Su trabajo ha sido decisivo para la transición democrática y para mantener el espíritu de los enemigos impenitentes de totalitarismos
Conocí a Javier Muguerza a través de su libro La razón sin esperanza, de 1976, un texto que abrió un mundo nuevo para muchos de los que pertenecemos a la Generación de la Democracia, sobre todo para los que habíamos tomado la filosofía por oficio y soñábamos con ejercerla desde las aulas universitarias y en el amplio espacio de la opinión pública. En la estela de José Luis Aranguren, Javier Muguerza elevó al primer rango académico a la filosofía práctica, a la ética, la filosofía política y la social, que eran las parientes pobres de nuestras facultades, en comparación con la metafísica y la teoría del conocimiento. En su entorno fue creciendo lo que el propio Muguerza llamaba una ethische Gemeinschaft, una comunidad ética, extendida por todos los países de habla hispana. Prueba de ello fue la creación de la revista Isegoría y la ambiciosa elaboración de la Enciclopedia Iberoamericana, con la fundada convicción de que Europa para España es problema y solución; Iberoamérica, nuestra patria chica.
Javier Muguerza ha sido decisivo para la transición democrática y para mantener a lo largo de estos años el espíritu abierto de los filósofos de raza, enemigos impenitentes de totalitarismos y fundamentalismos, adictos a la deliberación y la crítica racional. Desde ese páthos inconformista dialogó con la filosofía analítica, el marxismo humanista, la teoría de la justicia de Rawls y la ética comunicativa de Apel y Habermas, con una extraordinaria lucidez. Y aunque siempre se propuso más «minar la confianza en cualquier género de soluciones que procurar su afianzamiento», como reafirmó en su último gran libro, Desde la perplejidad, afortunadamente fue infiel a su propósito y formuló valiosas propuestas, más vigorosas de lo que él mismo pretendía: la fecundidad de la disidencia, el valor insobornable de cada persona frente a cualquier tipo de colectivismo, el lugar de la conciencia en el mundo moral.
Desde el diálogo sabio y sobre todo desde la amistad profunda y cordial, tejió, aun sin pretenderlo, una red de afectos que trasciende con mucho el poder de la muerte. Es bien razonable la esperanza, incluso la certeza, de que no todo se lo ha tragado la tierra. El recuerdo y el cariño permanecen.
Autora: Adela Cortina
Fuente: El País (11/09/2019)