Artículo de Maite Larrauri en Ayuda al estudiante, blog de El Pais, 14/11/2013.
Autora invitada: MAITE LARRAURI, coautora de la colección de libros Filosofía para profanos (junto al dibujante Max), y profesora de Filosofía en institutos públicos, ya jubilada.
Platón no quería que la filosofía se enseñara a los jóvenes. En el libro VII de La República, el personaje Sócrates le explica a Glaucón que a la filosofía hay que llegar tarde, no antes de los 35 años. De hacerse antes, la educación de los jóvenes se malogra.
Para que Glaucón le entienda, Sócrates establece una comparación. Imagínate –le dice– que un muchacho adoptivo ignora que lo es. Respetará a sus padres adoptivos, y la autoridad de estos prevalecerá sobre la de cualquier otra persona, mientras siga creyendo que ellos son sus verdaderos padres. Ahora bien, si descubre que no lo son, y al mismo tiempo se enfrenta a no poder saber quiénes son los verdaderos, dejará inmediatamente de obedecer a sus padres adoptivos, y se dejará arrastrar con facilidad hacia otras influencias.
Esto mismo es lo que sucedería si a un muchacho joven lo introdujéramos en la filosofía. Esta le enseñaría que aquellos principios en los que se ha basado su vida hasta el momento son falsos (como los padres adoptivos), y, no pudiendo conocer los valores verdaderos (porque es demasiado joven y eso requiere tiempo), se dejará llevar por “los principios del placer”. Se volverá discutidor, no aceptará autoridad ninguna (puesto que ha descubierto que están basadas en la falsedad), disfrutará rebatiendo ideas de los más mayores (ahora sabe cómo argumentar), se convertirá en alguien para quien la verdad y el bien no significan nada: para él, la verdad que se hace llamar tal sería mentira, y la auténtica verdad (como los auténticos padres), como si no existiera.
Con estos argumentos y otros parecidos han hecho valer sus razones quienes piensan que la filosofía no debe enseñarse en el nivel de secundaria, antes de la Universidad.
“Primum vivere deinde philosophari” dice una máxima latina. Como muchas otras sentencias y usos cotidianos de las palabras “filosofía” y “filosofar”, esta también deja implícito el sentido según el cual la filosofía es especulación, teoría, abstracción; en todo caso algo alejado de las actividades de la vida normal y corriente. Incluso cuando se dice “tómate las cosas con filosofía”, se alude a una paciencia fruto de la edad. Por eso primero hay que vivir y solo después filosofar, porque primero es estudiar y trabajar y tener experiencia y, en la madurez, llega el tiempo de la reflexión.
Pero, como filósofos hay muchos, utilizaré un texto de Kant para criticar a Platón. Entre ambos median alrededor de 22 siglos de distancia. Y sobre todo, en tiempos de Kant, se estaba gestando la primera revolución consciente de la humanidad. En plena efervescencia de esas nuevas ideas, cinco años antes de la Revolución Francesa, Kant escribió para un periódico un artículo que respondía a la pregunta «¿Qué es la Ilustración?». Defiende sin fisuras que los humanos poseen una razón que les permite dirigir sus propias vidas, si se atreven a ello. La libertad es cuestión de valentía, la que hace falta para contrastar con el propio entendimiento cualquier imperativo de carácter moral, religioso o terapeútico. Critica a una humanidad que todavía se comporta como si fuera menor de edad, que prefiere, por comodidad o por miedo, obedecer a otros antes que ser responsables de sí mismos.
“Como si fueran menores de edad”: porque no lo son, o más bien naturalmente no lo son. La minoría de edad es una relación construida históricamente, en la que, como en toda relación, hace falta dos partes: hay menores de edad porque hay quien se erige en tutor (y los tutores, desde luego, tienen interés en seguir siéndolo).
Esta relación es todavía más visible, según Kant, si pensamos en términos de diferencia sexual: son pocos los varones que osan pensar por sí mismos, pero de entre las mujeres no hay ninguna. Al margen del punto de vista estrictamente masculino que le lleva a hacer esa contundente afirmación (algún beneficio extraería Kant de su condición de varón), cierto es que hasta el siglo XX las mujeres han sido consideradas, todas ellas, «como si fueran menores de edad», y las que se han salido del molde han tenido que arrostrar serias dificultades.
Así pues, según Kant la totalidad de las mujeres y la gran mayoría de los varones se “apoyan en andaderas” para caminar; es decir, siguen las directrices de los tutores (ya sean estos médicos, sacerdotes, autoridades políticas o morales) para conducir sus vidas. Los tutores, conscientes de que no serán obedecidos si no es infundiendo una cierta cantidad de miedo, asustan a los comunes mortales sobre los enormes peligros de la libertad. Kant opina, sin embargo, que si se abandonan las andaderas, son posibles las caídas, pero no son graves, y, poco a poco, los humanos aprenderán a caminar sin ayuda, por sí solos.
Hoy en día es indiscutible que queremos para nuestros hijos una vida en libertad. Y la sociedad reconoce muy temprano la responsabilidad de los jóvenes, varones y mujeres, para votar, para trabajar, para pagar impuestos, para decidir dónde y con quién quieren vivir. Legalmente dejan de ser menores de edad mucho antes de lo que sucedía en tiempos pasados.
