Victoria D’hers es licenciada en Sociología y doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Investigadora Adjunta del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), en el Instituto de Investigaciones Gino Germani (GESEC, IIGG- UBA), y docente en UBA y Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Forma parte del Grupo de Estudios Sociales de las Emociones y los Cuerpos (IIGG-UBA) desde su creación en 2008, junto con Adrián Scribano. Investigadora en el Centro de Investigaciones y Estudios Sociológicos. Es parte del GT CLACSO Sensibilidades, subjetividades y pobreza. Ha publicado varios artículos y es parte de varios comités de evaluación de revistas internacionales. Indaga en temas ambientales desde las sensibilidades sociales, explorando metodologías expresivas de investigación. Practica yoga desde 1999. Es profesora certificada Iyengar (Jr3) y presidenta de la Asociación Argentina de Yoga Iyengar.
Alice Poma es doctora en Ciencias Sociales Aplicadas al Medio Ambiente por la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla (España). Investigadora Asociada en el Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (IIS-UNAM). Docente en los Posgrados en Ciencias de la Sostenibilidad y en Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Coordinadora del Laboratorio sobre Activismo y Alternativas de base (IIS-CEIICH UNAM). Sus principales líneas de investigación son: emociones, movimientos sociales y activismo socioambiental y climático.
La pandemia desde otro continente: lecciones desde México y Argentina
La pandemia no se ha vivido de la misma manera en todos los países, ni en todas las clases sociales. Encerrarse en villas con jardín no es lo mismo que quedarse en departamentos de pocas decenas de metros cuadrados y con muchos familiares. De la misma manera que los trabajadores informales (que en México son unos 30 millones, más de la mitad de la fuerza laboral, y en Argentina unas 7 millones de personas) no gozan de los mismos derechos que los asalariados. En este texto les compartimos unas reflexiones a cuatro manos y dos corazones, desde el sur –y el ‘sur del norte’– del continente americano.
La llegada de la pandemia
Cuando llegó la pandemia en México nos tomó a la mayoría de sorpresa; China y Europa parecían realidades lejanas, pero México respondió rápidamente gracias a la experiencia que ya había tenido con la N1H1 en 2009. El primer encierro empezó a mediados de marzo, cuando en México empieza la temporada de calor. Ver las calles y las avenidas normalmente vacías era impresionante, por primera vez en muchas décadas no hubo contingencia ambiental (el ozono llega a niveles muy altos en temporada de calor), había silencio (cosa rarísima en una megaciudad) y se escuchaban los pájaros. Fue surreal ver la ciudad sin gente, y las demás especies que se hacían más visibles.
En Argentina, se seguían los sucesos de China pero se sentía como un relato lejano, cuando a mediados de marzo se decretó el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO). El primer caso se detectó el 3 de marzo de 2020. En un inicio, y cuando no se consideraba aún una “ola” por el número de casos, serían solo 15 días para contener al virus. Por ese lapso de tiempo, la medida fue acatada. Luego, esos 15 días se fueron repitiendo, y entramos en la sensación del film El día de la marmota. Pero al mirar “el futuro” (lo que sucedía en Europa), parecían medidas -dentro de todo- necesarias. A nivel social, el fenómeno se manifestaba en múltiples sentidos. Se aplaudía a los médicos que daban su tiempo y vida para contener los casos más graves. Se celebraba el -relativo- bajo número de casos. En los barrios más pudientes, se repetían los casos de vigilancia entre vecinos. A nivel político, parecía incluso haber acuerdo entre los partidos opositores. La “primera ola” inició en agosto y duró hasta noviembre de 2020. Claro que con el correr de las semanas, esto fue impactando de modo muy diferencial según localización y clase social. Se comenzó a sentir la dificultad de seguir el “quédate en casa” o “lávate las manos”, en los amplios sectores pobres y vulnerados de las grandes ciudades. Allí, a la par que crecía la necesidad, crecían las redes de contención y solidaridad. Quedó claro el rol de los comedores populares y las redes pre-existentes.
