Artículo de José Sánchez Tortosa en El Mundo, 10/10/2013.
Los trámites parlamentarios para la reforma de la ley educativa están focalizándose en la figura del ministro Wert. Sin embargo, escasea el diagnóstico riguroso de lo que aquí se está jugando. Entretenerse con vaguedades y trivialidades parece ser el destino de esta decrepitud institucional e intelectual que se esconde bajo el solemne y respetable nombre de democracia, y que, en base a la ley de Murphy, aún puede empeorar bajo los que dicen encarnar como en un sacramento la verdadera democracia.
Lo que aquí se juega no depende sólo de un par de asignaturas, sino de la estructura objetiva del sistema de enseñanza, devastada por la ley del 90, que impuso una tendencia irreversible bajo la cual han sido sacrificadas varias generaciones y la salud técnica, económica, política e intelectual de España.
En el caso de la Filosofía, se da la paradoja de hay que defenderla de los que salen en su defensa. El tópico de que es un modo de estar en el mundo es una vaguedad que la asimila al senderismo, a cualquier tribu urbana o a la afición por un equipo deportivo. El carácter específico de la Filosofía consiste en que es una labor crítica cuyo campo de estudio abarca los demás saberes, actividades y relatos de los homínidos parlantes, que, como sujetos, son producto de un entramado de relaciones objetivadas en las instituciones: económicas, tecnológicas, simbólicas. Por ello, es indispensable, no para ser mejor persona, más demócrata o cualquier otro tópico bienintencionado y políticamente correcto que ninguna asignatura garantiza, sino para poder discriminar, definir y entender las diferencias y las relaciones entre esos saberes y actividades, para distinguir lo que tiene una base lógica o racional y lo que es un mito, por muy innovador que parezca. Por ello, se pregunta qué significa «estar en el mundo» y qué se quiere decir con «mundo»: para defenderse de la ignorancia que siempre vence.
CULTURA | Reforma educativa
La derrota de la Filosofía
- El destierro de la Filosofía no es tan grave como su infantilización
Los trámites parlamentarios para la reforma de la ley educativa están focalizándose en la figura del ministro Wert. Sin embargo, escasea el diagnóstico riguroso de lo que aquí se está jugando. Entretenerse con vaguedades y trivialidades parece ser el destino de esta decrepitud institucional e intelectual que se esconde bajo el solemne y respetable nombre de democracia, y que, en base a la ley de Murphy, aún puede empeorar bajo los que dicen encarnar como en un sacramento la verdadera democracia.
Lo que aquí se juega no depende sólo de un par de asignaturas, sino de la estructura objetiva del sistema de enseñanza, devastada por la ley del 90, que impuso una tendencia irreversible bajo la cual han sido sacrificadas varias generaciones y la salud técnica, económica, política e intelectual de España.
En el caso de la Filosofía, se da la paradoja de hay que defenderla de los que salen en su defensa. El tópico de que es un modo de estar en el mundo es una vaguedad que la asimila al senderismo, a cualquier tribu urbana o a la afición por un equipo deportivo. El carácter específico de la Filosofía consiste en que es una labor crítica cuyo campo de estudio abarca los demás saberes, actividades y relatos de los homínidos parlantes, que, como sujetos, son producto de un entramado de relaciones objetivadas en las instituciones: económicas, tecnológicas, simbólicas. Por ello, es indispensable, no para ser mejor persona, más demócrata o cualquier otro tópico bienintencionado y políticamente correcto que ninguna asignatura garantiza, sino para poder discriminar, definir y entender las diferencias y las relaciones entre esos saberes y actividades, para distinguir lo que tiene una base lógica o racional y lo que es un mito, por muy innovador que parezca. Por ello, se pregunta qué significa «estar en el mundo» y qué se quiere decir con «mundo»: para defenderse de la ignorancia que siempre vence.
Además, parece que se puede hacer Filosofía sin necesidad de saber Filosofía, como si fuera posible hacer carpintería sin saber carpintería, por no sé qué misterioso atributo taumatúrgico que permite a cualquiera filosofar («pensar») sin estudiar los rudimentos de esa disciplina que pone en pie Platón. La Filosofía se levanta en defensa propia contra los mitos heredados y contra los que generan las nuevas tecnologías y ciencias. Por eso, no irrumpe de la nada, ni de la meditación con uno mismo, ni de la inspiración divina, ni de la comunión con la naturaleza, ni de la superioridad del genio. Es un trabajo de destrucción dialéctica contra toda la distorsión de la realidad, que moldea la mentalidad de los sujetos según los códigos de esas mitologías. Es un trabajo solitario que no se puede hacer más que en discusión con otros, contra los demás y contra uno mismo, contra el peso de la pereza intelectual que dicta lemas apresurados, consignas simplistas, dogmas que no se discuten. La Filosofía es una peculiar aristocracia contra las masas al alcance de cualquiera. Por eso no está reservado de antemano a élites de sabios o profetas, de líderes o iluminados. Necesita rigor, precisión, paciencia. El trabajo que cualquiera puede realizar, pero que muy pocos realizan. Justo lo que la escuela pública postmoderna ha barrido de los centros de enseñanza, convertidos en guarderías para sujetos infantilizados hasta la ciudadanía.
La nueva ley no corrige la catástrofe porque no ataca los principios objetivos en los que se basa la destrucción de la enseñanza perpetrada por la LOGSE: infantilización por medio de la reducción del bachillerato a dos cursos, de la igualación de los niveles, de la promoción automática. Los mitos pedagógicos (el constructivismo, aprender a aprender) son el vacío adecuado para propagar la ignorancia y forman la retórica que envuelve el delirio en el cual los profesores son esclavos de los pedagogos y de los alumnos, y, de ese modo, los alumnos son esclavos de sí mismos y, salvo heroicidades, están condenados a la incompetencia y el analfabetismo camuflados por las inercias mecánicas de leer y escribir sin saber leer ni escribir. Y ni siquiera en español.
Convertir la Religión en evaluable, aunque optativa, y hacer de la Historia de la Filosofía de 2º de Bachillerato una asignatura optativa, son torpezas que insisten en la destrucción del rigor y el estudio y dejan vía libre al adoctrinamiento por debilidad y falta de exigencia académica. Entre sacerdotes católicos, reverendos progresistas y obispos nacionalistas, el alumno queda asfixiado y con nulo margen para aquello que un sistema público de enseñanza ha de proporcionarle a él y, por extensión, a la sociedad de la que forma parte: conocimientos.
José Sánchez Tortosa es profesor de Filosofía y autor de El profesor en la trinchera.
Imposible atinar mejor en pocas líneas acerca de los males que aquejan al sistema educativo.