Artículo de Juan José Tamayo en El País, 03/02/2014.
Maestro, amigo y colega. Estas tres palabras resumen mi relación con Carlos París durante más de treinta años. Comenzó a finales de la década de los setenta del siglo pasado en que inicié mis estudios de filosofía en la Universidad Autónoma de Madrid. Allí seguí sus clases de Antropología Cultural en la licenciatura, sus lecciones sobre la Técnica en Ortega y Gasset y Heidegger en los cursos de doctorado y, bajo su dirección, hice la tesis doctoral sobre la filosofía utópica de la religión en el pensador alemán Ernst Bloch. Recuerdo que cuando le propuse el tema de la tesis me comentó: “Perfecto. Coincide con mi actitud vital, ya que soy un creyente con esperanza pero sin fe”. Yo le recordé entonces la afirmación de Bloch: “La razón no puede florecer sin esperanza. La esperanza no puede hablar sin razón”. Desde entonces razón y esperanza han sido las claves intelectuales de nuestra sintonía.
Mi relación con Carlos París se ha mantenido viva y activa hasta el final. El año pasado me invitó a intervenir, junto con Jacob Muñoz, en la presentación de la segunda edición de su libro Ética radical. Los abismos de la actual civilización, que es una de las más lúcidas y creativas contribuciones a la ética porque cuestiona los límites y ocultamientos de las éticas tradicionales, dilata el horizonte de la filosofía moral y las responsabilidades humanas a otros campos no separables de lo humano, como la ciencia, la técnica y la naturaleza, e incorpora la crítica del capitalismo y de la política liberal. El libro completa la trilogía iniciada con Crítica de la civilización nuclear y continuada con El animal cultural. Biología y cultura en la realidad humana (1994), tres obras mayores de la filosofía española y latinoamericana del siglo XX y principios del siglo XXI.
En un texto antológico de Ética radical describe así lo que para él es la reflexión filosófica: “La filosofía que profeso parte del grito, del lamento, de la encrespada protesta ante la injusticia del mundo que vivimos. Si Aristóteles afirmaba que la Filosofía nace de la admiración, yo diría que también mi filosofar parte de la admiración, pero no solo de la que suscita la contemplación de los cielos, sino de la que brota ante el heroísmo de tantos hombres y mujeres que, incansables, dieron su vida, luchando por el reino de la libertad y la hermandad universales. Y el pensamiento que se levanta, a partir del grito y de la admiración no quiere reducirse a contemplar el mundo, sino que aspira a contribuir a su radical transformación”.
La vida de Carlos París fue un ejemplo de esa manera de entender la filosofía. En ella se dan cita teoría y práctica, militancia política y reflexión filosófica, creación literaria y pensamiento crítico, interpretación y transformación, conforme a la tesis 11º de Marx sobre Feuerbach: “Hasta ahora los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo”. Tomando prestada la segunda parte del título de uno de sus libros más emblemáticos, su vida bien puede definirse como “existencia auténtica”, bajo la guía del altruismo que él entiende como “el refuerzo mutuo entre el yo y el otro, en una sinergia en que ambos se potencian”.
Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones en la Universidad Carlos III de Madrid