Entrevista al profesor Migue Ángel Quintanilla Paz, profesor de Ética y Filosofía Social
¿Por qué estudiar Filosofía hoy? ¿Crees que la Filosofía sirve para algo?
En la Edad Media existía una distinción que hemos ido perdiendo: aquella que diferenciaba entre “artes liberales” y “artes serviles”. Las artes serviles eran, como su nombre indica, aquellas que servían para propósitos prácticos inmediatos: arreglar la pata de la mesa que cojea, reparar la gotera del tejado, guiar los bueyes por la siembra.
Las artes liberales, sin embargo, como también revela su nombre, eran las propias de los hombres libres. No estaban sometidas a ninguna finalidad práctica, porque tampoco una persona libre debe someterse a ser solo “útil” a los demás. Por el contrario, estas artes liberales te hacían ante todo mejor a ti mismo, no a la mesa, el tejado o el sembrado que tienes delante. La música, la retórica, la capacidad de dialogar o dialéctica… son cosas que aprendes sobre todo para engrandecerte a ti mismo: no porque gracias a ellas vayas a servir mejor a otros, sino porque vas convertirte en alguien más valioso tú. (Probablemente luego otros disfruten de eso en lo que te has formado, pero será algo siempre secundario con respecto a aquello —un buen músico, un buen orador, un gran dialéctico— que has alcanzado a ser tú).
En este sentido, la filosofía debe ser un arte liberal. Así que cuando me preguntan si filosofar sirve para algo, creo que la mejor respuesta es reivindicar que no sirve para nada, pues no te hace siervo de nada. Y ese es justo su valor. Solo sirve para hacerte más libre, lo cual es obviamente un modo de no servir.
¿Todos podemos filosofar?
Cuando se suscita esta pregunta suele recordarse aquel inicio de la Carta a Meneceo, un pasaje de Epicuro tan hermoso que me permitiréis citarlo completo:
“Nadie, mientras sea joven, se muestre remiso en filosofar, ni, al llegar a viejo, de filosofar se canse. Porque, para alcanzar la salud del alma, nunca se es demasiado viejo ni demasiado joven. Quien afirma que aún no le ha llegado la hora o que ya le pasó la edad, es como si dijera que para la felicidad no le ha llegado aún el momento, o que ya lo dejó atrás. Así pues, practiquen la filosofía tanto el joven como el viejo; uno, para que, aun envejeciendo, pueda mantenerse joven en su felicidad con los recuerdos del pasado; el otro, para que pueda ser joven y viejo a la vez mostrándose sereno ante el porvenir”.
Epicuro pues rechaza la idea de que jóvenes o viejos, solo por serlo, padezcan algún tipo de obstáculo al filosofar. Su postura es relevante porque parece polemizar con Platón en La República, donde este había reservado la dialéctica a los que superaran los 30 años, y la culminación de la filosofía (la contemplación de la idea de Bien) a los mayores de 50. Para Epicuro esas distinciones por edad carecen de sentido porque precisamente la filosofía, de algún modo, desdibuja la diferencia entre el joven y el viejo: a este “lo mantiene joven en su felicidad”; al joven, le hace parecerse en lo mejor al viejo: lo vuelve “sereno”. Se diría entonces que, a juicio de Epicuro, la filosofía es un antídoto contra los achaques de la edad, sea esta aún inmadura o ya demasiado madura. No es una idea extraña en el conjunto de los pensamientos de Epicuro: recordemos que para él la filosofía también funge de antídoto contra la angustia por la muerte, o contra la enfermedad, o contra cualquier otro malestar.
Ahora bien, si mantenemos la metáfora de la filosofía como medicamento, y aun aceptando con Epicuro que no tenga contraindicaciones a ninguna edad, ¿significa eso que es efectiva para cualquiera? Platón tenía buenos motivos para pensar que no (tres veces había intentado hacer que los tiranos Dionisio I y Dionisio II de Siracusa filosofaran, y las tres veces había acabado preso, exiliado o esclavizado). Tampoco Epicuro parece fiarse mucho de que la filosofía sea apta para cualquiera; de hecho, le repugnarán incursiones en lo político como aquellas en las que Platón había caído una y otra vez. Recomendaba que, en lugar de a la luz de los asuntos públicos, el filósofo viviera en la oscuridad. Cabe aventurar, pues, que no se fiaba mucho de que los gobernantes, o la masa, estuvieran capacitados para compartir con los filósofos su filosofía. Solo a los amigos de su jardín reservaba tal esperanza.
Por tanto, aunque el bello texto de Epicuro con que hemos comenzado suele emplearse para abrir la filosofía a todos, en realidad no tiene por qué ser así. Aunque la edad no es un motivo para no poder filosofar, sí pueden serlo otros. Solo cabría concluir que la filosofía es apta para todos si resultara gratuita; si no precisara esfuerzo, sacrificios, capacidad de concentración, un cierto carácter a la vez riguroso y abierto a las novedades. En la medida en que estas virtudes no están repartidas de modo ecuánime entre todos los humanos, no parece que todos ellos estén en iguales condiciones a la hora de filosofar (como no lo están tampoco a la hora de ser buenos malabaristas o buenos cantantes).
¿Qué aconsejarías a quienes piensan estudiar Filosofía, o estudian Filosofía ya?
Le recomendaría lo mismo que Rainer Maria Rilke aconsejó al cadete militar Franz Xaver Kappus, cuando este le escribió inquiriéndole sobre aquello que entonces le atormentaba: cómo llegar a ser un buen poeta. Creo que parte de lo que le contestó sirve también para quien pide consejos al inicio de su carrera filosófica. Habrá que recordarle, con Rilke, que entonces “está usted mirando hacia fuera, y precisamente esto es lo que ahora no debería hacer. Nadie le puede aconsejar ni ayudar. Nadie… No hay más que un solo remedio: adéntrese en sí mismo. Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele” y si este “extiende sus raíces en lo más hondo de su alma”. De ser así, “entonces, conforme a esta necesidad, erija el edificio de su vida. Que hasta en su hora de menor interés y de menor importancia, debe llegar a ser signo y testimonio de ese apremiante impulso”.
Por cierto, Rilke también recordaba ahí a su joven amigo que era muy difícil aportar algo que no hubiera sido ya dicho en la enorme historia de la cultura que nos precede. Yo he seguido la advertencia de Rilke y por eso me he limitado en el párrafo anterior a repetir su párrafo, sin intentar mejorarlo. A quien esté iniciando su estudio de la Filosofía me permitiría recordarle tan solo ese mismo peso de los días pasados, de las obras ya pasadas, de lo ya escrito y pensado: que no deje de leerlo y redescubrirlo, para no perder luego el tiempo creyendo que tributa a la humanidad algo que esta ya cosechó.
Como wittgensteiniano declarado, ¿cuál crees que es el legado de Wittgenstein en pleno siglo XXI?
Ante todo, no una u otra doctrina (“La mente es esto o aquello otro”, “el lenguaje funciona así o asá”…), sino, sobre todo, una forma de reflexionar. A través de preguntas y respuestas constantes. Combinando las dudas más ingenuas y las más elaboradas. Aceptando tomar un recodo en cualquier momento y emprender un camino de pensamientos que hasta entonces nadie había transitado. Retornando a cualquier pensador del pasado con una mirada nueva que lo revigorice. Solo hay una regla en todo esto: ser exigente consigo mismo sin misericordia. Como decía Otto Weininger, uno de los maestros en que se inspiró Wittgenstein: “la lógica y la ética son fundamentalmente una y la misma cosa: el deber hacia uno mismo”.
Últimamente la filosofía ha tomado un renovado aliento en redes sociales. ¿Es, puede o debe ser la filosofía popular? ¿cómo conciliar esto?
Hace algún tiempo presenté en un congreso sobre la enseñanza de la filosofía mi experiencia, como filósofo, en Twitter. A los organizadores les interesaba mucho que me ocupara de ese asunto, me insistieron en algunos datos meramente cuantitativos (al parecer soy el filósofo que tuitea en castellano con mayor número de seguidores, según @TrueSciPhi). En suma, acepté el reto de hablar sobre Twitter y la filosofía ante una audiencia de profesores que, mayoritariamente, no está en redes sociales o desconfía mucho de ellas. Me plantearon un montón de objeciones sobre la utilidad de las redes para filosofar: “¿No es demasiado banalizador reducir tus mensajes a 240 caracteres?”. Bueno, algunos aforismos de los clásicos son aún más breves; y, además, en un tuit puedes incluir fotografías, vídeos, enlaces o textos en forma de imagen que superen ese límite. “¿No es absurdo tratar de filosofar con gente que no es especialista?”. Bueno, eso es lo que también debería hacerse en el bachillerato o en los primeros cursos de carrera, y nadie, ( y menos los docentes que cobran un sueldo gracias a ello), pretende eliminar las horas dedicadas a la asignatura de Filosofía en esos tramos de la educación.
Entrevista realizada por Diego Abanto Delgado
Fuente: Revista Digital Poliantea (29/08/2019)