La autora destaca que Javier Muguerza poseía la «inmensa capacidad de poner de acuerdo a gentes que padecían una enorme orfandad de pensamiento en una España»
Javier Muguerza estableció para sí una vida de filósofo a la que concursó con una extraordinaria inteligencia plena de diversidades. Quiero decir que podría haber sido cualquier cosa a la que se hubiera determinado. Tenía la capacidad de entender al momento los conceptos más abstrusos y esto lo acompañaba con un sentido perfectamente muelle de la existencia.
Él decidió hacer un puente entre Aranguren y la joven filosofía española y lo asentó con firmeza. Toda una generación filosófica, más, dos, quizá hasta tres, dependieron de su inmensa capacidad de poner de acuerdo a gentes que padecían una enorme orfandad de pensamiento en una España todavía seca y madrastra. Ver aparecer a Javier era saber que empezaba a correr aire fresco. Era capaz de levantarles el gris a nuestros metafísicos, estrechar amistad con los mejores, deshacerse del modo más agradable de los imposibles y templarnos a todos los que, jóvenes y jacobinos, exhibíamos modales de mayor rudeza.
Javier Muguerza era un vórtice de acción y capacidad de acuerdo y todo con gracia, jaris, el don. Poner en orden a 200 filósofos o aprendices de tales, es más difícil que llevar disciplinadamente una procesión de gatos por un camino. No son seres de orden.
Muguerza poseía la autoridad de quien tiene una enorme cultura filosófica y un olfato finísimo para saber lo que es importante. Él introdujo en el pensamiento español la memoria de nuestro exilio trayendo aquí a sus protagonistas, la filosofía alemana de la razón dialógica, el decantado más fuerte de la última escuela de Fráncfort. Previamente ultimó la epistemología analítica con toda su dureza. Era el mejor introductor de contenidos filosóficos solventes y necesarios: Habermas, Rawls, Ferrater.
Siempre escribía en mayúsculas. Javier Muguerza también apoyó decididamente el feminismo filosófico español y a las filósofas españolas: Camps, Amorós, Cortina, yo misma, le debemos mucho. Aunque al feminismo lo apoyaba, decía, por su amor a las causas perdidas. Porque así era él, un poco dandi. Capaz de fascinar a sus oponentes y de asombrar a sus amigos. La ética española, la filosofía moral, le pertenece por entero.
Todos somos criaturas suyas. Nos fue encontrando por los caminos. Una madura profesora de la UNED nos iba clasificando porque sostenía que Muguerza hacía safaris y de vez en cuando se traía jirafas. Javier Muguerza disfrutaba con el talento y ha dejado los lazos que ya existen entre la filosofía que habla español en América y en la Península, ha construido un discipulado enorme, enormemente variado sin llegar a heteróclito que forma una de las corrientes más vivas y creativas del ahora. En esa gracia un poco ácrata que tuvo reside la explicación de esta capacidad suya de hilvanar lo diferente. Su magisterio todos lo admitíamos. Para todos es evidencia que se nos ha ido el mejor amigo.
Autora: Amelia Valcárcel
Fuente: El País (11/04/2019)