Reproducimos aquí el texto que nuestro colega Ricardo Tejada (Maître de Conférences à l’Université du Maine, Le Mans, Francia) ha publicado el 12 de septiembre de 2014 en su blog, concretamente en la sección «La crisis desde el oteadero francés», tras su participación en el I Congreso internacional de la Red española de Filosofía.
FILOSOFAR EN TIEMPOS DE CRISIS
La semana pasada el grupo de investigación sobre el pensamiento político del exilio republicano del que formo parte organizó un simposio sobre esta temática en el marco del primer Congreso Internacional de la Red Española de Filosofía. El título de este magno encuentro era el siguiente: “los retos de la filosofía en el siglo XXI”.
“¡Cuántos retos!”, dirá cualquier lector de estas líneas. Muchos, en efecto. La filosofía tiene que afrontar de primeras muchos enemigos temibles de variado pelaje: las fuerzas oscurantistas que todo lo someten al dinero, los mercados, las finanzas, el fanatismo religioso, el nacionalismo y la violencia. Unos adoran alguno de estos dioses, otros a todos… Para más complicaciones, no sólo hay enemigos; hay también indiferentes a ella. Prueba de ello es la cobertura que los diarios han hecho de este evento: ¡casi inexistente! ¡Y no citaré nombres! Filosofar, pensar, razonar, meditar, reflexionar, argumentar, estimular, criticar…. Todos estos ejercicios, no físicos, sino mentales, forman parte del legado que nos dejaron aquellos geniales “metecos” griegos de hace más de veinte siglos para quienes el mar, el cosmos, la amistad, la verdad, el amor y la belleza eran sus verdaderas, su únicas “patrias”, si tal nombre, tan manchado, cupiese otorgarles. Pero había un principio, un valor, que propiciaba todo ello: la libertad. No es que ésta pueda ser una patria, un hogar, es que representa el necesario humus nutritivo que hace más sencillo, más natural, todos aquellos hogares primordiales.
¿Y qué es la libertad? Vaste sujet!, diríamos en francés. Isaiah Berlin nos habló de la libertad negativa y de la libertad positiva. La primera nos permitía hacer algo sin coacción, sin restricciones; la segunda nos impulsaba desde nuestra soberana voluntad a realizar algo. La libertad que es inherente a la filosofía, al ejercicio del pensar, va más allá de esta polaridad, algunas veces conflictiva. Es, de primeras, la ausencia de deudas. Podemos pensar libremente cuando no nos sentimos deudores de nadie ni de nada: ni del catedrático que nos “proteja” de manera más o menos interesada, ni de la institución o Estado que nos ampara pero nos vigila, ni del banco que condiciona los límites de lo expresable públicamente, ni del partido político o la bandera que nos pide sumisión a cambio de poder o de quiméricos paraísos de pacotilla. Cuando se gusta, se palpa, se degusta la libertad, la libertad “de a de veras”, como dicen en México, no hay nada que pueda cambiarse por ella, no hay nada que lo pueda destronar. Amamos esa libertad como el aire que respiramos y nos permite vivir. Es el bien más sagrado.
Pero —diría alguno— si libertad es ausencia de deuda, entonces viene a ser una libertad negativa. No, porque la ausencia de deudas es de entrada lo “archipositivo”. La deuda es lo negativo y es lo “positivo” de nuestras sociedades capitalístico-financieras, su ladrillo constitutivo. Yo no me siento deudor de quien respeta mi dignidad, de quien me reconoce, de quien me respeta, de quien me quiere. Claro está, de quien confía en mí me puedo sentir “deudor” pero solo porque he querido este vínculo, lo he asumido plenamente, porque no ha habido nada a cambio, ni dinero, ni poder. Si me siento “deudor” de alguien es porque no tengo ninguna deuda con esa persona. Ausencia de deudas es virtualidad, potencia, ejercicio pleno. Esto es lo que demandamos para el libre desenvolvimiento de la filosofía, para el libre desenvolvimiento de las personas, de las singularidades que en ellas viven, múltiples en cada uno.
Durante estos días de calor levantino, ha habido un sinfín de simposios, muchos simultáneos, con lo que ha sido desgraciadamente imposible asistir a todos. Las temáticas eran variadas y difíciles de resumir. Los títulos de los encuentros, de las comunicaciones, son muy elocuentes en lo que se refiere a los desafíos del siglo XXI y a las inquietudes de la comunidad filosófica hoy en día. Me atrevería a proponer unas cuantas familias de preocupaciones compartidas. Por un lado, tenemos los que se centran en la roturas, en las heridas provocadas por la crisis y en sus posibles cosidos y fármacos: hablamos de la fraternidad, de cuya historia (algo fallida) y modos de reactivación actual (en Habermas, Rawls, Rorty, Cohen y otros) hablaron con especial pertinencia los colegas de la Universidad Autónoma de Barcelona, bajo la dirección del profesor Ángel Puyol, hablamos de los compañeros que hablaron de “Releer a Max en tiempos de crisis”, de los diferentes simposios que hubo sobre la ética, de entre los cuales me llamó la atención el que habló de “éticas aplicadas, de la fundamentación al activismo” o sobre la Ilustración y sus desafíos en tiempos de crisis. Quisiera destacar también el interés enorme por todo lo que se refiere a la ecología, a la sustentabilidad (en donde participaba Jorge Riechmann al que me hubiera encantado escuchar), a la naturaleza, a la viabilidad de una ética para con los animales, a las relaciones entre ciencia, técnica y filosofía. No olvido tampoco la importancia creciente de las cuestiones de género, del papel del feminismo en nuestras sociedades contemporáneas. La estética, la historia y la educación no han perdido interés y buena prueba de ello son los simposios que a cada una de estas disciplinas se les dedicó. Tampoco olvido los coloquios dedicados a la lógica, a la argumentación, a las teorías de la cultura, a la historia de la filosofía. Me dejaré algún simposio en el tintero. Ruego me disculpen sus participantes y organizadores.
