Pedro Lisdero es Licenciado en Sociología por la Universidad Siglo 21 y Doctor en Estudios Sociales de América Latina por el Centro de Estudios Avanzados de la Universidad Nacional de Córdoba. Actualmente es Investigador Adjunto del CONICET.
Ignacio Pellón Ferreyra es Licenciado en Comercio Internacional (Siglo 21), Magister en Trabajo Social (UNC) y doctorando en Ciencias Sociales (UBA). Actualmente es becario doctoral del Centro de Investigación y Transferencia de Rafaela (UNRaf y CONICET).
Activismo, basura y emociones
Meses atrás, en el marco de una publicación colectiva sobre la guerra en Ucrania (Ukraine war, 2022), finalizamos unas breves líneas con una cita de Karl Marx: “Lo que diferencia unas épocas de otras no es lo que se hace, sino cómo, con qué medios de trabajo se hace” (El Capital, libro I, p. 218). Esta invitación a reflexionar acerca del activismo social y la crisis climática nos encuentra, nuevamente, preocupados por los procesos de mercantilización en curso, por el manejo de la basura y por el histórico conflicto capital/trabajo. Dando por supuesto que todo acto de investigación y comunicación es una forma de intervención social, nos posicionamos (teórica y epistemológicamente) desde una sociología de los cuerpos y las emociones (reuniendo perspectivas transglobales, posindependentistas, interseccionales, y anti-racistas).
Cuando el 20 de marzo de 2020 el Estado Argentino decretó el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO) por la COVID-19, el trabajo de los recuperadores “formales” de residuos fue re-categorizado como servicio esencial. Más precisamente, el transporte de residuos y algunos sectores industriales fueron considerados esenciales. Luego, las cooperativas de cirujas-recicladores quedaron habilitadas por ser proveedoras de sectores esenciales. En ese sentido, algunas actividades y dinámicas vinculadas a la basura ganaron velocidad (entre ellas, la persecución y despojo a trabajadores “informales”). La industria recicladora aumentó la demanda de residuos y de políticas estatales de reciclado. La “esencialidad” del trabajo ciruja-reciclador en calles, basurales y plantas fue tal que, en septiembre de 2022, se publicó un protocolo interministerial titulado: Recomendaciones para la gestión de residuos reciclables en contexto de COVID-19. Durante la presentación del protocolo, Jonatan Castillo (representante de la Federación Argentina de Cartoneros, Carreros y Recicladores) señalaba:
“El protocolo está para que los compañeros trabajen, y es un montón. Es un golazo, mil corazones (…) Más que nada es un reconocimiento, aparte de un protocolo, ¿no? Es como un reconocimiento de ir a un montón de lugares y decir, dejanos laburar porque tenemos protocolo, porque está certificado, está aprobado y tenemos el OK. Yo creo que… muchísimos compañeros cartoneros van a estar más que feliz. Más que feliz porque van a poder llevar el plato de comida a su casa, miren lo que estoy diciendo, ¿no? Van a estar contentos porque van a poder salir a juntar su cartón para poder llevar un plato de comida a su casa, tranquilos, sin ser perseguidos y sin ser… discriminados no voy a decir porque todavía hay muchos lugares donde somos discriminados, falta un montón…”
A nivel nacional, en Argentina se producen más de 45.000 toneladas de residuos por día. El 40% de esta basura se concentra en la Provincia de Buenos Aires, 7.000 tn/día en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y 4.500 tn/día y 4.300 tn/día en las provincias de Córdoba y Santa Fe. Si bien esas cifras se encuentran bastante desactualizadas (fueron elaboradas por el Banco Mundial en 2015), el grueso de los documentos y de las políticas instrumentadas por los organismos estatales competentes re-producen tal caracterización.
Desde 1977, a nivel nacional y provincial el Estado mantiene una política de construcción de rellenos sanitarios y de regionalización de la gestión de residuos (financiados casi exclusivamente por el BID). En complemento, en los últimos dos años se desarrolló el programa Argentina Recicla (dependiente del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación) que tiene por objetivo la inclusión social y laboral de las personas que recuperan residuos reciclables, que les asegura “un piso” de ingreso a cada trabajador cooperativizado (equivalente a la mitad del Salario Mínimo Vital y Móvil). Tal esquema contempla 248 unidades productivas operadas por unos 150.000 trabajadores, procesando 10.000 tn/día de residuos (Argentina Recicla, 2022).
