La pandemia de Covid-19 se ha superpuesto a las crisis climática y socioambiental, evidenciando sus efectos en la salud humana y de los ecosistemas, así como en la calidad de vida y la seguridad de la mayoría de los habitantes del planeta. En los últimos dos años y medio, la pérdida de seres queridos por el virus Sars-Cov-2, la limitación de las relaciones sociales y de la participación en eventos colectivos, y el miedo a enfermarse, contagiarse, endeudarse por curarse, perder el trabajo, entre otros, se han sumado al dolor por los incendios más extensos, la tristeza por las inundaciones que matan a miles de personas, la preocupación por las olas de calor que cada año son más intensas. El resultado es que muchas personas experimentan la frustración y la impotencia por no poder hacer frente a todas estas crisis que nos están mostrando un mundo al borde del colapso.
Asimismo, debemos pensar cómo esta superposición de problemas tiene cierto efecto anestesiante: cómo la cotidianidad se articula, a pesar de tantas dificultades, contra todo pronóstico; cómo operan y se reorganizan las emociones, el plano aparentemente más personal que se vuelve central para la comprensión de la realidad.
Si el sistema económico neoliberal, legitimado por el político, promueve la inercia social, el business as usual y una “nueva normalidad” que se caracteriza por menos derechos y más desigualdad, los movimientos sociales siguen construyendo “otro mundo” a partir del desafío al status quo. Ese otro mundo en el que caben muchos mundos, como dicen los zapatistas, se caracteriza no solo por alternativas a los problemas que enfrentamos como seres humanos y colectividades, sino también por cambiar la cultura que rige el sistema de dominación, y las emociones que este nos hace sentir cotidianamente. Quienes luchan contra el sistema neoliberal, patriarcal y ecocida llevan varias décadas denunciando las consecuencias de este sistema, y aunque se haya avanzado en muchos aspectos, dependiendo también del contexto de cada país o región, la realidad es aterradora.
La pandemia ha sido un momento de reflexión y revalorización de algunos aspectos de la vida y del activismo. Por eso, el Laboratorio dedica este mes de septiembre de 2022 a las emociones, a veces contradictorias o encontradas, que se pueden llegar a sentir en un contexto de crisis múltiples (sanitarias, climáticas, económicas, etc.), que son a un tiempo colectivas y personales: cómo sobrellevar las emociones que nos entristecen y paralizan, y cuáles son las que nos animan a seguir construyendo un nuevo mundo caracterizado por la justicia social y ambiental.
Para este debate hemos contado con los siguientes invitados: el activista y etnógrafo Jorge Regalado Santillán, profesor de la Universidad de Guadalajara, que nos habla de la experiencia del dolor y de la muerte durante los años de la pandemia de Covid-19 en México; la psicóloga Beatriz Eugenia Rivera Pedroza, profesora de la Universidad Cooperativa de Colombia-Cali y de la Universidad del Valle-Norte del Cauca, que se ocupa de los movimientos ambientales populares en territorios afrodescendientes e indígenas de Colombia; los argentinos Pedro Lisdero (sociólogo e investigador del CONICET) e Ignacio Pellón Ferreyra (doctorando en ciencias sociales y becario doctoral de UNRaf y CONICET), que reflexionan sobre la sensibilidad ambiental a partir del fenómeno de la basura producida por nuestro actual sistema socioeconómico; y, por último, la escritora y ecofeminista española María González Reyes, activista de Ecologistas en Acción y profesora de Biología en educación secundaria, que propone unas cuantas ideas para pensar juntos un futuro en el que podamos respirar bien.