Desde hace ya varios meses la cuestión de la energía ha dejado de ser un debate técnico reducido a expertos/as y/o ecologistas, para convertirse en un asunto de actualidad que ocupa las primeras páginas de casi todos los periódicos. El mecanismo de precios de la luz, su subida descontrolada, la reacción política y fiscal que requeriría, la pobreza energética… Todos ellos son debates que en 2021 se han puesto encima de la mesa con toda contundencia. No es para menos, si atendemos a que el precio de la electricidad, inseparable del de otras fuentes de energía, está teniendo una escalada vertiginosa. El sábado 18 de diciembre alcanzó el record del precio más caro de la historia, con 306,33 € el megavatio/hora.
No obstante, cabe preguntarse: ¿estamos enfocando correctamente este debate? ¿Es la cuestión crucial la modificación de los mecanismos de mercado? ¿Esta inestabilidad energética es una simple secuela del parón pandémico de los últimos dos años? ¿Supondría una solución suficiente la re-nacionalización de los sistemas de producción y distribución eléctrica? Desde el Laboratorio consideramos que para abrir este debate con suficiente amplitud debemos hacer al menos dos cosas. La primera, ampliar nuestro enfoque para comprender en profundidad la verdadera naturaleza de la crisis energética que atravesamos, que no es ni coyuntural ni de precios, sino que es síntoma de una dinámica estructural profunda. La segunda, prestar atención a las propuestas alternativas que se están desarrollando más allá tanto de los oligopolios eléctricos como de los actores estatales. Las nuevas cooperativas de producción eléctrica y las comunidades energéticas están tratando de hacer de la energía un derecho, y no una mercancía, al mismo tiempo que la utilizan como una herramienta para una transformación social más amplia que resulta hoy imprescindible. Cooperativas y comunidades cuya definición, no obstante, no deja de estar exenta de contradicciones y tensiones, pues se mueven entre las propuestas estatales y la acción de base.
En cuanto al primer asunto, el vínculo entre la desestabilización de los precios de la energía, su tendencia al alza y la crisis energética, el factor crucial a considerar es el fin del acceso global a combustibles fósiles de buena calidad y de bajo precio, en paralelo a una creciente escasez de materiales de todo tipo. El discurso hegemónico sobre la transición energética ha partido de una base errónea: podremos mantener nuestro sistema económico capitalista y nuestros modos de vida intactos realizando una mera transacción tecnológica. Pasaremos de los fósiles a las energías renovables industriales, pero todo seguirá igual. Hay aquí mucho de pensamiento mágico, y sobre todo una profunda falta de comprensión de la insustituibilidad de nuestro actual metabolismo fósil. Podemos, y debemos, pasar sin energía nuclear, gas, carbón y petróleo. Pero ello implicará una caída de nuestro consumo de energía, una imposibilidad de continuar con el crecimiento económico tal y como lo hemos conocido y una necesidad de cambiar nuestros modos de vida.
Es precisamente en este contexto en el que la propuesta de las comunidades energéticas adquiere todo su potencial. No nos referimos a las comunidades energéticas que en el marco de las directivas 2018/2001 y 2019/944 de la Unión Europea se presentan como un nuevo actor del mercado neoliberal de la energía, sino a comunidades que tienen como objetivo retomar el timón de la transición energética y garantizar un acceso digno a la energía, mediante un sistema de producción y distribución de la misma que sea extensible en el tiempo y en el espacio y no se base en el extractivismo neocolonial. Algunas de las experiencias piloto ya existentes son iniciativas que tienen un triple potencial: 1) reconstruir y fortalecer el tejido comunitario, imprescindible si queremos emprender transformaciones ecosocialmente suficientes pero también democráticas; 2) politizar y democratizar el ámbito de la energía, poniendo en marcha reflexiones sobre las implicaciones de nuestro acceso actual a la misma y las necesidades que deberían ser cubiertas en una eventual transformación; 3) realizar instalaciones a pequeña escala fuera del control de los oligopolios y con un impacto ecológico mucho menor que los hegemónicos polígonos energéticos hoy impulsados desde empresas e instituciones, y contestados desde pueblos de todo el territorio.
Deshacer el nudo gordiano en el que hoy nos encontramos como civilización industrial, y en particular en su base energética, resulta de una dificultad mayúscula. Pero un primer paso crucial es acabar de una vez por todas con las ilusiones de las energías renovables que siguen lastrando nuestros diagnósticos y llevando por mal camino nuestras acciones.
El Laboratorio dedicará el mes de enero de 2022 a debatir sobre estas cuestiones desde diferentes enfoques. Invitamos a las personas interesadas a enviarnos sus propuestas a esta dirección de correo: laboratorio@redfilosofia.es
Se aceptará el envío de textos, vídeos o imágenes. Los textos no superarán las 800 palabras, los vídeos durarán entre 5 y 10 minutos, y las imágenes no tendrán más de 10 MB. Si han sido publicados con anterioridad en algún otro medio que pudiera reclamar derechos de propiedad, los autores/as tendrán que contar con la autorización de ese medio para su reproducción en la web del Laboratorio. Todas las colaboraciones serán susceptibles de comentarios por parte de cualquier persona, previo registro, para evitar comentarios anónimos. El equipo editorial velará para que ni las colaboraciones ni los comentarios incluyan falsedades, insultos o injurias a personas o colectivos.