Artículo de Ramin Jahanbegloo en El País, 08/12/2013.
Martin Luther King Jr. dijo en una ocasión: “Si un hombre no ha descubierto nada por lo que esté dispuesto a morir, no merece vivir”. Nelson Mandela fue un hombre que albergó toda su vida el ideal de una sociedad libre, un ideal con el que, como proclamó durante su juicio en Pretoria en abril de 1964, esperaba vivir, pero por el que, si era necesario, estaba dispuesto a morir.
Ha muerto como vivió siempre, como un espíritu libre. Mandela no mandó grandes ejércitos ni gobernó un vasto imperio. No hizo grandes hazañas científicas ni tuvo dotes artísticas. Pero los hombres, mujeres y niños de todo el mundo se dan hoy la mano para rendir tributo a este hombre valiente que llevó a su país a la democracia.
La muerte de Nelson Mandela señala el fin de una era, no solo para Sudáfrica, sino para todo el mundo.
El que fue presidente de Sudáfrica deja un legado muy variado. A Mandela se le respeta en todo el planeta como símbolo de la no violencia y la paz. Sus principios de reconciliación y justicia no retributiva son una gran fuente de inspiración para los activistas de los derechos humanos y de la libertad en todo el mundo.
Su filosofía del perdón puede servir de mucho en futuras transiciones no violentas de países como Irán y Siria.
El talento genial de Mandela fue su capacidad para hacer que sus compatriotas blancos y negros aceptaran compartir un futuro común y pasaran la página de su trágico pasado del apartheid. Esa mezcla de compasión y pragmatismo es muy poco frecuente entre los líderes mundiales. El carisma de Mandela estaba en su fortaleza de carácter, en que siempre defendió lo que consideraba justo frente al Gobierno blanco autoritario de Sudáfrica, y en el poder de su humildad y su modestia.
La comparación con Mahatma Gandhi es inevitable. No solo porque Mandela dijo, en un artículo aparecido en la revista Time en enero de 2000, que había sido su inspiración, sino porque Gandhi vivió y luchó en Sudáfrica entre 1893 y 1914. Como Mandela medio siglo después, Gandhi experimentó el racismo de la clase dirigente blanca del país y organizó una lucha no violenta por los derechos de los indios en Sudáfrica.
Sin embargo, a diferencia de Gandhi, Mandela ejerció el poder, y eso entraña otros retos. Durante su presidencia, su visión de Sudáfrica era una sociedad cuyos logros sociales beneficiarían a blancos y negros. Su objetivo era construir y afianzar una sociedad democrática y multirracial en un país en el que los supremacistas blancos podían fomentar la violencia entre negros por los conflictos existentes entre el Congreso Nacional Africano y varios dirigentes zulúes.
Es extraordinario que, en una situación tan difícil, Mandela lograse consolidar las cualidades sociales y políticas que había perfeccionado, primero como activista del ANC, y después con autodisciplina, durante los años de cárcel. Su brillante estratagema de unir al país en torno a la selección nacional de rugby fue una manera de encontrar un elemento en común entre la minoría blanca temerosa y los sudafricanos de otras razas para quienes los Springboks eran un símbolo del aparth
Como Gandhi, Mandela fue un guía moral para sus compatriotas, y, al contrario que muchos otros políticos y activistas, les guio hacia el perdón. Solía decir: “Si existe el sueño de una bella Sudáfrica, existen caminos que llevan a esa meta. Dos de esos caminos son la bondad y el perdón”.
Mandela sabía que, para que el perdón significara algo, las víctimas y los culpables debían encontrar un lenguaje común y una idea común de futuro. Para construir ese lenguaje, mezcló la tradición africana del Ubuntu, la “humanidad hacia otros”, con el arte de la política.
Pero Nelson Mandela adquirió el espíritu del Ubuntu como el camino que uno debe seguir para conocer el perdón y otorgárselo a otros. Esa conciencia del Ubuntu surgió de sus 27 años de cárcel, tras los cuales declaró: “Al salir por la puerta hacia mi libertad supe que, si no dejaba atrás toda la ira, el odio y el resentimiento, seguiría siendo prisionero”.
Es una idea difícil para muchos de nosotros, que seguimos concibiendo la libertad y la justicia en relación con la violencia, la venganza y el castigo. Por eso, el triunfo de Mandela no reside solo en lo que consiguió en Sudáfrica —el Estado de derecho, la libertad de expresión y la celebración de elecciones libres y justas—, sino en su lección imperecedera para la posteridad: la de la confluencia perfecta de no violencia y política.
Mandela inspiró al mundo con su fe en la verdad y la justicia para toda la humanidad. Su vida fue el mensaje de la no violencia por encima del poder, intentar conciliar nuestras diferencias y vivir en armonía, respetando y amando incluso a nuestro enemigo. Hoy, Mandela pertenece no solo a Sudáfrica, sino al mundo entero.
Ramin Jahanbegloo, filósofo iraní, es catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad de Toronto.
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Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.