Al igual que el virus no conoce fronteras, su expansión no podrá detenerse sin cooperación transfronteriza. Aunque sólo fuera por este interés propio, los países más prósperos deben actuar rápidamente para hacer todo lo que sea preciso para ayudar al resto de países. En un mundo que mantiene intensas relaciones de dependencia recíproca, es indispensable que los más vulnerables queden amparados por una solidaridad sin fronteras. Ayudar de manera significativa a los países emergentes y en desarrollo a enfrentar una crisis humanitaria de esta envergadura se ha convertido en un imperativo categórico, como diría el viejo Kant. Si los problemas son de todos, las soluciones no pueden ser sólo para el «nosotros» constitutivo de cada entidad estatal. Si hay globalización de los riesgos, también tiene que haberla de los instrumentos adecuados para hacerles frente.
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