Artículo de José Luis Pardo en elpais.es, 08/08/2014.
A pesar de que se supone que a esa vaga entidad llamada “la sociedad” le preocupa muchísimo la educación, una de las pocas veces en las que esta preocupación —por la enseñanza en cuanto tal, no por cuestiones infraestructurales o laborales ligadas a ella, ni por escándalos coyunturales— se puso de manifiesto fue cuando, hace unos años, unos cuantos estudiantes y unos pocos profesores nos movilizamos contra el llamado Plan Bolonia, no precisamente por nuestra voluntad antisistema sino por todo lo contrario: porque veíamos en él un ataque a la institución universitaria, concebida como uno de los pilares del sistema democrático. Esta lucha fracasó, debido a la casi unanimidad de la posición «oficial», mucho más «revolucionaria» y «antisistema» que la nuestra.
Después llegó la crisis económica, y este debate fue rápidamente sustituido por el relativo a la sequía presupuestaria, al estrangulamiento financiero de la investigación, al adelgazamiento de las plantillas y a la subida de las tasas de matrícula. Pero lo que no se ha explicado suficientemente es que todos los atropellos que se han cometido en los terrenos recién mencionados habrían sido, quizá no imposibles, pero sí muchísimo más difíciles —es decir, habrían encontrado mucha más resistencia por parte de las estructuras universitarias— si estas estructuras, junto con la autonomía de los docentes y de los investigadores y la naturaleza pública de la labor realizada en ellas, no hubieran sido gravemente dañadas, desmontadas o destruidas por aquella reforma «modernizadora».
¿Cómo es ahora mismo nuestra Universidad? Los rectores están angustiados por las facturas, y los departamentos asfixiados por los recortes, pero, ¿y la enseñanza que se imparte en ellas? Como consecuencia de los nuevos planes de estudios, y no solamente de la austeridad, hay menos conocimiento (las carreras son más cortas, el número de profesores ha descendido, los cursos son más rápidos y las asignaturas más reducidas y más genéricas), y el que hay es bastante más descualificado que antes, y cada vez se diferencia menos de la enseñanza media, como resultado de la aplicación de un modelo de gestión procedente de la empresa privada (y ligado a ella en muchas de las enseñanzas técnicas y científicas) que resulta especialmente letal para las Facultades de Letras y Humanidades. Los investigadores de estos campos cada vez pierden más el control de los instrumentos con los cuales pueden crear conocimiento y de los procesos de evaluación de sus propios resultados, puestos en manos de agencias externas, que no valoran los contenidos de la investigación sino los contenedores de la misma (su publicación en revistas que siguen el modelo de las ciencias de la naturaleza y que se editan sólo en inglés), en un régimen que tiende a desligar la investigación de la docencia, lo que desnaturaliza por completo la institución universitaria.
Bajo la excusa de que en España hay «demasiadas universidades» continúa gestándose políticamente un programa que lo que realmente pretende es que haya menos Universidad y que sea menos pública, que el conocimiento sea cada vez más superficial y sus portadores cada vez más adaptables, más manipulables y, como consecuencia, más infelices.
José Luis Pardo es filósofo.