Fecha: Septiembre de 2020
La ensayista y pensadora Naomi Klein lleva meses advirtiendo de que la crisis que la Covid-19 ha generado en todos los países del mundo se ha convertido en la excusa perfecta para la construcción de “una distopía de alta tecnología”. La voluntad de llevar a término un Screen New Deal se ha convertido en la coartada para la aplicación de una «doctrina del shock digital». Las grandes multinacionales del capitalismo tecnológico, con la inestimable cooperación de gobiernos de todo el globo, pretenden hacernos creer que nuestra única alternativa es la digitalización total del mundo, un proyecto que se encuentra claramente alineado con sus propios intereses.
El proyecto que pretende llevar hasta las últimas consecuencias la digitalización de la vida se apoya con fuerza en el modo en que durante la pandemia una parte importante de nuestras experiencias cotidianas ha quedado mediatizada por las tecnologías de la telecomunicación. Propuestas en algunos casos antiguas, que se habían topado con resistencias sociales y económicas, se han instalado hoy en nuestra cotidianeidad con la pretensión de establecerse de manera definitiva: teleducación, telemedicina, teletrabajo, trazamiento generalizado, aplicación de big data a los archivos gubernamentales, compra a distancia, abolición del dinero en papel, etc.
La aceptación mayoritariamente acrítica de todas estas transformaciones solo puede ser fruto de una incomprensión del papel central que las empresas de la telecomunicación, y en concreto el extractivismo de datos que llevan a cabo, juega en la economía y la sociedad mundiales. Lo que Soshana Zuboff ha llamado “dividendos de vigilancia”, es decir, los beneficios que las empresas obtienen por la venta directa de los datos recopilados o a cambio de las nuevas inteligencias artificiales alimentadas de esos mismos datos mediante procesos de machine learning, son clave para entender la actual dinámica especulativa del capitalismo mundial, un capitalismo que hay quien no duda en denominar “capitalismo digital” o “capitalismo de la vigilancia”. Además, esta economía de los datos y sus algoritmos de inteligencia artificial no solo moldean ya gran parte de nuestra vida económica, sino que escándalos como el de Cambridge Analytica o la crítica al solucionismo tecnológico de Evgeny Morozov prueban que están adquiriendo un poder creciente sobre nuestra vida personal y política.
Una aplicación exitosa de la «doctrina del shock digital» supondría la puesta en marcha de la que se conoce ya como Cuarta Revolución Industrial, y del Internet de las Cosas, su proyecto estrella. Ambos aspiran a que no pueda existir interacción social que no venga mediada por una interfaz digital conectada y que, por tanto, se convierta en fuente de cada vez más datos sobre todo lo que hacemos. En Europa, la aplicación de la doctrina del shock digital está tomando forma sobre todo en el fondo Next Generation EU mediante el que la Unión Europea ha acordado poner 750.000 millones de euros a disposición de sus estados miembros. Su naturaleza de plan estratégico integrado obligará a todo Estado que quiera acceder a esos fondos, a utilizarlos para poner en marcha una economía digital en la que se apueste por “las tecnologías como la inteligencia artificial, la ciberseguridad, los datos y la infraestructura de computación en nube, las redes 5G y 6G, los superordenadores y los ordenadores cuánticos, y las tecnologías de cadena de bloques”.
La digitalización en ciernes no solo supone riesgos políticos, sociales y económicos, sino que además está en las antípodas de lo que sería ecológicamente necesario en la era del Antropoceno. Por un lado, porque la extensión de Internet y las TIC está suponiendo un aumento exponencial del consumo de energía y materiales críticos, especialmente minerales escasos como las tierras raras o el coltán. Internet no es una nube inmaterial, y la economía digital no está desacoplada de los impactos ecológicos. La fase digital del capitalismo industrial está suponiendo una impresionante profundización del extractivismo, un aumento de las emisiones de efecto invernadero y una destrucción ecológica ampliada. Por otro, porque la digitalización del capitalismo actúa como un acelerador del crecimiento, y la idea de un desacoplamiento entre crecimiento e impacto ecológico es ilusoria. Es decir, cuando lo que necesitaríamos sería frenar, parar y repensar casi todo, se nos ofrece un crecimiento supuestamente “verde” e “inteligente” que de facto va a suponer un obstáculo para el proceso de decrecimiento con criterios de justicia, igualdad, autonomía y auténtica sustentabilidad que podría reducir los peores impactos de nuestra era de los límites.
Dedicaremos el mes de septiembre a debatir sobre estas cuestiones desde distintos enfoques y perspectivas, e invitamos a todas las personas interesadas a enviar sus propuestas. Se aceptará el envío de textos, vídeos o imágenes. Los textos no superarán las 800 palabras, los vídeos no durarán más de 15 minutos y las imágenes no tendrán más de 10 MB. Si han sido publicados con anterioridad en algún otro medio que pudiera reclamar derechos de propiedad, los autores/as tendrán que contar con la autorización de ese medio para su reproducción en la web de El Laboratorio. Todas las colaboraciones serán susceptibles de comentarios por parte de cualquier persona, previo registro, para evitar comentarios anónimos. El equipo editorial velará para que ni las colaboraciones ni los comentarios incluyan falsedades, insultos o injurias a personas o colectivos.