Publicación del número 107 de Paideia, Revista de Filosofía y didáctica de la Filosofía.
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Tratamos en este número uno de los temas más filosóficos: la utopía. La utopía parece estar de capa caída. El concepto utópico se ha impregnado en los últimos años de ciertos tintes negativos o, mejor dicho, como diría Adorno respecto de la ética, ha quedado degradada a ciencia melancólica. Pero no es nuevo este uso cuasi-peyorativo de la utopía. Marx y Engels calificaron a los primeros socialistas como utópicos, al considerar que su pensamiento era una mera manifestación de un deseo legítimo pero que no poseía los elementos necesarios para su realización. El término utópico fue así contrapuesto al término científico: El comunismo no es un ideal que haya que pensar y esperar su llegada, al contrario, es la consecuencia de aplicar un método científico a la realidad social: la dialéctica marxista. Pero mucho ha llovido desde entonces y hoy en día, ante el retroceso de ese llamado socialismo científico, no ha habido en paralelo un reconocimiento del valor de la utopía, por el contrario, se ha ahondado en ese aspecto negativo al considerar lo utópico como un sueño irrealizable que nos aleja de la verdadera realidad. Así lo utópico se ha ido configurando, en palabras de Juan José Tamayo, como esa “imposible racionalización de lo irracional”. Y efectivamente, la utopía ha ocupado la esfera ya no solo de lo irrealizable sino de lo que además no conviene realizar. Ese espacio abandonado por el socialismo científico o comunismo ha sido ocupado ahora por los que se han autodesignado como la izquierda real, contraponiéndose a la izquierda utópica o populista, así llamada en la vieja Europa a toda formación política más a la izquierda de la socialdemocracia. Porque a la socialdemocracia le va a pasar, si no le ha pasado ya, lo mismo que al socialismo científico o comunismo, desaparecer en los libros de historia al renunciar, ¡de nuevo el mismo error!, a ese utopismo que provoca el movimiento y la movilización de las personas, e instalarse en la complacencia de lo posible que significa renunciar a los ideales que le dieron sentido, y aceptar de forma velada las peores propuestas de lo auténticamente real que representa el neoliberalismo. Es hora ya de volver a reivindicar ese sentido positivo de lo utópico como ideal irrealizable pero al que conviene avanzar, como modelo de una vida buena, digno de ser imitado aunque nunca realizado en su totalidad, guía y meta de nuestra acción práctica, la famosa praxis marxista, cuyo error fue abandonar la utopía por la ciencia. Volver a esos primeros socialistas utópicos para pensar cómo hacer posible lo imposible, realizar lo irrealizable, racionalizar lo irracional. Habría que preguntarse, como hace el psicólogo estadounidense Paul Watzlawick, si es real la realidad. Porque la realidad puede presentarse como realizable lo que no conviene a la mayoría de los seres humanos que pueblan este planeta. Negros presagios tiñen el mundo actual después de los últimos acontecimientos políticos acaecidos: el Brexit, Donald Trump, el referendum sobre el acuerdo de paz en Colombia… De nosotros depende si queremos abandonarnos al abismo de una realidad irracional, o su versión moderada de una razón sin esperanza, o por el contrario, a la esperanza de una razón utópica.