Dominique P. Béhague es antropóloga social, profesora titular y directora de estudios de pregrado en el Departamento de Medicina, Salud y Sociedad de la Universidad de Vanderbilt y profesora titular en el Departamento de Salud Global y Medicina Social del King’s College de Londres. Su investigación en el sur de Brasil explora la intersección de la reforma psiquiátrica, los movimientos sociales y la política de la ciencia del desarrollo psicosocial, con un énfasis en el surgimiento de la «adolescencia» como objeto de especialización. También ha realizado investigaciones sobre la política del movimiento basado en la evidencia en la salud global. Sus publicaciones aparecen en revistas antropológicas y de salud pública, y ha editado o coeditado tres números especiales, en Culture, Medicine and Psychiatry (2008), Social Science and Medicine (2015) y Medical Anthropology Quarterly (2020).
Trey Minter es un estudiante de 3er año de medicina, salud y sociedad, políticas públicas y educación en la Universidad de Vanderbilt. Sus intereses específicos incluyen la intersección de la política de salud y educación en los Estados Unidos y las prácticas médicas alternativas, específicamente la Medicina Social Latino Americana, en el contexto de la decolonización.
Francisco Ortega es profesor de investigación de ICREA (Institución Catalana de Investigación y Estudios Avanzados) en el Centro de Investigación en Antropología Médica (MARC) de la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona. También es profesor visitante en el Departamento de Salud Global y Medicina Social del King’s College de Londres. Filósofo, especialista en la historia de las subjetividades y del cuerpo, es autor, entre otros, de los libros El cuerpo incierto. Corporeidad, tecnologías médicas y cultura contemporánea (Madrid, CSIC, 2010, traducido al ingles, portugués e italiano) y con Fernando Vidal de Neurocultures: Glimpses into an expanding Universe (Frankfurt am Main y New York: Peter Lang, 2011) y Being Brains: Making the Cerebral subject (New York: Fordham University Press, traducido al español como ¿Somos nuestro cerebro? La construcción del sujeto cerebral, Madrid: Alianza, 2021)
Solidaridad, infraestructura y pedagogía crítica durante la pandemia de COVID-19: lecciones de Brasil.
Incluso antes de que la pandemia golpeara las favelas de Brasil, los residentes comenzaron a organizarse para protegerse no sólo del nuevo coronavirus, sino también de la ausencia de acciones efectivas por parte del gobierno en el ámbito de la salud pública (Ortega and Orsini, 2020). Activistas veteranos comenzaron a recaudar fondos, movilizar donaciones, distribuir alimentos, máscaras y kits de higiene, y redactar manifiestos y recomendaciones de salud pública. Voluntarios se inscribieron para aprender primeros auxilios básicos e ir de puerta a puerta identificando las necesidades de los vecinos, mientras que otros conducían por las calles usando megáfonos para informar a los residentes sobre el uso de mascarillas, el distanciamiento social y el lavado de manos (Fleury and Menezes, 2020). Periodistas de diversos medios de comunicación comunitarios, con gran implantación local, han intensificado su uso de las redes sociales para contrarrestar las fake news y apoyar a sus colegas activistas en la exigencia de acceso a la atención hospitalaria. Los residentes han convertido las escuelas cerradas en salas de aislamiento y han luchado por la notificación precisa de las muertes de Covid-19. El caso de Paraisópolis, una favela de Sao Paulo, representa un excelente ejemplo de movilización social bien organizada y efectiva, por haber logrado mantener las tasas de transmisión y mortalidad por debajo del promedio de la ciudad.
Periodistas internacionales que han escrito sobre la movilización en las favelas han señalado la resiliencia, el altruismo y la ética de la unidad, vinculando estas cualidades a las presiones de vivir en condiciones precarias. Si bien se trata de una observación importante, esta narrativa debe ser cuestionada Hay mucho más en este panorama que la atención colectiva bien organizada – un «más» que es vital para discusiones más amplias sobre el compromiso cívico, las políticas públicas y la democratización de la salud global. Entrevistamos a varios activistas involucrados en la organización de base en Río de Janeiro para aprender más sobre las formas multifacéticas en que desarrollan sus trabajos.
