Con motivo de la celebración de la IV Olimpiada Filosófica en España
Nunca me podía imaginar una celebración de cumpleaños tan concurrida y sorprendente. Jamás me habían tocado el ukelele ante un público tan singular y exigente. Y todo esto lo digo sin carga erótica alguna, lejos de la ingenuidad de las palabras desbocadas de ese espectáculo protagonizado por Lina Morgan en el que se ofrecía a enseñar el búlgaro. Entre otras cosas, porque es mi intención hablar aquí de una fiesta, la fiesta de la Filosofía, y no de un espectáculo posmoderno al uso. Me explico.
Yo estaba hace una semana sobre el escenario del auditorio Edgar Neville de la Diputación Provincial de Málaga, un espacio propicio para albergar al platónico mundo de las Ideas, haciendo de maestro de ceremonias de una gran fiesta del librepensamiento: la final de la VI Olimpiada Filosófica de España, cuando recibí la visita inesperada de Claudia, una joven mallorquina -una de las mujeres más simpáticas que conozco-, inducida por mi amigo Sebastián y por Carmen, mi compañera en la vida, que no es poco. Claudia me dedicó una canción con su hermosa voz, su nietzscheana voluntad de poder y su ukelele, después de advertirme de que no pretendía ser ni la Marilyn Monroe del «Happy Birthday, Mr. President», ni la que encarnara a Sugar Kane en la comedia perfecta de Billy Wilder «Con faldas y a lo loco». Claudia era, nada más y nada menos, que «la portavoz de los raros».
La Olimpiada Filosófica de España (OFE) es un lugar de encuentro privilegiado de todos los que disfrutamos de la filosofía y un espejo de la buena salud de la que goza el pensamiento crítico y joven actual. Se celebra desde 2013-2014, en el marco de las actividades organizadas por la Red Española de Filosofía (REF), una organización que pretende vertebrar a la comunidad filosófica española y coordinar a todas las entidades relacionadas con el ejercicio de la profesión filosófica. Está formada por la Conferencia Española de Decanatos de Filosofía, el Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas -responsable, en nuestro caso, de la coordinación de los participantes españoles en la Olimpiada Internacional de Filosofía- y más de cincuenta asociaciones filosóficas de diferentes campos temáticos, niveles educativos y comunidades autónomas, como la Asociación Andaluza de Filosofía (AAFi) a la que pertenezco.
Y como el diálogo intercultural y el fomento de la creatividad artística e intelectual son dos de las señas de identidad con una mayor proyección de Andalucía y de la ciudad de Málaga, en particular, el Comité Organizador del evento ha recogido con entusiasmo en su sexta edición el testigo de esta celebración que ha brillado ya en los anteriores certámenes de Salamanca, Madrid, Oviedo, Murcia y Cáceres-Mérida. Se trata, en definitiva, de hacer del pensamiento libre una forma de vida, a la par que se subraya la presencia irrenunciable en la educación secundaria, con independencia de los vaivenes de la vida política española y los prejuicios ideológicos.
En la Olimpiada Filosófica de España se desarrollan cuatro modalidades: Disertación filosófica, Dilema moral, Fotografía y Vídeo. En cada una, el alumnado ganador en la fase autonómica compite con sus compañeros de toda España. Este curso el tema elegido como motivo de reflexión principal, común para las cuatro modalidades ha sido: «Realidad y apariencia en el mundo actual», tema que nos remite tanto a la raíz misma del pensamiento filosófico, como a las claves del mundo en el que vivimos y, por tanto, pensamos.
Un atajo de «raros» defendemos, siguiendo la estela de la ilustración, que nuestra sociedad adolece, por regla general, de instrumentos quirúrgicos para extirpar los tumores de la estupidez y el conformismo. Y nos hemos empeñado en mostrar los beneficios de esta operación de la mano del arte de la argumentación y el diálogo racional, el análisis y resolución de dilemas morales y el uso de los medios audiovisuales, dado el predicamento que la imagen tiene en nuestro tiempo. En nuestro caso, son los adolescentes de una «sociedad adolescente» los encargados de abrir camino, de mostrar su excelencia y sacudir conciencias con su madurez precoz y la complicidad de un puñado de profesores entusiastas que nos vemos las caras al menos una vez al año.