Las cifras anteriores guardan una conexión directa (y un tanto incierta) con el cambio climático y los gases de efecto invernadero. En términos formales, Argentina emite un 1% de los gases de efecto invernadero, resultando poco relevante en el contexto global (salvo en la producción ganadera). En parte, ese 1% se explica porque las políticas de disposición final de la basura priorizan los rellenos sanitarios antes que la incineración, y porque la mayoría de los basurales a cielo abierto no están contemplados. Un estudio reciente, realizado por el Instituto Holandés de Investigación Espacial, Harvard y GHG Sat, indica que Buenos Aires lidera el ranking mundial de emisiones de metano provenientes de rellenos sanitarios. Así, los residuos representan el 2% de las emisiones argentinas (ya que el transporte se computa en otro rubro), aunque merece considerarse que los rellenos sanitarios liberan grandes cantidades de metano. Estos datos provienen de notas de campo (NdC) tomadas durante el panel de debate «Cambio climático y gestión social del reciclado», en las I Jornadas de Investigación y Extensión sobre Gestión Social de los Residuos (UNCuyo y otros, 28 y 29 de abril de 2022, Mendoza). En esa dirección, voces especializadas en el tema recomendaban adaptarse: “… asumir que el cambio climático está, que se va a sentir y hacer planes de adaptación, que son modelos de desarrollo” (NdC, 29/04/2022).
Emociones y crisis ambiental es uno de los ejes que convoca las sensibilidades de numerosos foros y especialistas internacionales y, más importante aún, de millones de sujetos “de a pié” alrededor de todo el mundo. Hay quienes hablan de la presencia de una “ansiedad climática” o “ecoansiedad”, que afectaría particularmente a las generaciones más jóvenes. Además, algunas voces explican que esa sensibilidad vinculada a las imposibilidades de proyectar un futuro esperanzador resulta “positiva” cuando deriva en acciones ambientales individuales y colectivas (Schiffman, 2022). Por estas cuestiones, parece relevante repensar las implicancias que encierra la “necesidad” social (el mandato) de la “acción climática”. Al respecto, en los apetitos del cuerpo y el espíritu humano, Marx encontró en el disfrute un punto de conexión entre sentidos, sensibilidades y necesidades (Scribano, 2013). Desde allí, se entiende que una mercancía es un objeto apto para satisfacer necesidades, ya sea como medio de vida (objeto de disfrute) o como medio de producción (Marx, El Capital). En esa dirección, Ludovico Silva introdujo el concepto de «plusvalía ideológica» para dar especificidad a los procesos de alienación que forman parte de un modo de producción en transición, de un capitalismo que valoriza fuentes “alternativas” para la producción de plusvalía.
A partir de lo anterior, nos parece posible conectar la pregunta acerca de “los medios” que caracterizan a la expansión capitalista de nuestro tiempo, con el despliegue de unas “sensibilidades ambientalistas”. Así, nos preguntamos: ¿cómo mantener un espacio de reflexividad crítica acerca de las fenomenales e informes energías emocionales puestas a “sensibilizarse” acerca de la crisis ambiental? ¿Cómo podemos interpretar las emociones sociales vinculadas a la depredación de la vida, identificando lo que en ellas hay de “mecanismos ideológicos” que conducen a “ocluir” los conflictos estructurales del capitalismo contemporáneo, pero recuperando (siempre) la potencia esperanzadora de un futuro mejor?
Sin pretender, en estas breves palabras, arribar a conclusiones en un debate complejo y actual, creemos que es importante mantener abierto un espacio de crítica acerca de las naturalizaciones (muchas veces trasladadas a las conciencias teóricas) respecto de estas temáticas. En este sentido, respondemos a esta generosa invitación con otra, buscando percibir e interpretar a la basura como un bien común, para reconocer en qué sentido se configuran conflictos sociales por la basura, y para comprender cómo estos conflictos nos hablan sobre “las formas” en que nos conducimos como humanidad.
Más aún, invitamos a considerar que “eso” que alguien desechó no constituye el único elemento a tener en cuenta en el fenomenal despliegue de energías sociales que convoca el negocio mundial de la basura, sino que lo que se pone en juego en esta actividad es el despliegue de una “particular forma de ser-estar-sentir” el mundo (sensibilidad) que condensa de manera paradigmática algunas pistas para responder acerca del “cómo” se estructura el capitalismo global del siglo XXI. Así, nos gustaría preguntar, como una acción de esperanza: ¿qué ecologías emocionales (sensu Scribano) se producen y reproducen en torno a los negocios desarrollados a partir de lo que “otros” tiran?¿Qué lugar ocupan los que recuperan residuos en las luchas estructurales que libra la humanidad en esta “era”? ¿Cómo el apetito industrial-extractivista (tan rudimentario como tecnológico) resulta compatible con una salida “en paz” de la crisis climática-civilizatoria? Por último, desde nuestras prácticas en torno al conocimiento, ¿qué garantía podemos dar respecto de no estar siendo polea de transmisión de un “renovado espíritu de capitalismo verde”, el cual lejos de evitar la “duplicación de lo real en la conciencia”, se constituye en un eslabón central en la reproducción del negocio de la “crítica de la crisis climática”?