Una preocupación fundamental, mencionada por todos nuestros entrevistados, tiene que ver con el papel de las redes sociales, capaces de generar oportunidades, pero también escollos difíciles de salvar. Gizele Martins es una periodista con maestría en Educación, Cultura y Comunicaciones, que vive en la Favela da Maré, un grupo de 16 favelas con 140.000 habitantes y uno de los conjuntos más grandes de Río de Janeiro. «La gente cree en las fake news«, nos relata, «en parte porque no sólo carecemos de información, sino de debate público, debate político. ¿Cómo se supone que debemos continuar haciendo nuestro trabajo de movilización cuando los gobernadores se relajan, no garantizan la atención médica o el derecho a hacer pruebas, menosprecian o debilitan los hospitales, y cuando el presidente dice grandes mentiras? Todo esto muestra los límites de las elecciones, y del Estado…»
Los intentos de contrarrestar la desinformación, particularmente cuando son respaldados por funcionarios gubernamentales, y los algoritmos y la polarización política que la alimentan, sólo se han vuelto más complejos con la negligencia del Estado y el aislamiento social creado por los confinamientos adoptados para frenar la pandemia. Los activistas, residentes, y periodistas de las favelas han sido muy eficaces en su uso de las redes sociales, informando a los canales de YouTube, construyendo sitios web, haciendo Lives en Facebook, para movilizar a los residentes y contrarrestar la desinformación (Leal and de França Filho, 2020). La socióloga Zeynep Tufekci señala que, aunque los movimientos de base actuales son capaces de movilizar rápidamente a un gran número de personas gracias a los hashtags virales, esta misma capacidad fragiliza la compleja capacidad organizativa y logística necesaria para que los movimientos tomen decisiones tácticas que sostengan la acción en el tiempo (Tufekci, 2017).
El trabajo solidario que los residentes de las favelas están realizando parece evitar esta tendencia. Por detrás del trabajo de los activistas en las redes sociales, algo que refuerza la legitimidad de sus mensajes, se encuentran formas tradicionales de comunicación y organización interpersonal. Periodistas comunitarios, “embajadores” callejeros y activistas se están moviendo por los callejones de las favelas, participando en conversaciones puerta a puerta, creando nuevas relaciones y multiplicando las redes de voluntarios. Están recopilando datos, documentando necesidades de las familias, gestionando y añadiendo diariamente a hojas de Excel, construyendo sistemas de verificación de hechos y colaborando con médicos de atención primaria (Fernandes et al., 2020). A medida que se desarrollan conversaciones en torno a estas actividades prácticas, también surgen debates sobre desinformación, política, justicia social, la mejor manera de distribuir fondos y el trabajo remunerado y voluntario (de Oliveira Andrade, 2020).
Uno de los efectos dominó de este trabajo puerta a puerta, de ninguna manera imprevisto, es precisamente el tipo de debate público y la democratización de la movilización de base que Martins demanda (Gonçalves and Maciel). Las actividades detalladas que se están desarrollando en las favelas recuerdan a lo que Paulo Freire, el célebre educador y filósofo brasileño, llamó conciencia crítica (Freire, 2005 [1970]). Freire fue un ardiente crítico de cómo la educación fue utilizada por las autoridades estatales durante la dictadura militar en Brasil (1964-1985) para promover en los estudiantes, jóvenes y adultos la aceptación acrítica de la autoridad. Para Freire, la pedagogía crítica y el aprendizaje emancipatorio requerían no sólo la posibilidad de una reflexión crítica, sino también una praxis dialógica, o un aprendizaje basado en la práctica, fomentado a través de formas multidireccionales de comunicación que desafiasen la jerarquía de «expertos» vs. «legos» (Silva et al., 2020, Béhague et al., 2020). El trabajo de Freire, cuando usado por autoridades institucionales, a veces evoca una visión de los desposeídos como la población que más necesita campañas de concienciación. Pero la conciencia crítica toma forma en las favelas de maneras que desestabilizan las suposiciones básicas sobre el poder y el paternalismo que encontramos en el humanitarismo, la salud global y el desarrollo global (Huesca, 2008)
Thainã de Medeiros, periodista del colectivo Papo Reto y residente de la favela Complexo do Alemao, nos comentó que las múltiples crisis sociales y políticas creadas por la pandemia han generado oportunidades para que la gente se vea obligada a salir de sus propias burbujas sociales y políticas. «Creemos que todos piensan como nosotros, pero esto no es en absoluto cierto», nos dice, «Durante estas crisis logramos conectar con personas fuera de nuestra burbuja. Reúnes voluntarios, gente que no está necesariamente politizada, gente que normalmente no hablaría entre sí, y empiezan a salir de sus burbujas. Algunas personas son críticas con el trabajo de distribución de alimentos que hacemos. Dicen que es paternalista. Pero le pides a la gente fuera de la favela que reconozca que la gente tiene hambre. Este es un trabajo de comunicación».
Para Medeiros, los donantes ricos, los representantes de la iglesia y otras élites con las que trabajan también se benefician de la concienciación. «Es particularmente complicado porque a estas personas también se les pide que donen tiempo, no sólo bienes o fondos. Es una oportunidad para su propia educación. Porque a veces llegan aquí con un discurso muy conservador. Tenemos que educarlos. ‘No, no se puede simplemente no donar, donar comida podrida o ropa rasgada; o no, no se puede sacar una foto suya donando en la favela’. Pero entonces, por la noche, esas mismas personas están abrazando al adicto al crack y cuestionando sus propios valores. Esto es muy potente». Investigadores han observado que los grupos de solidaridad corren el riesgo de reproducir divisiones sociales preexistentes en los órganos políticos y la sociedad civil. Pero para los activistas y periodistas que entrevistamos, trabajar a través de divisiones económicas, raciales, de género y políticas constituye el cerne de sus prácticas.
