Nuestro planeta está cubierto en tres cuartas partes por los océanos. Fue Arthur C. Clarke, el famoso escritor de ciencia ficción y también científico, el primero en señalar una verdad evidente: nuestro planeta no debería llamarse «Tierra», sino «Océano». Otro científico y gran divulgador, Carl Sagan, enfrentado a una de las últimas imágenes de nuestro planeta realizada por el Voyager 1 en 1990, no pudo describir lo que vio de otra forma que «ese punto azul pálido».
Y, sin embargo, vivimos de espaldas al mar. Convertido en un objeto de consumo como cualquier otro, en un gimnasio azul, sólo nos preocupamos de él cuando reservamos nuestras vacaciones y esperamos que esté dispuesto para nosotros como una commodity más, con sus banderas azules, sus paseos marítimos con tiendas y restaurantes, sus motos de agua, sus yates recreativos y sus cruceros turísticos. Cerramos así los ojos al papel fundamental que el océano desempeña en el mantenimiento de la vida en nuestro planeta.
El océano es responsable de más de la mitad del oxígeno de la atmósfera terrestre y es el principal termostato del planeta, absorbiendo y transformando gran parte de la radiación solar. Cuando pensamos en la relación entre océano y cambio climático, solemos pensar en el aumento del nivel del mar, que es, desde luego, un grave problema, pero no el único. Recordemos la creciente acidificación de los océanos, que pone en peligro espacios de un valiosísimo valor ecológico, como los corales; la reducción de la biodiversidad, causada por la sobreexplotación, pero también por la destrucción de hábitats; la polución cada vez mayor de los océanos por plásticos y microplásticos; la aceleración de las corrientes oceánicas debida al deshielo progresivo de los polos terrestres, con consecuencias todavía desconocidas… En resumen, la relación entre el océano y el cambio climático es más profunda de lo que pensamos.
Todos estos cambios en las condiciones ecológicas y en la habitabilidad del océano, obviamente, son también amenazas para la supervivencia de las poblaciones costeras, que dependen de la pesca para su subsistencia y su soberanía alimentaria, y se unen a problemas previos, como el aumento de la pesca industrial, que a menudo trabaja de forma ilegal, o la privatización de las aguas que implica la acuicultura industrial. La industria pesquera intensiva no sólo está reduciendo la biodiversidad de la vida marina, sino que también está destruyendo la vida de las pequeñas comunidades pesqueras, tanto en las grandes potencias pesqueras del Norte como en los países empobrecidos del Sur global.
Además, el océano es el gran espacio de comunicación que ha permitido la formación de nuestro mundo globalizado y el mantenimiento de nuestra actual sociedad de consumo, ya que más del 80% del comercio mundial -la llamada cadena global de suministros- se realiza por barco. La invención del contenedor de transporte en 1956 y su uso masivo iniciado por la naviera Sea Land en 1965, ha hecho posible una economía global deslocalizada, caracterizada por la ausencia de stock, la fabricación bajo demanda y el transporte a bajo precio. Un sistema que empieza a resquebrajarse por la cada vez mayor escasez de materias primas, pero también por un tráfico marítimo internacional que no termina de recuperarse de la llamada «crisis de contenedores» de 2021. El reciente bloqueo del puerto de Shanghai, causado por la política de tolerancia cero del gobierno chino ante la COVID-19, está tensando las cadenas de valor global de una forma nunca vista.
Pero el océano no es únicamente una superficie abierta y sin fronteras que nos permite unir puntos lejanos del planeta en una gran red turística, pesquera y comercial. Desde los antiguos imperios del Mediterráneo y el Índico hasta los modernos imperios ultramarinos de la Europa atlántica, los mares y océanos han sido también espacios de confrontación geopolítica por el control de los territorios costeros, las islas, los puertos y las grandes rutas marítimas. Como ya señaló Carl Schmitt en Tierra y mar, todas las grandes potencias modernas trataron de extender su poder a los océanos, desde los imperios modernos de España, Portugal, Holanda, Francia, Inglaterra y Alemania, hasta las superpotencias contemporáneas: Estados Unidos, Rusia, China e India. Un aspecto importante de la guerra de Ucrania es la pretensión de Rusia de controlar el mar Negro, ubicado estratégicamente entre Europa, Asia y el mar Mediterráneo.
Víctimas de esta lucha por el control de las fronteras, también las marinas, y empujadas por la depredación de los recursos en sus países de origen, por la guerra o por las consecuencias del cambio climático, el océano es el camino que cientos de miles de personas refugiadas toman buscando una vía hacia el Norte global. Sea en las aguas del Mediterráneo, en las del Mar Rojo o entre África y las Islas Canarias, el tráfico de migrantes y refugiados forma parte, también, de la realidad de nuestros mares.
Finalmente, queda por mencionar una dimensión del océano que no está en su superficie navegable por los barcos pesqueros, turísticos, comerciales o militares, sino más bien en su oculto universo submarino. Las profundidades abisales no escapan a la atención del ser humano. Si en un primer momento el interés por las aguas submarinas estuvo supeditado a objetivos militares, en el contexto de la geopolítica de la Guerra Fría, ahora debemos enfrentar otro tipo de problemas. Hoy estamos asistiendo a una creciente explotación de los fondos marinos a través de la llamada “minería submarina”, un proceso con un impacto ambiental potencialmente devastador.
Por todas las razones anteriormente mencionadas, pensar nuestra relación con los océanos es, hoy más que nunca, de una importancia radical.
El Laboratorio dedicará el mes de junio a debatir sobre estas cuestiones desde diferentes enfoques. Invitamos a las personas interesadas a enviarnos sus propuestas a: laboratorio@redfilosofia.es Se aceptará el envío de textos, vídeos o imágenes. Los textos no superarán las 800 palabras, los vídeos durarán entre 5 y 10 minutos, y las imágenes no tendrán más de 10 MB. Si han sido publicados con anterioridad en algún otro medio que pudiera reclamar derechos de propiedad, los autores/as tendrán que contar con la autorización de ese medio para su reproducción en la web de El Laboratorio. Todas las colaboraciones serán susceptibles de comentarios por parte de cualquier persona, previo registro, para evitar comentarios anónimos. El equipo editorial velará para que ni las colaboraciones ni los comentarios incluyan falsedades, insultos o injurias a personas o colectivos.