Cuando habíamos comenzado a quitarnos las mascarillas y a respirar de nuevo, tras dos años sufriendo la pandemia global de Covid-19, en la última semana de febrero hemos recibido dos nuevos mazazos que también han tenido un impacto global.
El 24 de febrero Vladimir Putin, presidente electo y dictador de facto de la Federación Rusa, ordenó la invasión de Ucrania con el objetivo de resucitar el antiguo imperio zarista (declaró que Ucrania no tenía derecho a existir como una nación independiente y que era preciso revertir el error de Lenin al reconocerle el derecho a la autodeterminación), y como respuesta a la progresiva expansión de la OTAN hasta la frontera rusa mediante la incorporación de catorce de las ex repúblicas soviéticas.
Esta expansión infringe los acuerdos adoptados en 1990 entre la OTAN y el Pacto de Varsovia, plasmados en la Carta para una Nueva Europa y en la creación de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), integrada hoy por 57 países. Esos acuerdos pusieron fin a la Guerra Fría y parecieron abrir una nueva época basada en el desarme y en la cooperación internacional. Además, se firmó el Tratado de las Fuerzas Armadas Convencionales en Europa (FACE), que pretendía la progresiva desmilitarización de todo el continente europeo. Sin embargo, ya desde 1991, Estados Unidos y los demás países de la OTAN decidieron mantener e incluso ampliar esta organización a los países de Europa del Este, instalando en ellos un Escudo Antimisiles. Por su parte, Rusia ha multiplicado sus intervenciones militares en varias ex repúblicas soviéticas y en la aliada Siria: Georgia (1990-2008), Chechenia (1994-2009), Kirguizistán (2012), Ucrania (2014), Siria (2015) y Kazajistán (2022).
Es cierto, pues, que Estados Unidos y la OTAN han cometido errores muy graves con su política expansionista y militarista, pero eso no justifica la invasión rusa de Ucrania, que ha sido condenada por 141 de los 193 países miembros de la ONU, ni los bombardeos de ciudades, ni los crímenes de guerra contra la población civil, que deben ser rechazados sin reservas, como están siendo rechazados por la ciudadanía rusa a la que Putin está reprimiendo y encarcelando implacablemente. Esta invasión ha puesto patas arriba el precario equilibrio geopolítico mundial, ha reactivado la vieja amenaza de las armas nucleares e incluso de las armas químicas, ha acentuado la nueva polaridad geopolítica entre el Occidente euro-atlántico liderado por Estados Unidos y el Oriente asiático-pacífico liderado por China (con la Unión Europea incapaz de adoptar una política propia y con el Sur global, una vez más, obligado a sufrir las consecuencias del conflicto), ha provocado una nueva crisis humanitaria con miles de víctimas y más de tres millones de refugiados en solo tres semanas (a los que Europa ha acogido con una generosidad que le ha negado a las víctimas de otros conflictos cercanos como el de Siria, en el que también está implicada Rusia), y, por si todo lo anterior no fuera suficiente, ha agravado la crisis económica y energética, con la subida del precio de los combustibles fósiles y de la electricidad, una inflación desbocada y una falta de suministros básicos en la agricultura y la industria (no solo por la guerra sino también por el bloqueo económico a Rusia).
Cuatro días después del inicio de la guerra en Ucrania, el 28 de febrero se publicó la segunda parte del Sexto Informe de Evaluación del IPCC sobre el Cambio Climático, titulada Impactos, adaptación y vulnerabilidad. El 9 de agosto de 2021 se había publicado la primera parte, sobre las Bases físicas, y el 4 de abril del presente año se publicará la tercera parte, sobre Mitigación, aunque de esta última ya se filtró un borrador.
El Sexto Informe del IPCC ha confirmado que el cambio climático “es generalizado, rápido y se está intensificando”; que sus impactos son cada vez más graves, pues están amenazando ya la vida y el bienestar de casi la mitad de la población mundial y han causado ya la reducción e incluso la extinción de muchas otras especies vivientes; que el margen de respuesta se está estrechando debido a la inacción de los gobiernos, lo que puede conducirnos a un punto de no retorno y a catástrofes de grandes proporciones; y que por todo ello es preciso adoptar medidas urgentes y radicales para descarbonizar la economía, proteger los ecosistemas y corregir las grandes desigualdades sociales.
