La crisis de la COVID-19 tiene muchas implicaciones relacionadas con el cuidado. En primer lugar, la importancia de contar con un sistema de cuidados sanitarios robustos ha saltado a primera plana. Además, el período de confinamiento obligatorio y las diferentes medidas de distanciamiento social han puesto de manifiesto la importancia de las relaciones sociales y las dificultades que entraña el no poder proporcionar cuidado de calidad a quienes lo necesitan.
Durante el tiempo en que los centros educativos permanecieron cerrados, las familias se vieron obligadas a reestructurar sus rutinas para poder cuidar de las criaturas, puesto que la actividad laboral no se adaptó a esta circunstancia. Esta reestructuración se tradujo en una sobrecarga, en muchos casos, para las mujeres, poniendo de nuevo de manifiesto los sesgos de género con los que se reparten las tareas de cuidado. El modelo familiarista de los cuidados en España se está viendo reforzado. La terrible situación vivida en muchas residencias de nuestro país destapó también las deficiencias estructurales y la falta de recursos de las instituciones dedicadas al cuidado de mayores. Asimismo, el colectivo de profesionales de la sanidad sigue reclamando mejores condiciones para hacer frente al enorme desafío que supone la pandemia: piden que cuidemos a quien nos cuida.
Género y cuidado son dos realidades entrelazadas. No sólo estas tareas han sido tradicionalmente asignadas a las mujeres por virtud de su género; además, se han entendido como “femeninas”, es decir, son menos valoradas en una sociedad que privilegia aquello tradicionalmente asignado a los varones. Mientras las mujeres han ido conquistando el espacio público, las desigualdades en el espacio privado, donde se siguen llevando a cabo gran parte de los cuidados, permanecen tozudamente: así, se producen fenómenos como la doble o triple jornada o el techo de cristal.
Pero el género no es la única variable que determina las expectativas sociales sobre el cuidado. Como señala Joan Tronto, los grupos más oprimidos de la sociedad se han visto obligados, en diferentes momentos de la historia, a encargarse de las tareas de cuidado menos agradables y peor valoradas. Recientemente, la BBC ha lanzado un reportaje sobre la grave situación vivida por las trabajadoras domésticas en régimen de internas en el período de confinamiento en España. Este sector, que denuncia bajos salarios, alta tasa de informalidad y vulnerabilidad al acoso laboral, se ha visto especialmente perjudicado e invisibilizado en la crisis de la COVID-19.
Por una parte, la pandemia muestra la radical importancia de las tareas de cuidado, en el empleo o fuera de él. Por otra, nos hace ver las deficientes e injustas condiciones en las que se organiza en nuestras sociedades. ¿Qué puede aportarnos la filosofía para valorar adecuadamente estas tareas y a quienes las realizan? ¿Puede la pandemia ser una oportunidad de revisar nuestras prioridades como sociedad respecto al cuidado?
En El Laboratorio dedicaremos el mes de diciembre al tema del género y los cuidados. Invitamos a toda persona interesada en participar a enviarnos sus propuestas. Se aceptará el envío de textos, vídeos o imágenes. Los textos no superarán las 800 palabras, los vídeos no durarán más de 15 minutos y las imágenes no tendrán más de 10 MB. Si han sido publicados con anterioridad en algún otro medio que pudiera reclamar derechos de propiedad, los autores/as tendrán que contar con la autorización de ese medio para su reproducción en la web de El Laboratorio. Todas las colaboraciones serán susceptibles de comentarios por parte de cualquier persona, previo registro, para evitar comentarios anónimos. El equipo editorial velará para que ni las colaboraciones ni los comentarios incluyan falsedades, insultos o injurias a personas o colectivos.