Tiene el Hombre en su conciencia, su desgracia. Incapaz, por responsable, de renunciar a las complejas nociones a las que ejercer de Hombre le conduce, lucha éste en su versión moderna por vivir sin vivir o lo que es lo mismo, a disimular la abulia en la que se encuentra instalado, dejando correr al tiempo, pecando una y cien veces de es infantilismo locuaz del que la historia puede darnos múltiples muestres; y que una vez más nos obliga a reconocer por sublimado el presente en la perturbación del instante que se oculta con el Sol cuando éste desliza su recuerdo en el último rayo llamado hoy a deslizarse por el alféizar de mi ventana.
Por ser, incluso el tiempo es, hoy por hoy, engañoso. Mas el tiempo es, como toda percepción, esclavo de aquel bajo cuyos designios presta sus servicios. No puede por ello ser, pues a lo sumo no es sino la percepción que del mismo o de sus efectos tenemos, la única llamada a materializarse en hechos o en consabidas acciones, radicando en ellas la única posibilidad de identificar un atisbo de responsabilidad.
Se materializa pues el tiempo en la dualidad que la luz como realidad esconde, y encuentro en la ambivalencia de la sombra que al contacto con los objetos la misma proyecta donde averiguo el mejor marco para desdibujarme con el último atisbo de certeza, como lo hace el Sol al materializarse el último rayo, aquel por insólito capaz de alargar las sombras proyectadas por los hombres (metáfora de inmortalidad), con el mismo cinismo con el que proyecta la sombra de unos cipreses que enconados tras la tapia de la que habrá de tornarse en la última morada, ejerce sobre nosotros ejercicio de lo ambiguo (propio del que sin necesitarlo, todo lo sabe).
Ejercemos así pues, ya sea consciente o inconscientemente poco importa, postura peripatética. No en vano, en discurrir se suscita la preeminencia del tiempo, y en transitar se materializa la acción llamada por otro lado en nuestra condición de hombres, a sernos propia.
No está en ser, que sí más bien en saber, nuestra desgracia. No es tanto nuestra consciencia, como sí más bien nuestra conciencia, la llamada a hacernos desgraciados, al menos en tiempos como los llamados a conformar nuestro presente.
Tiempos borrosos, que ni siquiera oscuros, pues no es una falta en nuestra capacidad para ver, como sí más bien una renuncia en nuestra disposición para hacerlo, lo llamado a conformar un escenario en el que la duda (otrora elemento constructivo en su formato de herramienta imprescindible para el ejercicio de la Filosofía), se torna en confusión a saber, una de las mayores enemigas para el correcto ejercicio de la misma.
Se acaba así pues el día destinado a celebrar la plenitud del Hombre, a la que el mismo puede aspirar mediante el ejercicio de la Razón; y constato su importancia una vez más al conjugar el hecho de que tal conmemoración ha pasado, y como suele ocurrir con lo verdaderamente importante, lo ha hecho de manera prácticamente desapercibida.
Pero lejos de empujarnos a la lástima, tal consideración ha de reforzarnos en nuestras tesis. Así como no hay un día de la respiración, ni un día de la escucha, que el día llamado a conmemorar el ejercicio filosófico haya pasado sin pena ni gloria, lejos de ponernos tristes ha de constituir en sí mismo un motivo de alegría pues de ello podemos desprender la constatación de que igual que respirar, o deglutir, o incluso escuchar; pensar se ha convertido ya, y no sólo formalmente, en un ejercicio con el que a diario cumplimos.
Pero que nadie se confunda o lo que es lo mismo, que nadie se distraiga. Pensar es una capacidad, pero en el uso de la misma extiende su rango de magnitud, arrastrando con ello, como pocas otras cosas pueden hacerlo, hasta el de la conciencia. Y lo hace mediante la incorporación al discurso de una variable hasta ahora consabida, nada más y nada menos que el de la responsabilidad.
Aporta la responsabilidad bagaje al hecho de pensar, y por ello lo hace también con lo que podríamos llamar el hecho de vivir. Nos aporta así pues distinción en lo que concierne a nuestra carrera para distinguirnos del resto de miembros del elenco llamados a poblar el planeta, y lo hace rezumando una suerte de periplo destinado a identificar del mismo al Hombre, al que ubica no sólo en el espacio, sino fundamentalmente en el tiempo.
Es por ello que en filosofar nos reconocemos, a la vez que filosofar nos identifica. No podemos renunciar a filosofar, como no podemos renunciar a respirar; incluso diría yo un poco más, como no podemos renunciar a deglutir
En el doscientos aniversario de la publicación de la genial novela de Shelly; sólo en el ejercicio de pensar, quehacer propio de la acción filosófica, somos capaces de reconocemos en el homenaje a “el Moderno Prometeo”. Uno y otro fueron castigados por osados. Su delito: mostrarnos la más bella forma de tentación a saber, la que proceder del ejercicio de la comprensión reflexiva del mundo que nos rodea.
Fuente: Diario16 (17/11/2018)
¿Hablamos del problema de los varones o de los seres humanos? Los tiempos son complejos para todos, hombres y mujeres, y el genérico ya no nos vale. Shelley era Mary y planteaba problemas humanos. Hay que ir adaptando la forma del mensaje a los logros sociales.