Rosario Hernández Borges*
Margaret Boden nació en Londres. Desde que iba al colegio se interesó por la voluntad libre y por la creatividad. Le fascinaba la mente humana, cómo funcionaba y qué sucedía cuando funcionaba mal. Esto la llevó a terminar sus estudios de medicina en la Universidad de Cambridge con unas calificaciones brillantes. Aunque su proyecto era estudiar psicología, la filosofía (que desconocía que pudiera estudiarse en la universidad), se cruzó en su camino y, desoyendo todos los consejos, inició un curso de filosofía que amplió a dos. Impartió clases en la Universidad de Birmingham pero, a pesar del interés en sus estudios de filosofía, la ortodoxia filosófica le impedía encontrar las respuestas que buscaba. Esa respuesta, o la intuición de por dónde debía iniciar el camino, la encontró en Estados Unidos, donde, realizando estudios de psicología, conoció la obra de George Miller Planes y estructura de la conducta (1957). La lectura de esta obra le dio la idea de que la programación se podría aplicar a la psicología. Desde 1965 es profesora en la Universidad de Sussex donde fundó la Escuela de Ciencias Cognitivas y Computacionales. Maggie Boden, como aparece nombrada en la página de esta universidad, es, a sus 83 años, Research Professor of Cognitive Science en el Centro para las Ciencias Cognitivas.
Conocí a Margaret Boden a través de la lectura que hice de su libro Inteligencia artificial y hombre natural (1977) diez años después de su publicación. Yo estudiaba filosofía y me interesaba saber hasta dónde la inteligencia artificial podría ayudarnos a entender el funcionamiento de la mente. La claridad de las distinciones conceptuales, el rigor con el que discute tanto argumentos contrarios motivados por el fervor ideológico, como los que menosprecian las posibilidades de desarrollo de la inteligencia artificial me fascinaron. El libro concluye con una larga reflexión sobre las potenciales maldades o bondades de la inteligencia artificial y así, tratando la significación social de los desarrollos computaciones, se adelantó cuarenta años al tema de la ética de la IA del que tanto se habla últimamente.
Para tratar la mente humana y los diferentes temas específicos que le interesaban (voluntad libre, creatividad, psicopatologías, etc.), Boden necesitaba un enfoque en el que aunara aportaciones de diferentes disciplinas: psicología, filosofía, medicina, lingüística, ciencias cognitivas, ciencias de la computación y antropología, entre otras. En Mind as Machine: A History of Cognitive Science (2006) explica cómo se interconectan.
La idea central de Boden es que los recursos que proporciona la computación permiten elaborar modelos que explican el funcionamiento mental. Estos modelos no tienen que reproducir con exactitud el funcionamiento de la mente, pero las similitudes existentes con los procesos mentales simulados arrojan luz sobre los mecanismos que subyacen a estos procesos. Desde los torpes programas que simulan conductas propias de alguien que padece una psicopatología hasta los potentes programas conexionistas que elaboran generalizaciones inductivas a partir de la información de muchos casos particulares, la aportación a la comprensión de los procesos mentales ha mejorado mucho.
La utilización de estos modelos computaciones no implica prescindir de las categorías de significado, subjetividad y propósito, es decir, no podríamos prescindir de las descripciones psicológicas y reducirlas a términos fisiológicos sin perder significado. Sin embargo, sí se puede aceptar que los fenómenos psicológicos subjetivos dependen totalmente de mecanismos cerebrales. Boden es reduccionista en el segundo sentido del término, pero no en el primero.
En su intento por desvelar el funcionamiento de la mente, ha tratado en muchas de sus obras el tema de la creatividad. La creatividad, entendida como la capacidad para producir ideas o artefactos que sean nuevos, sorprendentes y valiosos, es el punto álgido de la inteligencia. En La mente creativa. Mitos y mecanismos (1990) discute dos conceptos de creatividad: uno, que llama inspiracional, para el que la creatividad es un misterio, algo sobrehumano o divino, y otro, el concepto romántico, que considera la creatividad como resultado de la perspicacia o intuición excepcional de unas pocas personas. Ambos tipos de creatividad se sustentan en su ininteligibilidad y protegen a las personas creativas de la desaparición de su halo de misterio en caso de que la ciencia las explicara. Esto es trasladable a muchas otras capacidades y funciones psicológicas. Por el contrario, Boden pretende comprender el tema con la ayuda de ideas que provienen de la Inteligencia artificial. No es extraño que en 1979 escribiera Piaget, un pequeño ensayo sobre el epistemólogo que trató la ontogénesis del pensamiento creativo.
Sus temas de interés, la intencionalidad, la creatividad, la inteligencia, el lenguaje, la emoción, concebidos desde la perspectiva computacional vuelven a aparecer en su obra más reciente: Inteligencia Artificial (2017). En ella hace un repaso por lo que la IA puede hacer y lo que no y termina con un tema polémico: la singularidad, la hipótesis de que las máquinas se volverán más inteligentes que los seres humanos. Ante esta hipótesis que ha sido vista por los creyentes en ella o bien como la solución a nuestros problemas (las posiciones transhumanistas) o bien como el fin de la humanidad, Boden adopta una posición escéptica: no llegará ese momento y no es un motivo de preocupación. Considera que las muchas limitaciones de la IA (la falta de un sentido humano de relevancia o el haber descuidado la inteligencia social/emocional) son una buena razón para ser una escéptica.
Pero aunque las visiones apocalípticas futuras no sean creíbles, sí ayudan a percibir los peligros reales. A estos vuelve Boden tras cuarenta años de haber tratado las consecuencias sociales de la IA. Algunos de los peligros que nombra son: el desempleo tecnológico, la ciberseguridad, las aplicaciones militares, el uso de cuidadores artificiales para niños y ancianos. El relato de las medidas que se están tomando adquiere una relevancia especial porque ella ha participado en muchos de los foros que han decidido sobre esas medidas. Sobre este tema habló en 2018 aprovechando su estancia en Madrid para impartir la lección inaugural de la Thinking Party.
Al volver a releer su libro Inteligencia artificial y hombre natural me extrañó algo en lo que no recuerdo haber reparado cuando lo leí hace más de treinta años: está escrito usando la forma femenina de la lengua. Boden explica esto al hilo de la discusión sobre si la “inteligencia artificial” es una contradicción en los términos. Su hipótesis es que términos como “inteligencia” o “propósito” no son neutrales ideológicamente, aunque lo parezcan. Y, por tanto, lo que en esa época podría parecer contradictorio, podría cambiar en el futuro El que expresiones aparentemente neutrales y no sospechosas de estar cargadas ideológicamente puedan estarlo lo ejemplifica con el uso de la palabra “hombre”. Usa este término en el título del libro como sinónimo de humanidad, ya que usar “mujer” lo haría equívoco o cómico. Pero, intencionalmente, decide usar las formas lingüísticas femeninas para causar un efecto sutilmente desorientador. “El efecto discordante de la convención pronominal alternativa en las referencias a la “humanidad” y a la “programadora” muestran cuán pronto damos por natural (no meramente probable culturalmente) que tal criatura humana sea un varón”. También en esto, Boden se anticipó a los tiempos.
* Rosario Hernández Borges es profesora de lógica y filosofía de la ciencia en la ULL.
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Fuente: Sección de Filosofía, ULL