No podemos, como quiere Platón, dejarlos en la ignorancia acerca del papel crítico del pensamiento, pero tenemos que prepararlos para que se conviertan en buenos ciudadanos. No podemos seguir haciéndoles creer en la existencia de autoridades indiscutibles, pero necesitan un cierto entrenamiento para que efectivamente las caídas sin andaderas no sean irreversibles.
Kant piensa que se trata tan solo de quitar las andaderas y dejarse guiar por la luz de la propia razón, pero tres siglos después sabemos que no es tan fácil. Hay más autoridades que las visibles representadas por las instituciones políticas, culturales, religiosas, familiares o educativas. Los jóvenes obedecen a ciertas corrientes de opinión sin darse cuenta, sin ser conscientes de esta obediencia (también los adultos, sin duda, pero constatarlo es una argumento más a favor de la necesidad de la enseñanza de la filosofía). La supeditación a la moda es un ejemplo menor, pero tendría que darnos una idea de lo poco libres que son, aunque aparenten lo contrario. Y eso se aplica también a sus tempranas ideologías.
La filosofía como enseñanza obligatoria en los niveles de secundaria es fundamental para que los jóvenes aprendan a caminar por sí solos. Siempre que se cumplan algunas condiciones.
En primer lugar, sus contenidos curriculares tienen que ser eminentemente prácticos, es decir, lo importante es un saber hacer, un saber cómo más que un saber qué.
En segundo lugar, hay que pensar que la filosofía está dirigida a una población muy amplia puesto que, afortunadamente, es una materia obligatoria en nuestro país. No puede ser pensada como una preparación a una carrera de filosofía, ni siquiera como una preparación a estudios universitarios.
La filosofía enseña un punto de vista, descubre, por así decirlo, que el mapa no es el territorio. Que nuestras vidas (nuestros territorios) están apoyadas en presupuestos, en creencias, en evidencias (los mapas en los que disponemos nuestras experiencias). Si los estudiantes aprenden a ver las premisas que con autoridad guían sus acciones, podrán adoptar un punto de vista crítico frente a ellas. Quizá se vuelvan más escépticos, pero la libertad con la que afortunadamente enfrentan sus vidas les da la posibilidad de guiarse a sí mismos sin ser unos cínicos.
No se fiarán tan fácilmente de lo que otros hayan dicho o escrito, y se entrenarán en desvelar igualmente las premisas de sus propias evidencias, esas que, de tan arraigadas, no les permiten ver el mapa con el que representan su propio territorio.
Pero en un mundo abierto a experiencias muy variadas, los chicos y las chicas jóvenes no están supeditados a los límites de sus tribus. Pueden viajar en todos los sentidos de la palabra, pueden explorar territorios que no son los que están marcados por los colores de sus mapas. Y eso tiene un enorme valor, independientemente de las opciones futuras de los estudiantes, porque la enseñanza obligatoria forma a ciudadanos.
La escuela democrática tiene sus ideales: quiere que los ciudadanos mejoren, que no repitan errores y vicios del pasado, que participen a hacer de esta vida algo más hermoso y más justo. Para eso tienen que ser individuos pensantes, y pensar es saber que un mapa es solo un mapa.
NOTA SOBRE LA AUTORA, escrita por Carlos Arroyo
MAITE LARRAURI ha sido profesora de Filosofía en institutos públicos durante 36 años y está actualmente jubilada, pero conserva su intensa actividad intelectual y pedagógica, acorde con la conciencia y energía activista que desde su juventud la llevó a militar en el antifranquismo y el feminismo.
Tradujo e introdujo en España el feminismo italiano de la diferencia. Ha publicado en revistas como Archipiélago, Revista de Occidente, Cuadernos de Pedagogía o Disenso y sobre autores como Foucault, Spinoza, Kierkegaard, Bergson, Nietzsche o Weil. También ha sido colaboradora de EL PAÍS y actualmente es colaboradora habitual de la revista Frontera D.
Junto al dibujante Max, ha lanzado en la editorial valenciana Tàndem una colección que considero muy interesante y más que oportuna en estos tiempos, Filosofía para profanos. Tiene su prolongación en este blog, que recomiendo visitar. Aquí la tenéis también en Facebook.
En esta colección ha publicado El deseo según Gilles Deleuze, La sexualidad según Michel Foucault, La libertad según Hannah Arendt, La guerra según Simone Weil, La felicidad según Spinoza, El ejercicio según Marco Aurelio, La potencia según Nietzsche, La amistad según Epicuro o La educación según John Dewey. Y sus correspondientes ediciones en catalán.
Había leído ocasionalmente a Maite Larrauri, y me animé a pedirle que escribiera para el blog cuando leí en Frontera D este artículo suyo sobre la película Hannah Arendt, de Margarethe Von Trotta, que acababa de ver ese mismo día y me había gustado mucho.
En el artículo habla de la necesidad de pensar (sea cual sea nuestro nivel de inteligencia: inteligente idea). Fue una idea que me encantó, sobre todo porque hoy día parece bastante necesario recordarla. De vez en cuando, también a uno mismo, porque cada día es más evidente que el entorno conspira contra el pensamiento.