¿No solemos mencionar a la Etica en vano, como si fuera una especie de conjuro, en lugar de tomarla en serio y rendirle el culto que se merece? ¿Por qué no acompaña nuestro sistema educativo desde la secundaria? Solemos utilizarla para vendar heridas, en vez de hacerla orientar nuestros planteamientos políticos e investigaciones científicas? ¿Acaso banalizamos la ética convirtiéndola en el fetiche de una liturgia inoperativa? Esto es lo que se plantea Roberto R. Aramayo en su último artículo de The Conversation: