En Almería, miles de hectáreas dedicadas al cultivo intensivo del olivo, amenazan su acuífero.
Que la agricultura intensiva es una de las causas de los procesos de destrucción medioambiental no es ningún secreto. La lucha de compañeros y compañeras ecologistas en Iberoamérica contra las grandes plantaciones, jugándose la vida en defensa de sus comunidades y formas de vida, está en la mente de todos, así como el hecho de que, durante la pandemia, las plantaciones de soja para consumo del ganado se han multiplicado, arrasando a su paso grandes sectores de la selva amazónica y desplazando a la población originaria. A esto se une el impacto de la COVID-19 y el abandono del gobierno brasileño.
También en España sufrimos los efectos de la agricultura intensiva, con un impacto ecológico más que evidente en lugares como el Mar Menor (Murcia): una laguna de agua salada que está atravesando un proceso de eutrofización debido a la aportación de nutrientes provenientes de las explotaciones de agricultura intensiva que la rodean.
La noticia que traemos hoy ilustra cómo este tipo de agricultura pone en riesgo las reservas de agua de los terrenos donde se asienta, contribuyendo de esta forma a los procesos de desertificación. Es el caso de las extensas plantaciones de olivos que encontramos en la provincia de Almería, en la comarca de Tabernas, una de las zonas más áridas de Europa.