En México las medidas tampoco podían ser respetada por todas las personas: con más de la mitad de la fuerza productiva informal, muchas personas no se podían quedar en casa como se nos pedía (por lo mismo, las medidas nunca fueron obligatorias en México), muchas colonias de la ciudad no tienen agua potable para lavarse las manos, y las personas que viven vendiendo en la calle ya no tenían a nadie a los que vender sus productos. Esto hizo que muchas personas tuvieran que sobrevivir con sus ahorros o recurrir a préstamos, sumando la ansiedad y la preocupación de la situación económica, a la salud. El clasismo y el racismo se hicieron presentes en la atribución de culpas, reproduciendo una lógica de los ‘virtuosos’ contra los ‘pecadores’. También se hizo visible la solidaridad, a través de canastas básicas y otros proyectos de apoyo a las personas más vulnerables.
Los dos años que no hubiéramos querido vivir
En Argentina, se sostuvo el confinamiento estricto por varios meses, lo que generó un ahogamiento pronunciado en el mercado laboral, sobre todo informal. Y dentro de la relativa contención que se había logrado a nivel del número de casos, se temía la llegada del invierno. Se fueron abriendo ciertas actividades. 2020 terminó incluso con posibilidades de permisos para viajes en el país. Los cuidados ya habían mermado y las reuniones y encuentros se multiplicaban. Eso resultó en un rebrote. Durante la primera ola en Argentina, murió el mayor número personas, un 29,8% del total de fallecidos (119.703). La segunda ola llegaría hacia marzo 2021, tras el inicio de las clases presenciales y aún lenta vacunación, con un pico de casos que obligó a volver a las medidas de confinamiento estricto. El sistema de salud estaba exhausto, pero no llegó a colapsar. La tercera ola llegó en diciembre de 2021, con las fiestas, hasta mediados de enero 2022. Los casos aumentaron significativamente, pero con menor tasa de letalidad, por las características de las variantes y por el avance de la vacunación.
En verano en México es temporada de lluvia, en 2020 la primera ola de Covid estaba pasando, muchas personas necesitaban volver a sus actividades económicas y sus vidas. En julio de 2020 abrieron los parques para poder hacer actividades al aire libre. El tráfico todavía era muy inferior a lo que suele ser. Ya se estaba hablando de un posible repunte en otoño. Las escuelas seguían en línea. Las muertes se sumaban cada día. Despedimos el 2020 con la esperanza de que llegaran momentos mejores, pero en enero de 2021 vivimos en México la peor ola de Covid, con miles de muertos. Las previsiones gubernamentales sobre las muertes ya habían sido rebasadas, en enero no solo los hospitales estaban saturados, sino que no había ni oxígeno a disposición. Había colas de horas para poder encontrar un tanque o poder rellenarlo. El coste del oxígeno era altísimo, las familias se endeudaban para intentar salvar a sus seres queridos. En los hospitales privados pedían medio millón de pesos mexicanos (unos veinticinco mil dólares) para admitir pacientes con Covid, y a veces ni estos hospitales tenían camas disponibles.
Quien sobrevivió tuvo que enfrentar las secuelas sin apoyo. El coste de los estudios en el sistema privado para muchos son inalcanzables, y el sistema público estaba saturado, el mismo gobierno dijo que no tenía las instalaciones para apoyar la recuperación de los sobrevivientes. A principios de 2021 los periódicos hablaban de un millón y medio de mexicanos que ya no podían seguir trabajando por culpa de las secuelas. La Universidad Nacional Autónoma de México ofreció talleres gratuitos en línea para apoyar a las y los enfermos a recuperar su capacidad pulmonar. Los muertos oficialmente alcanzaron los 320.000, pero el número se dobló al comparar el número de muertos totales con los años anteriores. Muchas personas en México no quisieron ir al hospital, por desconfianza o para morir en sus casas, con sus seres queridos. En muchas otras ocasiones cuando los enfermos llegaban al hospital era demasiado tarde.
En México la pandemia hizo aún más evidente la desigualdad. Las personas con más recursos y mejores condiciones laborales se quedaron trabajando en casa, mientras que quien no podía se exponía a la enfermedad. La mayoría de los muertos se contaron en los sectores populares, y en personas con co-morbilidades, entre las cuales destaca la primacía mexicana de enfermos por diabetes, debido al alto consumo de bebidas azucaradas.
