Enrico Brugnami*
“No hay nada más allá de las leyes -afirmó Daneel. / -Si yo fuera humano, podría ver más allá de las leyes y creo, amigo Daneel, que tú podrías ver más allá de ellas antes que yo.”
Esta breve conversación entre los robots Daneel y Giskard, extraída de la novela Robots e Imperio (1985) de Isaac Asimov, es un ejemplo de la constante tensión que entre lo humano y lo robótico se ha dado en nuestro panorama cultural durante las últimas décadas. Es muy común asociar el tema de la robótica, por un lado, con la tecnología y, por otro, con la ciencia ficción. Sin embargo, cometeríamos un error si pensásemos que la filosofía no tiene nada que aportar al tema.
La interacción social entre humanos y robots ha generado multitud de debates éticos. Pero dicha interacción conlleva una serie de dilemas conceptuales que traspasan el ámbito de la ética. A la problemática de definir lo humano y lo robótico se le añade una nueva: la cuestión de plantear una ontología social que permita el estudio conceptual y empírico de las relaciones humano-robot. A este problema y a muchos otros se enfrenta Johanna Seibt, una de las mayores exponentes actuales de la filosofía robótica o robofilosofía (‘robophilosophy’) a nivel mundial.
No obstante, no fue por la robofilosofía por lo que conocí la obra de Johanna Seibt. La historia se remonta dos años atrás. Aún era estudiante de grado. Nuestro profesor de Teoría del Conocimiento II nos hizo leer La filosofía y la imagen científica del hombre (1962) de Wilfrid Sellars. El texto me impactó. Indagué entonces, con la ayuda de mi profesor, sobre la figura de Sellars y su filosofía de las cosmovisiones. Fue en ese proceso de búsqueda cuando dí por vez primera con Johanna Seibt.
Catedrática de Metafísica en la Universidad de Aarhus en Dinamarca, su investigación se centra en la ontología de corte analítico, concretamente en la ontología procesual («process ontology») y en sus antecedentes históricos (Leibniz, Hegel, etc.), a parte de la ya mencionada robofilosofía. Fue una de las últimas personas en estudiar con Sellars durante su periodo doctoral en la Universidad de Pittsburgh. Además, es la primera persona que ha ofrecido en el ámbito académico anglosajón una interpretación sistemática de Sellars y la primera académica en redactar una introducción en alemán a la filosofía sellarsiana. De ahí que figure junto a Richard Rorty, Robert Brandom y John McDowell como una de las más importantes intérpretes de Sellars.
Pero no se trata sólo de una interprete. Seibt, como todo filósofo y toda filósofa que se precie, también ha emitido a la comunidad filosófica su propia reflexión dentro de la ontología analítica. Se inserta en el problema de la deflación de la teoría de las categorías ontológicas y en el giro metalíngüístico en dicha teoría realizado por Rudolf Carnap en su «Der logische Aufbau der Welt» (1928). En consecuencia, estudia e interpreta las principales criticas a Carnap, realizadas por Nelson Goodman, Willard V. O. Quine y Wilfrid Sellars y que van desde el constructivismo y nominalismo hasta el pragmatismo.
Johanna Seibt sostiene con Carnap que el estudio de la ontología puede ser completamente independiente de la metafísica. Pero no está de acuerdo con la solución carnapiana al problema. Sus estudios de Sellars la llevan a adentrarse en la metafísica procesual (“process metaphisics”) y a desarrollar una ontología mereológica distinta de la de Alfred Whitehead, ontología que Seibt denomina Teoría General de Procesos (“General Process Theory”, GPT). Esta ontología, que no considera los procesos como individuos particulares y en la cual la relación entre las partes no es transitiva, se deriva de su tesis doctoral Towards Process Ontology. A Critical Study in Substance-Ontological Premises (1990). Podemos encontrar una introducción sistemática a la teoría en su artículo “Forms of Emergent Interaction in General Process Theory” (2009).
Dentro de la teoría de Seibt, el aspecto que más me ha llamado la atención es su crítica al particularismo fundamentalista o, como ella lo denomina, el mito de la substancia (“the myth of the substance”). Dicho mito es de clara inspiración sellarsiana y podemos encontrarlo esquematizado en la obra colectiva Theory and Applications of Ontology. Philosophical Perspectives (2010), entre otras muchas.
El problema se remonta a Aristóteles y su definición de “ousía” como una instancia particular, persistente, contable, independiente, discreta, simple y unificada. A partir de la Metafísica del Estagirita, sostiene Seibt que toda la ontología occidental se ha cimentado sobre el concepto de substancia como su concepto fundamental (sea sobre la concepción aristotélica de substancia o sobre otras concepciones alternativas que caigan también en el particularismo fundamentalista, como pueda ser gran parte de la actual filosofía analítica norteamericana). Dentro de esta concepción de la substancia, lo particular se define como una entidad individual dada en un mismo espacio-tiempo. Desde este presupuesto, cada uno de los atributos que Aristóteles dio a la “ousía” es tomado como uno de los veinte principios que determinan el paradigma de la substancia o mito de la substancia. Seibt pone el acento sobre las dificultades e incoherencias conceptuales que surgen al adoptar la noción de “particular” como entidad independiente, individual, unida y acorde a los principios de la lógica clásica. Como respuesta a dicho mito Seibt propone su Teoría General de Procesos, teoría ontológica en la que sus entidades básicas son individuales y dinámicas, pero no particulares.
Para quien esté interesado en la filosofía de Wilfrid Sellars, en las más recientes investigaciones sobre mereología, constructivismo, nominalismo, ontología procesual o en la nueva robofilosofía (campos en los que, lamentablemente, no suelen aparecer nombres de mujeres), la lectura de la filósofa Johanna Seibt es más que obligatoria.
* Enrico Brugnami es alumno del máster interuniversitario en Investigación en Filosofía de la ULL.