Es antropólogo y filósofo, pero ante todo profesor. Un divulgador cuyos estudios sobre las conexiones entre la utopía y los estilos en jardinería le han llevado a esbozar una original teoría en torno a la búsqueda de la felicidad. Su objeto de estudio más reciente es la paradójica relación que mantenemos con la naturaleza, a la que encumbramos y destrozamos sin medida. Provocar la curiosidad es su leitmotiv
El antropólogo y filósofo Santiago Beruete (Pamplona, 58 años) lleva años enseñando a pensar a adolescentes en un instituto de Ibiza. También escribe libros difícilmente clasificables que relacionan la filosofía y los jardines (Jardinosofía) o reflejan la paradoja de idolatrar y destrozar la naturaleza que caracteriza a nuestra sociedad (Verdolatría), ambos en Turner. En esta entrevista, realizada en Madrid, explica cuánto ha aprendido de las contradicciones de la naturaleza: “No podemos crecer sin cortar las raíces. Una persona debe permanecer hasta cierto punto inadaptada para mantenerse sana: escudarse en el grupo para no hacerse cargo de uno mismo es la peor traición que uno puede cometer contra sí mismo”.
Veneramos la naturaleza, pero estamos en guerra con ella. Entendemos que el crecimiento no puede ser ilimitado, pero no renunciamos a las comodidades. Somos naturaleza, pero también su peor amenaza.
¿Ella gana siempre? Sí. Es una de las pocas cosas que tengo claras. El planeta es 99% biomasa forestal y 0,3% biomasa animal. Ahí está incluida toda la humanidad. Si llevamos el planeta a un colapso ambiental, ¿quién sobrevivirá?
Los humanos necesitamos arraigar y desarraigarnos a la vez. ¿Podemos tener una relación con la naturaleza que no sea paradójica? El relato fundacional de nuestra civilización son dos personas expulsadas de un paraíso natural. Luego empieza la revolución agraria, el gran avance que cada vez se tiene más claro que se produjo porque se había acabado todo lo demás, porque depredaron las otras fuentes de sustento. Es la historia de nuestra especie: somos depredadores.
La autosuficiencia se considera un atributo de sabios. En Oriente y en Occidente. Lo dice Platón: sabio es el que menos necesita.
Usted decidió en determinado momento no hacer más que lo que produce gozo. ¿Tiene ese nivel de satisfacción en todos los ámbitos? “Ninguna relación que dure lo suficiente escapa a la decepción”. La decepción está en la vida. O la vives, o te pierdes algo. Hay que vivir sin demasiado temor pero sin esperanza porque las expectativas son el germen de nuestro malestar. Vivir decepcionado no está mal, ¿por qué tenemos que vivir entusiasmados? El entusiasmo colectivo me pone de los nervios.
¿La clave de la vida es la dosis? Y el mantenimiento. Plantar un jardín es fácil, mantenerlo exige constancia.
En Verdolatría reta al lector: “La categoría moral e intelectual de una persona puede medirse por cuánta verdad es capaz de soportar”. Si esa frase da miedo, urge preguntarse por qué. Desarrollamos las mentiras para seguir creyendo en la realidad. De adolescente, un profesor me ayudó a soportar verdades que me costaba admitir. Me dijo que todo mi dolor sería un antídoto para crisis en el futuro.
¿Por qué se mete en el berenjenal del autoconocimiento? La escritura tiene que ser valiente. A mis alumnos [de segundo de bachillerato] les hablo de Antístenes, un discípulo de Sócrates. Siendo anciano le preguntaron qué había aprendido de la filosofía y respondió que a hablar consigo mismo. Conócete a ti mismo. La sabiduría empieza ahí. Pero hoy el diálogo, con uno mismo y con los otros, es cada vez más difícil.
¿Consigue que hablen los chavales? Algunos están con un pie en la delincuencia y busco que se paren a pensar. Uno debe tratar de saber quién quiere ser.
¿Cómo llegó a dar clase a un instituto de Ibiza con alumnos difíciles? Hasta que saqué la plaza como profesor de filosofía había vendido zapatos. Pero al verme funcionario con 26 años, pedí la excedencia. En Ibiza tenía tiempo para escribir. Había una pequeña comunidad de escritores: Vicente Valero o Toni Marí. Los veía, pero… yo no casaba con ese mundo.
Beruete cuenta que gracias a ese grupo conoció a su primera mujer, 20 años mayor que él y diseñadora de jardines. Construyeron una casa desde la que se veía Formentera. “Cuando estuvo terminada, bajé de esa atalaya a la tierra. Fue ahí cuando aprendí a soltar”.
Fuente: El País Semanal (14/04/2019)