Santiago Álvarez Cantalapiedra es Doctor en Ciencias Económicas. En la actualidad es director del FUHEM Ecosocial y de la revista PAPELES de Relaciones Ecosociales y Cambio Global. El ámbito de investigación en el que trabaja abarca el campo de las necesidades sociales, los determinantes y escenarios del consumo y las relaciones entre bienestar social y sostenibilidad. Es miembro de la Asociación de Economía Crítica, del Consejo de Redacción de la Revista de Economía Crítica y del Grupo de Investigación Transdisciplinar sobre Transiciones Socioecológicas (Gintrans2). Ha co-editado junto a Óscar Carpintero Economía ecológica: Reflexiones y perspectivas (Icaria, 2009) y participó en La economía mundial. Enfoques críticos (Los Libros de la Catarata, 2017).
Santiago, te agradecemos enormemente tu participación en El Laboratorio. El debate de este mes versa sobre los retos de la democracia ante la crisis ecosocial, un tema íntimamente conectado con nuestro modelo económico y de consumo. ¿Cuáles serían a tu juicio los cambios más apremiantes para conseguir una economía más inclusiva?
El principal y más apremiante es ampliar nuestra visión acerca de la economía a través de un enfoque más integrador. La visión dominante es enormemente reduccionista y deja demasiadas cosas importantes al margen que deberíamos incluir en nuestra reflexión. La economía, en un sentido sustantivo, consiste en el estudio de la actividad económica, y no parece difícil convenir que las actividades económicas son aquellas que producen, distribuyen y consumen los bienes y servicios que satisfacen las necesidades de una determinada población en un momento dado. En consecuencia, la economía tiene que ver con las actividades de aprovisionamiento, y engloba en su estudio las diferentes esferas de la sociedad que se encuentran involucradas en la elaboración de aquellos bienes y servicios, a saber: la esfera doméstica o familiar, el mercado, los comunes y el Estado. En esos ámbitos o esferas se elaboran bienes y servicios, y esa actividad implica invariablemente apropiación de recursos naturales, uso de funciones ambientales y despliegue de diferentes relaciones sociales (de género, de clase, de servidumbre, de ciudadanía, etc.). De todo lo anterior se desprende el siguiente corolario: resulta imposible pensar la economía al margen de la sociedad y las articulaciones con la naturaleza.
Sin embargo, el enfoque convencional ignora esas esferas, relaciones sociales y articulaciones con el medio natural. Su atención queda reducida exclusivamente a los mercados, a los valores monetarios y a los procesos de elección individual de unos sujetos supuestamente racionales. Se necesita otra aproximación a la economía, un enfoque inclusivo que integre todos estos aspectos elididos por la visión dominante, pues, de lo contrario, tendremos dificultades para comprender la naturaleza del capitalismo en cuanto sistema de aprovisionamiento y su papel en la crisis ecosocial, al tiempo que estaremos contribuyendo a ocultar sujetos, relaciones y aspectos fundamentales para deliberar acerca de qué entendemos por una vida buena.
Retomando lo anterior, si debemos contemplar la economía como un sistema de aprovisionamiento, ¿qué rasgos presenta el capitalismo al respecto? ¿crees que sería posible una satisfacción sostenible de las necesidades que fuera más allá –o más acá– del sistema capitalista?
El capitalismo ha resultado ser un sistema de provisión altamente despilfarrador. La razón fundamental es que no comprende el lenguaje de las necesidades. El capitalismo solo atiende las demandas económicas que vienen arropadas por la expectativa de la obtención de un beneficio monetario. Si detrás de eso hay una necesidad, ¡bingo! Si no hay más que un deseo extravagante, mala suerte. El despilfarro es el precio que debemos pagar en las sociedades capitalistas por el logro de un mínimo bienestar social.
Así pues, nos encontramos con la paradoja de un sistema de aprovisionamiento que no se plantea como objetivo explícito cubrir las necesidades humanas. En realidad, su objetivo es asocial, pues tiene como único imperativo la acumulación incesante de capital. La exhortación «¡acumulad, acumulad!» se convierte en el motor de un sistema impersonal orientado por la lógica del lucro privado. Esto genera, como ha señalado Nancy Fraser, «un proceso autoexpansivo por el cual se constituye a sí mismo en el sujeto de la historia, desplazando a los seres humanos que lo han creado y convirtiéndolos en servidores suyos».
Un sistema impersonal que lejos de ser un buen siervo se ha convertido en un pésimo amo, injusto y despilfarrador, al permitir la coexistencia del lujo más obsceno junto a las situaciones de privación más severas, y que conduce a la humanidad a un punto de no retorno al ignorar los límites naturales, no parece el mejor sistema de aprovisionamiento posible.
