Alianza Editorial publica Sobre la nostalgia, un brillante ensayo sobre un sentimiento tan antiguo como la añoranza y tan presente en nuestra cultura actual como el enésimo remake de la película de tu infancia
«La idealización del pasado entraña riesgos muy serios porque nos puede llevar a ciertos pensamientos totalitarios»
«Ha habido una capitalización de esa pulsión nostálgica»
Puede que sea una de las palabras más utilizadas de la actualidad. En este texto la verá escrita en numerosas ocasiones. Se habla de su presencia en la industria cultural, en el cine y las series. Se escribe de remakes, reboots, secuelas de películas que todo el mundo creía olvidadas… Pero como sostenía Hayao Miyazaki en El viaje de Chihiro, nada de lo que sucede se olvida jamás, aunque nosotros no podamos recordarlo.
Bien lo sabían los pacientes del médico suizo Johannes Hofer que en 1688 defendió una tesis doctoral en la Universidad de Basilea en la que acuñaría un término único: nostalgia. Varios de sus pacientes presentaban una serie de patologías que, según él, estaban relacionadas con pasar largos tiempos alejados de la tierra de nacimiento y sus seres queridos. A todos ellos les abandonaban los males que les aquejaban gracias a un retiro de vuelta en el hogar familiar. De hecho, el origen de la palabra anida en los vocablos griegos νόστος -‘nostos’, o regreso- y ἄλγος -‘algos’, o dolor-, en lo que podría traducirse como el dolor por regresar.
A esta palabra de nueve letras se dedica el amplio y brillantemente construido ensayo Sobre la nostalgia. Damnatio Memoriae. Un texto entre lo filosófico y lo antropológico publicado por Alianza Editorial y escrito por el profesor de Ética y Filosofía Política de la Universidad Autónoma de Madrid, Diego S. Garrocho. Un recorrido fascinante por las distintas derivas en las que el vocablo se ha aplicado a lo largo de estos siglos, y cómo ha cambiado nuestra percepción del mundo que nos rodea. De nuestra idea de memoria, tiempo y presente.
¿Cómo nace Sobre la nostalgia?
Todo parte de una vivencia personal. Yo soy una persona obsesivamente nostálgica y el tema siempre me había interesado. Pero además comencé a detectar que había un movimiento social que se empezaba a comprometer con una experiencia nostálgica.
Me sorprendía ver a mis alumnos con las camisetas de Juventud Sin Futuro. Aquel lema resumía perfectamente el espíritu de una época que fue prendiendo. Así que el libro surge de lo que en principio es una experiencia personal y empiezo a ver que esta rima con el tiempo que estamos viviendo.
Me interesaban mucho los mecanismos de olvido y memoria y a partir de ahí empecé a tirar de hilos con muy buena fortuna, e investigar la construcción social de la nostalgia. Había un territorio fascinante que me permitió construir un libro sincopando la parte de investigación con la cuestión afectiva y social. Y salió un texto a mitad de camino entre la filosofía y la historia cultural.
En el libro dice que no hay nada más moderno que la nostalgia porque no hay nada más antiguo que el futuro. ¿El ser humano siempre ha sido nostálgico aún cuando no tenía una palabra para determinar ese sentimiento?
Esa es una de las grandes dudas del libro que deliberadamente dejo abierta. ¿Cómo se construye la experiencia? ¿A través de conceptos o del cuño de las palabras con que las nombramos? La apuesta es que sí, que la añoranza singular que es la nostalgia no solo es anterior a la Modernidad, sino que hay testimonios clásicos como la Odisea que son textos consagrados a la misma.
Lo que sí que está claro es que, a partir de la Modernidad, la nostalgia se radicaliza en sus usos artísticos, clínicos, culturales, filosóficos y políticos. También por esa pérdida de la autoridad con la que tiene que ver toda la Modernidad, que sin embargo seguimos echando de menos. Me refiero a que el habernos quitado el yugo, era algo liberador, pero nos hizo pensar que aquello también abrigaba. Como una suerte de síndrome de Estocolmo. Hay una pulsión en la Modernidad que es echar de menos la palabra del padre, da igual si fuera el César, el Rey Absoluto, el Papa o el canon cultural. En cierto modo, la nostalgia es un precio de la libertad.
Entonces, empezó a investigar el tema porque notaba que había socialmente un compromiso con la nostalgia. ¿Es un sentimiento particular de la generación millennial, o es el resultado de una industria cultural que ha visto en la nostalgia un nicho de mercado?
Creo que hoy vivimos una época culturalmente más nostálgica que otras. Es decir, es cierto que los masones del siglo XVIII podían ser nostálgicos del mundo egipcio o que el Renacimiento echase de menos al clasicismo. Pero parece claro que la industrialización de la nostalgia ha acontecido de forma muy evidente a principios del siglo XXI.
Ha habido una capitalización de esa pulsión nostálgica que ha hecho que no solo los movimientos conservadores sean nostálgicos. Incluso las experiencias que imaginan la revolución lo hacen mirando hacia atrás. Hoy soñamos con hacer la revolución de nuestros padres.
El año pasado fue pesadísimo porque era el aniversario de mayo del 68 y demostraba una ausencia imaginación política evidente el hecho de que no podíamos imaginar una revolución que no fuera como aquella, con los adoquines, la arena de playas, los puños en alto… El último libro de Alberto Olmos, Ejército enemigo, tenía a una chica con el puño en alto en la portada. Parecía una foto de mayo del 68 pero era una foto del otro día en una mani de estudiantes en París. En ese sentido creo que somos más nostálgicos que nunca. Somos una generación a la que se le ha forzado a vivir esa nostalgia en la medida en que se le han truncado las esperanzas en el futuro.
Hablando de mayo del 68, hace unas semanas, en una entrevista le pregunté a Ismael Serrano por qué seguíamos cantando canciones como Papá cuéntame otra vez o L’estaca… ¿No tenemos referentes que construyan nuevos imaginarios?
Ostras… yo le entrevisté siendo un chaval, cuando sacó esa canción. Él, con mucha gracia, contaba que aquel tema era una bronca generacional. Pero yo no lo tengo tan claro. Creo que en el fondo es una canción mucho más nostálgica de lo que él pretende. Tiene muy poco de bronca y mucho de ensoñación. Incluso si uno cogiera verso a verso Papá cuéntame otra vez, se podría debatir sobre la conveniencia de la misma.
No creo que hayamos perdido los referentes, sino que se ha perdido la necesidad de construirlos. Durante mucho tiempo la sociedad contestó a la conveniencia de conductas ejemplares, de que existiesen personas que merecieran ser imitadas. Modelos morales o de conducta. Creo que eso se está revirtiendo y vivimos un momento más constructivo en esa propuesta de referentes morales. Ya nadie se atrevería decir ‘todo es opinable, nada es bueno o malo’. No, perdona, la violencia machista no es opinable. Ya no lo es y eso es un avance.
Fuente: El Diario.es (14/04/2019)