Artículo de Vicente Sanfélix en El País, 10/03/2013.
Miembro de un Gobierno extremadamente popular, nuestro héroe tiene el mérito de haber sido nominado en varias ocasiones por el CIS como el ministro peor valorado. Pero ni esto le arredra. No en balde, el señor Wert se concibe a sí mismo como un toro bravo que se crece con el castigo. Al margen de otras consideraciones, lo preocupante de esta comparación estriba en que implica la concepción de la política como una tauromaquia.
Aceptándola por mor del argumento habría que decir que el actual ministro de educación derrota en todas direcciones. Tan pronto embiste a la derecha nacionalista –arrojando gasolina al fuego fatuo del independentismo– cuanto al centro o a la presunta izquierda; su gran casta le da para irritar por igual a padres, estudiantes, profesores, rectores, investigadores… Nadie escapa de sus feroces embestidas. Bueno, casi nadie. Porque la conferencia episcopal no parece que tenga especiales motivos de queja. Partidario de la financiación pública de los colegios que segregan sexualmente a sus estudiantes, el actual ministro propone una Ley de mejora de la calidad de la enseñanza (¡!) en que la gran beneficiaria de la reforma será la asignatura de Religión.
Si la Religión es la gran beneficiaria, la filosofía es la gran perjudicada. Degradada a optativa en el último curso de bachillerato, desaparece la enseñanza de la ética de la educación obligatoria.
La propuesta podría parecer que tiene cierta lógica, pues al fin y al cabo si, como afirmaba un temprano preámbulo de la LOMCE, el objetivo principal de la reforma no es sino el de aumentar la competitividad de nuestro mercado laboral, poco parece que la filosofía pueda aportar a semejante objetivo.
No obstante, alguna consideración cabría hacer al respecto. Zygmunt Bauman, quien comparte con el señor Wert especialización, ha afirmado que la sociología está esencialmente ligada a la ética, y que la idea, ranciamente positivista, de una sociología neutral no pasa de ser un mito. Y lo que vale para la sociología, pienso, vale para el conjunto de las ciencias sociales. Así son cada vez más los economistas que insisten en que la desigualdad social –un valor éticamente discutible, al fin y al cabo– no es sólo una consecuencia de la crisis sino, a la vez, un factor que la agudiza. Y lo que cabe decir de la desigualdad, cabría decirlo igualmente, pace el señor De Guindos, de la corrupción, aunque solo sea porque ésta constituye una vía regia para el rápido incremento de aquélla (basta comparar el incremento de ingresos de los presuntos corruptos y de los honrados en los últimos años). Así, pues, la ética no está tan alejada de los asuntos económicos como el trasnochado positivista quisiera hacernos creer.
Cuando la corrida del señor Wert termine probablemente el público, tan popular como su partido, le indultará por mor de su bravura. Restañadas las heridas podrá volver a las paradisiacas dehesas –¿en forma de empresa semipública?– y hasta ejercer de semental (asesor) para transmitir los genes de su bravura a las nuevas generaciones de toros bravos. Lo seguro es que en medio de la plaza quedará agonizante la vaquilla berlanguiana, símbolo en este caso de la educación española, pidiendo a gritos que la política educativa se entienda en este país menos como sangrienta lidia y más como civilizado consenso.
Vicente Sanfélix es catedrático de Filosofía de la Universidad de Valencia.