Artículo de Josep Maria Montaner en El País, edición para Cataluña, 16/01/2014.
- En lugar de espacios para la invención y la creatividad, la escuela se concibe como una fábrica y la universidad como una empresa.
En las últimas décadas se ha producido una transformación de las coordenadas de la enseñanza, tanto primaria y secundaria como universitaria. De la voluntad de transmitir una cultura conceptualizadora y crítica se ha ido pasando a una formación pragmática, pensada para ser útil al sistema productivo. En lugar de ser espacios para la invención y la creatividad, donde desarrollar el derecho a conocer y la inteligencia social, el colegio se ha convertido en una fábrica y la universidad, en una empresa. Nos alejamos de un pasado trazado por magníficos pedagogos. Cataluña fue la tierra de Francesc Ferrer i Guàrdia, fundador de l’Escola Moderna, Josep Estalella, creador de l’Institut Escola, Rosa Sensat, primera directora de l’Escola del Bosc, Marta Mata promotora de l’Associació de Mestres Rosa Sensat, que renovó la pedagogía en los años sesenta, y muchas otras experiencias que han potenciado métodos basados en la escuela activa y libre. También en otras épocas ha existido una arquitectura escolar y universitaria con espacios pensados para las innovaciones pedagógicas, como las escuelas que en los años sesenta proyectaron Martorell, Bohigas y Mackay, articuladas entorno a un gran espacio polifuncional.
Escuelas y universidades deberían ser focos para fomentar el talento y la creatividad, de donde salieran personajes como Steve Jobs, cofundador de Apple, Muhammad Yunus, promotor de los microcréditos en Bangladesh, Vandana Shiva, impulsora de cooperativas agrarias de mujeres, o muchos otros, como los inventores de diseños innovadores para mejorar las condiciones de vida de las poblaciones más vulnerables. Debería ser un lugar para fomentar la inteligencia creadora y colectiva, tal como la ha definido José Antonio Marina. Es decir, saber pensar para poner en marcha nuevos procesos para que las personas se relacionen y autoorganicen para mejorar el mundo.
Sin embargo, hoy se reducen espacios, se recortan los medios, se suprimen becas, se bajan sueldos, se suben las tarifas de las matrículas, aumentan los estudiantes por aula, escalamos posiciones en el porcentaje de abandono escolar y seguimos por debajo de la media de la OCDE según el informe PISA. Todo ello se produce en un contexto en el que las universidades europeas se ven obligadas a desarrollar el Espacio Europeo de Enseñanza Superior, definido por el Plan de Bolonia, con unos recursos económicos muy inferiores a los previstos.
Este adelgazamiento de la educación pública se produce en relación con el empobrecimiento de las salidas laborales: para los jóvenes hoy las posibilidades son el subempleo, el paro o la emigración. Y es que la ideología neoliberal tiene uno de sus principios clave en el control de la educación: el objetivo es fomentar unas élites, prioritariamente masculinas, para dirigir las grandes empresas, bancos e instituciones; adoctrinar a unas capas técnicas muy especializadas, dedicadas a fortalecer el buen funcionamiento de la máquina capitalista, desde la investigación aplicada, las nuevas tecnologías, la comunicación, la informática o la publicidad; reducir los sectores dedicados al arte y al pensamiento, creativos, imaginativos y críticos, a su mínima expresión, forzándolos a integrarse en las industrias culturales; y mantener un alto porcentaje, de más de la mitad de la población laboral, con una baja cualificación, una reserva de currantes disponibles para cualquier trabajo. Estamos lejos de una situación basada en la responsabilidad de unas clases técnicas, de ingenieros, arquitectos y diseñadores, poseedores de los conocimientos y dedicados a una tecnología liberadora y socializante.
Y es en este panorama que se explica la política del ministro Wert, con la impopular LOMCE: se considera que las escuelas y las universidades públicas son aún demasiado buenas; tienen aún excelentes profesores, que se incentiva que se jubilen, eso sí, evitando que sus plazas sirvan para el relevo generacional; y se fomentan unos estudiantes dóciles y pasivos, profesionales en el regateo de notas y el mínimo esfuerzo.
Se considera que la universidad no puede ser el lugar de un pensamiento libre de las presiones del mercado y que ha de homogeneizarse y españolizarse: existe aún demasiada capacidad crítica en la educación, especialmente visible entre los niños y niñas catalanes, tan respondones, y entre el profesorado de las islas Baleares, que reivindica la lengua catalana. Para ello la receta que se impone es esta involución en la enseñanza, que intenta desacreditar y romper la cadena esencial del aprendizaje humano en toda sociedad: la posición activa de los estudiantes y la generosidad de maestros y maestras, de profesores y profesoras al transmitir el saber y la curiosidad para leer, investigar, indagar y descubrir el mundo, potenciando una ciudadanía activa y crítica y reforzando unas mentes que imaginen otras posibilidades. Con ello no solo se está hipotecando el futuro de unas generaciones, sino el de todo el país.
Josep Maria Montaner es arquitecto y catedrático de la ETSAB-UPC.