Artículo de Andy Martin en la revista sinpermiso, 22/12/2013.
Andaba yo hojeando algunos de los expedientes del FBI sobre filósofos franceses, cuando me saltó a la cara un nuevo candidato para ocupar el atestado “Montículo de Hierba” [en Dallas, lugar desde el que, según algunas teorías, pudo también dispararse contra el presidente Kennedy]. A las compactas hileras de la CIA, la Mafia, el KGB, Castro, Hoover, y LBJ [el presidente Lyndon Baines Johnson], podemos añadir ahora a Jean-Paul Sartre. Los informes del FBI y el Departamento de Estado a lo largo de los años 60 habían llamado la atención sobre la pertenencia de Sartre al Comité Juego Limpio con Cuba, del que Lee Harvey Oswald era también miembro. Y -¿de forma profética?- Sartre había “desestimado a los EE.UU como una nación descabezada”. Naturalmente, me apresuré a tratar de descubrir dónde exactamente podía haber estado Sartre el 22 de noviembre de 1963. ¿Podría ser, al fin y al cabo, que él hubiera sido el Segundo Tirador? De repente, empezaron a encajar todas las piezas.
Pero posteriores referencias en el expediente principal sobre Oswald mostraban que el FBI, si bien inquieto de modo general por las “tendencias izquierdistas” de Sartre y sus vínculos con los comunistas, con Castro y Bertrand Russell, estaba preocupado concretamente porque amenazara -además de protestar contra la intervención norteamericana en Vietnam- con “participar activamente en el Comité Quién Mató a Kennedy francés” (de acuerdo con un artículo del Washington Post del 14 de junio de 1964). El FBI había abrazado la teoría del Tirador Solitario. El énfasis de su interés por Sartre no se dirigía, por tanto, a saber si había participado en alguna conspiración sino más bien a si creía en la teoría de la conspiración y “apoyaba la postura de que Oswald no había sido el verdadero asesino del presidente Kennedy”.
El FBI le tenía echado el ojo a Sartre ya desde 1945. Poco después empezaron a investigar a su contemporáneo, Albert Camus. El 7 de febrero de 1946, John Edgar Hoover, director del FBI, escribió una carta al “Agente Especial encargado” en la sucursal de Nueva York, llamando su atención sobre cierto ALBERT CANUS, “según consta, el corresponsal en Nueva York de Combat, que ha estado redactando informes erróneos que resultan desfavorables para el interés público de este país”. Hoover dio órdenes de “llevar a cabo una investigación preliminar para verificar sus antecedentes, actividades y afiliación en este país”. Uno de los subordinados de Hoover tuvo arrestos para informar al director de que “el verdadero nombre del sujeto es ALBERT CAMUS, no ALBERT CANUS” (conjeturando diplomáticamente que “Canus” era probablemente un alias que había astutamente adoptado).
La ironía que se desprende de los expedientes del FBI sobre Camus y Sartre, que abarcan varias décadas (y a los que, todavía parcialmente censurados, tuve acceso gracias al ábrete sésamo de Ley de Libertad de Información) es que los hombres-G, inicialmente tan antifilosóficos, se encontraron filosofando de mala gana. Se convirtieron (en frase de G.K. Chesterton [en El hombre que fue jueves]) en policías filosóficos.
Hoover necesitaba saber si el existencialismo y el absurdo representaban algún tipo de tapadera del comunismo. Para él, cualquier cosa podía significar una reescritura cifrada del Manifiesto Comunista. Eso era lo que tenía el Manifiesto… que no era manifiesto: más a menudo, como diría Freud, estaba latente. Así que los agentes del FBI se vieron forzados a convertirse en psicoanalistas y hermeneutas, involucrados en lo que el historiador Carlo Ginzburg llamó con esmero el “paradigma cinegético” (una hermandad de detectives buscadores de pistas en la que incluye a Freud y Sherlock Holmes). De manera que nos encontramos con agentes que se dedican a estudiar obras filosóficas y asistir a conferencias.
