A propósito del debate sobre la ética como asignatura en la educación formal y para el ejercicio de las funciones ciudadanas cotidianas
«Las redes sociales entraron en nuestras vidas de sopetón. Nunca nadie nos enseñó a usarlas, ni nos explicó su importancia, ni la manera en que afectan nuestras vidas, ni la adicción que causan. Como casi todo lo que tiene que ver con el universo digital, aprendimos de ellas curucuteándolas.
Y lo seguimos haciendo igual, pues cada vez que se actualizan, de nuevo hay que perderles tiempo hasta entender los cambios, especialmente quienes tenemos más de 40 años, pues tal parece que los millennials nacieron con el chip de la tecnología incrustado en el cuerpo, una especie de gen que los ayuda a entender, con sorprendente facilidad, todos estos nuevos aparatos que a diario se inventan, así como las nuevas aplicaciones y redes sociales.
Sin embargo, hay algo que no enseñan ni la tecnología ni este bendito chip: ética. Ya se ha escrito suficientemente sobre el narcisismo de los millennials, pero hay un tema del que poco se habla: la ética en las redes.
El narcisismo no deja ver a los otros, a los demás, porque vuelve a la gente insensible ante todo lo que no sea el yo. De hecho, el problema con el narcisismo no es el egoísmo, sino la incapacidad de entender el dolor ajeno, de entender que el otro también siente.
Esta semana sucedieron dos hechos que pusieron de presente la falta de ética y de sensibilidad por cuenta de esta necesidad de llamar la atención y de ese narcisismo que se está saliendo de cauce. Luego de que el cantante Legarda muriera a consecuencia de una bala perdida, una veinteañera escribió en Twitter, y se viralizó de inmediato, una frase en la que se burlaba tanto del cantante como de su muerte. ¿Cuántos likes recibió? No sé. Pero a eso apuntaba el trino: a ganar notoriedad a expensas del dolor ajeno.
Igual sucedió con la mujer que asesinó a su hijo y al tiempo se suicidó. El video se viralizó a la velocidad de la luz. Leí en Facebook que una amiga mía le recriminaba, desde su muro, al que subió el video: “¿Lo compartirías en las redes para causar morbo en los demás si esa mujer hubiera sido tu mamá o un familiar cercano?”. Yo creería que la respuesta es ¡sí! “Sí eso me genera likes, claro que lo haría”.
Y, bueno, ajá, digamos que alguien gana un millón de likes. ¿Qué hace con ellos? ¿Los cambia por dinero en el banco más cercano? ¿Gana pasajes ida y regreso a La Bahamas? ¿Le sirven, al menos, como tokens en Chaturbate? Necesito que alguien me explique el negocio porque esta dictadura del like, sin cabeza ni corazón, es mil millones de veces más peligrosa que la de Maduro en Venezuela. Lo peor es que, a la cabeza de ella, está Donald Trump.
PD: ¿Dónde estudian los ingenieros civiles de Colombia? ¿Por qué no vetan a las universidades que les enseñaron a construir puentes que se caen y represas que se agrietan? Y, ¿qué dice la Sociedad de Ingenieros? ¿Ya expulsó a estos ingenieros o le basta con hacerse la de la vista gorda, mientras el país sigue perdiendo millonadas por la ineptitud de sus miembros?»
Autor: Alonso Sánchez Baute
Fuente: El Heraldo (11/02/2019)