Juan José Colomina-Almiñana*
Cora Diamond es una filósofa estadounidense conocida sobre todo por su novedoso trabajo en relación a la historia de la filosofía analítica en su época fundacional. Es de destacar su pionera interpretación de las teorías de Frege y del primer y segundo Wittgenstein, pero también sus comentarios a las teorías desarrolladas por Bernard Williams, Elizabeth Anscombe y Martha Nussbaum. En la actualidad ocupa la cátedra Kenan de filosofía en la Universidad de Virginia (Charlottesville).
Diamond desarrolló, durante las décadas de 1970 y 1980, una novedosa interpretación de la obra de Wittgenstein conocida como “El nuevo Wittgenstein”. Contra la lectura positivista de las enseñanzas wittgensteinianas, esta nueva versión considera que para entender a Wittgenstein debe interpretárselo como defendiendo cierto tipo de terápia filosófica. La obra de Wittgenstein, según esta autora, nos ofrece respuestas a ciertas confusiones y problemas filosóficos. Son el tipo de problemas que surgen del modo en como las personas desarrollan habitualmente sus vidas, interactúan entre ellas y emplean el lenguaje cotidiano. Además, el lenguaje cotidiano estaría también plagado de equívocos.
A partir de aquí, Diamond hace importantes aportaciones en la filosofía política, la crítica literaria y la ética. En ética es famosa, por ejemplo, su crítica contra los argumentos de analogía en defensa del vegetarianismo. Estos argumentos esencialistas suelen adquirir una forma reduccionista, en el sentido de equiparar a los animales con los humanos con respecto a la posesión de características morales. Uno de los argumentos que ella critica es desarrollado por Peter Singer en defensa del vegetarianismo. Él dice: 1) Es inmoral comer, torturar, mantener como esclavos… en definitiva explotar seres humanos porque tienen un conjunto esencial de características que les confieren un carácter moral relevante; 2) Los animales también poseen este conjunto esencial de características, o similares; 3) Por lo tanto, no es moral comer, torturar, esclavizar… en definitiva explotar animales.
El argumento, pues, defiende que cuando comemos, utilizamos pieles de animales para confeccionar complementos de moda y realizamos experimentos médicos con ellos, estamos obviando el hecho de que los animales participan de un conjunto esencial de características que les confieren, como a los humanos, un carácter moral intrínseco y, por lo tanto, la violación de dicho carácter moral intrínseco sería indicativo de un comportamiento inmoral.
La crítica de Diamond, quien sin embargo se ha declarado vegetariana, comienza por negar la validez de la primera premisa. No puede ser que la razón por la que no explotamos a los seres humanos sea porque satisfacen un conjunto esencial de características que les confieren un halo moral intrínseco. Nos manda pensar, por ejemplo, en las razones por las que no nos comemos nuestros miembros amputados. No es porque les confiramos un carácter moral intrínseco. Pero, a pesar de ello, seguimos teniendo razones morales para no hacerlo. Por lo tanto, la razón debe ser otra.
Para entender cuál es esa razón, pensemos en nuestras mascotas. No tendemos a comernos a nuestras mascotas, pero no es porque creamos que éstas posean un conjunto esencial de características que les confieran un carácter moral intrínseco. Si este fuera el caso, entonces correríamos el riesgo de tener que explicar por qué, por ejemplo, mi perro posee dichas características, pero no ninguno de mis corderos. La razón es que conceptos como “mascota”, “humano”, “persona”… son conceptos densos (“thick concepts”), que, además de incluir elementos descriptivos respecto del mundo a nuestro alrededor, también incluyen una serie asociada de sentimientos y actitudes hacia los mismos que tienen un carácter no-cognitivo, esto es, social. Esto es, además de cumplir una función referencial, dichos conceptos poseen un caráter expresivo (o prescriptivo, si se prefiere). Son los sentimientos y actitudes asociados a dichos conceptos, pues, los que constituirían el carácter moral y ético que conferimos a humanos y mascotas, y no ningún conjunto esencial de características que estos pudieran poseer. En este sentido, el comportamiento de alguien que se come sus corderos se tiene que explicar por el hecho de que nunca consideró a los corderos como mascotas. En otras palabras, nadie se come sus mascotas porque una mascota es algo que no se come. Y si alguien lo hiciera cometería un error conceptual, pero nunca una falta moral, dado que estaría comiéndose algo que se prescribe como diferente de lo que catalogaríamos como comida (un error similar al que alguien comete cuando dice que no pueder ver el bosque porque se lo tapan los árboles).
En definitiva, los animales no tienen derechos porque tengan un conjunto esencial de propiedades, sino porque la historia y la evolución de nuestro lenguaje les ha ido confiriendo una serie de elementos prescriptivos que tendemos a respetar; les hemos conferido cierta normatividad. Del mismo modo, el comer carne no es moralmente punible porque se viole un supuesto halo ético que le confieren dicho conjunto esencial de características, sino porque hemos llegado a asociar ciertas propiedades éticas a un número concreto de animales (por ejemplo, nuestras mascotas). Por eso mismo no es posible obligar a los demás a ser vegetarianos, porque siempre es posible que ciertos individuos, a pesar de emplear con propiedad ciertos términos, estén en desacuerdo respecto del hecho de si ciertos animales comparten o no dichas características morales. Y, en este sentido, sería el vegetarianismo el que estaría conceptual y moralmente equivocado.
* Juan José Colomina-Almiñana es doctor en Filosofía por la ULL. En la actualidad es profesor en la University of Texas at Austin.
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Fuente: Sección de Filosofía de la ULL