Artículo de José Antonio Marina en El Mundo, 25/03/2014.
Pertenezco a la misma generación que Adolfo Suárez, fui testigo de la Transición, que me parece un claro ejemplo de cómo los acontecimientos políticos tienen una infraestructura emocional que necesitamos descubrir para comprenderlos. En aquella ocasión hubo esperanza, miedo, desconfianza sobre la capacidad de los españoles para arreglar sus enfrentamientos, temor a perder lo que se tenía, deseo de tener otras cosas. Pero hoy no quiero hablar de ese apasionante período histórico, sino de un reciente acontecimiento, apasionante también: la recuperación de la figura de Suárez, con el triste motivo de su muerte.
Confieso que me irritan los elogios, las condecoraciones y los honores póstumos, porque me parecen una despreciable cicatería. Los homenajes, en vida. Tampoco es este el tema que me interesa, sino la aparición -no sé si duradera o efímera- de un mito político, que es una creación del imaginario social. Hubo un tiempo en que estudié este interesante fenómeno. Elegí como personajes a Roosevelt, Churchill, De Gaulle y Kennedy. Todos ellos fueron personajes reales que dieron origen a una leyenda, que se convirtieron en narración estereotipada, en paradigma de comportamiento. Para ello, sus biografías fueron sometidas a una drástica selección, y prolongadas por un aura legendaria.
Los mitos no pretenden ser objetivos, su finalidad es concentrar en una figura aspectos que resultan simbólicamente atractivos o que pueden mover a la acción. Todos los personajes que estudié tenían algunos elementos comunes: una imagen plásticamente singular, fácilmente recordable, una experiencia dramática, una clara mezcla de éxitos y fracasos en sus vidas, y algo que todas las sociedades han valorado siempre: la valentía para acometer una misión abrumadora y justa, como era restablecer pacíficamente la democracia al pueblo español.
Estos días, a través de los programas de las televisiones y de los reportajes de los diarios, la figura de Adolfo Suárez ha sido reformulada como mito político. Se han repetido decenas de veces las mismas escenas, las mismas frases, se ha construido una narración canónica, fácil de comprender, de recordar y de transmitir. Sus antiguos enemigos han callado, las sombras de su mandato han sido olvidadas, y ha surgido un atractivo personaje real y legendario que concentra en sí muchas de las cosas que la sociedad española añora y desea ver unidas.
Esto es lo que me interesa. ¿Qué nos revela acerca de nuestra situación esta veloz respuesta popular?
En primer lugar, Suárez ha aparecido como una figura clara, en un momento de turbiedades políticas, como un hombre entregado a una misión. Todos los testigos han hablado de su desinterés, su nobleza, su patriotismo. Frente al sectarismo político, a los intereses privados, a la corrupción, la figura de Adolfo Suárez ha mostrado el perfil de un político con grandeza de miras.
En segundo lugar, en esa narración que se ha ido afilando mediante las repeticiones, como todas las leyendas, aparece como un héroe solitario, solo ante el peligro. Abandonado por todos al final. A esto se añadía, según testimonios unánimes, su capacidad de seducción, de arrastre, condición que tienen todos los líderes que se convierten en mito. Y que se ha conservado gracias a una excepcional colección de imágenes fotográficas, tal vez sólo comparable a la de Kennedy. Pero, sin duda, el aspecto más insistentemente recordado ha sido la valentía. La imagen de Suárez sentado en su escaño el día del golpe forma parte de una iconografía heroica difícil de olvidar. El coraje es una virtud universalmente admirada. Necesitamos que en momentos de turbación o pánico, cuando todos queremos huir, alguien se mantenga firme.
La valentía no es la ausencia de miedo -eso es la temeridad-, sino la decisión de no abandonar una meta valiosa a causa del riesgo, el esfuerzo o la dificultad que entrañe. Suárez tuvo el coraje de buscar el entendimiento y el consenso en un país que considera la negociación como una traición, un chaqueterismo o una cobardía. La limpieza de su ejecutoria, la perseverancia en la soledad, la seducción convincente, la búsqueda del consenso, la valentía en la dificultad, forman una imagen ideal que el pueblo español necesita en este momento. Así explico la mitificación surgida estos días. Hay que añadir sus repetidas tragedias personales, la dignidad en la enfermedad, que sus hijos han protegido. Esta imagen no es un retrato, y seguro que no se acomoda en algunos aspectos a la figura real. Es una creación de un imaginario social desengañado que necesita admirar a algún político. Si tengo razón, no me importaría nada colaborar a la consolidación de ese mito, porque necesitamos modelos que nos liberen del desánimo.
En este momento me entero de que van a poner el nombre de Adolfo Suárez al aeropuerto de Barajas. Es una bella y casual metáfora, que identifica a Suárez con una pista de despegue.
José Antonio Marina es filósofo.