Vivimos en un contexto de emergencia ecológica catapultada por el cambio climático acelerado y la pérdida de biodiversidad, ambos fenómenos causados por las actividades humanas. El calentamiento global es el resultado de los combustibles fósiles que vienen consumiendo nuestras sociedades desde hace dos siglos. El declive de biodiversidad puede remontarse al proceso de defaunación iniciado cuando nuestros antepasados aniquilaron a los grandes animales y perpetuado con las prácticas agroganaderas que comenzaron hace unos diez mil años. Pero, sobre todo, el declive se ha exacerbado en las últimas décadas debido a la industrialización, el tráfico de especies invasoras, el aumento de la población mundial y la creciente demanda de los productos de origen animal, la caza ilegal y la explotación de los recursos naturales.
Hay quien aventura que los animales terrestres más grandes que quedarán en un futuro no muy lejano serán las vacas. De ser así, no solo implicaría una pérdida significativa de especies emblemáticas como los elefantes, las jirafas, los rinocerontes o los búfalos, sino también una pérdida funcional de los ecosistemas. Esto tiene efectos a muchas escalas. La vida de un animal no solo tiene un valor intrínseco, sino que además puede desempeñar un valor instrumental para otras especies y para el conjunto del ecosistema. Si forzamos el desplazamiento de una especie o la llevamos al borde de la extinción, ello va a repercutir en los nichos ecológicos de los que dependen otras especies de animales, de vegetales, de hongos e incluso de bacterias y virus. Habitamos un planeta interdependiente y colmado de relaciones simbióticas.
Aunque el Antropoceno es el resultado geohistórico de una lógica capitalista y neoliberal que se asienta sobre unos mecanismos de hiperindividualización y cosificación de todo lo vivo, hay estrategias para revertir esta tendencia. Una de esas estrategias es el rewilding, traducido del inglés como «renaturalizar», «resilvestrar» o «resalvajar». El rewilding es un proceso que apunta a recuperar ecosistemas para que sean más funcionales, biodiversos y sanos. Desde la biología de la conservación y la ecología, hay diversas iniciativas que buscan revertir la degradación de la naturaleza. Dentro de esta pluralidad, el rewilding es un enfoque innovador cuyo objetivo último es limitar la intervención humana y permitir que sea la vida salvaje la que ella misma se autogestione y regule los ecosistemas. Aquí reside una filosofía implícita de laissez faire, pero aplicada a los procesos naturales y no a los intercambios mercantiles: se trata de abandonar el control sobre las demás especies y dejar espacio para que sean ellas mismas las que retomen el control de sus vidas y de sus entornos.
Para los defensores del rewilding, esta sería una de las mejores opciones para regenerar la funcionalidad de los ecosistemas. Ello podría conducir a mitigar algunos de los grandes problemas que tenemos ante nosotros, como la pérdida de biodiversidad, el cambio climático o el riesgo por la aparición de nuevas zoonosis. Pero aún hay más. El rewilding incluso puede ser una herramienta útil contra la despoblación rural, creando nuevos puestos de trabajo basados en el ecoturismo o la investigación, y puede ayudar a reverdecer las ciudades, propiciando espacios más sanos para el juego y la interacción social.
Ahora bien, al igual que con la propuesta ecologista del decrecimiento, la renaturalización debe ser una tarea que se emprenda conjuntamente, reuniendo a distintas voces expertas y a las personas y entidades implicadas en los diferentes ámbitos territoriales, favoreciendo siempre la participación comunitaria. No es una estrategia que pueda imponerse de manera ecoautoritaria, sin las debidas medidas democráticas y de justicia ecosocial. Aunque nos fascinen algunos procesos de restauración ecológica derivados de un rewilding sustancialmente pasivo, como aquellos procedentes de desastres naturales o tras el abandono rural, es tarea de todos no olvidar las injusticias que a veces hay detrás, o encarar las que aún puedan estar por llegar.
El Laboratorio dedicará el mes de enero de 2023 a analizar los posibles beneficios del rewilding y a reflexionar sobre algunos de sus retos prácticos y teóricos. Favorecer procesos de renaturallización tiene un impacto externo, pero también interno, ya que puede influir en nuestro bagaje ontológico, estético y ético, cambiando nuestra concepción de la naturaleza salvaje, nuestra apreciación y nuestro modo de relacionarnos en y con ella.