbol: “Un núcleo de inmovilidad y silencio” o “el esbozo de una interioridad inaccesible, de una realidad que se resiste a la mercantilización, de una atmósfera”, atmósfera que el autor relaciona con el retrato de Inocencio X de Velázquez.

“En el fútbol la suerte es importante, y el Real Madrid la tuvo en la final, pero la cuestión es: ¿has creado suerte? Has de ayudarla. Sobre este tema me gusta citar a un campeón de golf norteamericano que dice: ‘Cuanto más practico, más suerte tengo”.

El fair play tiene mérito en este hombre que fue criado en una devoción fanática por el Liverpool, club al que se siente unido por un compromiso religioso. “Y en la creencia no solo de que mi equipo es muy bueno, sino de que sus seguidores son especiales y la cultura que lo rodea, única”. Pasión y creencia que se ha asegurado de inculcar en su hijo.

Simon Critchley es un pensador que, después de unos años juveniles turbios y potencialmente peligrosos, se recicló a través del estudio de la literatura y luego de la filosofía. “Me leí el canon de la literatura moderna europea del siglo XX. Los profesores de literatura no eran muy impresionantes, y en cambio los de filosofía eran excelentes maestros”.

Vocación literaria

En parte por esa primera vocación literaria, Critchley, catedrático en la New School for Social Research de Nueva York, cuya reputación internacional se vio abrillantada por su duelo de ideas con Zizek (quien a propósito de su libro Infinitely Demanding: Ethics of Commitment, Politics of Resistance le reprochó sus supuestos posmodernismo y escapismo), es un escritor ecléctico, que no respeta las distancias entre alta y baja cultura; además de experimentos de teología política como La fe de los que no tienen fe (Trotta),publica análisis sobre el suicidio (en Alpha Decay) o libros en los que analiza fenómenos de la cultura popular como Bowie (Sexto Piso), escrito febrilmente bajo la impresión de la muerte del músico: “Ninguna persona me ha proporcionado tanto placer como David Bowie a lo largo de toda mi vida”.

Bowie se puede leer como una meditación sobre conceptos filosóficos que Critchley considera sustanciales en la trayectoria y en las canciones del artista (cuyas letras, a menudo confusas, están compuestas, según revela el filósofo, siguiendo la técnica aleatoria del cut-up de Burroughs) como el “ser para la nada” de Heidegger y la “escasez” y la “moribundia” en Beckett. A la inversa, en el libro sobre fútbol nos enteramos de que Heidegger tenía en su despacho un televisor escondido para seguir los partidos, especialmente los de la selección alemana: “A Heidegger le impresionaba Beckenbauer”. No alcanzó a conocer al autor de Ser y tiempo, que falleció en 1976, pero sí a Gadamer. Critchley tenía 26 años y el autor de Verdad y método, 86. “¿Y sabe de qué hablamos? De fútbol. Era un gran fan”. Una de las cosas que a este filósofo más le gustan del fútbol es el carácter social. “El fútbol es socialismo”, sostiene.

La pasión futbolística es, afirma, una bendición para la gente, que en torno al duelo deportivo tiene acceso a un universo perfectamente ordenado y delimitado, y una alternativa a la vida cotidiana: “Al mirar el fútbol entramos en un mundo diferente, maravillosamente idiota”. Porque “pese al cinismo, la corrupción y el capitalismo crónico propios de este deporte, ser hincha te obliga a creer en las hadas, a comportarte como un estúpido y a tener un cierto grado de optimismo”.

Fuente:

https://elpais.com/cultura/2018/06/01/actualidad/1527871768_264634.html