¿Qué hacer en un país en el que la filosofía está tan castigada como asignatura en los planes de estudio de bachillerato; en el que la universidad ha sido tan agredida por el asedio de las universidades privadas, por la ideología de la evaluación, por la burocratización y la cooptación endogámica; en el que el pensamiento crítico se encuentra tan arrinconado de los medios de comunicación, de los protectorados de Bruselas (o, más bien, de Merkel), con sede en Madrid, Barcelona o —qué sé yo—Logroño? Yo, que me siento excluido, en cierto sentido, de mi país, no puedo dar lecciones a nadie. Sólo sé que los que practicamos la filosofía, la cultivamos, escribimos sobre ella y desde ella, tenemos que hacer piña y ser “agresivos”, no tener vergüenza de lo que somos, de lo que hacemos. Difícil en un país de envidias variopintas, de egoísmos tribales, pero solo nos queda esta salida. Tal vez la filosofía vaya convirtiéndose en el verdadero conector de todos los saberes, en el cable invisible que los una; tal vez, deba ser el garante de un saber complejo, que Edgar Morin reivindica con tesón para este siglo XXI; tal vez tenga que acercarse a esa “cosmopoliética” que preconiza Antonio Campillo, presidente de la Red. No tendré la osadía de dilucidar estas cuestiones en apenas pocas líneas.
Lo esencial es que el encuentro nos ha infundido energías, nos ha vuelto más confiados en el porvenir de la filosofía, no sólo en España (había colegas de México, de Italia, de Argentina, de Chile…). La filosofía va a dar mucha “guerra” en las décadas que vienen, porque ella es un patrimonio de todos y de nadie, como el aire, porque ella nos da, a todos, no solo a los que la practican, la libertad para pensar de manera autónoma, incisiva y responsable.
¡Larga vida, pues, a la Red!
Le Mans, a 12 de septiembre de 2014.
Tél.Mobile: 0033 (0)610093672
Que yo recuerde, no he leído texto con vocación filosófica que trate sobre «cómo se crean los estados de ánimo». Este tuyo podría suponer un buen punto de partida para intercambiar, compartir, oponer, complementar, desechar o estimular, idea, ofertando no «El Ejercicio de La Libertad» sino el deseo que colma tu discurso cuando pides «Larga vida, pues, a La Red», que es quién -y observa que la trato de «ente», más a contribuido a que la actividad filosófica se mantenga con vida y continúe multiplicando «Las Tonterías» que impiden fallezca «El Saber» ante la superproducción de ellos que ha sepultado El Pensamiento Original bajo el pretexto de que todos los sapiens son capaces de producirlo con el solo acto de hacer visible -¡al menos relativamente!-, lo que cualquier hijo de vecino piensa y cree de sí mismo y del Todo que le rodea. Sin dudas, eres dueño de alguna cantidad de verdad. Pero como siempre sucede, no de toda. Yo, por ejemplo, soy de los que -supongo habrá otros semejantes a mí-, soy de los que practica la libertad de «mi filosofía» -no soy aún capaz de prescindir del derecho a La Propiedad-, en silencio. Y desde ese lugar, desde el cual observo «los juegos castalios de saberes», me auto evoco Magister Ludi aspirante a convertirme en Perdedor gracias a La Luz Resplandeciente de aquel que alcanza a imaginar lo que siempre he esperado oír en boca y/o de mano de quienes autentifican lo que es Verdad y lo que no la es: «Ella no existe, es solo una palabra para imantar tus movimientos a favor de mi camino, entiéndelo y acepta el desafío de encontrar el lugar donde construir el tuyo.» Estoy seguro que ese lugar es el único donde todos podremos encontrarnos, filosóficamente.
Hola Ricardo,
Una pena no habernos visto en Valencia, después de tanto tiempo. Allí anduve en el simposio de animales. En fin, otra vez será. Un abrazo. Isabel Balza.
Más agresivos y no tener vergüenza de lo que somos, de lo que hacemos.
Debemos tomar nota de esas palabras, porque siento que hemos caído en la lógica depredadora del sistema y que nos da vergüenza decir que somos filósofos porque «no producimos nada» (en el sentido en que el sistema entiende «producir», huelga decirlo).
¡Más caña!