Heike Freire se dedica a la investigación, la reflexión y la acción para la innovación social y educativa. Acompaña a profesionales e instituciones educativas, sociales, ecológicas y sanitarias de todo el mundo, desde hace más de veinticinco años. Es autora de Educar en verde. Ideas para acercar a niños y niñas a la naturaleza (Graó, 2011), traducido a seis idiomas; ¡Estate quieto y atiende! Ambientes más saludables para prevenir los trastornos infantiles (Herder, 2017) y Patios vivos para renaturalizar la escuela (Octaedro, 2020). Dirige el Curso Superior de Pedagogía Verde. Ha dirigido varias revistas de pedagogía y de psicología. Es activista por los derechos de la infancia y fundadora de diversos colectivos que reivindican su derecho al aire libre. Colabora con varios medios nacionales e internacionales y es una voz muy respetada en materia de infancia, educación y contacto con la Naturaleza.
Heike, te agradecemos que hayas aceptado conversar con El Laboratorio. Queremos que nos cuentes qué significa “educar en verde”, por citar el título de tu primer libro. ¿Qué es lo que te ha llevado a promover una pedagogía que vincula la escuela y la naturaleza?
Por un lado las necesidades de la infancia. Y por otro la urgencia de un cambio de rumbo en nuestras sociedades, hacia una convivencia más armónica con las otras formas de vida en el planeta. De recuperar la comunidad perdida.
Teníamos y seguimos teniendo una escuela heredera de la cultura antropocéntrica que pone al ser humano en la cúspide la pirámide, excluyendo al mundo natural de su conciencia para ponerlo a su servicio como si fuera un objeto inerte. Sin embargo, los seres humanos no solo hemos evolucionado de y junto con la biosfera. También crecemos y maduramos con ella desde el origen de los tiempos. Al venir al mundo, completamente inmaduros, nuestros organismos traen una expectativa ancestral de naturaleza (ya sean 250.000 años desde el homo sapiens o 4.400 millones de años si partimos de las primeras cyanobacterias).
Esto significa que descendemos de las algas, de los árboles y las plantas tanto como descendemos de los simios. Que la Naturaleza es un derecho inalienable de toda criatura humana. Y que necesitamos re-situarnos en esa continuidad con el medio que hemos perdido, superar esa ruptura.
Una ruptura que está más que presente en la mayoría de las escuelas. Solo tienes que echar un vistazo a la forma en que han sido construidas, muchas veces sobre la destrucción de ecosistemas, o a sus muros que separan a la infancia del entorno (natural pero también social, cultural, económico…) y de su propia naturaleza. O la manera en que, cuando disponen de algún espacio natural cercano, lo cierran con verjas, se prohíbe el acceso, y termina desapareciendo de las mentes, hasta el punto de hacerse invisible…
En España ha habido muchas reformas educativas, ahora mismo se está tramitando una nueva. Pero no ha habido un debate público sobre la educación que necesitamos en la era del Antropoceno. ¿Qué opinas de la situación de la educación en nuestro país?
Pues ahora mismo me parece en general desastrosa y completamente robótica. Con unos planes de contingencia y unos protocolos anticovid que hacen retroceder logros de innovación que han tardado tal vez décadas en conseguirse, impulsando el autoritarismo, la tecnocracia, la burocracia… y parecen dispuestos a destruir cualquier atisbo de contacto, de relación, de humanidad. Que no permiten satisfacer las necesidades vitales de los niños, niñas y adolescentes, creando más biofobia y generando carencias y trastornos que tal vez nunca puedan sanarse. Cuando no se atiende correctamente a las llamadas “ventanas del desarrollo” que se abren en momentos precisos de la vida humana, hay aptitudes, capacidades, sensibilidades… que cuesta muchísimo recuperar después. Si es que se consigue.
Me refiero, por ejemplo, a todo lo que tiene que ver con los sutiles y delicados procesos de aprendizaje de la relación y la comunicación humana, a través de los cuales no solo aprendemos a vincularnos con los demás, sino también con nosotras mismas. Gracias a los que construimos nuestra identidad. Es muy grave, y me preocupa el enfoque estrictamente materialista con que se está abordando todo esto. Como si los seres humanos fuéramos carne y poco más.
Las palabras de una madre que me escribió hace pocos días lo resumen muy bien: Este año mi hija de 7 años ha cambiado de cole. Más de dos meses después del inicio de curso, es incapaz de distinguir a sus compañeros y compañeras, ni de recordar sus nombres.
La pandemia de Covid-19 ha llevado a los gobiernos a adoptar medidas muy extremas, entre ellas el confinamiento de los más pequeños y el cierre de escuelas y parques públicos. En muchos países se mantienen estas medidas y en otros como España se ha vuelto al cole sin mejorar sustancialmente la situación de los centros escolares. ¿Crees que se ha tenido en cuenta el bienestar de niños y niñas en esta pandemia?