En Argentina, el aspecto más grave de las secuelas es el económico. El empobrecimiento y la pobreza, sobre todo en jóvenes, alcanzaron nuevos niveles. Las prácticas solidarias en barrios populares, en gran parte pre-existentes, se develaron como un sostén. Ahora en 2022, es altamente preocupante los efectos de la pandemia en la educación, y la falta de medidas para recuperar a quienes abandonaron la escuela primaria. Por otra parte, en los sectores que pudieron sostener sus fuentes de trabajo, en gran parte ahora teletrabajo, comenzó un renovado “éxodo” de la ciudad, en busca de espacios más tranquilos, y una cierta vuelta al campo, marcada por la conectividad y la tecnología. Así, la polarización previa se vio fuertemente marcada con la pandemia.
En Argentina, hubo alguna presencia de voces antivacunas, pero no fue significativa, o tenían raíces netamente políticas. Así, una vez que llegaron las vacunas, la campaña fue avanzando rápidamente. Para enero de 2022, las personas con una dosis alcanzaba el 86,8%, y 76,2% con dos dosis.
En México, la campaña de vacunación fue lenta, dependiendo de las vacunas que llegaban. Ha habido problemas tanto en la cobertura nacional (la capital del país es la que tiene el porcentaje de personas vacunadas más alto) como en las vacunas que se ofrecían, ya que muchas no eran reconocidas por otros países. Cuando en noviembre de 2021 los Estados Unidos decidieron abrir las fronteras solo a las personas vacunadas muchos quedaron excluidos por las vacunas que tenían. Esto no sería un problema mayor si solo pensamos en el turismo, pero viven unos 38 millones de mexicanos en los EEUU y muchas personas en cuanto pudieron viajaron allá para trabajar y así apoyar a sus familias. Hay quien tuvo que ponerse más de una vacuna, pero llegamos al 2022 con una cobertura casi total en las ciudades, aunque menos en las zonas rurales (62% en total con esquema completo).
A manera de conclusión: ¿qué nos espera?
Al inicio de la pandemia de Covid-19, hubo ciertos aires de revolución posible. Con el correr de los meses, se hizo claro que dentro de esta “nueva normalidad”, donde los hábitos estaban puestos en jaque, la normalidad era el problema.
El activismo (feminista, climático, socioambiental) se vio paralizado, acorralado en el mundo digital (que en algunos casos fue aprovechado por los grupos y colectivos para fortalecerse), pero las marchas que habían caracterizado el 2019 solo eran un recuerdo. Esto generó frustración, ansiedad, impotencia. El espectro de una crisis económica y la inflación espanta más que el propio virus, y con la necesidad de la recuperación económica se aleja la esperanza de medidas contundentes para enfrentar la crisis ambiental y climática.
Es arriesgado aun sentenciar las características de la “post-pandemia” (o el tiempo entre pandemias, según vaticinan algunos). Ciertas prácticas solidarias se fortalecieron, al menos por un tiempo; en centros urbanos, se comenzó a insistir en la falta de espacios verdes (con participación récord en las audiencias públicas de la ciudad de Buenos Aires), en la Ciudad de México se fortaleció la infraestructura para el uso de las bicicletas.
A la vez, llegando a 2022, estamos viendo el efecto de la vuelta a la presencialidad, para muchos deseada, pero también la vuelta de un estilo de vida agotador, en el cual ahora se suma el tiempo ya dedicado a lo laboral en la virtualidad. Los efectos de la pandemia en el aumento de estrés, ansiedad, consumo de alcohol y depresión son agudos, y se suman al malestar que caracteriza el sistema neoliberal. Paradójicamente, a pesar de las esperanzas de un mundo otro, ciertos factores de alienación y de aquella supuesta “vieja” normalidad, volvieron reforzados. No hay indicadores de que nuestras sociedades hayan aprendido a (con)vivir mejor a raíz de la pandemia, aunque a nivel cotidiano muchas personas han modificado algunos hábitos y reorganizado sus prioridades. Si, como dicen las feministas, “No va a caer, el patriarcado lo vamos a tirar”, lo mismo vale para el modelo económico y cultural capitalista: hay que derribarlo y construir desde abajo lo que será el mundo nuevo.