Lograr un buen sistema de aprovisionamiento en términos de eficiencia, justicia y sostenibilidad exigiría ir “más acá” y “más allá” del capitalismo, como bien dices. Las economías reales son combinaciones caóticas de relaciones capitalistas y no capitalistas. Las prácticas económicas se llevan a cabo en ecosistemas complejos formados por muchos tipos de economías. Eso que llamamos capitalismo es, en realidad, un ecosistema dentro del cual el capitalismo es predominante, pero no exclusivo. Construir economías del cuidado, fortalecer los sistemas públicos de provisión de bienestar, recuperar y preservar las tradicionales economías de los comunes naturales o crear los marcos que hagan posible una economía del procomún digital, serían ejemplos de ese ir “más acá” y “más allá” del capitalismo hoy dominante y que parece abarcarlo todo.
Una pregunta un tanto deleuziana… Si el capitalismo forma deseos que atraviesan nuestro cuerpo y nuestra forma de entendernos a nosotros mismos, a los demás y al mundo, ¿no te parece que un cambio fundamental sería precisamente ser capaces de modificar esa formación “capitalista” de deseos y nuestra propia manera de entender y sentir nuestro cuerpo? ¿Lo crees posible?
Creo que señalas una cuestión fundamental. El capitalismo ya no es solo un modo de producción económico. Ahora es también un modo de producción cultural. Nos propone un modelo antropológico y necesita que se expanda para poder reproducirse como modo de producción económico y sistema de dominación de clase. Cortocircuitar esa vertiente cultural del capitalismo resulta crucial.
¿Que si lo creo posible? Desde luego no creo que sea posible apelando únicamente a las narrativas, a los relatos, a las “guerras culturales” o a los cambios en la educación. Creo que hay que ir más allá y entrar en la transformación política de las estructuras económicas. Una cuestión fundamental en la economía política es dilucidar quién se apropia del excedente y en qué se emplea. En el capitalismo quien se apropia del excedente es la clase propietaria y es esa clase la que decide sobre su uso. Quizá sea este el derecho más relevante que acompaña a la propiedad privada del capital: la capacidad de decidir cuánto, cuándo y dónde invertir o desinvertir.
Pero estas decisiones privadas tienen una consecuencias sociales y medioambientales decisivas. Son decisiones que determinan dónde se invierten las energías colectivas y, por ende, las cuestiones fundamentales acerca de cómo viven las personas en una sociedad (es decir, de qué bienes disponen, en qué cuantía, con qué equilibrios entre su empleo y la vida familiar, entre el ocio y otras actividades, en qué condiciones ambientales, etc.). Mientras no exista un control social de la inversión, es decir, mientras no democraticemos la economía, los miembros de una comunidad no tendrán el derecho a participar en las decisiones que afectan a sus vidas. Sin esa democracia radical, la deliberación sobre la buena vida (o qué vida merece la pena ser vivida) carece de sentido, pues queda sustraída al conjunto de la sociedad en la medida en que quienes deciden sobre tal particular son aquellos que se apropian y deciden sobre el uso del excedente.
La “civilización capitalista” –por utilizar una expresión que aparece en un capítulo de uno de tus libros– se encuentra en una difícil encrucijada derivada, precisamente, de la crisis ecosocial a la que asistimos. ¿Cuáles serían en tu opinión las principales características de ese “cambio de época” hacia el que nos dirigimos?
Entiendo la crisis ecosocial como una crisis multidimensional (ecológica, social y política), multiescalar (presente en todos los planos: desde el local hasta el global), que afecta a todos los ámbitos (al biofísico, al productivo y al reproductivo). Por eso se puede afirmar que estamos ante una crisis sistémica, general o de civilización que nos sitúa ante una encrucijada y un “fin de época”. Las múltiples dimensiones de la crisis y sus interconexiones están íntimamente ligadas a la forma en que el capitalismo se estructura, funciona y se reproduce.
Las principales características de este cambio de época surgen de la combinación de las transformaciones que está experimentando en estos momentos el capitalismo –el fin del orden neoliberal, el regreso de la geopolítica, la digitalización y las implicaciones del desarrollo de las biotecnologías, etc.– con la aceleración de las consecuencias de la crisis ecológica (eventos climáticos extremos, desplazamientos forzados de población, recurrencia de pandemias, etc.). Cambios que, para recalar en puertos mínimamente humanos y seguros, deberían estar impulsados por oleadas democratizadoras y guiados por nuevos paradigmas impregnados de fuertes dosis de sabiduría que nos permitan repensar nuestro papel en la naturaleza.
No parece por lo que dices que nos quede más alternativa que “convivir para perdurar”, en tus propias palabras. ¿Crees que seremos capaces como especie de aprender de estos conflictos y modificar nuestra relación con el entorno y con el resto de seres vivos?
No parece que tengamos más opción que inventar otra forma de habitar este planeta del que somos parte en compañía del resto de seres vivos. Para ello, lo primero es aprender a convivir entre nosotros y a cuidar lo que es diferente a nosotros. Ser parte de la trama de la vida exige este aprendizaje, de lo contrario se me antoja difícil que pueda perdurar sin autodestruirse una especie tan agresiva como la nuestra.
Santiago, muchas gracias por conceder esta entrevista a El Laboratorio.