Lo que mantiene la solidaridad en las favelas no son simplemente necesidades de resiliencia, altruismo o supervivencia. Mas allá de estas cualidades existe la creación de una red y un sistema de datos con usos flexibles, complejos sistemas de redistribución, junto a relaciones significativas constituidas a lo largo del tiempo y una saludable dosis de análisis crítica sobre las estructuras políticas y económicas dañinas. Las relaciones y las infraestructuras que se están movilizando para responder a la pandemia se han constituido a lo largo de mucho tiempo, durante crisis anteriores, como grandes inundaciones, picos de brutalidad policial, o a través del trabajo que trabajadores del sexo organizaron durante la epidemia de VIH/SIDA. Entre cada una de estas crisis, existe una dedicación constante a la construcción de sistemas necesarios para contrarrestar lo que la organización RioOnWatch ha llamado «necropolítica», es decir, la eliminación del derecho a la vida por parte del Estado. Una de las experiencias adquiridas a lo largo de estos procesos implica que, a pesar de los altos niveles de precariedad, el superávit se redistribuye, se comparte. En la favela Rocinha, por ejemplo, los activistas y periodistas comunitarios ayudaron recientemente a los médicos de la unidad de salud local a demandar y crear un sistema para garantizar que las muertes por COVID-19 se registrasen con precisión. Cuando los médicos de la Maré se quedaron sin máscaras, recibieron donaciones de los grupos de las favelas.
Al afirmar que los residentes de las favelas están creando infraestructuras en lugar de sistemas, instituciones o redes, nos referimos a los trabajos de científicos sociales que estudian las nuevas formas de política que surgen cuando la movilización se dedica a acciones que van más allá de luchar para asegurar el acceso a los derechos que el Estado debería garantizar (Larkin, 2013). Construir y mantener infraestructuras requiere expertise, tiempo, trabajo, relaciones cívicas, imaginación y flexibilidad. Esto es distinto de la hiperprofesionalización que caracteriza la forma en que gobiernos, muchas ONGs e instituciones de salud global desarrollan políticas basadas en la evidencia. Las prácticas necesarias para crear, perfeccionar, analizar y reconstruir infraestructuras – lo que la académica feminista de la discapacidad y el diseño Aimi Hamraie se refiere como «la infraestructura de la gente «– fomentan capacidades de organización claves que comunidades gubernamentales y científicas, y por supuesto las burocracias institucionales, no hacen. La práctica de construir infraestructuras es una forma de pedagogía crítica, ya que revela las fallas en las estructuras de gobierno, al mismo tiempo que proporciona métodos de autodeterminación para experimentar con una forma diferente de organizar y vivir la vida.
Durante la pandemia, hemos asistido a ejemplos similares de construcción compleja de infraestructuras de base en Hong Kong, Ciudad del Cabo (Van Ryneveld et al., 2020) e India, por nombrar algunos. Relatos de este tipo no deben utilizarse de ninguna manera para aliviar a los gobiernos, las instituciones y los individuos en posiciones de autoridad de sus responsabilidades cívicas.. Sin duda, el lenguaje de la solidaridad y el éxito de estas prácticas son muchas veces usados para justificar las mismas políticas gubernamentales que se alinean con los bolsillos de las grandes empresas, y no con los intereses de la ciudadanía. Esto no es nuevo. Las iniciativas comunitarias tienen una larga y controvertida historia en salud pública y salud global. Como muestra la investigación sobre el movimiento de atención primaria de salud comenzando en la década de 1970 (Cueto, 2004) iniciativas de colaboración con la “comunidad” en la salud pública han tendido hacia el instrumentalismo, alimentando lo que Vincent Navarro identifica como «políticas públicas sin política» (policy without politics) (Navarro, 2003). Tal vez las múltiples crisis entrelazadas de la pandemia, y los éxitos de las comunidades locales, ayude (finalmente) a reubicar a los actores comunitarios no como «complementos» de las instituciones de salud pública o “implementadores” de las políticas públicas, sino como productores fundamentales de conocimiento y acción cívica (Doherty et al., 2020). Tal vez una consideración seria de la solidaridad y la construcción de infraestructuras podría ser interpretada como una invitación, tan bien articulada por Lauren Berlant, para pasar de una política de crítica y denuncia a una saturada por la «presión ética para imaginar cómo reparar el mundo ante la intensificación de su deterioro» (Berlant, 2019: 4).
Agradecimientos
Queremos agradecer a los periodistas y activistas que compartieron sus ideas con nosotros, en particular, Gizele Martins, Periodista de la Favela da Maré, Rio de Janeiro y Thainã de Medeiros, periodista y museólogo del Coletivo Papo Reto, Complexo do Alemão, Rio de Janeiro.
Referencias
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