Es precisamente la inacción política, la falta de una respuesta contundente por parte de los gobiernos ante la emergencia climática (evidenciada por los sucesivos informes del IPCC) y ante la destrucción de los ecosistemas y de la biodiversidad (señalada también por los informes del IPBES), lo que ha llevado al grupo Rebelión Científica (Scientist Rebellion) a organizar en más de 20 países una convocatoria de actos de desobediencia civil no-violenta, huelgas académicas, etc., durante la semana del 4 al 9 de abril.
Creemos que estos dos acontecimientos, la guerra en Ucrania y el último informe del IPCC sobre el cambio climático, están estrechamente relacionados entre sí, como ha señalado también la web especializada en estudios climáticos Carbon Brief. Según Juan Bordera y Antonio Turiel, estamos ante «la primera guerra de la Era del Descenso Energético». Según Pierre Charbonnier, estamos asistiendo al «nacimiento de la ecología de guerra». En parte porque Europa depende de los combustibles fósiles que financian la máquina de guerra rusa; en parte porque tanto Rusia como Ucrania poseen abundantes minerales estratégicos; y en parte porque la necesaria transición ecológica se verá aún más dificultada si las guerras geopolíticas por el control de los recursos siguen prevaleciendo sobre la cooperación mundial para frenar el cambio climático y mitigar sus impactos de manera equitativa.
El 27 de febrero, la meteoróloga ucraniana Svitlana Krakovska, mientras asistía en línea a la reunión del IPCC que aprobó la segunda parte del Sexto Informe, permanecía junto a sus hijos y estaba atenta por si se oían las sirenas que de manera intermitente alertaban de un posible bombardeo ruso, del que ella y su familia debían refugiarse. Y esto es lo que dijo a sus colegas: ”El dinero que financia esta agresión procede del mismo lugar que el cambio climático: los combustibles fósiles. Si no dependiéramos de los combustibles fósiles, [Rusia] no tendría dinero para hacer esta agresión.” Además, añadió Krakovska, es imposible afrontar en común los retos del cambio climático si sigue imperando la lucha entre las grandes potencias por el control de los recursos: «Si cualquier país grande puede quedarse con su vecino, con un suelo rico, una buena gestión del agua y unos buenos bosques, no podremos hacer frente al cambio climático.”
Para frenar a un tiempo la guerra en Ucrania y el cambio climático, y para acelerar la descarbonización y la transición energética, algunas organizaciones como Avaaz, Greenpeace y el grupo Los Verdes del Parlamento Europeo han pedido que se interrumpa la importación del gas y el petróleo de Rusia. También lo está pidiendo Ucrania, aunque Alemania se niega debido a su enorme dependencia del gas ruso. En 2020, las ventas de gas a Europa le generaron a Rusia 35.000 millones de euros, mientras que su gasto militar anual ascendió a 55.000 millones de euros. El problema, como señala Antonio Turiel, es que Europa no puede prescindir de un día para otro del gas ruso (que es el 45% de todo el que consume), ni de minerales como el uranio enriquecido que alimenta a las centrales nucleares (Rusia exporta también la tercera parte de su consumo mundial). En resumen, las interdependencias económicas globales son de tal envergadura que cualquier bloqueo económico tiene sus límites y puede causar una crisis mundial.
Es obvio, pues, que hay una relación muy estrecha entre la guerra de Ucrania, las dificultades de la transición energética y la urgencia de poner freno al cambio climático. Por eso, el Laboratorio va a dedicar el mes de abril de 2022 a debatir sobre todas estas cuestiones. Invitamos a las personas interesadas a enviarnos sus propuestas y experiencias a esta dirección de correo: laboratorio@redfilosofia.es
Se aceptará el envío de textos, vídeos o imágenes. Los textos no superarán las 800 palabras, los vídeos durarán entre 5 y 10 minutos, y las imágenes no tendrán más de 10 MB. Si han sido publicados con anterioridad en algún otro medio que pudiera reclamar derechos de propiedad, los autores/as tendrán que contar con la autorización de ese medio para su reproducción en la web del Laboratorio. Todas las colaboraciones serán susceptibles de comentarios por parte de cualquier persona, previo registro, para evitar comentarios anónimos. El equipo editorial velará para que ni las colaboraciones ni los comentarios incluyan falsedades, insultos o injurias a personas o colectivos.