Una de las cosas que, desde mi punto de vista, ha demostrado esta epidemia es que la infancia apenas tiene su lugar en la sociedad española. Se vio en el primer decreto del estado de alarma, que ni siquiera la mencionaba. En lo que costó que pudieran salir a la calle aunque fuera una hora, cuando han sido las criaturas europeas que más tiempo han estado encerradas, sin poder airearse bajo ningún concepto. Esto, evidentemente, explica por qué tenemos tan pocos niños, y se refleja también en la inexistencia de verdaderas políticas de conciliación o de apoyo a la familia.
Ayer precisamente una amiga, doctora en medicina, me decía que no comprendía el trauma de la sociedad francesa respecto a la mascarilla a partir de los seis años, que el gobierno ha impuesto hace solo una semana (la norma hasta ahora era a partir de los 12). Le expliqué que, con todo lo que también ese país podría mejorar en este sentido, ha tenido profesionales de la talla de la psicoanalista Françoise Doltó, que fue además una gran divulgadora de las necesidades y características de este importantísimo período de la vida. Por eso, buena parte de los franceses saben que la mascarilla hace más daño a una criatura de 6 que a una de 12.
La pandemia también ha llevado a fomentar el teletrabajo y, en el caso del sistema educativo, la teledocencia. Esto ha supuesto un incremento acelerado de la digitalización, un aumento de la brecha digital y una mayor dependencia de las pantallas. ¿Crees que esta digitalización puede mejorar o empeorar la situación de la educación?
Lo del teletrabajo es otra de las cosas en las que se ha despreciado totalmente a la infancia y a sus familias. Durante semanas e incluso meses, nuestro gobierno ha pretendido que las familias podían teletrabajar y al mismo tiempo ocuparse de sus hijos e hijas. Entre líneas tenías que leer que los pusieran frente al ordenador. Porque es la única manera de poder hacerlo. A veces pienso que nuestro políticos no han visto a un niño o una niña en toda su vida.
Por lo que se refiere a la teledocencia, es algo que, evidentemente, va en contra de una educación holística. A través de las pantallas solo pueden trabajarse (y no muy bien) las capacidades cognitivas. El corazón, la mano, el cuerpo en general, desaparecen por completo. Las pantallas se colocan entre las personas y destruyen las cualidades sutiles de la relación humana. Pueden ser útiles si realmente están al servicio de quien las utiliza, pero impuestas, sucede al revés. La relación educativa es ante todo eso: interacción entre personas. Y no es la misma, ni de lejos, con la tecnología por medio.
Recientemente una profesora universitaria me decía que, sospechosamente, sus clases online son siempre exactamente igual que las había planeado, cuando las clases presenciales jamás lo eran. Y puede entenderse por qué: destruyen la interacción emocional y energética, y por lo tanto lo más esencial del humano, un ser abierto al otro, que se construye con el otro.
¿Podrías indicarnos en unas pocas palabras cuáles serían tus recomendaciones a los padres, maestros y autoridades educativas, para que la educación del siglo XXI permita a los niños y jóvenes cultivar el amor y el cuidado hacia la naturaleza?
El amor hacia la naturaleza es algo parecido a lo que sentimos por una buena amante: cuanto más la frecuentas más la amas, y cuanto más la amas, más la frecuentas. Pero si lo que queremos es transformar nuestra cultura, superar el abismo artificial que nos separa de lo que verdaderamente somos, desarrollar nuestra conciencia ecológica y transicionar hacia lo que algunos denominan “simbioceno”, tan importante como favorecer el contacto cotidiano de niños y jóvenes con el entorno natural, es iniciar procesos de renaturalización a nivel personal, familiar, en casa, en el barrio, en la escuela…
La renaturalización va siempre en dos direcciones: hacia los seres de la naturaleza y hacia la naturaleza de los seres, en nuestro caso, hacia formas de vida y relación más acordes con lo que verdaderamente somos. Recuperar nuestra esencia, al tiempo que encontramos nuestro lugar en la biosfera, un lugar más justo, en armonía con los demás seres vivos. Una cosa lleva a la otra y viceversa. Va en ambos sentidos. Algunas personas creen que podemos ser más ecológicos y sostenibles sin cambiar nuestra forma de percibir, de sentir, de relacionarnos, de convivir… Yo creo que es imposible. La tecnocracia ecológica está abocada al fracaso, simplemente porque no tiene en cuenta la naturaleza humana.
Los procesos de renaturalización son siempre singulares, únicos, muy diferentes para cada persona, cada familia, cada grupo humano. Están guiados por la sencillez y el sentido, por el redescubrimiento de las prioridades esenciales… como el valor del cuidado, fundador de nuestra especie, que no olvidamos nunca, incluso cuando somos ancianos y perdemos por completo la memoria. Tenemos que dar la oportunidad a niños y jóvenes de relacionarse con otros seres y cuidarlos para desarrollar esta capacidad fundamental, también en las escuelas.
Heike, muchas gracias por habernos concedido esta entrevista, ha sido un placer conversar contigo.