Esta vez hemos convencido para que nos acompañen en esta aventura del pensamiento a irreductibles de la vida cultural malagueña como Salomón Castiel, Director del Centro de Cultura Contemporánea «La Térmica», modelo de gestión cultural, Tecla Lumbreras, vicerrectora de Cultura y Deporte de la Universidad de Málaga -quien organizó para los jóvenes filósofos y acompañantes una magnífica fiesta con merienda, música, magia y un cariño infinito en el «Contenedor Cultural» de la UMA-, o el polifacético Kike Díaz, alma mater de MInichaplin y un espíritu renacentista que rebosa vitalidad por sus poros, todos ellos escoltados por los sacrificados miembros del Centro de Investigación Jóvenes Filósofos de Málaga o los desvelos de estudiantes como mi alumna Mirella, quien no llegó a la final, pero que disfrutó de la oportunidad de investigar, encontrando y discutiendo argumentaciones para dar solidez a su disertación. Nuestro agradecimiento nunca será suficiente.
Y los raros nos encontramos en Málaga y disfrutamos de nuestra rareza, de nuestra condición excéntrica. El austero norte de la soledad, una condición casi indisociable del que piensa, se vio trastocada por la fiesta. Como afirma Uwe Schultz, entre otros, «en la fiesta, el individuo pierde una porción de su autonomía, que sólo podrá encontrar en la comunidad, y en esta comunidad cede su posición social en favor de la igualdad del festejo común». Ochenta y ocho adolescentes de toda España se han encontrado, reconocido y cedido su posición social en Málaga en favor de la fiesta de la Filosofía, con ganas de comerse el mundo con los dientes que proporcionan los conceptos, los juicios y los razonamientos y el fervor quirúrgico antes citado. Han podido comprobar que hay «raros» como ellos entre sus iguales (hace tiempo que han podido constatar que muchos de sus profesores de filosofía y progenitores tienen también este estigma rebelde), y eso consuela mucho. Porque en la fiesta se aúnan lo intempestivo y lo cotidiano, la teoría y la praxis.
En el mundo actual asistimos al delirio omnipotente y casi obsceno del utilitarismo y del poder del dinero. De ahí la declaración del filósofo italiano Nuccio Ordine: «la lógica del beneficio mina por la base las instituciones (escuelas, universidades, centros de investigación, laboratorios, museos, bibliotecas, archivos) y las disciplinas (humanísticas y científicas) cuyo valor debería coincidir con el saber en sí». Los gobiernos apuestan por la austeridad y la obsesión por los presupuestos, al tiempo que se ven salpicados por la triste realidad de la corrupción. Parecen gozar destruyendo sistemáticamente todo lo que consideran inútil, como el arte, la literatura o la filosofía, lo que otorga respeto y dignidad a las personas, transformando a los ciudadanos en mercancías y dinero. La perversa lógica del beneficio y la ultraespecialización del conocimiento se han apoderado de la educación, la investigación científica y las actividades culturales, haciendo prácticamente inviable la necesaria «metamorfosis del espíritu». Muy al contrario, hay quien afirma que «la necesidad de imaginar, de crear es tan fundamental como lo es respirar» y que la búsqueda del lucro, del beneficio sólo puede generar una sociedad enferma y sin memoria. Gracias a actividades como la Olimpiada Filosófica de España, que muchos consideran superfluas, conservamos vivas las células germinales que nos permiten pensar un mundo mejor y mitigar con ello la fuerza y la extensión de la injusticia. Tal vez Montaigne tenga razón: «no hay nada inútil, ni siquiera la inutilidad misma».
Volvamos entonces gozosos al siglo XVIII, al siglo de las Luces, las pelucas, los botines y las puñetas. Cuidemos con mimo el imperio de la inteligencia y la orgía de los sentidos. Combinemos también equidad y excelencia en materia educativa, atreviéndonos a saber, como bien proclamaba Kant. Persigamos con denuedo otro tipo de inocencia, la del «buen salvaje» de Rousseau tal vez, o la que pierden con facilidad y deportiva ligereza los personajes de los relatos del Marqués de Sade gracias a las pulsiones del bajo vientre. Expulsemos de nuestras molleras la estéril imagen del luchador egoísta y compulsivo que sólo aspira a ser un lobo para el hombre con el flequillo de Donald Trump, nuestro patético emperador. Hagamos el amor y no la guerra (sobre todo, lo primero y a demanda), y escribamos nuevas páginas de sensatez para la humanidad con la fuerza de un cariño e inteligencia, tal vez trasnochados.
Nos han engañado muchas veces. Somos hijos tanto de la naturaleza como de la cultura, y la vida no es una feroz lucha darwiniana, sino una sutil mixtura de comedia y tragedia en la que, según James Bond, el agente 007, lo único importante es «vivir y dejar morir». Pues, como decía en la barca Joe E. Brown a Jack Lemmon en la escena final de «Con faldas y a lo loco»: nadie es perfecto.
Fuente: El Mundo (08/05/2019)