Pero los del FBI eran “policías filosóficos” en un segundo sentido: al seguir las huellas de Camus y Sartre (vigilancia, escuchas, pinchazos telefónicos, robos) dan forma a su propio cuño de investigaciones filosóficas. Los expedientes filosóficos del FBI, sobre todo, revelan de qué manera la agencia se volvió tan dogmáticamente anticonspirativa.
Sartre había sido invitado a los EE.UU. hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, como parte de una campaña de propaganda supervisada por la Oficina de Información de Guerra (Office of War Information – OWI).
Frente al escepticismo del FBI respecto a que el autor de La náusea y El ser y la nada fuera capaz de aportar algo de propaganda decente en nombre de quien fuera, Sartre tenía al menos un robusto defensor: Archibald Macleish, subsecretario de Estado, y director asistente de la OWI. Macleish es hoy más conocido como autor de una formulación clásica de la estética de la modernidad: “Un poema no debería significar/ sino ser”. Poeta en el París de los años 20, se convertiría en Bibliotecario del Congreso y profesor de Retórica en Harvard. Pero durante la guerra fue una de las figuras fundadoras de la “Sección de Investigación y Análisis” de la Oficina de Servicios Estratégicos [Office of Strategic Services – OSS], precursora de la CIA, el servicio de inteligencia más internacional (y rival, por tanto, del FBI) que Hoover trataba de abortar y socavar.
En una entrevista publicada en France-Amérique en marzo de 1945, Macleish pedía a su entrevistador que “no olvidar[a] informar a Sartre, cuyo talento tanto apreciaba, de que se regocijaba por anticipado de su visita”. Mientras tanto, desde el punto de vista del FBI, cualquiera que hubiese estado en la Resistencia (ya fuera activamente -Camus- o más marginalmente, como Sartre) estaba automáticamente bajo sospecha. Sobre todo, periodistas y filósofos. Y todavía más cuando otra escritora francesa, asentada en los EE. UU., Geneviève Tabouis, andaba afanosamente denunciándolos como comunistas. (Sartre escribió un artículo denunciándola como espía del Departamento de Estado, algo que ella negó enérgicamente, aun cuando lo hiciera mientras informaba de ello al Departamento de Estado).
Sartre esperaba que le espiaran. Pero nunca actuó clandestinamente. Valoraba la total transparencia. De ahí su desdén por el inconsciente freudiano y su aprecio por el papel que la visibilidad desempeña en la cultura de la fama. Sartre resultaba un misterio para el FBI: era imposible robarle información porque estaba desesperado por darla. Aun así, tras un cuarto de siglo de hacerse cruces sobre su obra, haciendo notar sus lazos con el Che, Russell, los Panteras Negras y el movimiento contra la guerra de Vietnam, tuvieron que concluir en la sinopsis de su obra, en los años 70, que, por un lado, podía ser “descrito como pro-comunista” (y “alentaba a la juventud a no creer en nada espiritual”) mientras que al mismo tiempo es “también descrito por algunas fuentes como anticomunista”.
Camus, que siguió los pasos de Sartre en 1946, fue retenido brevemente por inmigración debido al aviso de bloqueo de Hoover. Por contraposición a Sartre, Camus propuso una estética de la discreción y la intimidad. Donde Sartre tendía hacia una maximización de la información hasta el punto de la obscenidad, Camus creía que puede haber algo parecido al exceso de información.
Camus, al igual que Sartre, tenía un valedor en la proto-CIA: Justin O’Brien, profesor de Francés en Columbia, y traductor de los diarios de André Gide. O’Brien había sido asimismo jefe de la sección francesa de la OSS durante la guerra, a la que se encomendó la tarea de “establecer redes de inteligencia tras las líneas alemanas en Francia”. Durante la Ocupación desarrolló su gusto por la obra de Eluard, Michaux, Vercors, “el renacimiento poético que marcó la Ocupación”, y por Louis Aragon, que era abiertamente comunista.
Una vez terminada la guerra, los dos servicios de inteligencia, el FBI y la CIA quedaron aprisionados en “una praxis binaria de reciprocidad antagónica” (como diría Sartre). Dicho de otro modo, el FBI, y concretamente Hoover, detestó primero a la OSS y luego, pasado 1947, a su avatar, la CIA. Pero era algo más que una disputa territorial lo que dividía a las dos agencias. Había una amplia divergencia filósofica (y, habría que añadir, estética).
