Entrevista al filósofo estadounidense Michael J. Sandel, profesor de Filosofía Política en la Universidad de Harvard, realizada por Amanda Mars en El País, 08/12/2013.
- El profesor alerta de la frustración creciente en las democracias porque se debate sobre temas técnicos y no morales o éticos.
- “Si pudieras salir a la calle a comprar amigos, no funcionaría”.
- “Los discursos públicos están vacíos de grandes temas éticos”.
- “Hay que decidir qué área pertenece a los mercados y en cuáles no deberían entrar”.
Todo parece en venta: se puede conseguir pasar la pena de prisión en una celda mejor que el resto si se pagan 82 dólares por noche en Santa Ana (California); el derecho a emitir a la atmósfera una tonelada de dióxido de carbono sale por 13 euros en la UE y hasta es posible comprar el seguro de vida de un enfermo o anciano, pagando todas sus primas mientras viva, para luego cobrar los beneficios cuando fallezca, lo que implica que cuantos menos años viva, más jugoso es el negocio. Una aberrante lista de ejemplos ha sido recopilada por Michael J. Sandel, profesor de Filosofía Política en la Universidad de Harvard, en su último libro Lo que el dinero no puede comprar. Los límites morales del mercado. Sandel, que participó esta semana en un coloquio en Madrid, invitado por el Aspen Institute España, alerta sobre los peligros de la desigualdad en una época en la que la riqueza no sirve solo para tener más yates o mejores coches, sino para comprar casi todo: influencia política, seguridad…
Pregunta. Dice que hemos pasado de una economía de mercado a una sociedad de mercado: la primera sirve para organizar la actividad productiva y la segunda permite que los valores mercantiles impregnen todos los aspectos de la actividad humana. ¿En qué momento se cruza esa frontera?
Respuesta. Es difícil decir cuándo exactamente. Hay una vida social, una actividad humana, a la que los mercados no pertenecen y hay muchos ejemplos que muestran lo perjudicial que es que ocurra. Hay áreas donde los valores de mercado se están imponiendo, como la sanidad o la educación, y necesitamos el debate.
P. El problema es que parece muy progresivo, inadvertido: un día asumes que es normal pagar para hacer menos cola en un aeropuerto, otro que si pagas más tendrás más pruebas médicas… Y un día, ¿por qué no pagar por conseguir un órgano para un trasplante si alguien te lo quiere vender?
R. Exacto, es muy gradual: cada vez que introducimos los valores de mercado a un área parece un paso pequeño en esa dirección. Por ejemplo, pagamos un sobreprecio para lograr saltarse una cola en un parque de atracciones, o por tener un asiento más cómodo en un avión. Entonces estamos comprando un servicio que ofrece una compañía, pero la cosa cambia totalmente si ese sobreprecio nos vale para saltarnos una cola del control de seguridad, porque no es un servicio privado, sino una cuestión de seguridad nacional, la protección de todos y ahí [el dinero] marca diferencia en nuestra relación con la seguridad pública y los espacios públicos. Así que lo que empieza como una práctica inocente, incluso lógica, cambia la relación entre los ciudadanos. Ahora los lobbies pueden pagar a otras personas en Washington DC para que hagan cola por ellos y tengan sitio para asistir a los debates que más les interesan en el Congreso… Esto no es un parque de atracciones, esto es el Congreso, muy diferente… Así que debemos dar un paso atrás y debatir a qué área pertenecen los mercados y en qué áreas no deberían entrar porque perjudican la vida democrática.
P. La mercantilización de todo agrava la desigualdad entre las personas, según dice en su libro. Pero no todo el mundo ve la desigualdad como un problema. Su colega en Harvard, Martin Feldstein, explica que esta no importa si se combate la pobreza, si todo el mundo gana más, aunque sea desigual.
