Con las nuevas decisiones del Gobierno y planteamientos educativos, la filosofía está, una vez más, en el candelero. ¿Es útil? ¿Sirve para algo? ¿Tiene sentido cultivarla en el siglo XXI? ¿Merece la pena estudiarla y enseñarla?
En realidad, estas cuestiones yerran el tiro. Emilio Lledó se refiere a la filosofía como el amor a las preguntas, a la curiosidad, al asombro. En la medida en que nos preguntamos por nuestra vida, y nuestra muerte, por el mundo, por la sociedad, por la política, por el futuro, por la educación, por la verdad y la mentira (fake news), por el porvenir de las generaciones futuras, por la desigualdad, por la injusticia, por la propia subsistencia del planeta y nuestra relación con otros seres vivos, por la corrupción… cuando interrogamos y nos interrogamos, cuando buscamos respuestas, estamos haciendo filosofía.
La filosofía no es útil ni inútil, es inevitable. Todos nos hacemos estas preguntas y, en ese sentido, todos hacemos filosofía. La filosofía no es patrimonio, por tanto, de quienes nos dedicamos profesionalmente a ello sino, esencialmente, un puente que conecta las ciencias y las letras, los saberes científico-técnicos y las humanidades, la teoría y la práctica, por ello es igualmente inclasificable en un compartimento estanco.
Autor: Txetxu Ausín. Científico Titular, Instituto de Filosofía (CCHS-CSIC)
Fuente: The Conversation (21/10/2018)