Estas Jornadas, que versarán sobre «Cosmopolitismo, Globalización y Derechos Humanos», tienen como objetivo reunir a profesores e investigadores del campo de la filosofía y de la antropología que forman parte del grupo de investigación “Filosofía y Antropología: Cosmopolitismo, Globalización y Derechos Humanos” (FACGDH), dirigido por el profesor Dr. Alejandro de Haro Honrubia. Un Grupo de Investigación adscrito al Departamento de Filosofía, Antropología, Sociología y Estética de la UCLM.
Son muchos los autores que se han ocupado de esta cuestión, como, por ejemplo: Achille Mbembe, en el contexto de sus estudios sobre necropolítica y brutalismo o brutalización, es decir, «ensalvajamiento», interiorización de la violencia propia de la guerra (Mbembe), Judit Butler y sus estudios sobre la vida precaria y marcos de guerra, Zygmunt Bauman, Arjun Appadurai, García Canclini, Manuel Castells, Richard Sennett, Lipovetsky y Edgar Morin y sus estudios sobre globalización, el cosmopolitismo de Martha Nussbaum, Alain Guy, Appiah, Parekh, etc.
En el actual mundo global sobresalen el crimen, la violencia, la guerra o el conflicto, pudiéndose hablar de una globalización negativa unilateral lesiva en materia de derechos humanos. No hay más que ver la situación en Ucrania o en la franja de Gaza o también en el Líbano, aunque son muchos otros los lugares en guerra, pero sin el tirón mediático que los haga pasar a un primer plano de actualidad. Ello conlleva que en muchos casos las personas de países en guerra o en conflictividad traten de migrar en lo que actualmente se denomina “migraciones de supervivencia” que también ocurren por razones de índole laboral (de ahí que se les denomine “inmigrantes económicos”) o medioambiental (refugiados del medio ambiente).
La llegada de grandes contingentes de población o población inmigrante (sobre todo, cuando esta se tilda de ilegal), también genera inseguridad entre la población local lo que puede desembocar en discursos o delitos de odio que cada vez acontecen más, aunque por múltiples motivos, según los datos facilitados por el Observatorio HATEnto, observatorio de delitos de odio en España.
Los Medios de comunicación y los líderes políticos no contribuyen mucho a solventar la situación, todo lo contrario, evitan en la mayoría de los casos denominar al “inmigrante” como aquello que es: una persona. Utilizan, por el contrario, eufemismos como “ilegales” o “sin papeles” ( (Nash), etiquetas estigmatizantes, resultando así más fácil su discriminación y exclusión.
Todos somos migrantes (inmigrantes o emigrantes), extraños o extranjeros, diferentes, pero hay diferencias que nos molestas, lo que desencadena pensamientos racistas o xenófobos (que a menudo van acompañados de elementos aporofóbicos) que no ayudan a una plena convivencia. Prejuicios que son mecanismos reactivos aprendidos e insertos en el alma colectiva, como ya indicara el antropólogo J. A. Llobera. Esto hace también que algunos países se replieguen buscando una mayor seguridad en detrimento de la libertad de movimientos. El caso más reciente es el de Alemania con un incremento en el control de sus fronteras haciendo peligrar el espacio Schengen.
Pero lo que habría que preguntarse es si solamente se busca una mayor seguridad o también limitar la entrada de sujetos que no aportan nada a la economía del lugar, es decir, “consumidores manqués: consumidores defectuosos o frustrados, expulsados del mercado”, “consumidores imperfectos, deficientes” (Z. Bauman).
El cosmopolitismo supone todo lo contrario al fundamentalismo racista o aporofóbico, a saber: libertad de movimientos para sentirse ciudadano del mundo. No debe verse limitado este derecho al libre movimiento o desplazamiento, tal y como recoge el artículo 13 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948.
Encontramos aquí una paradoja “lógica”, o lo que es igual, que responde a la lógica sacralizada del mercado en un mundo globalizado, sobre la que sería importante debatir, pues la globalización, en principio, debiera favorecer la libre circulación de personas, productos, bienes o mercancías, en un mundo interdependiente, pero mientras potencia esto último, no ocurre así en el caso de las personas, al menos de determinadas personas, sobre todo de aquellas que suponen una mayor amenaza o que no aportan nada sobre las que recaen con mayor intensidad los sistemas postpanopticos de vigilancia extrema omnipresente (vigilancia líquida, en términos de Zygmunt Bauman).
No importa tanto el origen o procedencia del individuo cuanto su condición social o los beneficios que puede aportar al país al que intenta llegar. Lo que se estigmatiza en la actualidad es principalmente la pobreza y no tanto la condición “racial” o “étnica”, aunque estos prejuicios no hayan desaparecido sin más.
Nuestro mundo global ha incorporado un modelo de convivencia basado en la sospecha y no en la confianza de cada uno de nosotros hacia los demás. Hay que tratar de no crear fronteras (físicas, putativas o simbólicas) en la ciudad, pues como afirma el antropólogo noruego Frederik Barth las fronteras no se trazan para separar diferencias, sino que, por el contrario, cuando se trazan fronteras es precisamente “cuando surgen de improviso las diferencias, cuando nos damos cuenta y tomamos conciencia de su existencia. Dicho de un modo más claro: emprendemos la búsqueda de diferencias justamente para legitimar las fronteras”.
Se espera, y esta es otra de las principales razones de esta propuesta, transmitir a los alumnos/as, así como a todas aquellas personas que participen en estas Jornadas la importancia de estas ideas, debatir sobre ellas, así como también la importancia de adoptar actitudes mixofilicas y no mixofóbicas (que, como decimos, a veces van acompañadas de actitudes aporofóbicas) en nuestro trato con los demás en la vida en la ciudad, pues como dice el sociólogo angloamericano Richard Sennet, “El fenómeno de buscar cada vez más la compañía de los semejantes se deriva de la resistencia a mirarse profunda y confiadamente el uno al otro, a impregnarse recíprocamente de forma íntima y profunda, de forma humana”. Cuanto más nos separamos de los “extranjeros”, “inmigrantes”…., “menos capaces somos de tratar con ellos; y a su vez, cuanto menos capaces somos de tratar con ellos, mayor miedo les tenemos. En fin, que se forma un círculo vicioso que no puede romperse”.