El FBI de Hoover era sumamente suspicaz tratándose de filósofos, sobre todo si eran extranjeros: era prácticamente filosófobo; pero esto no le impidió a la organización desarrollar su propio sello de pensamiento filosófico en respuesta a Sartre y Camus: los expedientes del FBI sobre el ser y la nada.
El FBI no leía a Sartre ni a Camus en el original francés. Uno de los agentes, tras robar algunos cuadernos y diarios (“conseguidos de sus efectos personales”) a principios de 1945, se queja de que este “material [está] todo en francés” y se reclutaron traductores. Entonces pudo empezar la investigación propiamente dicha.
Los del FBI aparecen como neoexistencialistas según el clásico molde del primer Sartre. Como el primer Archibald McLeish, adoptan el punto de vista según el cual la gente, y no sólo la poesía, “no debería significar sino ser”. No les gusta el significado; están al acecho en su busca, sobre todo de significados en códigos secretos, pero no les gusta. Desde luego, abonan la tesis de que “el infierno son los otros”. Y Hoover se hubiera visto enormemente aliviado sólo con que cualquiera que cruzase el conjunto de los EE. UU. fuera un solitario lleno de angustia, anómico e introvertido. Lo que temen y ponen en cuestión es el significado y, en última instancia, la trama… o la narración. Son antinarrativos.
El FBI se hace eco de la clásica crítica moderna de la narrativa que hace Sartre en su novela La náusea. Los del FBI de Hoover son existencialistas por antonomasia en su rechazo de la narración teleológica: preferirían la contingencia y el caos al telos. El FBI descubrió en Camus a un tipo de su gusto: el Camus del Absurdo y el Extranjero, de acuerdo con el cual el individuo nunca podrá darle sentido al mundo ni conectar con los demás, en ninguna forma a largo plazo.
Solemos pensar en el FBI como grandes teóricos de la conspiración. Pero la realidad es bastante matizada: me siento tentado a decir que no eran suficientemente conspirativos. Se resisten a la teoría. No quieren creer realmente en complots. De ahí su actitud primaria, su metafísica, cuando llegamos a la pregunta: ¿Quién mató a Kennedy? ¿Fue una conspiración el asesinato de Kennedy? El FBI no admitirá tal cosa. Estaban decididos, a su manera característicamente neoexistencialista, a concentrarse en la historia – o no historia- de Oswald como lobo solitario. Oswald, en resumen, es justamente el tipo de persona que les conviene: un solitario en conflicto, anómico, desconectado. Más Meursault [protagonista de El extranjero, de Camus] que conspirador.
Narrativa, filosofía y espionaje comparten una génesis común: surgen de la falta de información. La expectativa de Sartre de un mundo de información total los mataría del todo. No habría necesidad del FBI ni de novelistas o filósofos franceses. El existencialismo y el absurdo insisten en la asimetría entre el ser y la información. El agente James M. Underhill, que seguía heroicamente al esquivo “Albert Canus” compendió la teoría con una frase resonante: “El expediente no muestra su disposición última”.
De modo que ¿dónde estaba Sartre el 22 de noviembre de 1963? Los archivos del FBI no registran que entrara en el país en ese año? Probablemente se encontraba en París, donde preparaba la segunda parte de su autobiografía en Les temps modernes. La coartada de Camus es todavía más sólida, pues había muerto en un accidente de coche en enero de 1960. Pero ¿se trató de un accidente debido o al azar…o de una conspiración?
Andy Martin es profesor de francés en la Universidad de Cambridge y autor de The Boxer and the Goalkeeper: Sartre vs Camus (Simon & Schuster). Este artículo se basa en una conferencia dictada en la Maison Française de la Universidad de Columbia, como parte de las conmemoraciones del centenario de Camus, y publicada en inglés por la revista Prospect.
Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón
De verdad, casi no se lee de lo clara que habéis dejado la letra. Como diseño bien pero…