Sonia Santana*
Adela Cortina es catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de su Valencia natal. Es miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, siendo la primera mujer que ingresa en ella. Directora de la Fundación Étnor, una organización sin ánimo de lucro que promueve el reconocimiento, difusión y respeto de los valores éticos implícitos en la actividad económica y en la calidad de las organizaciones e instituciones públicas y privadas. Doctora Honoris Causa por hasta siete Universidades, nacionales y extranjeras, y Premio Internacional de Ensayo Jovellanos 2007. Esto no es más que una brevísima enumeración de algunos de los méritos académicos de nuestra filósofa. A lo largo del texto destacaremos alguno más. Cuando tuve la oportunidad de encontrarme con ella ya conocía estos datos, pero su sonrisa me impresionó más que su extenso currículo.
Era diciembre de 2009 y se celebraba el VIII Congreso de la Asociación Internacional de Ética para el desarrollo IDEA, que tenía como objeto la Ética del desarrollo humano y justicia global. Instituciones y ciudadanos responsables ante el reto de la pobreza. Ella era parte del Comité Científico y yo presentaba una comunicación, era mi primer congreso y eso siempre impresiona. Un evento internacional que reunió gente de diferentes nacionalidades durante tres días. Cuando llegué a la sede que la Universidad de Valencia dispuso para el encuentro había mucho ajetreo y bullicio, impresionaba ver a tantas personas reunidas en torno a un acontecimiento de estas características. Adela Cortina fue la primera en saludar a todos los que interveníamos. Fue amable, cálida y cercana.
Comencé a leerla cuando ya llevaba varios años trabajando en el ámbito de la Cooperación al Desarrollo. Yo era estudiante del Máster en Filosofía, Cultura y Sociedad de la Universidad de La Laguna en el 2009, año en el que aparece su obra Pobreza y Libertad: Erradicar la Pobreza desde un enfoque de las capacidades de Amartya Sen. Se publicó en enero, once meses antes del Congreso en el que la conocí. Cortina es un referente en ética, filosofía jurídica y en la lucha contra la discriminación de los más pobres y Sen se convertía en un autor revolucionario, clave en el intento de propiciar el urgente acercamiento entre la economía y la ética. Lograr esto parte de la convicción de que el fin último de la economía es mejorar la vida de las personas, siendo necesario un nuevo enfoque, el de las capacidades, que propone una mirada innovadora de los problemas sociales que afectan al bienestar humano, como la pobreza, la desigualdad o la injusticia social. Para evaluarlos, Sen no pone el foco sobre el grado de satisfacción o la cantidad de recursos de una persona, sino en el bienestar y la libertad, esto es, en lo que estas personas son capaces de hacer o ser realmente. Podríamos decir que esto supone un giro en la manera utilitarista de pensar en la igualdad y en la sociedad en si, y rompe con las limitaciones que supone hablar de necesidades básicas, bienes primarios, recursos materiales, etc., valorando ahora las capacidades que permitan efectivamente al individuo llegar a hacer o ser. A fin de cuentas, Sen mide el desarrollo en relación a la libertad con la que contamos para alcanzar aquello que valoramos y, en este sentido, Adela Cortina innova al aplicar el enfoque de las capacidades a un análisis ético de la ciudadanía, enriqueciéndolo en ese objetivo final que sería alcanzar una sociedad libre, apelando a un compromiso común, de todos y cada uno de los individuos, con el desarrollo y el bienestar humanos. Cortina nos dice que es obligación de nuestras sociedades empoderar las capacidades básicas de todo,s para que puedan desarrollar aquellos planos de vida que tengan razones para valorar. Tenemos la capacidad y la obligación social de proporcionar las bases para que nos desarrollemos y seamos felices.
Desde esta misma visión económica comienza su obra ¿Para qué sirve la ética?, galardonada con el Premio Nacional de Ensayo 2014. Defiende aquí que, en el actual escenario de crisis económica, política y socia,l ahora más que nunca la ética es rentable. No todo es justificable y debemos terminar con los “vacíos éticos” desde los que ha proliferado la corrupción, la injusticia, la desigualdad, la pobreza… Los seres humanos somos inevitablemente morales, estructuralmente éticos y desde esta condición, vivimos abocados a tomar decisiones constantemente. Esto no lo hacemos de forma instintiva, como el resto de los animales, sino como seres racionales. En muchas ocasiones esto genera una distancia entre nuestras decisiones y el mundo que nos rodea, ya que las posibilidades son múltiples y eso nos obliga a elegir. Esta elección la hacemos desde nuestra libertad, pero una vez tomada la decisión, debemos responsabilizarnos de ella. En este sentido, nuestra autora recurre a Aristóteles y al concepto de “areté” que el estagirita defendía, en tanto que virtud a entrenar para lograr excelencia y alejarnos del vicio, permitiéndonos ser felices y justos. Seremos justos solo si practicamos la justicia. Rechaza así Cortina la idea de una moral subjetiva.
