El sueño de los combustibles fósiles se agota. Los hidrocarburos han permitido en los últimos dos siglos una mejora de las condiciones de vida y confort sin precedentes. Pero esta excepcionalidad llega a su fin, tanto por el lado de la extracción –así lo muestra el pico del petróleo y de otras sustancias y materiales–, como, sobre todo, por el lado de las emisiones –el continuado despliegue del cambio climático y sus impactos condiciona la realidad actual–. Estos hechos amenazan con convertir el sueño en pesadilla.
Son muchos los interrogantes sobre qué vendrá y cómo incorporarlo. La esperanza de las energías renovables e hipertecnológicas a la que aspira la Transición Verde impulsada por las instituciones para “cambiar sin que nada cambie” presenta no pocas brechas, pero dos son suficientes para cuestionar el modelo: una, la tasa de retorno energético (TRE) de las renovables no puede sostener ni remotamente el tamaño del sistema económico actual; y dos, estas tecnologías, además de ser demandantes de energías fósiles en su proceso de fabricación, requieren numerosos minerales y elementos cuyo pico de extracción se contempla alcanzar a lo largo del siglo XXI.