El emotivo homenaje a Javier Muguerza, organizado por el Instituto de Filosofía del CSIC, la UNED, la Universidad de La Laguna y la Residencia de Estudiantes, contó con la asistencia de filósofos/as de referencia nacional. Colegas, amigos e investigadores se dieron cita en la Residencia de Estudiantes donde recordaron su trayectoria académica e intitucional, así como su legado.
Si hubiera que resumir lo irresumible, la primera parte de la cita se ocupó de su vertiente más académica e institucional, y, por tanto, intervinieron quienes tienen o han tenido alguna relación con los centros donde su personalidad dejó una profunda huella: la Universidad de La Laguna, la UNED, el Instituto de Filosofía —vinculado al CSIC—, la Residencia de Estudiantes o la revista Isegoría, a la que estuvo íntimamente ligado.
Se habló también del legado de Javier Muguerza, su biblioteca y sus papeles, que han ido a parar a la Universidad de La Laguna, en Santa cruz de Tenerife, la cual se encargará de divulgarlo y de ponerlo a la disposición de los estudiosos.
La segunda parte se acercó más a la persona. Es difícil dar cuenta de todos los matices, las anécdotas o los episodios que fueron recordándose de Javier Muguerza. Un hombre que creyó en la filosofía. Una mente abierta, innovadora, con vocación universal. Un pensador anclado en la tradición y abierto a todas las innovaciones. Se habló de su talante dialogante y antidogmático. De su radical compromiso con las instituciones en las que trabajó. Se subrayó su condición de persona desordenada y la enorme pasión que ponía en todo lo que hacía.
Muguerza nació en Coín, Málaga, el 7 de enero de 1936, poco antes de que empezara una guerra que enseguida le dejó un terrible recado que lo iba a acompañar siempre: en los primeros días de la contienda un grupo de milicianos de la Federación Anarquista Ibérica, la FAI, pasó por su casa para llevarse a su abuelo para ser juzgado en la capital. Sus cinco hijos, entre ellos el padre del filósofo, decidieron acompañarlo. Todos fueron fusilados. Tenían una buena posición, pero jamás pertenecieron a Falange, el cargo por el que fueron liquidados. Así que Muguerza llevó dentro la herida de España. Y por eso se afanó, cuando pudo hacerlo, por crear las condiciones para la concordia, por borrar el cainismo que condujo a los españoles al desastre y procurar, en cambio, la tolerancia y el diálogo. La filosofía fue su campo de batalla, y la enseñanza. Establecer las bases para construir una manera propia de pensar y, por otro lado, tejer complicidades, empujar al debate, abrirse a los vientos que soplaban con fuerza en el exterior.
Sus primeros pasos estuvieron fuertemente marcados por su interés por el «giro lingüístico», y no tardó en sumergirse en los agrestes territorios de la filosofía del lenguaje, pero fue también muy sensible a algunas voces marxistas, como las de los pensadores vinculados a la Escuela de Fráncfort o a Ernst Bloch. Estuvo fuertemente influido por Kant, y entendía la filosofía como una tarea que no podía desentenderse de las contradicciones del presente, nada que ver con pontificar desde una torre de marfil. Y, aunque nunca participó directamente en política, tuvo el coraje de defender sus posiciones y de no escapar de las exigencias de pronunciarse también en cuestiones de moral, en el más amplio y profundo sentido de la palabra.
En enero de 1958, Muguerza fue de los estudiantes que se movilizaron contra el régimen. La policía franquista lo detuvo y estuvo recluido en la cárcel de Carabanchel hasta que, por la elección del papa Juan XXIII, fue indultado en noviembre de ese año. Desde entonces, toda la trayectoria del pensador estuvo vinculada a los avatares de la historia de España y de alguna manera su trayectoria está íntimamente vinculada a la transición.
En un hombre que buscaba consensos era importante marcar ciertos límites, reforzar la propia mirada, la posición crítica: para demoler todo fanatismo. Ayer, en la Residencia de Estudiantes, fueron desgranando la enorme complejidad de su obra filósofos y amigos suyos como Reyes Mate, Javier Echeverría, Roberto R. Aramayo, Manuel Cruz, Victoria Camps, Javier Gomá, Adela Cortina o Amelia Valcárcel entre otros. “Fue un ángel de la guarda”, comentó Fernando Savater, “pero también un ángel exterminador”.
Autor: José Andrés Rojo
Fuente: El País (19/09/2019)