R. Discrepo. La desigualdad es un problema más allá de la pobreza. Si la brecha entre ricos y pobres se vuelve muy grande, aunque nadie pase hambre, las personas empiezan a vivir vidas cada vez más separadas, en distintos barrios, distintos medios de transporte, distintos médicos, dejan de convivir en los espacios públicos… No es bueno para la democracia. La democracia no requiere igualdad perfecta, pero si la gente vive en esferas cada vez más separadas, el sentido de ciudadanía y de bien común es más difícil de sostener. Así crece el riesgo de que no nos sintamos ciudadanos, por eso la igualdad importa, sobre todo ahora que el dinero puede comprar más y más bienes esenciales.
P. Pero los Gobiernos parecen cada vez más débiles ante el poder de los mercados.
R. Hay una frustración creciente en las democracias de todo el mundo, por cómo funcionan las constituciones y actúan los partidos políticos, y la razón, creo, es que los discursos públicos están vacíos de los grandes temas éticos. En la mayor parte de democracias no se está debatiendo sobre las grandes cuestiones como la justicia, la desigualdad o el papel de los mercados… Es porque tememos el desacuerdo y creemos que las soluciones de los mercados pueden proporcionarnos un modo neutral de solventar los conflictos y el resultado es la pérdida de confianza en las instituciones. Muchas democracias debaten hoy sobre temas técnicos, en lugar de grandes valores como la justicia o el bien común.
P. Dice que el problema empieza cuando las reglas del mercado imperan donde no deberían. ¿El mercado es amoral por definición?
R. Muchos economistas creen que las reglas del mercado son neutrales, pero yo no lo creo. Cuando introducimos la lógica mercantil a conceptos como la ciudadanía, por ejemplo, cambia el significado y el valor de esa ciudadanía. Con un televisor, la compraventa no cambia su valor, es el mismo aparato. Pero, por ir a un extremo, no ocurre lo mismo con la amistad: si pudieras salir a la calle y comprar amigos, no funcionaría, porque el mismo hecho de comprar esa amistad cambiaría el significado de la relación. Si aceptamos que las personas puedan comprar la ciudadanía, el significado de lo que es la ciudadanía cambia. Por ejemplo, hay escuelas que incentivan a los alumnos a leer libros a cambio de cobrar dos dólares, en este caso por el hecho de mercantilizarlo, el valor de leer un libro cambia.
P. España anunció en primavera la llamada Golden Visa para extranjeros: invertir dos millones en deuda pública o comprar un inmueble a partir de 500.000 euros otorga permiso de residencia. ¿Lo incluiría en su libro?
R. Sí, sería un gran ejemplo… Les dicen que puede comprar su permiso para vivir aquí. Algo similar sucede en EE UU: si inviertes 500.0000 dólares y se crean 10 empleos en zona de alto paro, consiguen las tarjetas de residentes.
P. Desde ese punto de vista, ¿es la prostitución otro de esos ejemplos en los que se mercantilizan áreas humanas?
R. Es otro ejemplo de cómo el hecho de comprar o vender algo como el sexo devalúa el significado de esa relación.
P. La compraventa de órganos está prohibida en la mayor parte de países, vista a veces como algo aberrante, pero ¿no es la salud un bien comerciable ya desde hace tiempo? En algunos países como EE UU ya está supeditada a poder tener un buen seguro privado.
R. Hay un cierto paralelismo entre el libre mercado de órganos y de servicios sanitarios, en ambos casos el acceso a la salud y en algunos casos incluso a la vida. En EE UU llevamos un proceso de reforma de los servicios médicos, como el obamacare, pero desgraciadamente no ha ido lo bastante lejos, aunque haya una mejora. En China, por ejemplo, hay largas colas para ver a un doctor y hay veces que tienes que esperar días o incluso una semana para lograr la cita, que se revenden a precios muy altos. Puedes practicar la reventa para conciertos de estrellas, ¿pero queremos que eso se pueda hacer también con las visitas al doctor?
P. ¿Por qué cree que el triunfalismo en el mercado ha tocado a su fin?
R. No lo creo, yo creí, como hizo mucha gente en 2008, que con la crisis tendríamos un nuevo debate sobre el papel de los mercados, pero no ha pasado y uno de mis objetivos es inspirar este debate.