Vivo enamorada de la cara que pone un alumno cuando entiende lo que quería decir este o aquel autor de filosofía. Cuando comprenden lo aparentemente incomprensible. Vivo enamorada del descubrimiento, de que la solución de una incógnita me lleve a más incógnitas. Esa es la naturaleza de la filosofía: el amor por la curiosidad que se resuelve pero jamás se agota. Por ese momento insustituible de lucidez debe seguir enseñándose filosofía en las aulas. Un momento donde nos reconocemos grandes, para, un segundo después, sentirnos infinitamente pequeños. Y qué bonito es enseñar. Y aún más: qué bonito es, a pesar de todo (de las leyes educativas, del desprecio generalizado, etcétera) enseñar filosofía.
Rosa García Macías. Córdoba.
Fuente: El País (21/02/2019)