Los contenidos morales son diferentes a lo largo de la historia y distintos en cada cultura, pero si algo permanece es nuestra vulnerabilidad. Los seres humanos hemos conseguido sobrevivir desde la cooperación inteligente y no desde el egoísmo estúpido. Enfrenta Cortina dos figuras: le del “homo economicus” a la del “homo reciprocans”, defendiendo el carácter cooperativo de las personas. He aquí la rentabilidad de la ética ya que permite que recordemos que “es más prudente cooperar que buscar el máximo beneficio individual”. La libertad de la que venimos hablando no es sinónimo de independencia ya que está inevitablemente ligada a la de los otros porque “la moral tiene que ver con no dañar”.
Las libertades básicas deben garantizarse sin excepción. Alude nuestra autora a Kant, y al anuncio del triunfo de una “razón instrumental que lo convierte en medio para otras cosas”. Hay determinadas acciones que no deberíamos admitir en ningún lugar y la ética nos salva del abismo que hay entre lo que decimos y lo que hacemos. Si no estamos a la altura de las sociedades que hemos sido capaces de imaginar desde declaraciones como la de Derechos Humanos, por ejemplo, es porque no estamos reconociendo y estimando lo que vale por sí misma. La supremacía de la cultura científico-técnica ha desarrollado un gen egoísta que parece dejar las grandes metas comunes convertidas en una suerte de máscara amable que esconda la infelicidad personal y la irresponsabilidad institucional. Esto no permite conjugar justicia y felicidad, ya que “ser justos supone dar a cada uno lo que le corresponde”, de manera que cada persona respete sus derechos y los de las demás, así como que cada cual sea feliz como decida. Pero si relacionamos la felicidad con conseguir el máximo posible de bienes, queda directamente ligada al consumo. Esto no parece una opción lúcida ni cuerda, virtudes a las que recurre nuestra filósofa para conseguir ser felices en sociedades justas.
En este sentido unos salen peor parados que otros. Si no cambiamos de paradigmas excluimos necesariamente a todos aquellos que no tengan nada que ofrecer. Se podrán hacer proclamas, campañas, cooperación al desarrollo, pero seguirán quedando fuera por definición: es la Aporafobia, 2017, el rechazo a los pobres. Revolucionaria y novedosa palabra acuñada por Adela Cortina. Tiene apenas un año, ya que pasó a formar parte del diccionario de la lengua el 20 de diciembre de 2017 y 9 días después fue declarada palabra del año por Fundéu, Fundación de Español Urgente. Este reconocimiento se debe sin duda a su capacidad transformadora de la realidad social. Si reducimos la felicidad al bienestar y éste al consumo, entonces la primera entra en conflicto con la justicia. No nos molestan los extranjeros que llegan a nuestro país dispuestos a consumir, nos molestan los pobres, los lejanos y los cercanos. No estamos ante un problema de raza, etnia o extranjería. El “áporos”, el que no tiene nada, provoca rechazo y aquí es donde se origina el conflicto según Cortina, quien entiende que la justicia siempre es una exigencia que no se puede dejar de lado pues nos caracteriza como humanos. Así, para ella, la felicidad siempre incluye a la justicia, Aristóteles y Kant reunidos en su propuesta de ética dialógica, desde la que nos propone la compasión como clave. La pobreza es falta de libertad y por tanto dominación de unos sobre otros. Con todo, el trabajo que esta filósofa ha venido haciendo durante más de tres décadas, y que le ha supuesto reconocimientos como el Premio Derechos Humanos de la Abogacía española 2018, se presenta como un referente imprescindible en un momento en el que aquellas necesidades que, con palabras de la autora, nunca pueden exigirse como un derecho ni satisfacerse como un deber: el afecto, el consuelo, la atención, el compromiso, la compasión… Debemos ligarlas definitivamente a la justicia. Es tiempo para cambiar y Adela nos ofrece dos pilares para lograrlo: su obra y su sonrisa, el primer gesto de empatía con el otro.
* Sonia Santana es licenciada en Filosofía y máster en Filosofía, Cultura y Sociedad por la Universidad de La Laguna.
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Fuente: Sección de Filosofía de la ULL